Translate,translator,traducteur,Übersetzer, traduttore,tradutor,переводчик

martes, junio 03, 2025

Activismo serio

 Por Sofía Lisboa

Necesitamos volver a los clubes recreativos, a las asociaciones estudiantiles, a las actividades de los consejos parroquiales y a los sindicatos. Es necesario asumir responsabilidades en los partidos. Si no estamos involucrados en ninguna de estas esferas, ¿dónde creemos que podemos ir para competir en el mundo?

Un niño observa a su madre votar en la parroquia de Bencatel, cuya población se manifiesta contra el cierre de la EN254, principal acceso a la cabecera municipal. Bencatel, Vila Viçosa, 24 de enero de 2021. Más de 10 millones de electores están llamados hoy a elegir entre los siete candidatos a la Presidencia de la República. La toma de posesión del próximo Jefe de Estado tendrá lugar el 9 de marzo, ante la Asamblea de la República, según lo determina la Constitución.
CréditosNuno Veiga / Agencia Lusa

Las elecciones legislativas del 18 de mayo de 2025 no representan, contrariamente a lo que pueda parecer, un punto de ruptura, sino más bien la profundización de un camino recorrido durante años, un camino en el que el gobierno del Partido Socialista, especialmente durante sus dos últimos años con mayoría absoluta, contribuyó decisivamente a agravar las desigualdades entre los que mucho tienen y los que apenas tienen lo suficiente, preparando el terreno fértil donde ahora florece el giro a la derecha. AD, Chega e Iniciativa Liberal registraron aumentos significativos, pese a que son precisamente las políticas que estos partidos defienden –austeridad disimulada, desregulación laboral y debilitamiento del Estado Social– las que están en el origen del descontento popular.

El ascenso de la derecha se produce, paradójicamente, en un momento en que el país todavía siente los efectos del empobrecimiento promovido por esas mismas orientaciones políticas en ciclos anteriores. Peor aún, el primer ministro Luís Montenegro regresa al cargo rodeado de sospechas de un conflicto de intereses entre su cargo público y sus vínculos empresariales, sin que esto parezca molestar a gran parte del electorado que, al mismo tiempo, clama contra la corrupción de los “políticos”.

¿Cómo se puede explicar esta contradicción? Quizás por la fuerza de una idea que la derecha supo vender bien: la ilusión del éxito individual, de la meritocracia como justicia, del emprendimiento como liberación. Una idea que promete ascenso social a través del esfuerzo personal, incluso cuando todo a su alrededor contradice esta promesa. Sin embargo, para muchas personas esta promesa suena más concreta y esperanzadora que el discurso sobre la solidaridad o la justicia social.

Aunque siguen viviendo en condiciones precarias, sin vivienda digna, sin tiempo para vivir ni ver crecer a sus hijos, explotados laboralmente, aislados en la soledad de una vida cotidiana atomizada, esta perspectiva de triunfar individualmente sigue dominando. Y es precisamente ahí donde debemos detenernos, mirar lo que nos rodea, pensar que, por mucho que nos digan que el camino es recto, hay veces que avanzar sin ver es caer en el mismo agujero en el que caímos ayer.

« El ascenso de la derecha se produce, paradójicamente, en un momento en que el país aún siente los efectos del empobrecimiento promovido por esas mismas orientaciones políticas en ciclos anteriores. »

La ira crece, sí, pero en lugar de dar paso a un grito colectivo, se transforma en un murmullo sospechoso, dirigido hacia los lados y nunca hacia arriba. Se dirige a los inmigrantes, a los pobres, a los más vulnerables. Es una rabia sin brújula, sin conciencia de quién se beneficia de la división.

Por otro lado, la izquierda perdió terreno. El PS perdió 400 mil votos, el BE 150 mil, quedando reducido a un diputado. La CDU perdió 20 mil votos, pero logró desafiar, una vez más, las sentencias que dictaban su desaparición. El pequeño crecimiento de Livre (50 mil votos) no es suficiente para compensar esta hemorragia. Y la abstención, aunque menor que en años anteriores, sigue siendo alta: votaron 200.000 personas menos que en 2024. La desmovilización es real. Y no es sólo electoral: es social, cultural y comunitario. Y la pregunta que surge, si queremos escuchar algo más que el ruido de fondo de los noticieros que alimentan la desorientación general, es sencilla: ¿dónde estamos cuando no estamos en ninguna parte?

La respuesta no está en fórmulas mágicas, sino en algo más exigente: asumir en serio el activismo. Suponiendo que es necesario sacrificar la aparente comodidad del individualismo para recuperar la fuerza de la vida comunitaria. Que quizás el mayor sacrificio sea dejar de ver el mundo como espejo de deseos, para verlo como es: desigual, injusto, pero transformable.

Necesitamos volver a los clubes recreativos, a las asociaciones deportivas, a los comités de festivales vecinales, a las asociaciones estudiantiles, a las actividades de los consejos parroquiales y a los sindicatos. Es necesario asumir responsabilidades en los partidos. Si no estamos involucrados en ninguna de estas esferas, ¿dónde creemos que podemos ir para competir en el mundo? Es urgente participar, construir, discutir, como nunca antes. Un primer paso es tomar en serio las próximas elecciones locales y pensar en el derecho a la ciudad, a la vivienda, a la movilidad, a la cultura, como campos de disputa y no como servicios que nos son –mal– prestados desde arriba.

Sabemos que es más fácil no hacer nada, y que hay días en los que incluso levantar la cabeza parece un esfuerzo inútil. Pero quizá valga la pena recordar que aquel 25 de abril, del que hoy se cumplen 51 años, no fue obra de quienes se quedaron esperando, ni de quienes dijeron que sólo quienes se metían en política hacían el mal. De lo contrario. Fue hecho por aquellos que creían que lo imposible era sólo aquello que aún no se había intentado con suficiente fuerza y ​​organización efectiva. O, en otras palabras, para aquellos que se dieron cuenta de que las injusticias eran suficientes para hacerles incapaces de vivir de otra manera. 

Tenemos que comprometernos, sí, aunque nos cueste tiempo, espacio, paz, incluso algo de paz doméstica que a veces confundimos con felicidad, aunque nos arruine los planes de quedarnos en el sofá viendo series sobre revoluciones que no hicimos. Tenemos que implicarnos, poner manos y cabeza en lo que se construye con otros, porque al final –y no hace falta ir muy lejos para darnos cuenta de ello– tendremos más que ganar en el compartir imperfecto de la vida cotidiana que en la ordenada soledad de la comodidad individual. Y si alguien nos pregunta si todavía vale la pena luchar, si todavía se justifica este esfuerzo, esta terquedad en querer cambiar el mundo cuando todo parece ya decidido y perdido, quizá podamos devolverle la pregunta, no como un desafío, sino como una invitación sencilla y sin pretensiones: ¿y si empezamos por intentarlo? Lo mínimo que cada uno puede dar debe ser más que nada, y entonces seguro que será suficiente.

No hay comentarios :