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sábado, abril 15, 2023

Apuntes sobre un golpe, los medios y una embajada

 


✍️ Portal #CUBASÍ


El jueves 11 de abril de 2002 Venezuela sufrió un golpe de Estado con la intención de acabar con el gobierno de Hugo Chávez Frías. Se llevaron secuestrado al Presidente, mintieron sobre su renuncia, y comenzó la persecución a su gabinete, aliados y militantes.


En esa jugada macabra no solo participaron grupos de la extrema derecha de la nación bolivariana; también los medios de comunicación fueron parte fundamental del complot, al parcializarse por completo, manipular la información, ocultar parte de la verdad que ocurría en las calles, y posicionar criterios que promovieron acciones violentas desde mucho antes de esas jornadas efervescentes.


El antecedente se cocinó con tiempo. Desde el inicio, Chávez era la piedra en el zapato, tanto para opositores a su gestión política como para oportunistas del mercado. El proyecto social chavista, su modelo sociopolítico y económico, molestaba. La idea de compartir las riquezas obtenidas de los recursos naturales enfurecía.


El país del petróleo vivía entonces profundos contrastes basados en la desigualdad. Por tanto, era inconcebible una nación tan rica, con tanto pobre. Los grandes capitales se concentraban en las élites, o sea, en dos o tres, de modo que el gobierno chavista empezó a implementar medidas que tuvieron rápida respuesta mediática, además de marchas, huelgas, protestas y paros, con saldo de descontento, desorden, muertos y heridos. Pero todo era una patraña bien orquestada.


Parte del plan era conseguir un ambiente caótico y responsabilizar al presidente Chávez de los hechos desatados esa semana de abril de 2002, con enfrentamientos entre pueblo y distintas fuerzas del orden, y así sucedió, seguido de la desobediencia militar con apoyo de sectores de la oposición, de la cúpula empresarial, la Iglesia y civiles de derecha. Rapidito se repartieron las funciones e intentaron suspender los poderes públicos. Se juramentó Pedro Carmona Estanga, un empresario y político que durante 47 horas asumió la presidencia de facto de Venezuela.


Embajada sitiada

Desde las diez de la noche del mismo 11 de abril fue interrumpida la señal del canal estatal Venezolana de Televisión, y de ese modo solo los medios privados estaban al aire. Al día siguiente, el programa 24 horas, de Venevisión, abrió sus transmisiones a las seis de la mañana con un primer plano del conductor Napoleón Bravo diciendo: «Buenos días, tenemos nuevo presidente». Y lo dijo con total desfachatez, con una alegría y un triunfalismo tremendos. Por supuesto, así se enteró el país. Eso indignó a los chavistas, que no entendían ni creían la dimisión de su mandatario y, al mismo tiempo, envalentonó a la ultraderecha venezolana para continuar en su sed de violencia.


Mientras los seguidores del oficialismo se movilizaban para exigir la devolución de su presidente, pocas horas más tarde del viernes 12 de abril, una turba de gente enardecida acudió a la Quinta Marina, en la calle Roraima de la urbanización Chuao, al Este de Caracas, donde se ubica la Embajada de Cuba en ese país. Dentro se encontraban funcionarios y algunos de sus hijos pequeños.


Desde antes del mediodía allí quedaron cercados, sin comunicación, nadie podía entrar ni salir, tampoco recibir suministros. Afuera gritaban todo tipo de injurias, y con altoparlantes exigían entrar para revisar la instalación y buscar a funcionarios del gobierno de Chávez que suponían allí refugiados, como el entonces vicepresidente, Diosdado Cabello. Destruyeron las cámaras de seguridad y también todos los autos diplomáticos estacionados en la calle, cortaron los servicios de agua y electricidad, pintaron carteles ofensivos en los muros de la fachada, y hasta pisotearon una bandera cubana.


No fue un hecho aislado, no salió de la nada. Con antelación, la campaña anticubana se gestaba de boca en boca, en los medios, en las tribunas. Se hablaba de la cubanización de Venezuela. Y justo poco antes, mientras la oposición aseguraba estar a favor de la paz, extremistas de la derecha vociferaron en varios escenarios que de la embajada cubana salía armamento, como dejando entredicho que participaba activamente en la masacre en el centro de Caracas. Los medios privados se hicieron eco, faltaron a la ética periodística y no contrastaron fuentes, no verificaron los hechos, no mostraron pruebas de lo que repetían.


Desde antes del 12 de abril la sede diplomática ya era agredida, incluso, con explosivos. Y los hechos vandálicos posteriores fueron también acometidos ante la mirada de la prensa y la policía. Los medios registraron cómo las personas allí congregadas violentaban el lugar. Nunca mencionaron que tal hostigamiento era penado por la ley, ni condenaron los sucesos de resquebrajamiento de las normas internacionales, que, de acuerdo con el artículo 22 de la Convención de Viena, establece que es delito irrumpir por la fuerza y maltratar las instalaciones de una embajada, así como sus medios; bajo cualquier concepto es inviolable y condenable. Y lo peor es que ni la prensa, ni los agentes del orden, ni las figuras allí presentes con capacidad para decidir y movilizar, actuaron por cesar la cólera in situ.


Un dato interesante es que en las imágenes divulgadas se ve perfectamente al frente de la muchedumbre al opositor y en aquel momento alcalde del municipio de Baruta, Henrique Capriles Radonski. No estaba todo el tiempo, pero se nota que lideraba, y participó en el diálogo con el entonces embajador cubano, Germán Sánchez Otero. Tampoco Capriles movió un dedo para calmar la euforia. Además, analistas refieren que Estados Unidos colaboró con el golpe fallido, quizás también estuvo detrás de los hechos en la sede diplomática. Existen las pruebas de que allí, en la multitud, de manera activa, se encontraban personas con comprobados lazos con la mafia miamense, como el disidente cubano Salvador Romaní.


El bloqueo a la embajada cubana en Venezuela transcurrió durante aproximadamente 36 horas, fue violento, bajo amenazas, y muy complejas las condiciones para su personal, que vio vulnerados no solo las leyes internacionales, sino sus derechos humanos. En la radio y la televisión nacional varios opositores pedían suspender las relaciones diplomáticas con Cuba aludiendo intromisión en sus asuntos. No obstante, no solo nunca se comprobó, sino que, después de restablecerse la calma, lo acontecido quedó prácticamente impune, pero dejó enseñanzas.


Golpe fallido

Al mismo tiempo, en el Palacio de Miraflores reinaba el desconcierto. Chávez estaba recluido, y el pueblo emplazado en la sede presidencial era cada vez más numeroso y exigente con el regreso de su Jefe de Estado. Eso tampoco lo televisaron. Fue silenciado en los medios nacionales privados y también en los internacionales, reportaban calma en las calles venezolanas, cuando en realidad miles de personas se manifestaban por la restitución de la democracia y del orden constitucional.


Si algo aprendí del venezolano es sobre su carácter explosivo cuando se cierra, tanto para bien como para mal. Ante tal escenario, muchos no fueron suspicaces y decidieron confiar en la prensa; no se detuvieron un segundo a analizar el contexto, a verificar las informaciones, a cuestionarse el origen y la intención de lo divulgado, y se dejaron llevar por sus propios impulsos. Y todo sucedió demasiado rápido. Se creyeron el cuento a conveniencia, porque, claro, supuestamente los medios y los políticos manejan información privilegiada.


Se trató de un perfecto golpe mediático. Usaron la tremenda fuerza que tiene el cuarto poder como formador de opinión para, además, legitimar el desorden, que tuvo su detonante en una sociedad polarizada y marcada por una real crisis política, económica, incluso, militar. Sin embargo, el golpe de Estado fracasó, duró alrededor de 48 horas hasta que Chávez fue devuelto el sábado 13 de abril de 2002, y tan pronto cuando llegó a Miraflores, reasumió sus responsabilidades. Sin respaldo de los medios, pero con todo el apoyo popular, fue el pueblo quien lo rescató, y se mostró todo el tiempo en contra del fascismo y a favor de la revolución bolivariana iniciada por su dignatario.


También fue encomiable el esfuerzo de Fidel Castro, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba y la prensa cubana en mediar, denunciar y darle visibilidad al hecho para que no hubiera más derramamiento de sangre y se respetara la vida del presidente constitucional de Venezuela.


Chávez vivió en carne propia el gran poder que tiene la prensa, que en ese caso fue capaz de demonizar su proyecto progresista con una agresividad sin igual. De la escaramuza salió, afortunadamente, airoso, pero, sobre todo, fortalecido, y sabiendo de lo que adolecía su administración, lo que debía reforzar, hacia dónde dirigir esfuerzos, qué atender con especial ahínco, como los medios y las fuerzas armadas.


✍️ #Cuba 🇨🇺

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