Cada pocos años, The Economist resucita un guion familiar: Cuba se derrumba; Cuba implosiona; Cuba debe "cambiar drásticamente", invariablemente en dirección al neoliberalismo y la tutela estadounidense. Su artículo del 18 de noviembre de 2025, rebosante de compasión artificial y desprecio bien ensayado, repite este coro trillado. Con indignación moral, enumera los precios de los huevos y el arroz, invoca el espectro de la crisis humanitaria y declara, una vez más, que Cuba se encamina hacia el desastre.
Pero lo que The Economist se niega a confrontar, y con lo que cualquier análisis honesto debe partir, es el hecho central de la vida cubana: Cuba no está fracasando. Cuba está siendo estrangulada. Una nación sitiada no es lo mismo que una nación en colapso.
Ignorar el bloqueo estadounidense —hoy en día la guerra económica más larga y más punitiva de la historia moderna— no es sólo intelectualmente deshonesto: es propaganda disfrazada de periodismo.
El desfile de precios del artículo —huevos, frijoles, arroz— no son datos económicos neutrales, sino la instrumentalización de la escasez. Son las consecuencias de una estrategia deliberada de Estados Unidos, explícitamente articulada en un memorando de 1960, ahora desclasificado, de Lester Mallory, entonces subsecretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental:
“Se deben emplear todos los medios posibles… para debilitar la vida económica de Cuba… para provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Ignorar el bloqueo estadounidense —hoy en día la guerra económica más larga y más punitiva de la historia moderna— no es sólo intelectualmente deshonesto: es propaganda disfrazada de periodismo.
El desfile de precios del artículo —huevos, frijoles, arroz— no son datos económicos neutrales, sino la instrumentalización de la escasez. Son las consecuencias de una estrategia deliberada de Estados Unidos, explícitamente articulada en un memorando de 1960, ahora desclasificado, de Lester Mallory, entonces subsecretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental:
“Se deben emplear todos los medios posibles… para debilitar la vida económica de Cuba… para provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Esto no es una conjetura. Es una política.
En este entorno, cada paso en falso de las autoridades cubanas —errores que ocurren en todas las naciones, incluidas aquellas que se proclaman "altamente desarrolladas"— se amplifica y se instrumentaliza deliberadamente. El bloqueo económico está diseñado para dificultar extraordinariamente la gobernabilidad en Cuba, obligando al Estado a funcionar en un contexto de escasez implacable, opciones limitadas y una mayor vulnerabilidad. Cualquier falla que surja en estas condiciones no indica el fracaso del socialismo; más bien, revela los efectos previstos de la estrategia imperial estadounidense: generar frustración, erosionar la confianza y cultivar una percepción de incompetencia gubernamental. Esta percepción artificial se ve amplificada por los ecosistemas mediáticos y las plataformas digitales financiados por Estados Unidos, cuyo objetivo es sembrar confusión, cinismo y desconfianza en la sociedad cubana.
Durante 65 años, Washington se ha propuesto precisamente eso: paralizar la economía cubana, privarla de recursos, aislarla de las finanzas globales, bloquear alimentos, combustible, medicamentos e inversiones, y castigar a cualquier país o empresa que se atreva a colaborar con ella. Esta no es una guerra metafórica; es una guerra estructural, económica y psicológica diseñada para generar la escasez que The Economist ahora reporta como si fuera un fenómeno natural.
Omitir el bloqueo en cualquier discusión sobre las penurias cubanas es como describir los síntomas de un paciente ocultando el hecho de que alguien lo está asfixiando con una almohada.
Incluso bajo este prolongado asedio, Cuba ha logrado resultados sociales que los estados capitalistas ricos —aquellos más ansiosos por sermonear al mundo— han fracasado sistemáticamente. La isla ofrece atención médica universal, educación gratuita desde preescolar hasta el doctorado, y ha alcanzado una de las tasas de alfabetización más altas del mundo. Su esperanza de vida rivaliza con la de Estados Unidos, a pesar de gastar solo una fracción per cápita en atención médica. Y a pesar de sus dificultades, Cuba ha demostrado un nivel de solidaridad médica internacional sin igual en ninguna otra nación del mundo.
Según The Economist , esto es un “fracaso”.
Mientras tanto, en Estados Unidos —el autoproclamado modelo mundial de éxito— 40 millones de personas viven en la pobreza, cientos de miles duermen en la calle, decenas de millones carecen de atención médica y los niños pasan hambre en un país que desperdicia miles de millones de dólares en alimentos. En el Reino Unido, la austeridad se ha convertido en una doctrina, el Servicio Nacional de Salud (NHS) está siendo desmantelado y los bancos de alimentos son ahora un elemento permanente de la vida pública.
¿Quién es entonces el Estado fallido?
¿Cuba, que a pesar de sufrir el equivalente económico de un huracán cada día durante seis décadas, todavía insiste en que la dignidad es un derecho humano?
¿O los Estados capitalistas que abandonan a sus pobres, criminalizan a sus marginados y devoran su propio tejido social?
La Revolución Cubana no finge que todo está bien: una victoria de la ética sobre el cinismo. No oculta sus problemas. No busca victorias fáciles ni adorna la realidad con ilusiones reconfortantes. Este es el fundamento ético del socialismo cubano, un fundamento ético cimentado en el inmortal mandato de Amílcar Cabral:
Las declaraciones del presidente Miguel Díaz-Canel a principios de este año ejemplifican esta honestidad revolucionaria: defendiendo el lema del revolucionario africano Amílcar Cabral: “No mientas, no cantes victorias fáciles”. Ante el agravamiento de las desigualdades, las distorsiones económicas y las fricciones sociales del país, declaró:
La Revolución no oculta sus problemas. Los afronta con ética y justicia social, incluso en circunstancias extremas.
En un mundo donde los líderes de los países ricos patologizan la pobreza y culpan a los pobres de su sufrimiento, el liderazgo cubano dice algo completamente diferente y mucho más humano. Como declaró Díaz-Canel:
“Éstos son nuestros problemas: nuestras personas sin hogar, nuestras comunidades vulnerables, nuestras desigualdades sociales”.
En esa simple palabra, nuestro, reside todo el abismo moral que separa al socialismo cubano de la crueldad capitalista.
Toda nación que se ha atrevido a romper con el control imperial ha sido brutalmente castigada: Haití después de 1804, los movimientos anticoloniales en África y Asia, y las innumerables revoluciones latinoamericanas. Esta es la realidad histórica y global: el largo historial del imperio de sabotear la liberación; Cuba no es la excepción.
El incesante ataque estadounidense contra Cuba ha adoptado diversas formas: militar, económica, encubierta y psicológica. Ha incluido invasiones, intentos de asesinato, guerra biológica, ataques terroristas, sabotaje económico y una guerra de información sostenida, todos diseñados para desestabilizar la isla y socavar su soberanía. Más recientemente, esta campaña se ha extendido a la intervención directa en la moneda y los mecanismos de precios de Cuba, una táctica recién revelada que expone aún más la magnitud y persistencia de los esfuerzos de Washington por debilitar a la Revolución Cubana por cualquier medio.
The Economist no menciona nada de esto. En cambio, culpa a la víctima por las heridas infligidas por el agresor.
A pesar de una presión sin precedentes, Cuba no ha abandonado a su pueblo. De hecho, su socialismo está bajo asedio y aún persiste. Ha lanzado más de treinta programas sociales específicos para abordar la vulnerabilidad y la desigualdad, incluso con la escasez de recursos. Interactúa con los manifestantes no con policías antidisturbios y gases lacrimógenos, como se hace en Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, sino con diálogo y explicaciones.
Donde los estados capitalistas reniegan de sus pobres, Cuba los reclama. Donde los estados capitalistas criminalizan la desesperación, Cuba busca soluciones. Donde los estados capitalistas privatizan el sufrimiento, Cuba socializa el cuidado.
Si The Economist estuviera realmente preocupado por las penurias humanas, sus reportajes más urgentes no provendrían de La Habana, sino de Los Ángeles, de Londres, de las favelas creadas por el neoliberalismo, de Gaza, donde las bombas apoyadas por Occidente arrasan barrios enteros, de Haití, destrozado por décadas de intervención occidental. La verdadera crisis es la crisis global del capitalismo y el imperialismo, no de una Cuba asediada.
Pero las narrativas imperiales siempre invierten la realidad.
Cuba, una pequeña isla que lucha por respirar bajo asedio, es retratada como un desastre, mientras que las naciones ricas que generan desigualdad global, guerra y destrucción ecológica son presentadas como modelos.
Cuba se enfrenta a verdaderas dificultades; ningún observador honesto lo niega. Pero las dificultades impuestas por un asedio externo no son lo mismo que un fracaso sistémico. La supervivencia de la Revolución, su compromiso con la ética y su fidelidad a la justicia social no son signos de decadencia. Son signos de dignidad.
Reconstruir su economía, reparar su tejido social, cumplir sus compromisos con la salud, la educación y la solidaridad, todo ello frente al imperio más poderoso de la historia, eso no es un fracaso.
Es un logro revolucionario. La lucha de Cuba no es un colapso, es una resistencia.
Así que cuando The Economist proclama que Cuba es una nación “encaminada al desastre”, nos dice mucho menos sobre Cuba que sobre la visión del mundo de aquellos que no pueden imaginar una sociedad organizada en torno a la justicia y no al lucro.
La verdadera pregunta no es si Cuba está fracasando.
Las verdaderas preguntas son: ¿Por qué Cuba sigue en pie? ¿Por qué Cuba se niega a rendirse?
¿Por qué Cuba continúa encarnando valores que el mundo capitalista abandonó hace mucho tiempo?
Y quizás lo más importante:
Si Cuba es realmente un Estado fallido, ¿por qué Estados Unidos debe gastar montañas incalculables de dólares cada año para tratar de hacerla fracasar?
Un estado fallido se derrumba por sí solo. Un estado asediado sobrevive a pesar de quienes desean destruirlo.
Cuba es esto último. Y eso es precisamente lo que The Economist no puede tolerar ni perdonar.
Isaac Saney es especialista en Estudios Afroamericanos y Cuba en la Universidad de Dalhousie y coordinador del programa de Estudios de la Diáspora Negra y Africana. Es autor de varios libros, entre ellos, «Cuba, África y el fin del apartheid: El regreso de los niños de África» .
FUENTE: Resumen Latinoamericano – Inglés
FOTO: 'Por Cuba, crearemos juntos' – La Habana, 1 de mayo de 2025. foto: Bill Hackwell