Translate,translator,traducteur,Übersetzer, traduttore,tradutor,переводчик

domingo, marzo 29, 2009

Los Vencedores de Negrin-XII

Llegamos a Madrid de madrugada. Sólo me permití unas horas. de reposo, y sobre las doce me presenté en el Co¬misariado.

Nada presagiaba lo que había de suceder unas horas después.
Mi ayudante, muy excitado, vino a. darme una noticia importante.
-¿Se ha enterado usted? -me dijo, pálido y con aire de consternación- La Escuadra ha huido de Cartagena y se han sublevado las fuerzas de la guarnición.
-No sé nada. Ayer por la tarde pasamos por Murcia no pude observar que se produjera un hecho semejante. -Pues es la noticia del día.
-Entérate por el Cuartel General de más detalles, yo voy a ver si puedo comunicar con Murcia.

Intenté en vano hablar con el gobierno civil de esta Provincia para que me diera noticias del acontecimiento,pero fue inútil. ,
Al poco rato volvió mi ayudante, traía reflejada en su rostro una gran preocupación.
-¿ Qué hay? -le interrogué.
Lo de Cartagena se comprueba y además que los fascistas de la ciudad han tomado la radio y piden ayuda Franco, diciendo que son dueños de la población.

-¡Pero allí hay fuerzas considerables! -exclamé-o Eso no me parece tan fácil.
Pregunté al Estado Mayor, y me confirmó lo de la huida de la Flota. En cuanto al levantamiento d= los fascistas en la población, se trataba de un golpe de auda¬cia. Aprovechando la salida de la Escuadra, habían to¬mado dos o tres edificios, donde se les estaba reduciendo.
Llamé a Casado y no pude hablar con él. No estaba .0 no quiso comunicarse conmigo. La huida de la Escuadra nos privaba de un recurso de calidad extraordinaria para el mantenimiento de nuestra lucha.
Este hecho lo relacioné con el descortés recibimiento de Bruno Alonso a Tafall y la actitud de rebeldía y de agresividad que en los elementos políticos de Murcia se manifestaban.


Que llamen a Egido ~ordené-Este, desde hacía álgún tiempo, sustituía a Largo Ca¬ballero, tanto durante el tiempo que fue Presidente del Consejo de Ministros como ahora que se encontraba ausente de Madrid y de España.
Aún no había marchado a comer, cuando Egido se presento en mi despacho.
-¿Qué deseas?
-Tengo cosas importantes que comunicarte. No sé SI
conocerás lo de Cartagena. La Escuadra ha huido le dije.
-Algo había oído y pensaba confirmar esta noticia
-El hecho es cierto. Los fascistas, aprovechando el estupor
que esta huida causó en la población, han dado un golpe de mano y se han apoderado de la radio, desde la que dan noticias como si fueran dueños de la poblacion
Afortunadamente, esto no es cierto.
-Pero lo de la marcha de la Escuadra es muy
-Fíjate si es grave, gravísimo. Más seguridades para
Franco de nuestro bloqueo y la pérdida de este recurso para una evacuación.
los ascensos inmerecidos, ni los nombramientos. Se le ata¬ca, por pasión política unos, y por derrotismo' otros. _Puede que sea así -me manifestó perplejo-, pero
yo no sé nada _repitió- a mí no se me consulta.
-Es posible que se produzcan acontecimientos de gran trascendencia, muy pronto. Como amigo y como correligionario, he creído conveniente que los conozcas y que es¬tés apercibido Y tomes las medidas que te parezcan mejor.
-Lo haré -me aseguró.
Las manifestaciones de ignorancia de Egido me parecieron sinceras. Su natural sencillo y bonachón, aunque muy apegado a la línea de los partidarios de Largo Caballero, me inspiraba confianza. Era mi deseo tenerle advertido, pero cuando conocí que él ignoraba de lo que se trataba, me conformé con que en su día pudiera tener un testimonio de mis preocupaciones.

Era condenable que los heroicos marinos, que tantas pruebas de abnegación habian dado en momentos angustiosos, decidieron abandonar a los luchadores republicanos, abandono y defeccion que nadie lógicamente se explicaba cualquiera que fuera el angulo de los supuestos que hicieran.
¡Ni Escuadra, ni Presidente de la Republica!
¡Franco reconocido por Francia e Inglaterra!
Solo un poder animoso y fuerte, podía hacer frente a tantas adversidades.
Millares de hombres, en armas, estaban expuestos a una catástrofe si no se logra,ba mantener un sentimiento de unidad en las fuerzas políticas del país, y cuando medía el valor de esta necesidad, me dejaba ganar por mi espe-r ranza de que surgiese, como en otros días aciagos, un mo¬vimiento espontáneo en la opinión pública, que nos salvara de todos estos peligros.

La Escuadra que huyó de Cartagena se componía además de varios barcos menores, de los cruceros "Cervantes", "Libertad", "Méndez Núñez" y ocho destroyers.
Cuando llegaron a Bizerta, la flotilla tuvo que quedar¬se fuera del puerto y fueron desarmados los buques y la tripulación compuesta de cuatro mil hombres.
Con la Escuadra salieron quinientas personas civiles, mujeres y niños en su mayor parte, familias de los marinos.
La oficialidad había quedado en Cartagena volunta¬riamente.

Sobre las siete de la tarde, y ya completamente de noche, entraba en la posición "Jaca", por entre la doble fila árboles de paseo que conduce al pabellón principal.

Antes de entrar en las habitaciones del Comisariado, pasé a hablar con Casado.
No estaba. Todas las habitaciones las hallé desiertas, ni algunas las luces apagadas.
¡Ni ordenanzas, ni los ayudantes!
En mi despacho me esperaban varios comisarios. Mi primer acto fue comunicarme con Casado.
Jefe del Ejército; Central -pedí enérgico.
Me contestaron: -No está en su despacho, mi comisario.

-Siga usted llamando a su casa o al Cuartel General en Hacienda, y póngame en comunicación con el. Es urgente-ordene, colgando el telefono- y les dije a los comisarios que me aguardaban: Veamos, si no es muy urgente lo de ustedes, prefiero que vengan mañana.


-informes, casos corrientes del servicio- me contestaron.
-Volved mañana.
Mientras firmaba expedientes y correspondencia, el telefono dio la señal de llamada
-Hable-dije pegado a la bocina.
-¿Eres tu, Edmundo?-me contestaron, y reconoci la voz de Casado.
-El mismo. Te he estado llamando para decirte que habia llegado a Madrid, y preguntarte si querias algo de mi. Tenemos que hablar.
-Para eso te llamo, para que vengas aquí a Hacienda, es necesario.
-Bien. Ire ahora mismo.
Termine de prisa la firma y Sali para entrevistarme con Casado.
Al salir de la posición, note como la guardia estaba reforzada, y, como no llevaba escolta ni distintivio, fue detenido.
-¿Qué pasa?- pregunte sacando la cabeza por la ventanilla del coche.
_-¿Trae la orden?-me pregunto la jefe del grupo que se presento.
-¿Qué orden?-Interrogue extrañado-. Soy el comisario inspector del Ejercito-le grite.
-¡No importa!-me replicaron.
-¡Como! A ver, cabo de guardia!-requeri energico.
-Soy yo-me dijo el que me habia contestado.
-¡Usted! ¿Y no le dije quien soy?-Le manifeste malhumorado.
-Si, Usted dispense, pero yo tengo orden terminante de que nadie salga de la posición sin una orden del gobernador de la plaza.
-Esta bien. Usted no tiene la culpa y cumple con su deber. Llame y diga que soy yo. La orden no es para mi.

Unos segundos después, el cabo me dijo respetuosamente:
-Puede seguir-
Desconfié.
Relacioné este hecho con la ausencia de ordenanzas y personas del servicio de Casado y de otras dependencias.
Como aún no había hablado con él, Casado desde mi ausencia, ignoraba qué podía haber sucedido y comprendí que mi enojo no era muy bien fundado. Las órdenes no me podían haber sido comunicadas, puesto que no estaba en Madrid.
De todas las maneras, no dejaba de extrañarme la severidad de ciertas precauciones, a pesar de haberme dado u conocer.
Un nuevo incidente, parecido en lo riguroso a las medidas que se tomaban para -entrar en el antiguo Cuartel • -neral, me decidió a desistir de entrar.
El oficial trataba de explicarme.
Herido en - mi amor propio por lo que consideraba en Isado un nuevo exceso de autoridad, sin que me guarde ninguna clase de consideración, ordené al chofer que )se la vuelta y me llevase al Comisariado. Mientras ha¬I la maniobra, uno de los ayudantes del coronel se acercó, 'ulpándose:

-Usted perdone, es que hay órdenes muy terminantes no se ha tenido en cuenta que usted llegaría -me aclaro.

No, no, ya no entro. Dígale al coronel que mañana laremos -dije enojado.


Insisti y cedí a sus instancias.
Supuse que estas precauciones se tomaban por alguna

Razon extraordinaria, y lo que más me alarmaba era el de fuerzas que hacían la guardia y entre los que no encontre caras conocidas.
Sanchez Guerra, hijo del que fue presidente del Gobierno conservador en el año 17, ayudante de Casado, me acompañó dándome disculpas por el incidente de la en• trada, en la que cada vez había más confusión y ruido.
Entré, advertido por un presentimiento desagradable.
*
La estancia que antecede al despacho de Casado estaba llena de jefes, alguno de los cuales no conocía. Cada de¬talle en que paraba mi atención iba aumentando mi alarma.
Pasé al despacho después de saludar a Gutiérrez de Miguel, jefe de la 65 División.
En el despacho estaba solo, atendiendo a los teléfonos, el comandante general de Artillería, PiñJeroa, a quien saludé.
Desde la habitación reservada• de Casado, me llamó éste.
-Pasa, Edmundo.
Entré. No estaba solo. Tendido en su cama mal cu¬bierto, asomaban sus piernas, calzadas con sus botas altas y acharo1adas. De frente, don J ulián Besteiro, Wences1ao Carrillo sentado en el borde de la cama con una familia¬ridad chocante, y alrededor, Prada, Marín, del Val, Ci¬priano Mera, el jefe del 40. Cuerpo de Ejército y San Andrés, de Izquierda Republicana; más separados, López Otero y el coronel Prada.
Disimulé cuanto pude mi extrañeza, producida sobr todo por la presencia de Besteiro.
Aún de pie, y sin que hubiera precedido por mi parto el menor saludo, Casado, bruscamente, pero con descaro amable, me interrogó:
-¿ Te extraña esto, verdad?
No contesté, esperé con serenidad el resto.
Besteiro jugaba con sus manos, entrelazando sus largo
dedos, huesudos y flacos.
Carrillo me miraba fijamente, e igual que él los dem{¡ Me sentía observado con diversos sentimientos. Casado hizo una breve pausa y continuó:
-Bueno, ya lo sabes, me he sublevado.
Rápido y sin alardes pretenciosos, exclamé reposado, pero firme:
-Lo siento.
Esta sobria respuesta produjo un movimiento de ex¬trañeza en unos, en otros miradas hostiles.
-Comprenderás que no se podía aguantar más -justi¬ficó Casado.
No respondí. Mentalmente me hice el propósito decidido de no agravar mi situación, haciendo declaraciones que no fueran sinceras.
Casado quería aunque sin violencia, provocar en mí una decisión.
-Te advierto que me juego la cabeza.
-Lo sé, pero para esto no has contado conmigo -le conteste
-No he querido comprometerte
-Ni hacía falta -añadió Marín.
-Hace falta una declaración._ Oí una voz que me lo
reclamaba. Val o Prada, colocados detrás de mí, no SUpe cuál de los dos, me hacía este reproche.
Me volví hacia los tres y les dije:
-Yo, además de comisario, soy el Vicepresidente de la U.G.T. y no haré ninguna manifestación personal mientras no me reúna con mis compañeros y lo haga colecti¬vamente.
Como hicieran un gesto despectivo y de disgusto, insistia:
-Vosotros os habéis reunido y tratado el asunto, mien tras
Nosotros,, no.
Carrillo y Besteiro presenciaban esta disputa, sin intervenir.
Casado, impacientado, me dijo:
-Tú verás si haces declaraciones, o no, pues podeme prescindir de
ti y de la U.G.T.
Tampoco contesté a este alarde de poder, y él Continuó:
-Vega estaba conforme.

-¿Vega?
_Precisamente con esto, no. Pero sí en que era preciso
terminar con una situación tan absurda como la creada
por Negrín.
-Eso es otra cosa -manifesté, satisfecho de ver des-
vanecida la duda que había tenido sobre la conducta de
Vega. '
López Otero me ofreció una silla. Con el cumplido de
"gracias" eludí otras explicaciones Y me senté.

Todos callamos, este silencio sólo se interrumpía por las conferencias telefónicas que sostenía Casado.
A pesar de estar visiblemente enfermo, se mostraba locuaz conmigo. Noté que se esforzaba en hacerse agra¬dable, y el tono altanero de alguna frase, lo dulcificaba
con explicaciones sin importancia.
No pasaba desapercibida para él mi violencia, y trataba de defenderme con muestras de simpatía para atenuar la desconfianza bien manifestada hacia mí por los demás. -A las doce se radian nuestros discursos.
-¿Hay discursos?
-Sí, queremos dar esta noticia al pueblo y darle cuenta de nuestras intenciones.
Una paz honrosa entre españoles, aquéllos y nosotros, y que evite lo que Negrín y los comunistas quieren hacer del pueblo español, una ruina y un cementerio.
Ofreció su proclama a Carrillo, quien después de leerla dio su asentimiento.
Yo, callado, con apariencia de serenidad, me sentía

inquieto y desasosegado Y sólo pensaba cómo salir de aquel trance y escapar de esta reunión a la que tan forzadamente asistía.
Manifesté deseos de marchar. Tenía citados a unos comisarios y quería acudir a esa reunión -pretexté. -Llama por teléfono y di que no vas -me contesto Casado. Pues quiero que aguardes a que hablemos.


Esta invitación en la que se escondía una advertencia, me contuvo.


Casado, febril, embriagado por la realización de sus propósitos, se mostraba tolerante y jovial, aun cuando su estómago le martirizaba.
Besteiro, infantil y desvahído.
Carrillo, distraído y silencioso; sus preocupaciones le hacían poco comunicativo, e igual le pasaba a San Andrés.
Val, Marín y Prada, con una alegría mal disimulada, seguros y tranquilos, sin asomo de temor.
Mera, taciturno y huraño, con su mano aún vendada,se mostraba impaciente, pendiente de su discurso.

Mi inquietud, algo calmada, me permitía observar todos los detalles.
El alto y espigado cuerpo de Besteiro, aparecía enco¬gido e incómodo, sentado en una silla baja del dormitorio con las piernas recogidas, cuyas rodillas le llegaban a la altura de los hombros.

Todo resultaba allí grosero y violento.
¡Un nuevo gobierno! Cercando la cama de un enfermo, estaba el que iba a suplantar a otro, cuyo jefe se le distinguía por su energía y al que se le criticaba por 511 exceso de vitalidad.

Su torpe mordacidad hacía resaltar su poca prestancia y el olvido de su rango, y se cebaba en ministros a lo que iban a derribar, sin reparar en sí mismo, en flll desairado papel, metidos en aquella pequeña alcoba caldeada por el humo de los cigarros y en actitud de mili cado servilismo, hacia la persona de Casado, que aunque enfermo, aparecía en situación más gallarda y airosa.

Señalaron su plan inicial. A las doce hablarían Besteiro Casado y Mera. La intervención de este último, no me la explicaba. Casado, como si hubiera adivinado mi pensamiento, me informó:
-Besteiro dará prestigio a nuestro acto.

La conversación se reanudó.
El recuerdo de la persona de Negrín era el tema más favorecido.
Los defectos privados y personales que se le atribuían, distrajeron sus conciencias cargadas de preocupaciones y excitadas por la intensa responsabilidad del acto que estaba desarrollándose.
-Pero, ¿es verdad todo eso que se le atribuye? -interrogó Besteiro con un asomo de sonrisa.
-Me han dicho que se come tortillas de doce huevos y que todas las noches se acuesta con tres mujeres. -Eso no es nada -informó uno- ahora todos los días le tienen que llevar nuevas mujeres, y es capaz de comer más que cuatro personas de buen apetito. Es insaciable con todo.
Casado disculpaba un poco estos defectos. Para él, lo es importante era la dureza y falta de sentimientos para con el pueblo español.
-Quiere que se siga resistiendo porque así justifica poder, a 'costa de la vida de los españoles.
-A mí me han dicho que trata con violencia a los ministros. Que no cuenta con ellos y no les hace caso Insistió Besteiro.
-Los trata como a lacayos -añadió Mera.
-Es una verguenza lo que ocurre ahora: les hace correr detrás de él, sin residencia fija, de un lado para otro-manifestó Casado.
¡Qué olvido de la dignidad del cargo! -sentenciaba Besteiro

Carrillo tomaba poca parte en este examen de la conducta de Negrín. Solamente sonreía ligeramente, observandose en el una mayor preocupación que en los demás.
indiscutible, será un motivo de satisfaccion para todos. Mera habla como un hombre del pueblo y dará confianza y seguridad. Su voz sincera y ruda -decía Casado-. será la nota popular.

Discutieron sobre las representaciones políticas que figurarían en el Consejo de Defensa.
-Partido Socialista, U. G. T., C. N. T., Republicanos y Casado.
Yo objeté:
-U.G. T. no, puesto que aún este asunto ni ha sido tratado, ni le conocemos.
Se miraron Carrillo y Besteiro; mi observación debía producirles contrariedad.
Casado intervino, para designar representaciones, sin aludir a mi reparo.
-Besteiro, por el Partido Socialista.
Yo callé. Esta representación que se abrogaba, aunque no la creía autorizada, no podía recusarla. -Carrillo, U.G.T. -añadió.
-U.G.T., no -insistí.
. Carrillo, confuso, dio unas explicaciones . complicadas. El era el presidente de la Casa del Pueblo y por tanto,
la representación de la U.G.T. de Madrid.

No me satisfizo esta explicación, y lo manifesté. Ca¬rillo mismo dio la solución.
-Yo represento a la Agrupación Socialista Madrileña. Tampoco opuse reparos; cuando se conociese pública-
ente respondería él por qué se atrevía a ostentar esta •presentación.
-Ya está entonces -manifestó Casado no muy convencido, pero satisfecho de salir del apuro en que mi presencia les colocaba. Y continuó:
-Besteiro, por su propia personalidad, por su figura llítica, es suficiente para que se baste a sí mismo para presentarse. Socialistas, Carrillo, U.G.T., Vega. -Nuevamente intervine:
-Pero, ¡si ¡Vega no sabe nada! Me he separado de él en Elche, y no hemos hablado de semejante cosa.

Volvían otra vez las vacilacianes. Casado interrogaba can la mirada a Carrillo Y a Besteiro. Mi presencia volvía a ser un obstáculo. Val y sus compañeros se mostraban
impacientes.
pues que no figure _propusieron.
-No. -dijo Casado- lo que haremos es designar or-
ganismos, Y mañana se dan los nambres, esto noS permi-
tirá cansultar a Vega.

Como siempre que adoptaban una resolucion, yo callaba, pero aun mi silencio se interpretaba y como no hice mas objeciones, todos se conformaron con esta solucion
Las frecuentes llamadas al teléfono' Y las constantes visitas de. jefes Y oficiales, que venían a recibir órdenes, obligaron a Casado a levantarse y se traslado a su despacho.
Elegi el sitio menos visible, y me senti procurando, sin perder detalle, hacerme el distraido y descuidado

Faltaban unos minutos para las doce, hora fijada para la emisión de radio.
Casado dio la orden de salir:
_Señores, ha llegada la hora. Vamos a dar el golpe,
y ¡qué cara van a poner algunos! ¿eh? -y se regocijaba can el supuesta de la impresión que el anuncia de su acta iba a causar en España Y en el extranjero.
Salimos lentamente, y las galerías se llenaron de per-
sonas, militares Y civiles, que esperaban este momento.
La cabina de la Radio resultaba muy reducida para tanta gente. Augusto Fernández, jefe de este servicio, preparó a las aradores.
¿Quién habla primero? _preguntó.
-Don Julián Besteiro _cantestó Casado.
_Siéntese usted -dijo Augusto a Besteira señalándo
el sitio delante del micrófano.
Periodistas, fotógrafos, todos pendientes de la palabrll
del orador, nada faltaba para dar solemnidad al golpe de
Estado que se estaba consumando.

Las galerías llenas de espectadores, no debieron estar tan concurridas ni en las días gloriosos del año 36.
¡Cuánta sangre vertida, cuánto sacrificio inútil iba a ser malogrado!
Ni Franco, aunque de este hecho resultaba tan favorecido, haría un comentario que honrase a sus actores. Estaba presente y dudaba. Me daban ganas de gritarles reclamando la suspensión de sus propósitos, que no sa¬crificasen la República, que iba a quedar destruida. Ni la dimisión de Azaña me parecía un acto de tanta trascendencia para la guerra, como el que aquellos hombres, ren¬corosos unos, egoístas las más, iban a realizar.

Los fotógrafos, antes de empezar los discursos, hicieran unas cuantas placas.
Los rostros reflejaban ansiedad; un silencio profundo. dejó oir con claridad las doce campanadas del reloj que colgaba en la pared .

Augusto, al que tantas veces hemos oído, anunció sereno, sin atisbas de emoción, como si se tratara de un asunto normal y sencillo:
Besteiro, con voz entrecortada, salpicaba con saliva las cuartillas y tropezando en las palabras comenzó a leer su discurso:
"Ciudadanos españoles: Después de un largo y penoso silencio, me veo obligado a dirigiros la palabra por un. Imperativo de la conciencia desde un micrófono de Madrid. Ha llegado. el momento ya de irrumpir con la verdad y rasgar las redes de falsedades en que estamos envueltos. Es una necesidad ineludible, un deber de humanidad Y' una exigencia de la suprema ley de la salvación de la masa inocente e irresponsable. ¿Cuál es la realidad de 111 vid-a actual de la República? En parte lo saben, en parte' lo sospechan o lo presienten; en parte por lo menos lo
lloran. Hoy esa verdad, por amarga que sea no basta: reconocerla, sino que es preciso proclamarla en alta' voz para evitar mayores males y dar a la actuación pública urgente toda la abnegación y todo el valor que exigen las circunstancias


"La verdad es conciudadanos.,.- que después de la batalla del Ebro, los Ejércitos nacionalistas han ocupado totalmente Cataluña Y el Gobierno republicano ha andado errante y durante largo tiempo en territorio francés. La verdad es que cuando los ministros: de la República se han decidido a retornar a territorio español, carecían de toda base legal y todo el prestigio moral necesario para solucionar el grave problema que se presenta ante ellos. por la ausencia, y más aún por la renuncia del Presidente de la República, ésta se encuentra decapitada; constitu¬cionalmente, el Presidente del Congreso no sustituye al Presidente dimisionario más que con la obligación estricta de convocar a elecciones presidenciales en el plazo improrrogable de ocho días. Como el cumplimiento de este precepto constitucional es imposible en las actuales circuns¬tancias, el Gobierno del señor Negrín, falto de la asisten¬cia presidencial Y de la asistencia de toda la Cámara, a la cual sería vano intentar dar una apariencia de vida, ca¬recía de toda la legitimidad Y no podía ostentar título alguno al respecto y al reconocimiento de los republicanos. ¿ Quiere decir esto que en el territorio de la Repúblic existe un estado de desorden? No; el Gobierno del Sr. Ne¬grín cuando aún podía considerarse investido de la lega¬lidad, declaró el estado de guerra, y hoy, al desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército de la Repú¬blica existe con autoridad indiscutible Y la necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en su mano la solución de un problema gravísimo, de naturaleza esencialmente militar.


"¿ Quiere decir esto que el Ejército de la República se encuentra desasistido de la opinión civil? En modo alguno Aquí, en torno mío, en este mismo locutorio, se halla una representación de Izquierda Republicana, otra del Partido Socialista, y otra del Movimiento Libertario. Todo estos representantes, juntamente conmigo, est.amos dispuestos a prestar al poder legítimo del Ejército republi cano la asistencia necesaria en estas horas solemnes.

"El Gobierno del Sr. Negrín, con sus veladuras de la verdad y. con sus propuestas capciosas, no podía aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que se ha perdido para el interés de la masa ciudadana combatiente y no combatiente, y esta política de aplazamiento no podía tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional, desen¬cadene una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente' con nosotros, pereciesen masas proleta¬rias de muchas naciones del mundo.

"De esta política de finalidad catastrófica, de esta su¬misión a Órdenes extrañas, con una indiferencia completa hacia el dolor de la nación, está sobresaturada ya la opinión republicana.

"Yo os hablo desde este Madrid que ha sabido sufrir y sabe sufrir con emocionada dignidad su martirio; yo os hablo desde este rompeolas de todas las Españas, que dijo !l poeta inmortal, que hemos perdido tal vez abandonado m tierra extraña. Yo os hablo para deciros que cuando se pierde es cuando hay que demostrar -individuos y nacionalidades- el valor moral se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, si llega su fin, ano¬adados por la desgracia. Yo os: digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria ltteriallograda a fuerza de claudicaciones y de vilipendioso "Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis la propia personalidad, que en estos momentos graves, estáis, como 'nosotros lo asistimos al Poder legítimo de República, que transitoriamente no es otro que el poder militar


Se levantó confuso,. maquinalmente sentía la conciencia de su acto.
Agusto anuncio a Mera.
Este, en su importante aspecto, sin mirar a nadie, comenzo a leer.
Su cabellera enmarañado, descuidada su indumentaria.
resaltaba más en el contraste con los brillantes uniformes de los demás militares.
Su discurso fue una composición variada. Pedía la paz,

pero en condiciones honrosas Y dignas, y, de no lograrlo, luchar hasta morir, en cuya obligación no excluía a nadie, plagiando las palabras de Negrín: "O todos nos salvamos, o todos noS hundimos". posiblemente Mera era sincero. Creyendo firmemente

que se trataba de obtener una paz honrosa. Pero, en la fiebre de su exaltación caía, por pasión incontenida, en manifestaciones ofensivas Y graves contra Negrín, llamán¬dole ladrón Y otros, insultos. Me sentí avergonzado.

Me parecía increíble la estrecha convivencia de Besteiro y Carrillo con el hombre que acababa de verter tantas injurias ha,cia un hombre de su partido, y ni si¬quiera les disculpaba la ceguera de su pasión. Quizá n compartiesen, ni les pareciese justa la manera como tratÚ Mera a N egrín, pero' la considerarían necesaria para reba¬jar el prestigio' del hombre que había colocado a Españll en el rango que nuestra raza merece.

por último hablÓ Casado:
"Españoles de allende las trincheras: Una vez más os dirijo a vosotros desde Madrid, quicio de la guerra, capital de la Patria y espejo de las virtudes españolas, fijándome un poco en los extravíos Y las ambiciones que nos separar I , pero mucho en el dolor que por igual sufrimos Y en el amor -que no quiero suponer extinguido en vosotros- a este suelo nativo que desde hace treinta y un mes estarmos cubriendo de ruinas y de sangre. Soy lo que siempre fui y estoy donde siempre estuve. Militar que jamás intento mandar a su pueblo, sino servirle en toda ocasión, porque entiendo que la milicia no es cerebro de la vida publica sino brazo nacional.
"Quien os habla juró lealtad a una bandera leal y
A ella sigue.

"Tiene la obligación de luchar por la libertad y Independencia de su pueblo, y en defenderlo con su Mayor orgullo.

fecunda Y la penosa esclavitud, entre la paz en provecho de España o la guerra al servicio de los colores imperialistas . .En nuestra zona no hay extranjeros. Para que el carácter de nuestra lucha no quede en dudas mal intencionadas, hemos prescindido hasta de la ayuda que quisieron prestarnos algunos hombres de diversos países, sin intervención de ningún Estado. Sólo españoles hay en nuestro ejército.



Volved. los ojos al interés patriótico, la mirada a España. Es esto lo que nos importa como base de cualquier aspiración que lícitamente podamos tener. Nuestra lucha no terminará mientras no se asegure la Independencia d España. El pueblo español no abandonará las armas mien¬tras no tenga la garantía de una paz sin crímenes.

"No soy yo quien os habla. Os dice esto un millón del, hombres movilizados para la guerra Y una retaguardia sin fronteras ni retiradas. y dispuesta a batirse en lucha a muerte por la consecución de estos fines, que son de paz. Asegurar la independencia de España Y evitar que nuestro país se sumerja en un mar de sangre, de odio" y de persecuciones que hagan posible por muchas gen 1 raciones una Patria española, unida por algo más que por la dominación extranjera, la violencia Y el terror.

"En vuestras manos, que no en las nuestras, está hoy 1 I la paz necesaria para que España se recobre a sí misma" y la guerra, sangre que la debilita Y la desbrava, para ponerla al servicio de la invasión. Escoged, que si nos ofrecierais la paz, encontraríais generoso corazón de españoles, si continuais haciéndos Y haciéndonos la gUerra hallaríais implacable, segura, templada como el acero de las bayonetas, nuestra heroica moral de combatientel La paz por España o la lucha a muerté. Para una y para otra decisión estamos dispuestos los españoles independientes Y libres, que no tomamos sobre nuestra conciencia 1 la responsabilidad de destruir nuestra Patria.
“Españoles:¡Viva La Republica! ¡Viva España!”
Se haboa consumado el hecho.
Las emisoras del mundo habian captado la noticia
Ellos se regocijaban ante el estupor que iba a causar
Al gobierno esta decisión
Después de hablar por el micrófono se sintieron mas aliviados del peso que gravitaba sobre ellos, y mas comunicativos.
En sus comentarios se apreciaba como con sus palabras querian disimular la incertidumbre que el resultado de sus actos les producian.

El programa del Consejo naciente ofrecia como unica mision hacer la paz.
La prensa de Paris, al día siguiente hizo el siguiente comentario:
“Los comentarios de Cartagena y de Madrid se conocian desde hace una semana por parte de los Gobiernos de Francia y de Inglaterra.
“El cónsul de la Gran Bretaña en Madrid ha tomado parte importantes en los preparativos para el movimiento de Casado, cuyos sucesivos actos se llevarian a cabo es activa colaboración con los Gabinetes de estos dos paises”.
¡Veremos para que sirvieron!

No hay comentarios :