
Por Paco Audije*
En Sudán, desde 2024 ha habido cien mil casos registrados de cólera, una gravísima enfermedad infecciosa que causan el agua y los alimentos en mal estado. El dato es de la Organización Mundial de la Salud. Según Médicos Sin Fronteras (MSF), unas dos mil quinientas personas han fallecido víctimas del cólera en este periodo.
Se trata de un país de más cincuenta millones de habitantes con una extensión más de tres veces superior a la de España.
Un país en estado de guerra civil, cruelísima, desde la primavera de 2023, entre cuyas raíces figura la rivalidad de dos generales, Abdel Fatah al Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti. Hace cuatro años, ambos dieron juntos un golpe de Estado. En 2019, ya habían participado en otro que derrocó al histórico Omar al Bashir, quien gobernó Sudán durante tres décadas… tras otro golpe de Estado.
Hay que recordar que Sudán ya ha sufrido otras dos largas guerras civiles desde su independencia en 1956. Sin olvidar otros conflictos internos, como el de Darfur de principios de siglo, que la opinión pública mundial más consciente asocia aún a atrocidades y hambrunas.
En 2011, como resultado de esos complejos conflictos internos, se escindió Sudán del Sur, donde predominan elementos culturales animistas y cristianos, frente a las mayorías musulmanas y arabófonas de Sudán. El árabe domina Sudán, el inglés es la lengua oficial en el joven país independiente, Sudán del Sur, que usa además otros idiomas.
A su vez, Sudán del Sur también ha sufrido otra guerra civil durante algunos años posteriores a su independencia.
La complejidad étnica de ambos países es notable.
En Sudán, la ayuda humanitaria llega con muchas dificultades, sobre todo por la situación de guerra civil.

A mediados de agosto, los camiones de uno de esos convoyes del Programa Mundial de Alimentos (PAM) –que transportaban alimentos, generadores y material para producir agua potable– fueron atacados con drones al norte de la región de Darfur.
Los rebeldes de las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), dirigidos por el llamado Hemedti, y el ejército oficial de Abdelfatah al Burhan, también ya citado, se acusaron mutuamente de estar en el origen de ese ataque. Tres de los dieciséis camiones del convoy resultaron incendiados y destruidos con toda su carga. Anteriormente, se había producido el asesinato de trabajadores humanitarios empleados por UNICEF y el PAM.
Otro convoy humanitario ha logrado llegar hace diez días a su destino. La portavoz de UNICEF calcula que «120.000 personas se beneficiarán de esa ayuda».
El Comité Internacional de la Cruz Roja calcula que los centros de salud que quedan –con medios muy limitados– son la quinta parte de los que existieron en un país que siempre ha tenido graves carencias.
Mientras, la hambruna se hace crónica. Las fuerzas gubernamentales han ido recuperando terreno frente a los rebeldes de las FAR. Los combates han incrementado los desplazamientos masivos de población, con los contagios correspondientes y la extensión de enfermedades y penurias. Ahí entra el cólera, desde luego.
Las oenegés y las agencias de la ONU intentan mantener un cierto flujo de ayuda humanitaria, vacunas y medicinas, tratan de limitar la extensión del número de enfermos de cólera. Pero sólo pueden utilizar el aeropuerto de Puerto Sudán (Port Sudan International Airport), donde ahora se ubican la capital de hecho del país y el gobierno oficial.
En el oeste de Sudán, la ayuda a la población puede llegar únicamente a través de la frontera chadiana, otro país del Sahel torturado por otros conflictos. El paso fronterizo de Adré está controlado por las fuerzas gubernamentales de Sudán que impiden su uso regular desde hace un año.
El chantaje y la extorsión se imponen ante esas operaciones de ayuda. Según Christopher Lockyear, de MSF, «en las zonas que controlan las Fuerzas de Acción Rápida y sus aliados, retrasan los convoyes de socorro humanitario imponiéndoles peajes enormes y tasas escandalosas. Transportar sesenta toneladas de ayuda humanitaria desde la capital del Chad, N’Djamena, hasta el norte de Darfur puede costar la astronómica cifra de 154.000 euros, una tercio de los cuales deben pagarse en ruta, durante el camino”.
Estos días, los paramilitares rebeldes intentan recuperar El-Fasher, la capital del norte de Darfur, dominada por la hambruna, casi sin salida posible para sus habitantes, aislados del resto del país. Es una ciudad rodeada también por desplazados de otros puntos del territorio sudanés.
En esa ofensiva, no falta la acción constante de la artillería, con disparos incesantes, tampoco los drones y los ataques de las tropas de tierra. Las venganzas étnicas no están ausentes. Muchos cadáveres no son enterrados y permanecen en los caminos por los que huían las víctimas al ser asesinadas.
La ONU define ese entorno como «epicentro del sufrimiento de los niños». Casi la mitad de ellos sufre malnutrición aguda o severa. Allí hay otros trescientos mil refugiados. Existen testimonios de familias comiendo alimentos para animales en torno a fuegos precarios.
Hace dos días, un deslizamiento de tierras montañosas cayó sobre la aldea de Tarasin, también en la región de Darfur, donde quedaron enterrados la mayoría de sus habitantes. Una noticia menor en el flujo de la información global.
Se trata de un lugar de acceso difícil. La alerta la dio un grupo armado, al parecer aliado del ejército oficial e implicado en la batalla de El-Fasher, que pidió ayuda a la ONU y a las oenegés para rescatar un millar de cadáveres. De acuerdo con ese grupo armado (Movimiento/Ejército de Liberación de Sudán) «sólo sobrevivió una persona».
El genocidio de Gaza, los diversos episodios bélicos de Oriente Medio, Líbano y Siria, Israel contra Irán, la pasada y breve guerra indo-pakistaní, los sobresaltos con los que nos despierta Donald Trump y la guerra de Ucrania, nos aplastan a diario. Al hacerlo, entierran también (informativamente) los horrores que sufre Sudán.
Naturalmente, mientras hacía este repaso de informaciones y datos obtenidos de distinta prensa europea, me cruzaba con referencias de los países, potencias y líderes que apoyan, apoyaron anteriormente, animaron un día o animan hoy; es decir, que tienen interés y desean o esperan, el triunfo de alguno de los contendientes enfrentados en la guerra civil de Sudán.
No faltan en la geopolítica global. No me olvido de ellos, corresponsables en distinta medida del horror, aunque por ahora queden para otro artículo.
No sé quien dijo que el infierno es un corazón vacío.
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