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lunes, junio 26, 2023

Elecciones, imperialismo y fascistización

 Unión Proletaria

Ante estas próximas elecciones, proliferan los pronunciamientos de comunistas y otras gentes avanzadas a favor de la abstención o a favor de candidaturas que no obtendrán representación institucional. Todavía más que en anteriores ocasiones, es evidente que la izquierda reformista se muestra sumisa al imperialismo, a la OTAN, a la Unión Europea, a la patronal, a la monarquía, a la reacción, a la opinión impuesta por los medios capitalistas de información, etc., etc.



¿Para quién es evidente? Para los comunistas y otras gentes avanzadas. ¿Y cuántos somos? Una gota de unos pocos miles en un mar de millones de trabajadores. ¿Y qué es evidente para éstos? Sus propias condiciones de vida, que han empeorado y que amenazan con empeorar todavía más. Pero no es evidente para ellas que sea por culpa de esas autoridades a las que se somete el reformismo, sino que, alternativamente, pueden culpar a Putin, al “virus chino”, a la inmigración, a los separatistas y a mil chivos expiatorios más que les sirven los grandes medios para distraer su atención. No es que sean tontos, sino que llevan más de medio siglo sin la información, la educación y el ejemplo práctico del comunismo: una parte de éste abandonó a las masas para obtener el beneplácito de la burguesía y la otra parte también las abandonó para dar rienda suelta a su resentimiento hacia los renegados. La mayoría no busca culpables, sino que se busca la vida, y no ven que la política les sirva para arreglárselas. Flaco favor le hacen esos comunistas y otras gentes avanzadas que predican la abstención, para quienes debería ser evidente la necesidad de no desaprovechar ninguna posibilidad de lucha de las masas por defender sus intereses, particularmente la política y las elecciones[1].

En el seno de la población laboriosa mayoritaria, hay una minoría de trabajadores atomizados que conservan algo de memoria y de conciencia de clase. Apoyan a las opciones políticas a la izquierda del PSOE, no tanto porque les entusiasmen, sino esperando que hagan algo por frenar el deterioro social y porque no encuentran una alternativa realista.

Ante esta realidad, habría que tomar en consideración, no sólo las traiciones o cobardías de los dirigentes reformistas, sino también cómo elevar la conciencia de los explotados, apoyándonos en este sector un poco más adelantado.

Pero, ¿cómo nos comportamos los comunistas y otras gentes avanzadas? Nos desgañitamos criticando y, de cuando en cuando, nos juntamos para que nuestra crítica se visibilice en la calle. No parece que influyamos mucho en los demás trabajadores, puesto que cada vez somos menos numerosos y activos. Seguimos fragmentados y, por tanto, desorganizados en pequeños círculos celosamente independientes, con escaso contacto mutuo, sin compromiso ni disciplina de conjunto, más bien hostiles entre sí y, no digamos, hacia las pocas masas organizadas dominadas por el reformismo. No sabemos cómo cambiar las cosas a nuestro favor, ni tampoco queremos saber cómo lo consiguieron los comunistas que nos precedieron. Sólo esperamos que ocurra algo que nos permita despertar a las masas con nuestra crítica radical (porque revela la raíz de sus sufrimientos) y llevarlas a la Revolución.

Y, efectivamente, la agudización de las contradicciones sociales, a escala nacional e internacional, vaticina un cambio brusco de las condiciones políticas. A largo plazo, el comunismo se abrirá paso si, entretanto, la humanidad no perece. Pero, a un plazo más corto, lo que crece es la fascistización y el belicismo por parte de las potencias occidentales dominantes. Ahí tenemos el ejemplo de Ucrania: la desastrosa restauración del capitalismo no llevó a la contrarrestauración del socialismo, sino a la conversión de su pueblo al ultranacionalismo filonazi para que los imperialistas lo usen como carne de cañón. También le ocurrió esto a una parte decisiva del pueblo alemán a partir de la Gran Depresión de 1929.

La culpa la tuvieron principalmente los dirigentes reformistas de la socialdemocracia que preferían conciliar con el gran capital promotor del fascismo antes que juntarse con los comunistas para luchar contra él (hoy, son incluso los más entusiastas colaboradores del imperialismo yanqui y del neonazismo ucraniano). También tuvieron algo de culpa los comunistas que exageraron las posibilidades inmediatas de la Revolución y la crítica de los reformistas como un todo: dirigentes y bases…, hasta que asumieron impulsar la formación de frentes populares y nacionales antifascistas que permitieron ganar la guerra, liberar las colonias, mejorar la situación de los explotados y extender la construcción del socialismo a un tercio de la humanidad.

Pero la base fundamental de los éxitos iniciales del fascismo fue la división imperialista del mundo en países oprimidos y países opresores: en los primeros, es más fácil desarrollar un movimiento de masas revolucionario, pero más difícil edificar una sociedad soberana y socialista hostigada por los países más desarrollados. En cambio, en éstos, sería más fácil edificar el socialismo sobre la base de la economía capitalista desarrollada, pero lo difícil es que los monopolistas no desvíen la frustración de los explotados hacia el chovinismo y el fascismo. El paso del capitalismo revolucionario (siglo XIX) a su etapa imperialista contrarrevolucionaria (siglo XX y XXI) fue algo que se atragantó a socialdemócratas y trotskistas, pero que también nos cuesta asimilar en todas sus consecuencias a quienes admiramos al leninismo y al bolchevismo.

¿Quiere decir esto que debamos dejar de denunciar las claudicaciones de los reformistas para congraciarnos con las masas que los siguen? Por supuesto que no. Ni mucho menos. Pero, tenemos que preocuparnos tanto por esta necesidad, como por desarrollar vínculos sólidos con esas masas que entran en acción más o menos esporádicamente por mejoras elementales, aunque crean todavía en sus líderes reformistas. Como recomendaba Marx, al fundar la Primera Internacional: fortiter in re, suaviter in modo (fuertemente en el contenido, suavemente en el modo)[2]. Desde el punto de vista de la lógica formal y metafísica, parece imposible conjugar ambos imperativos, pero los marxistas-leninistas tenemos otra concepción que nos permite hacerlo: el materialismo dialéctico. Lo hicimos y podemos volver a hacerlo, si queremos.

Sólo con un prolongado trabajo de unidad de acción, de persuasión, de aprendizaje de dirección de ese movimiento elemental de masas, podremos salir de la ciénaga actual y construir lo que es, en definitiva, un partido comunista. Claro que existe el riesgo de ir demasiado lejos y caer al otro lado del filo de la navaja, como les ocurrió a los partidos comunistas que siguieron el camino del jruschovismo, del carrillismo y de la socialdemocracia. Para evitar esta desviación, no sirve de nada atrincherarnos en la contraria. Necesitamos una línea política acertada y esforzarnos infatigablemente por ponerla en práctica. Unión Proletaria ha intentado que las diversas organizaciones comunistas y obreras la construyamos en una Plataforma común[3]. Por ahora, nuestra propuesta ha caído en saco roto. Insistiremos y, entretanto, vamos a esbozar una línea política realistamente revolucionaria que evite ambas desviaciones, tratando de debatirla con el resto de nuestro movimiento y, a la vez, de aplicarla. No se nos ocurre nada más que podamos hacer para poder acortar el sufrimiento de la clase obrera en el camino hacia su emancipación. De lo que no nos cabe duda es que la cuenta atrás para el fascismo y la guerra mundial ha comenzado, y queda casi todo por (re)hacer.

Gavroche

 

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[1] Entre las resoluciones aprobadas en el Congreso de Londres de 1871 de la Asociación Internacional de los Trabajadores (Primera Internacional), Marx y Engels promovieron la ya famosa Sobre la acción política de la clase obrera que concluye así: “en la lucha de la clase obrera, su movimiento económico y su acción política están indisolublemente unidos” (véase también https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1871accion.htm). En Los bakuninistas en acción, Engels denunció el abstencionismo puesto en práctica por los anarquistas en España. En El Estado y la revolución, Lenin explica así una de las tres diferencias entre los marxistas y los anarquistas: “Los primeros exigen que el proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado actual. Los anarquistas lo rechazan” (https://www.dropbox.com/s/udz64pjluud0ee0/LENIN%2C%20El%20Estado%20y%20la%20revolucion.pdf?dl=0).

[2] Carta de Marx a Engels, de 4 de noviembre de 1864

[3] https://www.unionproletaria.com/propuesta-de-plataforma-para-la-unidad-obrera/

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