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sábado, junio 22, 2019

El 15M sigue despertando simpatías, ocho años después



El 15M va camino de convertirse en lo que la literatura denomina un evento transformador (eventful event) de trascendencia histórica. Más allá del surgimiento de un partido político como Podemos, es posible que su influencia a medio plazo se extienda a la cultura política de la ciudadanía en España. Sin duda, su huella está presente en el campo de los movimientos sociales progresistas, incorporándose a la memoria que alimenta la identidad colectiva y las prácticas de las movilizaciones en el presente (Gongaware, 2011). Sin embargo, su relevancia puede trascender los círculos del activismo más vivo para configurarse como un factor de (re)politización de un grupo más amplio de la ciudadanía, especialmente, los jóvenes (Benedicto y Ramos, 2018) y los sectores progresistas, donde su legado parece configurarse como un posible componente de la cultura política.
¿Perdura el 15M en la memoria de la ciudadanía? ¿Conserva los niveles de simpatía que despertó en su día? ¿Se está transmitiendo ese conocimiento y adhesión a la juventud que no lo experimentó directamente? ¿Qué huella electoral ha dejado?


Coincidiendo con su octavo aniversario, en este post exploramos el recuerdo del 15M y el grado de simpatía que sigue despertando hoy en día. Para ello utilizamos evidencia recogida a través de una encuesta telefónica representativa de la población (PROTEiCA-ficha metodológica) y la comparamos con la obtenida en 2011 por el CIS (Estudio 2920), cuando el movimiento alcanzó una visibilidad extraordinaria. Los resultados sugieren que el 15M sigue vivo en la memoria política de la ciudadanía.
El Gráfico 1 muestra que, en marzo de 2019, el 78% de las personas entrevistadas declaró haber oído hablar del 15M, respecto al 89% de finales de 2011, cuando el movimiento todavía estaba en las calles y aparecían las primeras "mareas" en defensa de los servicios públicos (marea verde, marea blanca, etc.). También revela que, el 13% de las personas entrevistadas en 2019 afirma que participó en alguna de las protestas vinculadas al 15M, frente al 10% en 2011. Este incremento en el porcentaje de participantes se explica porque el movimiento siguió activo más allá del año 2011, convocando a la ciudadanía, y protagonizando protestas multitudinarias, especialmente durante los dos años siguientes. Entre las personas que lo conocen, el grado de simpatía se ha mantenido estable: en una escala 0-10, la valoración media se sitúa ligeramente por encima del 5. Las personas que simpatizan claramente con el movimiento (igual o por encima del valor 7) son algo más frecuentes en la actualidad que en 2011: un 39,2% frente al 36,5%.

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La memoria del 15M más allá de la experiencia en 2011

El 15M fue un movimiento multitudinario que logró gran presencia mediática y popularidad: interrogadas en noviembre de 2011, solo una de cada diez personas afirmó no haber oído hablar del 15M. El Gráfico 2, indica que en 2019 la memoria del evento sigue viva (especialmente si tenemos en cuenta las limitaciones de la encuesta telefónica para indagar sobre el pasado); pero también sugiere que esa memoria se está transmitiendo a las personas más jóvenes, entre quienes encontramos porcentajes relativamente elevados de conocimiento: por ejemplo, un 64% de las personas nacidas entre 1994 y el 2000 (que tenían entre 9 y 14 años en 2011), afirma conocer el 15M.

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El apoyo al 15M

Ocho años después, la simpatía que la ciudadanía muestra por el 15M permanece prácticamente inalterada. El gráfico 3 compara los niveles de simpatía hacia el 15M en 2011 y 2019 según el año de nacimiento. Las líneas representan los valores medios para cada año en una escala 0-10, donde 0 significa que "no simpatiza en absoluto" y 10 que "simpatiza completamente". El solapamiento de ambas líneas, indica que el apoyo se mantiene inalterado en los distintos grupos de edad. En ambos momentos, la simpatía es mayor entre los más jóvenes y, curiosamente, en 2019 aparece más elevada aún entre ese grupo de muy jóvenes, que apenas estaban empezando su exposición a la socialización política en los años álgidos del 15M. Esta evidencia habla a favor de la hipótesis de que el 15M se está configurado como un referente simbólico de la cultura política en España.  

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¿Ha cambiado el perfil de quienes manifiestan simpatía por el 15M a lo largo de estos ocho años? El gráfico 4 muestra el grado de simpatía en ambos momentos en función de la posición ideológica (la interpretación debe tener en cuenta que el CIS utiliza una escala de 1 a 10 en 2011 mientras que la que usamos en 2019 va de 0 a 10). Como puede observarse, quienes se consideran de izquierdas siguen manifestando una mayor simpatía por el movimiento que los de derechas El nivel de simpatía aparece incluso algo más elevado para 2019. Esto puede deberse a que hoy recuerdan aquellas protestas menos personas (como hemos visto con los porcentajes de conocimiento). Resulta lógico que quienes sí las recuerden sean, al menos en parte, quienes mantienen un vínculo afectivo o una simpatía mayor por el movimiento. Constatamos, pues, que no hay cambios relevantes (ocho años después) en la composición de las bases ideológicas del apoyo al 15M. Tampoco hay sorpresas respecto al hecho de que la simpatía por el 15 M sea mayor entre quienes recuerdan haber participado en las protestas. Solo una parte muy minoritaria de quienes salieron a las calles entonces valora ahora negativamente las movilizaciones (menos del 5%).

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La huella electoral del 15M, ocho años después

La asociación entre el apoyo al 15M y el cambio electoral resultó evidente en anteriores elecciones, estando en el origen del fin del bipartidismo en España y siendo Podemos el partido que en mayor medida supo cristalizar el descontento de los "indignados". ¿Cómo ha evolucionado en las urnas la adhesión al 15M? El gráfico 5 presenta las valoraciones medias de la simpatía hacia el 15M entre las bases electorales de los principales partidos a nivel nacional en función de tres indicadores del voto y para tres momentos electorales: las elecciones generales de 2011, 2016 y 2019. Para las dos primeras utilizamos el recuerdo de voto, mientras que la evidencia para 2019 se refiere a intención de voto. En el gráfico hemos ordenado de izquierda a derecha, en orden decreciente, los valores de los votantes de cada partido.
El gráfico 5 muestra una clara asociación entre la orientación del voto y el apoyo al 15M. Inicialmente IU y, luego, Podemos y (sus coaliciones) han atraído a los votantes con mayores niveles de simpatía hacia el 15M, mientras que entre las bases electorales de los partidos más conservadores (PP y Vox encontramos que la simpatía es mucho menor. Los valores de adhesión al movimiento sugieren también una tendencia hacia la polarización del electorado: mientras que la simpatía hacia el 15M crece levemente en el electorado de los partidos de izquierdas, y especialmente entre las bases del PSOE, la misma se reduce (su media baja por debajo del aprobado-el 5) entre los votantes de partidos conservadores (Cs, PP, y Vox).

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En definitiva, la evidencia que mostramos sugiere que el 15M constituyó un evento político transformador. El hecho de que en 2019 los más jóvenes, incluso aquellos que en 2011 estaban lejos de ser adultos, conozcan el movimiento y muestren niveles de apoyo elevados es un claro indicador de su trascendencia temporal. El 15M se está configurando como un referente para la izquierda, no sólo para el activismo de los movimientos sociales transformadores, sino para la ciudadanía progresista en general. El ascendente del 15M y del ciclo de movilización política que lideró, también se manifiesta en la cristalización de una respuesta desde el polo conservador. La polarización actual del electorado que hemos visto en los resultados de las recientes elecciones generales se vislumbra aquí en la distribución de las simpatías hacia el 15M. El "sí se puede" de los militantes socialistas concentrados en la calle Ferraz el pasado 28 de abril, puede leerse como expresión del "sí se puede" transformador de la política que nació en mayo de 2011.
PROTEiCA, "Protesta, aprendizaje y cambio político" (FEDER/ Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades-Agencia Estatal de Investigación -Ref. CS2017-84861-P)

La retirada soviética de Afganistán: 25 años después


  1. El 15 de febrero de 1989, abandonaban suelo afgano los últimos soldados soviéticos desplegados en Afganistán. Lo que se conoció como el Vietnam para la URSS, quedaba atrás. Casi 10 años de guerra que se cobraron 15.000 vidas soviéticas. Lo que en aquel momento fue visto como una derrota soviética, hoy los ciudadanos rusos y de las demás repúblicas soviéticas, lo ven con cierto orgullo desde la perspectiva histórica actual.


El gobierno bolchevique dirigido por Vladimir Lenin fue el primero en reconocer la independencia de Afganistán en 1919. Hasta 1973, el país estuvo dirigido por distintos monarcas de la dinastía Mohammadzai. En 1973 Mohammed Daud Khan, da un golpe y proclama la república. Sus promesas no fueron cumplidas, causando una gran decepción en el pueblo afgano, que en 1978 se manifestaba masivamente contra su gobierno. Lejos de atender las reivindicaciones populares, Daud reprimió las protestas asesinando a un militante del Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (La fuerza política que aglutinaba a las personas y sectores más progresistas y avanzados de la sociedad afgana). Aquel asesinato desencadenó la conocida como Revolución Saur, con la que el PDPA se instaló en el poder.








 

Mujer afganistán socialista
Mujeres afganas en los años 80

El gobierno del PDPA inició una serie de reformas progresistas tales como una campaña de alfabetización nunca antes vista, la separación del estado de cualquier religión, la prohibición de la usura, la ansiada reforma agraria, el establecimiento de un salario mínimo, la legalización de sindicatos. Las mujeres podían ir con el pelo descubierto, trabajar o estudiar libremente, y otros mecanismos que le equiparaban en derechos al hombre (conducir un vehículo, por ejemplo). La atención médica, la vivienda, el desarrollo de la industria y el transporte, la nacionalización del agua etc. fueron las prioridades del nuevo gobierno afgano.

A finales de 1978, el nuevo gobierno afgano firmaba un Tratado de Amistad y Cooperación con la URSS, algo que no podía tolerar el gobierno de los EEUU. Ello lleva a que Jimmy Carter ordenara a la CIA la financiación en secreto de la oposición al gobierno, o dicho de otra manera, desde mediados de 1979 los muyaidines talibanes recibieron apoyo financiero y logístico de EEUU.
Mujer afganistán socialista.

Las mujeres pudieron ir a la Universidad
Todas estas reformas se toparon con la oposición del fanatismo religioso y EEUU. Los talibanes, mediante atentados terroristas, ataques armados y rebeliones hacían tambalear el poder del gobierno. El Gobierno afgano solicitó ayuda a la URSS. Primero llegaron asesores técnicos, y el 25 de diciembre de 1979 se produciría el envío de tropas de apoyo al gobierno democrático de Afganistán.

En menos de 24 horas, el Ejército Soviético controlaba las ciudades afganas. Las operaciones militares eran resueltas con éxito por el ejército Soviético, aunque las bajas se iban produciendo año tras año.

El bloque occidental respondía armando y financiando a los talibanes y boicoteando los JJOO de Moscú en 1980. Hollywood también puso su grano de arena, en Rambo 3 podemos ver a Sylvester Stallone luchando contra los soviéticos y ayudando a los muyaidines, a los que se refiere como "amigos de la libertad".

Además de la OTAN, China e Irán también prestaron apoyo a los fanáticos mediante suministro de armas y financiero. El Ejército Soviético no se enfrentaba a un Ejército regular, se enfrentaba a un enemigo invisible que sólo atacaba cuando lo tenía todo a favor para posteriormente desaparecer.

Los soldados soviéticos además de enfrentarse al enemigo, tuvieron que vivir la desconfianza de la población en un país con el que tenían poco que ver. Era un país extraño, con costumbres alejadas a las soviéticas. Esto pasó factura a la moral del Ejército.

Además, en plena Perestroika, la URSS estaba viviendo una época convulsa. Gorbachov ordenó la retirada ordenada del Ejército. El 15 de febrero de 1989, abandonaban Afganistán las últimas unidades soviéticas.

Tras la retirada soviética, la República Democrática de Afganistán tuvo que enfrentarse sola a sus enemigos: Fundamentalistas llegados de distintos países, con la intención de establecer una severa Ley religiosa. De las 28 provincias de Afganistán, los muyahidines sólo controlaban Bamiyán y Tolukán. Pero el gobierno afgano acababa de perder su único apoyo, ahora tendría que enfrentarse también al bloqueo internacional. En 1990, el gobierno perdió el control de las principales ciudades y el año siguiente sólo controlaban el 10% del territorio. En 1992, los muyahidines tomaron Kabul sin encontrar ningún tipo de resistencia.

La historia tiene estas paradojas, los talibanes ganaban la guerra gracias al apoyo financiero y armamentístico de EEUU. El mundo occidental celebraba la retirada soviética.

Hoy 25 años después, los veteranos de aquella guerra exigen reconocimiento social. En las repúblicas ex soviéticas hay dos lecturas de lo que fue la guerra de Afganistán. La mayoría piensa que fue un error, la URSS no debería haber ayudado a Afganistán reflejada en la máxima "Que cada perro sacuda sus pulgas". Pero también hay quien cree que la URSS tenía el deber internacionalista de ayudar al pueblo Afgano. El Secretario General del PCFR, señalaba en un comunicado "Los combatientes internacionalistas soviéticos cumplieron con su deber con honor y valentía, no solo defendiendo las fronteras meridionales de la URSS, sino, y esto es lo principal en misión de ayuda inaplazable a un pueblo hermano. Ellos dieron muestra de su valentía y heroísmo, batallaron y entregaron sus vidas en los combates por la soberanía de la república, demostrando de este modo que habían llegado allí sin ánimo de conquista.

Soldados soviéticos retirándose de territorio afgano

“La RDA tuvo una mentalidad de asedio, y en una ciudad asediada es difícil que se alcen torres”



No todos cruzaron el Muro de Berlín en la misma dirección. Victor Grossman (Nueva York, 1928) fue uno de los que lo hizo en dirección contraria. Stephen Wechsler llegó a Baviera como soldado del ejército estadounidense a comienzos de los cincuenta, en el momento álgido del maccarthismo. Cuando el ejército descubrió su pasado como militante del Partido Comunista de EEUU, Wechsler decidió desertar. Lo hizo por Austria, cruzando el Danubio a nado. En la otra orilla, Stephen Wechsler cambió su nombre por el de Victor Grossman, y comenzó a trabajar como periodista. Como estadounidense en la primera línea de frente de la Guerra Fría, Grossman fue testigo de privilegio tanto de la construcción como de la desaparición de la RDA.
¿Cómo debo llamarle? ¿Victor Grossman o Stephen Wechsler?
[Risas] Grossman es el nombre que uso. En EE UU, para mis familiares y mis amigos soy Steve, pero aquí soy Victor Grossman. ¿Cómo me llegué a acostumbrar al nombre? Buena pregunta. No me gustaba el nombre de Victor Grossman, no lo elegí yo, pero no me quedó otro remedio que acostumbrarme a él y me acostumbré a él.
¿Por qué decidió cruzar…
…en la dirección equivocada? En EE UU militaba en varias organizaciones izquierdistas, especialmente mientras estudiaba en la Universidad de Harvard. Después de la universidad trabajé en dos fábricas. Entonces estalló la Guerra de Corea y me llamaron a filas. Todos los reclutas tenían que firmar una declaración afirmando que no eran ni habían sido miembros de una de las 120 organizaciones de una lista, casi todas ellas de izquierdas, y yo había estado en una docena. Aún militaba en algunas de ellas. ¿Debía firmar o debía negarme a hacerlo? No sabía qué hacer. Los años del maccarthismo fueron muy difíciles. Entonces había una ley que obligaba a los miembros de aquellas organizaciones a inscribirse en la policía como "agentes extranjeros". Si no lo hacían podían ser castigados con hasta 10.000 dólares y 5 años de prisión por cada día que no informasen a la policía. Una semana hubieran sido 35 años. Y yo no lo había hecho desde al menos seis meses... Tenía miedo a admitir que había formado parte de aquellas organizaciones. Y firmé. Lo hice con la esperanza de que durante los dos años de servicio militar el ejército no me investigaría. Tuve suerte y no me enviaron a Corea, sino a Baviera. Las cosas parecían ir bien, pero entonces me investigaron. Puede que lo hicieran por un curso de operador de radio que realicé. Guardo una copia del informe del FBI sobre mí, 11.000 páginas. Una de esas páginas es una denuncia de un compañero de estudios en Harvard, acusándome de "rojo" y "radical". Quizá fuera eso el detonante. En cualquier caso, recibí una carta del Pentágono, pidiéndome que me presentase ante un tribunal al lunes siguiente. Una condena de varios años en una prisión militar era casi una condena a muerte. Por eso decidí desertar.
Lo hizo cruzando el Danubio.
No sabía cómo hacerlo. No podía preguntárselo a nadie. Intenté pedir información a los comunistas alemanes, pero no confiaron en mí: un estadounidense en uniforme militar, que no hablaba bien alemán... Claro que no podían confiar en mí. En Baviera no estábamos lejos de la frontera, pero si intentaba cruzarla por el bosque sin tener un mapa, esperando dar con la frontera, me arriesgaba a perderme y ser detenido, lo que hubiera sido mucho peor... Busqué el mejor lugar para cruzar sin ser visto. Recordé una visita que había hecho a Austria, donde la zona de ocupación aliada y soviética estaba dividida por el río Danubio. Viajé en tren hasta Linz, tratando de encontrar el río, a la madrugada del día siguiente lo encontré y lo crucé a nado.
¿Dónde pensaba que le trasladarían?
No lo sabía. Pensaba que me llevarían a la Unión Soviética o a Checoslovaquia. La verdad es que no quería vivir en Alemania oriental. Había estado estacionado en Alemania occidental y no me gustaba la atmósfera. Francamente, había demasiados nazis. Te lo decían abiertamente. La verdad es que no me importaba. En lo único que pensaba es en que no quería terminar en prisión. Los soviéticos ni siquiera me dijeron dónde me llevaban. Estuve dos semanas en Austria, luego me anunciaron que me marchaba, pero no me dijeron dónde. Durante el viaje, viendo las carreteras, lo adiviné. Pero la verdad es que no me importaba.
La mayoría de desertores de los ejércitos occidentales terminaban en Bautzen. De todas las ciudades, ésta es la que quedaba más lejos de cualquier frontera con Occidente. Además, había varias fábricas en las que los desertores podían trabajar. A pesar de tener sólo cuatro mil habitantes, la ciudad era grande, lo suficiente como para alojarnos. La mayoría de desertores eran estadounidenses, pero también había británicos, franceses, un grupo de africanos del ejército francés que no quería ir a combatir en Indochina, unos cuantos holandeses, un español -nadie supo cómo llegó allí; terminó en un psiquiátrico, era un excelente jugador de ajedrez, por cierto- y un mexicano. Algunos no estaban contentos. Sobre todo los que no fueron capaces de establecerse y encontrar esposa, fundar una familia. Nunca se adaptaron. Algunos de los que vinieron tenían una esposa alemana y se adaptaron sin problemas. Entonces no estaba el Muro, así que los que no se adaptaron simplemente se marcharon a Berlín Este y cruzaron la frontera. Unos iban, pero otros venían.
Es interesante, porque las historias que leemos son casi siempre sobre quienes desertaron a Occidente.
Entre los alemanes se trataba a menudo de motivos políticos, porque eran izquierdistas o esperaban vivir mejor en una economía socialista. Pero la mayoría de estos hombres, en mi opinión, no lo hicieron por motivos políticos. Era gente que había tenido problemas con el ejército, especialmente los estadounidenses. Desde problemas con la bebida hasta delitos menores. Algunos tenían novias o esposas de Berlín oriental, lo que no era bien visto por el ejército. En un par de casos se trataba de soldados negros que tenían esposas alemanas y huían del racismo y la discriminación. Dos estadounidenses vinieron porque no querían combatir en Corea. Entre los estadounidenses había al menos seis afroamericanos, algo muy poco habitual en aquella época en aquel rincón de Alemania. La mayoría de ellos seguramente no había visto a una persona negra en su vida.
La RDA, a la vista de que aquellos hombres no contaban con una buena formación, decidió ofrecerles cursos especializados que incluían clases de alemán o matemáticas. También algo de política, pero no mucho. Piense que había dos marroquís y un argelino que habían desertado del ejército francés que eran analfabetos. Después de aquello algunos se marcharon. Todos los afroamericanos, en cambio, se quedaron en la RDA.
Siendo estadounidense, ¿cómo se sintió durante todos aquellos años de Guerra Fría?
Son muchos años, treinta y siete años... Tenía sentimientos encontrados. Siempre me consideré estadounidense. Algunos adoptaron la nacionalidad germano-oriental, yo nunca lo hice. Aunqué había desertado del ejército, siempre me consideré un patriota estadounidense, pero no en el sentido habitual del término, sino en el de aquellos que lucharon y luchan por un país mejor, desde John Brown hasta Angela Davis, pasando por Martin Luther King, Malcolm X o Pete Seeger. Ésa era mi América.
¿En qué trabajó en la RDA?
En Leipzig estudié periodismo. De hecho, como he dicho en alguna ocasión, soy la única persona en el mundo que tiene un diploma de Harvard y otro de la Universidad Karl Marx. Y seguiré siéndolo, porque esa universidad ya no existe. [Risas] Mi trabajo en la RDA era básicamente informar de la vida en EE UU. No de la manera simplista y negativa que aparecía en los libros de texto o en los medios de comunicación, pero tampoco de la manera igualmente simplista, pero positiva, que aparecía en la televisión occidental, que mucha gente se creía. Traté de ofrecer una imagen de EE UU como un país lleno de conflictos y contrastes, con estándares de vida relativamente mejores que los de la RDA, pero también en el que vivía mucha gente con unos estándares de vida muy inferiores a los de la RDA.
¿Nunca pensó en regresar a EE UU?
Todo el tiempo. Pero era muy difícil. En los años setenta EE UU abrió una embajada en Berlín Este. Me invitaron a acudir para aclarar mi estatus y el de mis dos hijos. ¿Son estadounidenses, son alemanes? Fui con mucho miedo a hablar con el cónsul. La gente del consulado intentó convencerme de que volviese a EE.UU., asegurándome que no habría ningún problema. No me fié de ellos e hice bien. En 1989, Harvard me invitó a una reunión de antiguos licenciados. Volví a visitar al cónsul. En esta ocasión la cónsul -esta vez era una mujer- fue sincera. Me aconsejó que no fuese. “El ejército tiene buena memoria”, me dijo. Así que desistí. En 1994 volví a ir al consulado. La situación era otra y pude resolverlo todo.
Mi madre me visitó varias veces en Berlín Este. La última vez me dijo que mi familia había estado informándose de cómo podía volver sin ingresar en prisión. Le dijeron que podía volver, con la condición de decir públicamente lo mal que había vivido en la RDA, mi decepción con el país, etcétera. Años después, cuando mi madre ya había muerto, hablé con mi hermano, y me dijo que, además, había otra condición: que antes de regresar tenía que pasar algún tiempo en la RDA y espiar para la CIA. No conocía esta oferta, pero nunca la hubiera aceptado.
¿Cómo ve el 25 aniversario de la caída del Muro?
Viví en la RDA casi desde su fundación hasta el final. Viajé por todo el país. Vi todos los aspectos negativos, y habían muchos. Algunos eran simplemente estúpidos, otros trágicos –como toda la gente que murió intentando cruzar el Muro–, otros podrían haberse evitado, otros no podían haberse evitado. La RDA era más débil que Alemania occidental y tenía que estar a la defensiva. Vi todos esos aspectos negativos y no tengo ninguna necesidad de embellecerlos. Pero al mismo tiempo, siempre vi a la RDA como la Alemania moral. Por cuatro motivos: el primero, la RDA era la Alemania antifascista. En Alemania occidental, la cúpula del partido nazi había muerto o desaparecido, pero el resto ocuparon sectores importantes de la sociedad en el ejército, la diplomacia, los servicios secretos, la universidad o el periodismo. La mayoría de ellos ni siquiera se arrepentían, simplemente guardaron silencio. Durante los primeros años de posguerra, la opinión mayoritaria en EE UU era antifascista. Pero en 1947, y especialmente a partir de 1950, el Gobierno estadounidense decidió que Alemania occidental era demasiado importante y que había que transformarla en un bastión contra el comunismo. Aceptaron a todos los nazis por su experiencia y permitieron que Alemania occidental estuviese gobernada por gente que o bien habían sido nazis o bien no habían hecho nada para combatirlos. La RDA, en cambio, los expulsó a todos. A veces se descubría a alguno, pero la inmensa mayoría fueron expulsados de todas las posiciones de responsabilidad, hasta los profesores de escuela.
El segundo motivo es que la RDA creía en la solidaridad internacional. Ya fuese con Vietnam o España. La RDA apoyaba los movimientos de liberación nacional en África. Alemania occidental estaba en contra de Mandela, la RDA estaba con Mandela.
El tercer motivo es que la RDA comenzó siendo más pobre que Alemania occidental. Tuvo que pagar todas las reparaciones de guerra a Polonia y la URSS. Alemania occidental sólo pagó un 5%, más o menos. El Este de Alemania era la zona más rural y pobre del país. Y no recibió el Plan Marshall. Pero construyó una economía que logró ofrecer una sanidad y educación hasta la universidad universal y gratuita. El aborto era libre y gratuito. Los alquileres eran bajos. Había seguridad laboral, nadie tenía miedo de perder su trabajo. Y nadie podía ser desahuciado de su casa, como ocurre ahora en EE.UU. o en España. Estaba prohibido. Para que llegase a suceder algo así, tenían que acumularse varios años de impago, y los inquilinos no podían ser expulsados hasta que se les encontraba otra vivienda. No había gente viviendo en la calle.
El cuarto motivo es más personal. Como antifascista y judío estadounidense odiaba a los nazis. MIentras las grandes compañías que habían colaborado con el Tercer Reich, como Siemens, Thyssen, Krupp o IG-Farben (ahora BASF) seguían haciendo negocios en Alemania occidental, en la RDA fueron desmanteladas por completo. Eso hacía a la RDA más moral.
¿Está la gente cansada de los retratos en blanco y negro de la RDA?
Algunos lo están. El establishment alemán tiene miedo de que la gente comience a pensar que la RDA no era buena en muchos sentidos, que hizo muchas cosas malas y estúpidas, pero que, a pesar de eso, tenía todo lo que he mencionado antes. Por eso constantemente nos repiten lo terrible que era todo en la RDA, especialmente antes de cada aniversario: la insurrección de julio de 1953 en Berlín, la construcción del Muro en 1961, la caída del Muro en 1989. Creo que no sólo los antiguos alemanes del Este, sino también los del Oeste comienzan a estar cansados y piensan: "Bueno, otra vez más, hasta la siguiente".
¿Por qué tanta gente quería cruzar el Muro?
Muchos habían visto Berlín occidental en televisión y querían verlo por sí mismos. Muchos tenían familiares y amigos. La mayoría tenía la sensación de estar atrapada en la RDA. Era comprensible. También había a quien, simplemente, no le gustaba la RDA por motivos políticos o religiosos. Y estaba la seducción occidental. La RDA estuvo bajo presión constante, tanto del lado soviético como del lado occidental. Para un país tan pequeño, era una presión muy fuerte. Fíjese en la presión de la cultura de masas estadounidense, un problema para culturas como la india, la china o la italiana. McDonald's, Disney... Esta presión también existía en la RDA. Había burócratas estúpidos, gente dogmática, carreristas que usaron su poder para presionar a la gente. Los medios de comunicación eran partidistas, aburridos y sin interés. La televisión occidental también era partidista, pero era interesante. Y estaba hecha con inteligencia, una combinación muy efectiva. Los burócratas de la RDA, que se habían educado en una cultura estalinista, no entendían los medios de comunicación modernos. La gente soñaba con poder adquirir las mercancías que veía en la televisión occidental. La RDA tuvo una mentalidad de asedio. Y en una ciudad asediada es difícil que se alcen torres. No sé si se me entiende...
Mire, en general, la gente no vivía mal en la RDA, pero no podía adquirir las mercancías que podía ver en la televisión occidental. La distinción, los automóviles último modelo, las frutas exóticas. En la RDA sólo podían comprar un Trabant o un Wartburg, y había que esperar años en una lista para conseguirlos. Alemania occidental invirtió miles de millones en Berlín occidental. Berlín occidental tenía ventajas fiscales frente a otros Estados federados. Eso lo hizo más atractivo, al menos la mayor parte. La RDA no podía mantenerse a ese nivel. No tenía los recursos. Especialmente en los últimos años, cuando desvió dinero a Berlín, generando los recelos del resto de Estados, especialmente de Sajonia.
Se habla poco de lo que ocurrió después del Muro.
En cuestión de años la economía fue destruida, miles de personas perdieron el trabajo. Durante años se dijo que las fábricas de la RDA no eran modernas ni productivas, que el equipo era decrépito... Y sí, esto era cierto en muchos casos, o en algunos de ellos, pero no en todos. Las acererías y astilleros, por ejemplo, eran modernos. Se fabricaban electrodomésticos. Después de la reunificación estas compañías eran vistas como rivales. Las empresas germano-occidentales las compraron sólo para cerrarlas. En muchas ciudades y pueblos, especialmente en el sur, los jóvenes emigraron, dejando sólo a los jubilados atrás. La economía sigue yendo mal, el Este sigue siendo la parte más pobre de Alemania. Es verdad que algunas empresas se han vuelto a establecer en determinados centros en Berlín, Dresde y otros lugares, pero en muchas zonas es como un desierto. Las mujeres, y las mujeres más jóvenes, se marcharon a Alemania occidental, Suiza, Holanda o aún más lejos a buscar trabajo. Los hombres también, pero muchos se quedaron. Quizá no eran tan independientes, o no estaban tan preparados. Estos jóvenes no tenían esperanzas y se convirtieron en una presa fácil para los neonazis, que han echado raíces en muchas zonas de Alemania oriental.
¿Todos estos movimientos de extrema derecha llegaron de Alemania occidental?
Incluso antes de la caída del Muro, muchos alemanes occidentales podían venir a la RDA. Algunos de ellos eran neonazis, vinieron e introdujeron sus ideas. En la RDA había grupos de neonazis, pero eran muy pequeños y estaban bajo presión constante. Después de 1989, desembarcaron a lo grande. Vieron a muchos jóvenes sin empleo y desorientados, porque todo lo que habían aprendido en la escuela de repente les decían que era falso. Les era difícil encontrar lo que era correcto. No creo que Alemania occidental los trajese a propósito, pero lo toleraron. La extrema derecha funcionó como contrapeso a la izquierda.
La caída del Muro tuvo que ser un shock para mucha gente en la RDA.
Antes de la Reunificación, durante la primavera de 1990 las tiendas se llenaron de artículos occidentales y la publicidad se multiplicó. A mí me llamó sobre todo la atención la publicidad de tabaco: en la RDA estaba prohibida. Apenas había publicidad en la RDA, ni en la televisión de la RDA. De repente nos vimos rodeados de luces de neón y la publicidad en televisión, que es una plaga. Hoy en Internet es lo mismo: anuncios, pop ups... no creo que eso le guste a la gente, ni que la gente sea feliz con eso. Yo crecí en EE UU, entonces había ya mucha publicidad y aun así fue un shock. El verano pasado estuve en Nueva York. En el centro de la ciudad la publicidad es omnipresente. Fue un shock. Había visto publicidad de joven, pero nunca tanta...
A mucha gente le gustó el cambio. A mucha gente quizá incluso todavía le gusta. Todas las mercancías que se pueden comprar ahora, por ejemplo. La gente a la que le gustaba la RDA fue bastante infeliz, especialmente quienes perdieron el trabajo o cuyos hijos no podían encontrar trabajo. Esta mañana estaba con un amigo mío que tiene 58 años. Su empresa fue adquirida por otra germano-occidental, que redujo la plantilla. Hace 15 años que está en el paro. Sabe alemán, inglés, español y ruso y no encuentra trabajo. Incluso quienes tienen trabajo tienen miedo a perderlo. Ese miedo les lleva a aceptar peores condiciones de trabajo, a trabajar los fines de semana... En Alemania oriental los trabajadores decían que no podías decir nada contra Erich Honecker en tu puesto de trabajo, pero podías decirle todo lo que querías a tu jefe. Ahora lo que ocurre es lo contrario.
¿Y qué reflexión hace de aquella experiencia, del 9 de noviembre de 1989, de la Reunificación?
Por una parte, me alegró que la gente pudiese reunirse después de tantos años. Es comprensible. Mi mujer y mis dos hijos cruzaron la frontera. Pero creo que el experimento de la RDA, a pesar de sus errores y dificultades, fue en el fondo noble, y que por desgracia fracasó. Y fracasó no sólo por sus errores, sino por los errores y fracasos de los soviéticos, y la enorme presión de EE UU y Alemania occidental, a la que no pudo sobrevivir.
Yo siempre he sido un optimista. Cuando vino la Reunificación, que muchos vieron como una anexión o colonización, me dije que había un aspecto positivo en todo aquello: en lugar de llegar sólo a la gente de un país pequeño como la RDA, ahora tenemos la oportunidad de llegar a gente de toda Alemania, y hacerla pensar de otro modo. El partido de La Izquierda, por ejemplo, era hasta hace poco un partido de Alemania oriental. Al fusionarse con los socialdemócratas descontentos del Oeste se convirtió en un partido a nivel federal. Creo que es una esperanza.
Algunos amigos míos del Este temen que, tras la Reunificación, pueda resurgir una Alemania dominante, ¿comparte este temor?
Sí, yo también lo temo. Las de hoy son básicamente son las mismas fuerzas que estuvieron detrás de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Algunas desaparacieron, otras aparecieron, pero el Deutsche Bank o ThyssenKrupp siguen ahí, y sus objetivos siguen siendo en buena medida los mismos: expandirse y consolidarse. En parte se ven como socios de EE.UU., que es más fuerte que ellos. Pero Alemania logró convertirse en el Estado más fuerte de Europa occidental y, no satisfecha con eso, buscó convertirse en el Estado más fuerte de Europa oriental y, así, de toda Europa. También buscan ampliar su influencia a África y Asia. Eso es lo que piden la ministra de Defensa o el presidente. Con intervenciones militares si es necesario. Siempre, por supuesto, por "razones humanitarias".
¿Cómo vio EE UU a su regreso después de tantos años viviendo en la RDA?
El ejército me licenció después de más de cuarenta años de servicio, que no es poco. [Risas] Unas semanas después obtuve el pasaporte. Intento viajar allí cada dos o tres años, para visitar amigos o asistir a conferencias. He podido ver aspectos de la vida estadounidense que no conocía, y conocer mi país mejor. Lo más emotivo fue volver a estar en un país donde la gente hablaba mi idioma, dejar de ser el extranjero que habla con acento. Fue como si me quitase un peso de encima. Además, siempre me interesaron los pájaros y las especies de allí son diferentes. Emocionalmente fue muy importante. Pude ver a mis viejos amigos. Gente a la que no veía desde hacía décadas.
Algunas cosas fueron una experiencia completamente nueva. Visitar un supermercado, por ejemplo. Aunque en 1994 ya teníamos supermercados aquí, los de allí son excesivos. No creo que nadie necesite 50 marcas de cereales, todas ellas igualmente perjudiciales para la salud. Hay ciudades donde no hay aceras porque todo el mundo va en coche y no hay transporte público. Hay millones de personas viviendo en la pobreza, gente viviendo en automóviles, que son casi invisibles. Hay aspectos positivos y otros negativos. EE UU es un país muy hermoso, pero hay cosas realmente tristes. La situación en Alemania occidental no es tan mala como en otros países, piense que en EE UU la gente sin cobertura sanitaria tiene que pagar por todo y que eso puede arruinarles. Gente expulsada de hospitales porque no puede pagar las facturas, madres que están un día o dos en el hospital tras un parto, estudiantes que tienen que pedir préstamos de 25.000 dólares que no pueden devolver, porque no encuentran buenos trabajos... Todo lo que vi me convenció de que tengo que seguir luchando, mientras pueda seguir luchando.

La Chispa de Lenin


«La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir ideas, a educar políticamente y a conquistar aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo.»

V.I. Lenin (¿Por dónde empezar?, 1901)

NATALYA M. GARCIA. Especial para TP

Analista política



«Nos es tan valioso –atestiguaba un obrero tejedor–. En él se habla de nuestra causa, de la causa de todo el pueblo ruso, que no puede ser valorada en monedas, ni estimada en tiempo; cuando se lo lee se ve claramente por qué los gendarmes y la policía nos temen a nosotros los obreros y a los intelectuales que nos conducen. Somos el terror no sólo de los bolsillos del patrono, sino del patrono mismo […] sólo falta la chispa para que se produzca el incendio».

El periódico en cuestión era el Iskra: el primer órgano de prensa marxista ilegal de Rusia –fundado por Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, en 1900–, desempeñó un papel determinante en la lucha contra los economicistas, por un partido marxista, en la unión de los dispersos círculos revolucionarios y en la preparación del II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), realizado en julio-agosto de 1903.

Las persecuciones del brazo armado de la monarquía zarista hacían imposible la publicación de un periódico revolucionario en Rusia, por eso, el primer número de Iskra salió el 24 de diciembre de 1900 en Leipzig; y los siguientes números aparecieron en Múnich; desde abril de 1902, el periódico se hizo en Londres, y desde 1903, en Ginebra.

Bajo la dirección de Lenin, la redacción de Iskra, de la cual Nadezhda Krúpskaya fue secretaria, estaba compuesta por Georgi Plejánov, Julius Martov y Pavel Axelrod, entre otros. Lenin escribió innumerables artículos referentes a la lucha de clases y a los problemas que surgieron en la creación del partido. Así, la redacción de Iskra fue decisiva en la elaboración del proyecto del programa del Partido, publicado en la edición número 21.



LA PRENSA REVOLUCIONARIA

En el II Congreso del POSDR, se proclamó a Iskra como órgano central del Partido, y se resolvió conformar el equipo de redacción, integrado por Lenin, Plejánov y Martov. De acuerdo con los lineamientos que el propio Lenin había establecido en su libro ¿Qué hacer? (1902), el periódico se convirtió en uno de los proyectos centrales del Partido, con la intención de servir a su propio fortalecimiento y unificación.

Más tarde, Plejanov asumió la línea menchevique, llegando incluso a exigir la reincorporación de todos los antiguos redactores mencheviques, quienes habían sido rechazados por el Congreso. Lenin, en desacuerdo y siendo minoría, decidió retirarse de la redacción de Iskra, en noviembre de 1903, para combatir desde el CC del Partido a los oportunistas y mencheviques. En 1905, el periódico dejó de circular.

La revolución socialista es la gran tarea histórica a la cual está llamada la clase obrera, por ser la clase más avanzada y revolucionaria de la sociedad moderna. El proletariado sólo alcanzará sus objetivos mediante su organización como clase contra el régimen de explotación, para destruir el capitalismo y construir el socialismo.

En el marco de la conmemoración de los 70 años de Tribuna Popular, el periódico de las y los trabajadores venezolanos, en legalidad o clandestinidad, es oportuno insistir en que la prensa revolucionaria tiene un fundamental papel que jugar en ese proceso de organización y lucha, como una chispa (Iskra en ruso) que encenderá el fuego de la revolución.

¿El aumento de la productividad del trabajo fortalece las pensiones?



El aumento de la productividad del trabajo no mejora necesariamente la sostenibilidad de las pensiones.
Soy consciente de que esta afirmación puede resultar, como poco, desconcertante, pues parece negar la evidencia de que, precisamente, el crecimiento de la productividad debería proporcionar los recursos que necesita el fondo público de pensiones. Si la economía española consiguiera mejorar los estándares de productividad, aumentarían tanto los salarios de los trabajadores como los beneficios de los empresarios; sin necesidad de incrementar la presión fiscal, sería posible transferir recursos desde la población activa ocupada, que crea riqueza, en dirección a la población inactiva receptora de las pensiones, situada fuera de los circuitos productivos y en continuo crecimiento fruto del envejecimiento demográfico. Así de lineal y de tramposo es el discurso dominante.


¿Qué ha sucedido con la productividad del trabajo desde que gobierna el Partido Popular (PP)? Este indicador relaciona el Producto Interior Bruto (PIB) con el número de trabajadores o de horas trabajadas. Pues bien, si se toma como referencia el empleo en el período que nos ocupa, entre 2011 y 2017, El PIB real por trabajador ha experimentado un aumento global del 5,1%; si en lugar del empleo se pone el foco en el número de horas trabajadas, su progresión ha sido del 4,3%. En estos años, no obstante, la “hucha” de las pensiones (el fondo de reserva) se ha vaciado y los jubilados han visto cómo se reducía su capacidad adquisitiva.
Para entender esta aparente paradoja hay que analizar los factores que están determinando los avances en la productividad del trabajo. Me centro en las reflexiones que siguen en el denominador de la ratio, esto es, en el volumen de empleo y en las horas trabajadas.
A diferencia de lo que ocurrió en los primeros años de crisis económica, cuando el avance de este indicador se debió sobre todo a la masiva destrucción de empleo (mejora la productividad porque se reduce el denominador y no porque aumente el numerador de la expresión), los datos de ocupación ofrecen un balance “favorable” (la información estadística que sigue procede de Eurostat y del Instituto Nacional de Estadística, INE).
Entre 2011 y 2017 la economía española ha creado cerca de 400 mil puestos de trabajo; en 2012 y 2013 todavía se destruían empleos, pero desde entonces los registros han sido positivos. Todo ello ha supuesto un aumento de la tasa de empleo (proporción de la población en edad de trabajar que dispone de una ocupación), en unos 3 puntos porcentuales, y una reducción de la que mide el desempleo (porcentaje de la población activa) de 4 puntos.
El problema es que la mayor parte de los nuevos empleos han sido precarios, temporales o a tiempo parcial; ambas modalidades de contratación, que ya representaban en 2011 un elevado porcentaje (el 38,7% de la ocupación total), en 2017 alcanzaron el 41,7%. Esto explica la reducción en el número de horas trabajadas, totales y por persona. Es evidente, y así lo recogen las estadísticas, que la mayor parte de los que están contratados en esas condiciones desearían trabajar más horas, en el caso de los que están a tiempo parcial, o tener contratos indefinidos, en los temporales.
Si se compara la cifra de las personas que disponen de un puesto de trabajo con el “empleo equivalente a tiempo completo” (indicador que se obtiene dividiendo las horas de trabajo de varios trabajadores a tiempo parcial por la cantidad de horas de un período laboral completo) el balance ocupacional del gobierno del PP –medido en términos estrictamente cuantitativos- es mucho más modesto que el exhibido por los grandes agregados. En efecto, desde esta perspectiva, el nivel de empleo de 2017 cae en 1,6 millones de personas, lo que supone el 8,4% de la cifra total de ocupación.
Por lo demás, la cota de desempleo, a pesar de su reducción estadística, continúan siendo muy importantes (un 17,4% en 2017), la más elevada de la Unión Europea, después de Grecia; no hay que perder de vista que esta “mejora” se debe, en parte, a la reducción de la población activa, en un 3%, que ha dejado la tasa de actividad en 2017 en un 58,8% (60,3% en 2011). Por lo demás, como acabo de señalar, los desempleados que han tenido la suerte de conseguir un puesto de trabajo, acceden, sobre todo, a contratos precarios. Téngase en cuenta, en fin, que el número de parados de larga duración que han agotado el subsidio por desempleo (en el caso de que tuvieran derecho al mismo) han pasado a depender de otras prestaciones asistenciales de baja cuantía.
La aplicación de la reforma laboral de 2012 –que reforzaba los rasgos regresivos de la anterior, llevada a cabo por un gobierno socialista- ha contribuido de manera decisiva a la precarización de las relaciones laborales, degradando y pervirtiendo la negociación colectiva. En este entorno institucional, los salarios han continuado retrocediendo. Así, la compensación media por trabajador empleado ha caído en estos años un 2,6%, a pesar de que el PIB aumentó un 6,5%. Fruto de tan dispar evolución, el peso de los salarios en la renta nacional se redujo en 3 puntos porcentuales. Como siempre, los trabajadores situados en los tramos de ingreso más bajo han sido los peor tratados por esta evolución. Mientras que el índice de precios al consumo aumentó el 4,8%, el salario bruto mensual del empleo principal de los trabajadores situados en las tres decilas de ingreso más bajo retrocedió en términos nominales y el de las tres siguientes aumentó por debajo del 2%. Todos ellos han conocido, en consecuencia, una sustancial pérdida de capacidad adquisitiva.
Resultan al respecto muy reveladores los datos sobre pobreza ocupacional, esto es, el número de personas que, disponiendo de un empleo, reciben un ingreso que les sitúa por debajo del umbral de la pobreza; si en 2011 el porcentaje de trabajadores atrapados en esta situación era del 10,9%, en 2016 había aumentado en más de dos puntos porcentuales, hasta alcanzar el 13,1%, tan sólo por debajo de Rumania y Grecia.
Un dato que refleja como pocos la degradación experimentada en los años de gobierno del PP –que este partido, dejando en un juego de niños a los trileros callejeros, pretende convertir en una “historia de éxito”- es el número de horas extraordinarias no pagadas, otro de los motores que, junto a la intensificación de los ritmos de trabajo, está detrás del avance de la productividad.
Con toda seguridad, la información estadística presentada por el INE es una estimación, más o menos gruesa, de una realidad apenas conocida (muy necesaria de investigar) de la que, por supuesto, los empresarios no informan y que sólo conocen con precisión los trabajadores que la sufren. Pues bien, según los datos ofrecidos por esta institución, referidos al cuarto trimestre de 2017, cada semana se habrían contabilizado 2,7 millones de horas. Además de que, convertidas en jornadas de trabajo regladas, supondrían un volumen considerable de empleo, cabe suponer que se remuneren a un precio inferior al pactado en el contrato de laboral o en el convenio. Añádase a esta situación las horas extraordinarias pagadas como horas normales y la simple prolongación de la jornada laboral sin retribución alguna. Además de la sobreexplotación –y de la regresión social y democrática- que todo ello supone, contribuyendo a que aumente la cantidad producida con un determinado volumen de empleo, por este trabajo no se abonan las correspondientes cotizaciones sociales con las que, actualmente, se financian las pensiones.
Retomando la afirmación con la que arrancaba el texto, en efecto, la productividad laboral ha progresado, pero los factores que han propiciado ese avance y los patrones de distribución de los aumentos obtenidos en la misma, en lugar de fortalecer, empobrecen el sistema público de pensiones. Proclamar, como hace el gobierno, con la cada vez más evidente complicidad de Ciudadanos, que la solución al supuesto problema de la inviabilidad de las pensiones se encuentra en el aumento de la productividad y la creación de empleo es una mentira más (de las innumerables que nos regala cada día).
Para que la productividad contribuya a la financiación de las pensiones públicas es necesario implementar una política económica vertebrada alrededor de la creación de empleo decente y el aumento de los salarios. Avanzar en esa dirección exige, para empezar, la derogación de las últimas reformas laborales, sustituyéndolas por un marco legal que empodere a los trabajadores y fortalezca la negociación, el reforzamiento de la inspección laboral, el aumento del salario mínimo y suprimir el tope de cotización social a los salarios más elevados.
Nada que ver, en fin, con la política seguida y con la que promete seguir aplicando el gobierno de Mariano Rajoy.

"No soy fatalista": Naomi Klein habla sobre Puerto Rico, la austeridad y la izquierda


En su nuevo libro, Naomi Klein argumenta que Puerto Rico es víctima tanto de la economía como de una tragedia natural
La periodista y ensayista canadiense Naomi Klein












Oliver Laughland

 El libro más reciente de Naomi Klein, La Batalla por el Paraíso: Puerto Rico y el Capitalismo del Desastre, analiza los esfuerzos de recuperación tras el huracán María. Es la primera vez que la reconocida periodista y escritora estudia el caso de Puerto Rico, basándose en un viaje que realizó a principios de año. Klein conversó con el periodista de the Guardian Oliver Laughland sobre su libro y sobre el futuro de la isla.

Estuve en Puerto Rico poco después del huracán María y me resultó un trabajo especialmente fuerte. Me recordó a cuando tuve que cubrir la crisis del agua en Flint, Michigan, y observé una población entera sin infraestructura, abandonada por el gobierno. ¿Qué impacto personal tuvo en usted el haber visitado la isla?

Cuando estuve en Puerto Rico, conocí gente de D
etroit, Michigan, que estaban allí para dar charlas sobre gestión de emergencias y el impacto en las escuelas. También había personas de Nueva Orleans, que compartían información sobre lo que sucedió en el sistema educativo luego del huracán Katrina. Eso me pareció conmovedor y diferente: que este tipo de intercambios de base, de una comunidad a la otra, estuvieran sucediendo tan pronto tras el desastre.

Donde existen comunidades mayoritariamente de color, cualquier crisis económica o desastre natural se convierte en un pretexto para desarmar cualquier intención de autogobierno, de democracia, e imponer medidas de austeridad. Los llamados "programas de ajuste estructural" a menudo se llevan a cabo justo después de un desastre natural, para aprovecharse del estado de emergencia de la gente. La realidad es que es muy difícil promover la participación política cuando la gente tiene que hacer una fila de tres horas para conseguir agua y alimentos. Mantenerse con vida se convierte en un trabajo de tiempo completo. Es una táctica política increíblemente cínica, y aún así la gente se las arregla para resistirla, incluso bajo estas circunstancias tan extremas.

Lo que realmente me conmovió en Puerto Rico fue ver la capacidad de organización en circunstancias casi imposibles, y creo que eso habla de la profunda historia de resistencia a la colonización que tiene la isla, y la infraestructura activista que ya existía antes de María, en términos de resistencia a lo que los puertorriqueños llaman 'La Junta', el consejo de control fiscal.

Yo no sabía que el movimiento antiausteridad en Puerto Rico había alcanzado su punto máximo justo unos meses antes de María. Las Festividades de los Mayos del año pasado fueron la segunda manifestación más masiva de Puerto Rico, siendo la mayor las protestas contra la base de la Marina estadounidense en Vieques.

Fueron capaces de reconstruir esa infraestructura, no sólo de resistir, sino de unirse y decir: "¿Qué es lo que queremos?" Y yo eso no lo había visto nunca. He visto resistencia ante un impacto. "Basta. No pagaremos por vuestra crisis", si piensas en los movimientos masivos en las plazas en el sur de Europa.

Pero creo que nunca antes había visto lo que vi en Puerto Rico, que es gente reuniéndose en comunidades como Mariana, sin agua, sin electricidad, para soñar juntos y decir: "Vale. Por supuesto que no queremos que cierren nuestras escuelas, y no queremos que se venda nuestro tendido eléctrico, y no queremos más austeridad, pero también sabemos que diciendo solamente 'No', no llegaremos donde queremos llegar, y las cosas como están son inaceptables. Entonces, ¿cómo debería ser nuestro sistema eléctrico, en un mundo ideal? ¿Cómo podríamos transformar nuestro sistema alimentario? ¿Cómo deberíamos transformar nuestro sistema educativo?" Esto es lo que me pareció más emocionante.

La Batalla por el Paraíso trata muchos temas que usted ha analizado en escritos anteriores –capitalismo del desastre, las batallas contra el neocolonialismo y la discriminación arraigada–, por eso me pregunto si ésta es la primera vez que pensó en Puerto Rico en el contexto de un trabajo más amplio.

Cuando publiqué La Doctrina del Shock, comencé a recibir invitaciones para visitar Puerto Rico y críticas de puertorriqueños por no haber hablado de la isla en mi libro. El año en que se publicó el libro, 2007, fue un año crucial para Puerto Rico.

En 2006, los puertorriqueños experimentaron un shock extremo cuando caducaron las tasas impositivas que se les habían ofrecido a empresas estadounidenses para construir fábricas en Puerto Rico. Ése fue el comienzo de la actual crisis de deuda. Así que ya estaban con muchos problemas, cuando encima llegó la crisis financiera mundial, haciendo tambalear la economía de Puerto Rico. Y eso se convirtió en el pretexto para poner en práctica severas medidas de austeridad. Peor que en Grecia, peor de lo que se llevó a cabo en el sur de Europa.

Pero no, no había visitado Puerto Rico. Estaba gestionando las cosas para ir, y luego supe de un grupo de académicos de la Universidad de Puerto Rico, que formaron una organización llamada PAReS, que me invitaron más o menos un mes después del paso de María, diciéndome: "Tienes que venir".

Una de las imágenes más recordadas de los días posteriores al paso del huracán es la de Donald Trump visitando San Juan y lanzando rollos de papel a una multitud de gente mientras se paralizaban los esfuerzos de recuperación en la isla. Fue un momento que enfureció a mucha gente. ¿Qué cree usted que dice esa imagen sobre la respuesta del actual gobierno ante el desastre?

Creo que toda la respuesta de este gobierno ha expresado una indiferencia total hacia la vida de los puertorriqueños, incluido aquel momento en que el presidente lanzó rollos de papel, pero también el show que montó con el gobernador Ricardo Rosselló sobre lo afortunados que fueron los puertorriqueños porque supuestamente casi no había muerto gente.

En ese momento, creo que el número oficial de fallecidos era de 16. El día siguiente eran 64, lo cual es significativo, porque Rosselló fue completamente cómplice del gobierno de Trump en el encubrimiento del número oficial de muertos al detener activamente el conteo de fallecidos.

Creo que, más que el momento en que lanzó rollos de papel, el momento que mejor lo define fue cuando durante esa visita dijo: "Qué afortunados sois. Esto no ha sido como Katrina". Y ahora sabemos, gracias a un estudio reciente de Harvard que se publicó en el New England Journal of Medicine, que el número de muertos probablemente ascendió a 5.000 o más. Creo que toda la respuesta del gobierno fue insultante y un encubrimiento.

Por supuesto que es difícil hablar de forma contrafáctica, pero me pregunto, dada la larga historia de explotación de la isla, si usted piensa que un gobierno demócrata hubiera actuado de otra forma.

Es una buena pregunta, pero no sé si puedo responderla. Sí pienso que el enchufismo en muchos contratos parece ser peor durante gobiernos republicanos. Algunos de estos contratos fueron entregados como si fueran huchas para contratistas con conexiones políticas aunque no tuvieran ninguna experiencia o fueran increíblemente ineptos.

Esto ya lo hemos visto en Irak, o en Nueva Orleans tras el huracán Katrina. Pero fue Obama quien aprobó la Ley Promesa. Fue Obama quien firmó las designaciones de los siete miembros de La Junta. Está muy pero muy claro que la mayor causa de muerte no fue el impacto inicial de la tormenta, sino el colapso de la infraestructura, y el colapso no hubiera sucedido sin más de una década de asfixiante austeridad económica. No se puede culpar sólo a Trump por eso. Es una culpa absolutamente compartida con los demócratas y con Obama.

Estamos muy cerca de las elecciones de mitad de legislatura y cientos de miles de puertorriqueños están abandonando la isla para asentarse en Estados Unidos, la mayoría elige Florida, un estado clave políticamente. ¿Usted cree que el tratamiento de Puerto Rico tendrá peso en este ciclo electoral?

Ciertamente, eso espero. Los republicanos han hecho enfadar a mucha gente de Florida, porque además allí vive una comunidad muy grande de haitianos y el gobierno de Trump les ha quitado el estatus de "inmigrantes temporalmente protegidos" a decenas de miles de haitianos. Eso no sólo afecta a esas personas, que de todas formas no tienen derecho a votar porque no son ciudadanos estadounidenses, sino que son parte de redes, son parte de comunidades y muchos haitianos sí votan.

Muchos puertorriqueños que ya viven en Florida ahora están recibiendo a familiares que, si están registrados, podrán votar, y creo que ellos también están muy enfadados. Es una situación muy ventajosa para los que quieren despoblar parcialmente a la isla y les da oportunidades para apropiarse de tierras para desarrollos turísticos, pero sí que cambia la demográfica electoral de una forma significativa, en un estado clave como Florida que puede definir elecciones. Así que creo que esto puede derivar en repercusiones políticas importantes.

En este momento, la dicotomía central en Puerto Rico es entre un movimiento de base que busca una forma de recuperación radical e innovadora y el gobierno actual, con su agenda de austeridad y privatizaciones.  Como le dijo a usted Manuel Laboy Rivera, secretario de comercio puertorriqueño, las decisiones políticas que se tomen durante el próximo año determinarán el futuro de la isla durante los próximos 50 años. ¿Qué lado de la dicotomía cree usted que "ganará"? ¿Tiene esperanzas en lo que pueda suceder en el futuro?

Tengo esperanzas en una nueva formación política en Puerto Rico representada por JunteGente, una coalición que surgió tras María y que está generando reuniones por todo el archipiélago para presentar una plataforma que sea realmente popular y coherente.

Creo que la alcaldesa Carmen Yulín Cruz es una importante voz política en Puerto Rico, que de muchas formas está recogiendo estas voces y enfrentándose a las fuerzas que quieren privatizar la isla. Pero es realmente muy difícil.

Mercedes Martínez, directora de la Federación de Maestros de Puerto Rico, dice: "Los capitalistas nunca duermen". Ella dice mucho esa frase, porque cuando los sindicatos o los grupos progresistas logran alguna victoria, deben volver a pelear las mismas batallas una y otra vez. Los sindicatos han ganado varias veces y han logrado detener varios intentos de cerrar las mismas escuelas, pero la lucha no se detiene nunca.

No suelo definirme como una optimista, pero tampoco soy fatalista. No soy fatalista porque veo que los movimientos populares están aprendiendo de otros movimientos e intentando ver cómo pueden hacer mejor las cosas, y evolucionar, y convertirse en nuevas formaciones políticas, y meterse en la política electoral. En Puerto Rico veo esto a un nivel que no lo he visto en ninguna otra situación post desastre.

Esta transcripción ha sido editada y resumida para mayor claridad.

La Batalla por el Paraíso: Puerto Rico y el Capitalismo del Desastre fue impreso por Haymarket Books. Todas las regalías serán donadas a JunteGente, una coalición de organizaciones puertorriqueñas que resisten ante el capitalismo del desastre y buscan una recuperación sana y justa para la isla. Para más información, visite juntegente.org.