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domingo, noviembre 05, 2023

La división en el MAS: ¿faccionalismo o complejización social?


Por Arián Laguna

Septiembre 2023

Resumen: El hecho clave de la política boliviana actual es el fraccionamiento del Movimiento al Socialismo (MAS) entre un ala “evista” y otra alineada con el presidente Luis Arce y el vicepresidente David Choquehuanca. A diferencia de otros países – como Ecuador – en los que la lucha entre el líder del partido y el jefe del Ejecutivo llevó a una diferenciación de proyectos ideológicos, esto no ha ocurrido en el caso del MAS; por esto, la lectura generalizada es que el partido se encuentra atravesado por una pugna por liderazgos y cargos políticos. Este artículo propone una idea diferente, y ésta es que tanto esta lucha faccional actual como la propia salida de Evo en 2019 son evidencia de una crisis no solamente de su liderazgo individual, sino de la forma en la que el MAS articuló durante 15 años de gobierno a las organizaciones sindicales que lo componen. Por tanto, proponemos que, en el fondo, la crisis actual es una consecuencia del desajuste entre esta “forma articulatoria” política y las transformaciones sociales y económicas del mundo popular que el MAS representa.


La división faccional que hoy atraviesa al Movimiento al Socialismo (MAS) es el centro de las preocupaciones en el mundo político boliviano popular y de izquierda. Los análisis actuales diagnostican, de forma muy lógica, que, de ir dividido a las elecciones del 2025, el MAS abriría las puertas para una posible victoria de la derecha. La preocupación central de estos análisis son estas pugnas, el faccionalismo y el divisionismo interno; el correlato de estas preocupaciones ha sido comenzar a pensar y proponer cómo puede solucionarse esa fractura (han propuesto la unificación ya sea a través de la imposición de uno de los liderazgos, de medios institucionales o de una negociación personal). Sin embargo, creemos que la urgencia política ha hecho que se confunda el síntoma con la causa: la pregunta clave que se debe responder no es cómo solucionar la división, sino por qué el MAS está dividido.

Nuestra primera propuesta consiste en entender al evismo no como el poder de un individuo sino como un modo de articulación política de una diversidad de sectores sociales (sindicatos campesinos, mineros, obreros, maestros, juntas vecinales); siguiendo esta lógica, argumentamos que la actual crisis del evismo expresa el desfase entre esta forma de articulación política y aquello que articulaba. Nuestra segunda propuesta es que esta forma de articulación fue posible entre 2005 y 2019 por la predominancia de la forma sindicato en el mundo popular. El fundamento de su crisis radica no sólo en la siempre presente aspiración de las organizaciones sociales de ocupar el poder político, sino en la complejización de las formas de vida materiales, organizativas e ideológicas del bloque popular durante los 15 años del evismo, la cual hace necesaria una nueva forma de articulación política. Así, proponemos que el trasfondo de la división del MAS radica en la creciente contradicción entre la composición social e ideológica del bloque popular y la articulación “evista” bajo la cual el MAS ejerció el poder durante los últimos 15 años.

Evo Morales fue durante casi dos décadas el gran articulador de los “movimientos sociales”; su rol histórico fue el de ser una manera específica de organizar la aspiración histórica de los sectores populares a ocupar el poder. Uno de sus primeros éxitos fue lograr distribuir espacios a un gran número de organizaciones sociales que en muchos casos competían entre sí por los mismos espacios de poder. Esas formas de distribución incluyeron la combinación de sistemas de rotación[1] con el establecimiento de reductos apropiados por ciertas organizaciones; pero también incluyeron la aplicación de una serie de frenos sobre los intereses sectoriales de las organizaciones a través de un permanente tira y afloja entre el líder y las organizaciones.

Sin embargo, este modelo fue sufriendo una sutil pero importante transformación. En sus primeros años como presidente, Evo combinó en la primera línea del poder estatal tanto a dirigentes de las organizaciones sociales como a intelectuales de clase media; sin embargo, su experiencia durante esos primeros años lo llevó a interpretar que los dirigentes de las organizaciones eran más proclives a la corrupción y más ineficientes que los intelectuales de clase media – los denominados “invitados”. Como consecuencia de esta lectura, fue llenando esa primera línea del poder con estos “invitados” – tanto en los principales espacios del Ejecutivo como de la Asamblea Legislativa[2]. La clave de la articulación política está en que canaliza ciertas aspiraciones y formas de lo social, pero al mismo tiempo reprime y niega otras. En este caso, el modelo de articulación evista se asentó en la aspiración de las organizaciones sociales de ocupar el poder estatal, pero al mismo tiempo las fue relegando progresivamente a espacios de representación e intermediación sectorial, mientras que llenaba los puntos nodales de dirección de lo estatal con intelectuales de clase media vinculados personalmente a él (y sin ningún vínculo directo con las organizaciones sociales).

Durante casi 14 años, esta fórmula fue exitosa en el ordenamiento no sólo de esta complejísima “federación de federaciones”, sino también en su legitimación ante los sectores sociales externos al MAS. Sin embargo, este modelo hegemónico se fue resquebrajando interna y externamente. Aquí nos centraremos en las causas de su crisis interna.

Tras las denuncias de fraude electoral en octubre de 2019 y las movilizaciones de las clases medias en las ciudades bolivianas, y al percibir que las fuerzas externas al partido se estaban movilizando en contra suya, Evo acudió a las organizaciones sociales pues creyó que, al igual que en el año 2008, ellas se movilizarían para defender al MAS. Por ello, al día siguiente del inicio de las protestas se trasladó a su bastión – Cochabamba – y desde el balcón de la Prefectura, en un emotivo discurso, pidió a las “masas” que lo defendieran pues al hacerlo, se estaban defendiendo ellas mismas y a su proceso político. Sin embargo, la respuesta popular fue mínima; algo había cambiado, pero aún no se sabía qué.

Durante esos días Morales oyó las falsas excusas de los altos dirigentes sindicales para explicar la falta de respaldo y no las versiones bastante más honestas de los dirigentes de base: “que primero renuncie su entorno q´ara [blanco], y luego vamos a ir a La Paz”. Ese comentario sintetizaba con enorme brutalidad una tensión estructural del MAS – esa especie de división colonial del poder político – pero aún no se estaba en condiciones de interpretarla plenamente.

No es que la aspiración del bloque popular a ocupar la primera línea del poder estatal no hubiese estado presente, sino que había estado reprimida. Con la salida de Evo y su entorno intelectual de clase media en noviembre de 2019 quienes quedaron al mando de forma tácita en el MAS y en la Asamblea Legislativa fueron los dirigentes sindicales y nuevos intelectuales de origen popular cercanos a ellos. Pese a las llamadas de Evo desde Argentina, la cadena de mando se había roto y ahora había otro bloque con la aspiración de ocupar el protagonismo en el MAS. Aquí fue paradigmática la figura de Eva Copa – senadora y ex dirigente de la Universidad Pública de El Alto – quien de ser una figura desconocida se convirtió en una de las principales figuras del nuevo MAS. Durante los meses de la crisis ella sintetizó el problema estructural que había atravesado el poder del MAS durante casi 15 años en pocas palabras: “ellos en la Asamblea [Legislativa] no nos dejaban ni hablar”. Se refería no a los parlamentarios de la derecha boliviana, sino al liderazgo de clase media del MAS en la Asamblea Legislativa que habría marginado sutilmente por años a los parlamentarios de origen popular y sindical.

Esta tensión interna se expresó con más claridad en las disputas en torno a las listas de candidatos tanto a presidente y vicepresidente como a asambleístas para las elecciones nacionales de 2020. Las organizaciones sociales seleccionaron a David Choquehuanca y Andrónico Rodríguez como candidatos a presidente y vicepresidente; sin embargo, esa decisión fue resistida por Evo Morales, quien anticipaba una pérdida total de su poder en caso de que Choquehuanca fuese presidente, por lo que propuso a Luis Arce como candidato. Ante la resistencia de las organizaciones sociales, se produjo un pacto: se impuso el candidato de Evo Morales (Luis Arce), pero a cambio se incluyó a Choquehuanca como candidato vicepresidencial; asimismo, las organizaciones sociales tuvieron control total en la elección de candidatos a diputados y senadores, con lo que los intelectuales de clase media quedaron totalmente relegados y las organizaciones sociales pasaron a dominar totalmente la representación masista en la nueva Asamblea Legislativa. Así, la primera pugna faccional en el MAS se estructuró en torno a la oposición entre el liderazgo de Evo Morales y su antiguo modelo articulatorio, y una nueva camada de dirigentes, con especial asiento entre los aymaras del departamento de La Paz e – inesperadamente – organizaciones sociales de Santa Cruz, quienes portan y expresan las tensiones contenidas en el MAS, pero que aún no las han traducido en un nuevo modelo articulatorio con potencial hegemónico.

Uno de los errores de Evo – imposible de prever en su momento – fue justamente pensar que su poder era un poder personal; por ello, pensó que seleccionando a un hombre de su confianza como presidente garantizaba su poder en el Estado y en el bloque popular. Durante los primeros meses, Arce gobernó de forma relativamente fiel a Evo; sin embargo, al mismo tiempo todo el sistema articulatorio se iba desplazando en otras direcciones. Mientras Evo creía su control de la punta del iceberg, todo lo que estaba por debajo se continuaba moviendo: una nueva capa de dirigentes sociales se posicionaba tanto a la cabeza de las organizaciones sociales como del Estado. Asimismo, las propias correlaciones de fuerza entre las organizaciones se modificaban: las de El Alto, el altiplano de La Paz y de Santa Cruz fueron adquiriendo una posición protagónica en el Estado, en desmedro de los sectores más fieles a Evo (fundamentalmente el Chapare y regiones de Potosí). Así, no sólo se modificó la posición de poder de los líderes de las organizaciones sociales y sus intelectuales, sino la posición relativa de las organizaciones sociales en el esquema general de poder. La posterior fractura entre Arce y Evo hizo visible ese movimiento estructural.

Esta pugna entre el modelo de articulación evista y el de las organizaciones sociales ha tomado el peculiar nombre de la lucha entre “radicales” y “renovadores” ¿Expresan “radicales” y “renovadores” alguna división ideológica o modelo alternativo de desarrollo económico? A nivel explícito, aparentemente no, pero la idea que defendemos es que en esa pugna se expresan dos tensiones estructurales. La primera es entre la aspiración de las organizaciones sociales de ocupar el poder estatal y el modelo evista que, aunque les otorgó importantes espacios de poder, al mismo tiempo fungió como principal dique de contención. Los “renovadores” son esa capa de dirigentes de organizaciones sociales y de intelectuales – directamente vinculados a ellos por relaciones en muchos casos de parentesco o de largas trayectorias de apoyo técnico a sus organizaciones – demandando el control de las principales posiciones de poder. Si uno observa hoy la camada de individuos que controlan los ministerios, viceministerios y direcciones en el Estado – y ni que decir de la Asamblea Legislativa – no hay duda de que (paradójicamente cuando ya nadie habla del tema) ahora sí se trata del “gobierno de las organizaciones sociales”, o al menos más que en cualquier otro momento de la historia reciente. Antes en los seminarios indianistas y kataristas se denunciaba que el supuesto Estado indígena estaba gobernado por q´aras; ahora varios indianistas y kataristas han reconocido que los aymaras están controlando importantes posiciones estatales. Lo cierto es que, de una forma sutil y reticular, hoy el Estado está siendo controlado por centenares de individuos aymaras y quechuas vinculados al mundo de las organizaciones sociales.

Sin embargo, los “renovadores” no son los mismos de 2005, y aquí radica la segunda tensión contenida en esta pugna. El propio proceso de transformación material y simbólica llevado a cabo por el MAS transformó la composición social de este grupo. Hoy en día las organizaciones sociales ya no responden solamente a la estructura puramente sindical jerárquica (sindicato – subcentral – central – federación); si bien el sindicato continúa siendo el eje de la organización popular, la urbanización y la diversificación económica de los sectores populares han llevado al desarrollo de ramificaciones y redes de figuras individuales por fuera de los sindicatos que, aunque vinculadas a ellos, no necesariamente les responden orgánicamente. Esto se vincula con una complejización de la representación de las organizaciones sociales en el Estado: si en el 2005 las opciones principales para ocupar los altos puestos del Estado eran los dirigentes sindicales o intelectuales tradicionales, hoy décadas de formación de cuadros intelectuales y técnicos indígenas han hecho que tanto las organizaciones como los líderes estatales opten cada vez más por estos sujetos que provienen del propio mundo popular para la ocupación de cargos públicos (esto no significa que la escalera sindical haya desaparecido, sino que se ha combinado con esta nueva fórmula).

Así, nuestra hipótesis central es que la forma organizativa del mundo popular que Evo Morales pudo controlar, articular y representar de gran manera fue la que en última instancia radica en la forma sindicato[3] y en su expresión corporativa. Evo distribuyó espacios, limitó demandas – y además legitimó esos intereses sectoriales a través del uso de los intelectuales de clase media como cariz hegemónico del Movimiento al Socialismo – basado justamente en un mundo popular organizado bajo un esquema sindical de jerarquías y representación sectorial. En ese sentido, fue el gran articulador de la forma sindicato. Sin embargo, lo que no pudo ser controlado por esa forma de articulación – y que hoy implosiona y la desespera – es la forma civil[4] del poder de esas clases populares, y especialmente de los sectores que cada vez expresan sus intereses de forma preponderante bajo esa forma. Aunque esta otra forma del poder social ya estaba presente en 2005, nuestro argumento es que su importancia se ha ampliado enormemente como consecuencia de los procesos de complejización social que esbozaremos brevemente. 

El primero es la simbiosis rural – urbana. Más que un proceso de llana urbanización, como ocurre en otros países, en Bolivia lo que se ha producido es una simbiosis urbano – rural puesto que la fuerza organizativa y emotiva de las comunidades rurales ha hecho que, inclusive contra una racionalidad puramente económica, los migrantes mantengan fuertes y permanentes vínculos sociales y culturales entre la ciudad y las comunidades rurales de las que provienen ellos o sus familias. La sociedad aymara destaca en Bolivia porque es la que produjo la simbiosis rural-urbana más precoz desde la década de 1960. A nivel estructural, esto se tradujo en una rápida complejización social pues la vida económica y cultural ya no se desarrolla únicamente en la comunidad rural, sino que está distribuida entre la comunidad rural, la junta vecinal urbana, la fábrica y la universidad; en términos económicos, se cosecha y siembra, pero también se trabaja en una fábrica en El Alto o en el comercio informal; en términos culturales, se reciben marcos de interpretación tradicionales de la comunidad rural, pero también marcos occidentales en la universidad. Esta complejización y simbiosis social vividas con mayor claridad en el mundo aymara tuvo en el katarismo y el indianismo sus primeras y más potentes expresiones tanto intelectuales como políticas en las que lejos de rechazar el mundo rural y tradicional aymara, lo mistificaron y ensalzaron como sostén de un proyecto político en el que no sólo se reclamaban mejoras materiales, sino que se canalizaba una aspiración – con la que Evo Morales nunca pudo lidiar plenamente – al liderazgo tanto político como intelectual. Así, se combinaron las potencialidades de la ruralidad y la urbanidad sin abandonar ninguna de ellas. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de los aymaras; esa simbiosis de lo urbano y lo rural – que se produjo tempranamente en el mundo aymara del altiplano – se ha desarrollado de forma acelerada en una diversidad de regiones durante los gobiernos del MAS debido al acelerado movimiento económico que este partido propició en regiones rurales y sectores populares. 

Este proceso ha tenido como correlato la emergencia de capas de intelectuales y técnicos vinculados por redes de parentesco con los sindicatos, pero que ya no responden orgánicamente a ellos. Esto generó dos problemas para las formas articulatorias evistas pues la lógica de estos nuevos intelectuales orgánicos y sus aspiraciones de dirección intelectual y política 1) entran en conflicto con el modelo evista que prefirió asentarse en la obediencia de la intelectualidad tradicional de clase media y 2) son menos controlables que el mundo sindical puesto que no responden a una estructura orgánica, sino reticular.

La segunda transformación es la complejización económica popular. Los procesos de complejización productiva y acumulación económica en sectores populares han aparecido en casi todas las regiones, y aquellos que las han experimentado con mayor densidad difieren enormemente en sus aspiraciones políticas y formas organizativas respecto a la sindical. Se ha producido una dualidad en la vida política popular. Por una parte, está la representación sindical, bajo la cual un propietario/trabajador = un voto. Sin embargo, cuando surgen las capas empresariales populares, esa voz empresarial está presente en el sindicato, pero también construye otras redes de canalización de intereses porque obviamente su poder económico y político excede esa representación sindical. Así, además de una creciente presencia de esos actores en el mundo sindical, han emergido otros circuitos de influencia a través de estas nuevas formas de organización social (invisibles para la opinión pública) y que también se dan a través de redes personales.

La complejización de la vida social produce una necesaria complejización en las formas de la representación. Una vida social y productiva concentrada principalmente en el espacio rural o en el enclave minero puede canalizar sus intereses y demandas de forma bastante eficiente a través del sindicato, pues éste puede sintetizar las demandas económicas, sociales y políticas de ese espacio social. Sin embargo, la diversificación de los espacios y formas de reproducción de la vida social complejiza la representación de intereses, y hace necesarias nuevas y más complejas formas de representación y mediación de lo social (de hecho, no cabe dudas de que el propio nacimiento del MAS es una primera expresión de esa necesidad estructural de expresar políticamente la simbiosis urbano – rural pero que aún no ha podido ir más allá de la representación sectorial-sindical).

Los lugares en los que este proceso de transformación social está más desarrollado – el mundo aymara de La Paz y los sectores migrantes y populares de Santa Cruz – se han convertido, en distintas versiones, en la vanguardia por cambiar la fórmula de poder del MAS. Son quienes desde hace tiempo reclaman sustituir el poder piramidal y corporativista del partido – en el que los sectores populares ocupan un rol de representación sectorial – por uno en el que ellos ocupen no sólo los espacios sectoriales, sino los generales o universales (una aspiración especialmente presente en las redes intelectuales aymaras), pero también los vínculos claves que organizan el rol del Estado en el potenciamiento de ciertos sectores empresariales. En el caso del mundo aymara, esto viene de una precoz formación de cuadros intelectuales que se hizo totalmente evidente con el katarismo ya en la década de 1970; en el caso de Santa Cruz, el proceso está mucho más vinculado a una aceleradísima transformación económica en la que se han articulado intereses campesinos, urbanos y de un emergente capitalismo rural de matriz popular.

Esta transformación estructural por ahora se ha evidenciado en sillazos y un cruce de fuego en la Asamblea Legislativa que los sectores intelectuales tradicionales han caracterizado como “vulgares”. Efectivamente, por ahora las nuevas vanguardias de origen popular están utilizando las formas con las que desplegaban sus luchas políticas (muchas de ellas en el mundo sindical). Sin duda están desprovistos de los altos capitales lingüísticos y simbólicos de la tradicional izquierda boliviana. Sin embargo, más allá de un refinamiento intelectual puramente formal – lo cual es simplemente una decadente expectativa señorial – lo cierto es que el nivel de la representación política – el MAS – requiere de una metamorfosis. El MAS del 2005 expresó el avance y creciente hegemonía del campesinado en el ámbito rural, representado bajo la forma sindical, y su lucha contra el neoliberalismo, multiplicando esa fórmula para una diversidad de sectores. Como hemos intentado esbozar, el MAS del 2023 contiene – y necesita articular – a una base social en la que las propias distinciones urbano rurales se han relativizado, y en la que el mundo indígena ha cooptado ya no sólo el ámbito rural, sino amplios circuitos urbanos, particularmente el comercial, del transporte, el educativo e inclusive el técnico e intelectual; por tanto, requiere una estructura que pueda expresar la coexistencia de las formas sindicales y comunales, y aquellas emergentes que hemos denominado “civiles”. El MAS del 2005 revistió esa base social y esa lucha por la transformación con un discurso intelectual amplio y universalista; el problema hoy en día es que están enfrentadas una fórmula articulatoria que vive del recuerdo de glorias pasadas, y otra que en realidad aún no es una forma articulatoria, sino que simplemente levantó el dique y permitió la toma de diversos espacios estatales por las organizaciones y sus intelectuales orgánicos. Sin embargo, eso no es una articulación con potencial hegemónico puesto que ésta requiere no sólo la construcción de discursos universalistas e interpelantes, sino de una nueva infraestructura política que justamente pueda reorganizar, canalizar y sintetizar las nuevas necesidades y composición de la base social del MAS. Sin entrar en fórmulas ni recetas – que no es para nada el objetivo de este texto – probablemente esa metamorfosis implique una ampliación de los espacios complejos de organización y mediación entre sociedad, partido y Estado que el MAS desdeñó durante décadas y que hoy parecen ser imprescindibles.


Arián Laguna es maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México.

[1] Véase Hervè Do Alto y Pablo Stefanoni, “El MAS: las ambivalencias de la democracia corporativa”, en Luis Alberto García Orellana y Fernando Luis García Yapur (coords.), Mutaciones del campo político en Bolivia, PNUD, La Paz, 2010, pp. 303-363.

[2] Por ejemplo, la proporción de ministros provenientes de organizaciones sociales bajó del 56% en 2006 al 15% en 2013 y no se elevó considerablemente hasta la salida de Evo en 2019 (cálculo propio con base en Fran Espinoza, Bolivia: La circulación de sus élites (2006-2014), Santa Cruz, El País, 2015, pp. 144-6).

[3] La “forma sindicato” fue trabajado por Álvaro García, pero específicamente para la condición obrera (“Sindicato, multitud y comunidad. Movimientos sociales y formas de autonomía política en Bolivia”, en Álvaro García Linera et al. Tiempos de rebelión, La Paz, Comuna y Muela del Diablo, 2001). Sin embargo, además de no sólo pensarla como una forma de organización obrera, sino campesina, gremial, magisterial, etc., también la planteamos no como simple forma organizativa, sino como una ideología que luego se expresa en una forma de organización social. Esta ideología tiene como núcleo la creencia de que el poder en Bolivia no puede darse sin la presencia de lo indio y lo popular. En su versión externa, se ha dado como un permanente asedio popular al Estado, bloqueando e inviabilizando su poder a través de movilizaciones, cercos y asedio; en su versión interna, es decir cuando el movimiento popular ha sido parte del Estado, se ha desplegado bajo la forma de un “asedio interno”: permanente demanda de obras sociales, espacios y puestos de poder a quienes detentan el poder central. Sin embargo, y aquí está la clave en el engranaje entre el evismo y la forma sindicato, ésta es una ideología en la que el movimiento popular se autoconcibe como asedio al poder, pero no como poder en sí mismo. Por ello, el evismo se asentó en la lógica de la forma sindicato que constituye a los sectores sindicales y populares como potentes contestatarios y receptores de recursos, pero no como dirigentes de la totalidad. 

[4] Las teorías sobre sociedad civil son un diagnóstico sobre el proceso específicamente moderno de separación de la política respecto a la sociedad, su concentración (e intento de monopolio) por parte del Estado y la autonomización de “lo social”. La lectura progresista liberal plantea que las organizaciones de la sociedad civil (partidos, ONGs, movimientos sociales, medios de comunicación, etc.) son una consecuencia de la libertad social, o sea un producto relativamente “natural” de las sociedades modernas con libre mercado y democracia liberal, y defienden esa separación de la esfera social, su autonomía y su rol como reguladora y supervisora externa tanto del Estado como del ámbito económico (la sociedad civil encarnaría así lo más puro en términos éticos pues estaría abstraída de los intereses privados). En cambio, la teoría marxista, especialmente a partir de la lectura que Gramsci hizo de Hegel (que es la que aquí retomamos) plantea que si bien la sociedad civil emergió como consecuencia de procesos de complejización socioeconómica y política, no es la simple consecuencia de la libertad social en su forma organizada ni está esencialmente separada del Estado o la economía, sino que es parte de la infraestructura política de las clases sociales y, por tanto, un espacio clave de lucha política. Aunque el campo de discusión es enorme, los textos clásicos son Friedrich Hegel, Filosofía del derecho, Buenos Aires, Editorial Claridad, [1821] 1968; Antonio Gramsci, 2023, Cuadernos de la cárcel (Vols. 1-3), especialmente C2N5 C3N16 C6N24 C6N87; Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública, Barcelona, Gustavo Gili, 1981; Jean Cohen y Andrew Arato, Sociedad civil y teoría política, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2000.

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