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lunes, marzo 24, 2014

Comunicado de UP sobre las marchas de la dignidad

Union Proletaria
¡Vivan las Marchas de la Dignidad!
El próximo día 22 de Marzo, las Marchas por la Dignidad pueden suponer un punto de inflexión en la lucha de clases. Después de las 3 últimas huelgas generales, del 15M, de las Marchas de la minería, de las Mareas sectoriales, de las huelgas particulares contra los EREs, etc., las clases populares pueden ahora arrebatar la iniciativa a la oligarquía financiera: la batalla decidida por restaurar los derechos sociales conculcados no podrá por menos que provocar cambios políticos. La fuerza de las Marchas viene del respaldo que les han brindado la gran mayoría de los movimientos sociales surgidos del rechazo a los recortes, así como casi todos los partidos políticos a la izquierda del PSOE. A medida que se acerca la fecha y las primeras columnas inician su periplo hacia Madrid, la agenda de todas estas organizaciones se concentra en la preparación de las Marchas.

Todavía falta el respaldo de las direcciones confederales de los grandes sindicatos, aunque se suceden los comunicados de adhesión por parte de federaciones, secciones sindicales y comités de empresa. La reacción primaria “izquierdista” contra CCOO y UGT, por su falta de compromiso oficial, va cediendo cada día más a favor de una acción más compatible con la comprensión de las razones por las que el movimiento obrero organizado, sobre todo en los países desarrollados de Occidente, se fue debilitando durante la segunda mitad del siglo XX. Después de la II Guerra Mundial, se abrió una etapa en que pudieron conciliarse buena parte de los intereses inmediatos de obreros y patronos, bajo el arbitraje del Estado. Sin entrar aquí a explicar las razones de este fenómeno coyuntural, una consecuencia del mismo fue que la mayoría del movimiento proletario creyó posible conciliar sus intereses estratégicos y finales con los de la burguesía porque estaba convencida de que el capitalismo se había vuelto capaz de asegurar una existencia próspera a la población trabajadora. En España, en aquellos años, el capitalismo no se ocultaba tras esta apariencia, pero, al compararse con otros países, el antagonismo entre los intereses de ambas clases no se achacaba generalmente a la esencia de este régimen social, sino a su forma fascista. Educada la clase obrera bajo esta ilusión, se hallaba desarmada frente a la ofensiva neoliberal que el imperialismo desplegaría a partir de los años 80. Ésta se ha intensificado primero tras la caída de la URSS y, todavía más ahora, al aprovechar la profunda crisis y depresión económica iniciada en 2007.
El desempleo masivo y las políticas de los gobiernos dirigidas a reducir los derechos sociales de los trabajadores en beneficio de los grandes capitalistas han dificultado sobremanera la resistencia obrera (sobre todo en países como España donde se echa en falta una dirección comunista continuada, firme y fuerte). Aun en estas condiciones desfavorables, aquellas políticas son tan agresivas que han provocado un crecimiento de las luchas de los sindicatos y de las masas contra la patronal y el gobierno, puntualmente coronadas por ejemplares victorias, como en Gamonal o en la sanidad pública madrileña, por ejemplo. Sin embargo, el balance general de fuerzas desplegadas es todavía muy favorable a la burguesía.

Falta ahora comprobar si somos capaces de movilizar el potencial de lucha que ha desarrollado en las masas el aumento de la explotación capitalista. Y se trata de movilizarlo hacia una misma dirección que revele, en primer lugar, la real correlación de las fuerzas en pugna y, en segundo lugar, los medios concretos para poder “darle la vuelta a la tortilla”. En su obra “Salario, precio y ganancia”, Marx explica que la determinación del nivel de vida de la población obrera “se dirime exclusivamente por la lucha incesante entre el capital y el trabajo; el capitalista pugna constantemente por reducir los salarios a su mínimo físico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo físico, mientras que el obrero presiona constantemente en el sentido contrario. El problema se reduce, por tanto, al problema de las fuerzas respectivas de los contendientes”. Concretamente, si bien se comprende que la disminución de salarios y derechos sociales se debe al exceso de oferta de mano de obra sobre la demanda, se hace “necesario comprobar el verdadero estado de la demanda y la oferta, v. gr., por medio de una huelga o por otro procedimiento cualquiera”.La polémica sobre la huelga general

La elección del procedimiento debe partir del análisis concreto de las condiciones objetivas. Sin embargo, un sector minoritario del movimiento obrero elige el procedimiento de la huelga general porque se abstrae de aquellas condiciones y se basa dogmáticamente en las necesidades histórico-lógicas del proceso revolucionario. Desde el punto de vista de estas necesidades, no cabe duda que la huelga general es un medio formidable para que la clase obrera demuestre su fuerza social, la ejercite, conquiste la dirección política del resto del pueblo y se organice en torno a su vanguardia fabril (premisas imprescindibles para el triunfo de la revolución socialista). Claro que, al mismo tiempo, no hay que exagerar las posibilidades de este medio de lucha puesto que presupone el monopolio de la clase capitalista sobre los medios de producción y de coerción. Ya hace 150 años y para España, Engels advirtió que la huelga general no es la panacea y defendió la superioridad de las formas políticas de la lucha de clases:
“En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca de que hay que valerse para desencadenar la revolución social. Una buena mañana, los obreros de todos los gremios de un país y hasta del mundo entero dejan el trabajo y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a darse por vencidas o a lanzarse contra los obreros, con lo cual dan a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, toda la vieja organización social. (…) De una parte, los gobiernos, sobre todo si se les deja envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que la organización ni las cajas de los obreros lleguen tan lejos; y, por otra parte, los acontecimientos políticos y los abusos de las clases gobernantes facilitarán la emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a reunir esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si dispusiese de ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general para llegar a la meta.” (“Los bakuninistas en acción”)
Por lo tanto, para alcanzar la meta final, la huelga general será un medio más, pero no el principal. Pero, ahora, lo que sobre todo resulta indispensable valorar es si la huelga general es el medio más apropiado para acercarnos a la meta final, es decir, para movilizar a las más amplias masas obreras y populares, y si, por lo tanto, es el medio al que debemos recurrir prioritariamente.
En las tres huelgas generales realizadas desde el inicio de esta gran crisis, se comprobó que el número de participantes era muy inferior al de quienes las apoyaban en las manifestaciones de cierre de jornada. Este resultado no es de extrañar si tenemos en cuenta los millones de trabajadores en paro y la precariedad laboral absoluta de otros tantos. En tales condiciones, las huelgas generales mostraron la admirable participación en masa de los obreros de las grandes empresas, pero también la incapacidad de este medio de lucha para organizar activamente al resto de la clase proletaria más empobrecida y que tiene menos que perder con la lucha. Y un obstáculo así no se supera solo con críticas a las cúpulas sindicales o, lo que viene a ser lo mismo, añadiendo a la expresión “huelga general” los adjetivos “verdadera”, “laboral” y “social”[1].
Cuando la pobreza se extiende dejando a millones de trabajadores fuera de las relaciones de producción, la necesidad de luchar se hace mayor para éstos. Sin embargo, no pueden recurrir a la huelga general, pero sí a otras formas de movilización general e incluso continuada, como ha sido recientemente el 15M, como fue la asamblea nacional permanente de los representantes del tercer estado en la Gran Revolución francesa de 1789 o como son ahora las Marchas de la Dignidad. A partir de esta movilización directa de las capas inferiores de la población, es posible que la huelga general del resto de la clase obrera se convierta en el complemento necesario y que el proletariado fabril se constituya en la columna vertebral de la movilización popular, en su vanguardia organizadora y dirigente. Pero eso, en todo caso, será después de que las Marchas del 22 de Marzo hayan desplegado su potencial y proporcionado al movimiento obrero organizado una mayor base de masas y una mayor fuerza para imponer sus reivindicaciones. Entonces, se valdrán para ello de una nueva huelga general pero también de otros muchos medios (incluidos los medios políticos y electorales).

Las ventajas de las Marchas

Las Marchas de la Dignidad pueden saldarse con un éxito mayor que el de experiencias combativas recientes, porque se apoyan en la necesidad objetiva que tiene toda la masa más empobrecida de luchar contra las políticas neoliberales de la Troika y los gobiernos, porque son unificadoras de las luchas parciales en curso y porque, además, se dan en la coyuntura económica y política más favorable desde que se inició la actual crisis económica.

Guardan un cierto parecido con el 15M y una cierta distancia con las huelgas obreras, por la amplitud popular, democrática, de su programa, por no partir del ámbito productivo, etc. Pero ya no se trata de un movimiento de los jóvenes de “clase media” que se rebelan ante la pérdida de status social respecto del de sus padres o de sus propias expectativas. Es un movimiento de los estratos más pobres de la población y, sobre todo, de la clase obrera.
Además, en lugar de coincidir con el pico de la crisis, las Marchas se dan en un momento de ligera recuperación económica, de multiplicación de beneficios por parte de las grandes empresas, mientras a la masa del pueblo le aprietan más las tuercas. Ya no vale la excusa de la crisis y de la necesidad de sacrificios por parte de todos, cuando los pocos de arriba se están enriqueciendo mientras continúan empobreciendo a los muchos de abajo. Ahora no se necesitan complejas investigaciones que nos descubran quiénes son los culpables de la crisis, sino que basta una mirada superficial para distinguir a los beneficiarios y a las víctimas de la misma. Las diferencias sociales saltan a la vista y las Marchas pueden ser la expresión de este cambio en las relaciones de clase y el cauce inicial para el auge de la lucha de clase del proletariado.
A esto se suma una situación política de enorme desgaste social del gobierno del PP y de la monarquía (que puede acelerarse con su intransigencia reaccionaria), con un PSOE que no consigue recuperar los apoyos populares que el PP pierde y con un crecimiento del prestigio de las fuerzas a la izquierda del PSOE, sobre todo de las fuerzas activas en el movimiento obrero. Y todo esto, en un marco internacional en que los Estados occidentales que constituyen la columna vertebral del sistema imperialista internacional pierden posiciones y acrecientan su agresividad contra los países que los están desplazando y a los que necesitan subyugar.
Finalmente, a estas ventajas, hay que añadir el papel dinamizador de las Marchas que está desempeñando el Sindicato Andaluz de Trabajadores. Este sindicato tiene experiencia local en impulsar la movilización de los sectores más pobres y menos organizados de la clase obrera, tiene la voluntad de sumar a quien quiera apoyarlas sin interponer prejuicios sectarios y tiene la determinación de llegar hasta el final si las masas secundan el llamamiento. Las dificultades objetivas
Dicho esto, el optimismo y el entusiasmo que emanan de estas condiciones y que se respiran entre los activistas de este movimiento no deben impedirnos observar con rigor las dificultades que se presentan, precisamente para tratar de vencerlas. En primer lugar, están las de carácter objetivo, que son la base para los problemas subjetivos serios.

Las Marchas de la Dignidad no se dirigen a una clase social particular, sino a toda la masa del pueblo. Y, con razón, puesto que ésta ha empeorado con la crisis y la ofensiva neoliberal de la gran burguesía. Pero, por muy buena que sea esta intención, su programa no podrá atraer la simpatía de todos los sectores de la misma por igual. Es necesario distinguir en el pueblo dos estratos: 1º) en el superior, están la parte de la pequeña burguesía, las capas medias y la aristocracia obrera que ha evitado la ruina y conseguido mantener su status, así como también los asalariados de las grandes empresas con mejores condiciones laborales; y 2º) en el inferior, están quienes han perdido mucho con esta crisis y sólo pueden mejorar incorporándose a una lucha colectiva. Esto es, las capas más bajas del proletariado formadas por parados y precarios, pero también algunos pequeñoburgueses recién arruinados, intelectuales radicalizados y lumpenproletarios. Como se ve, esta línea divisoria no coincide con la división de la sociedad en clases, pues parte a la clase obrera en dos estratos con diferentes intereses inmediatos. Por tanto, no es todavía el alineamiento de fuerzas que resolverá las contradicciones sociales actuales de la única manera posible, es decir, mediante la revolución socialista. Y nuestros esfuerzos deben ir dirigidos a hacer todo lo subjetivamente posible por acelerar la construcción de ese necesario alineamiento, partiendo de la situación actual de división entre las masas obreras y de confusión entre sus intereses fundamentales y los de otras clases.

Aquel estrato superior de las masas populares, esa gran masa social intermedia que abarca entre un tercio y la mitad de la población, probablemente acoja con frialdad el llamamiento de las Marchas, por lo menos al principio. Por eso, el optimismo que genera este movimiento no debe descansar en la creencia de que van a desencadenar la revolución inmediata, sino en la convicción de que son un paso importante en esa dirección. Los motivos para esa actitud distante de la mayoría de la población hacia las Marchas radican en las circunstancias explicadas al inicio de este artículo: la confianza relativa de esas masas en que el capitalismo permite una prosperidad general como la que han experimentado en relación con sus padres y abuelos; el crédito que todavía dan a los grandes medios de comunicación y a otros aparatos hegemónicos de la burguesía; su esperanza de que recuperarán lo perdido en cuanto pase la crisis (su experiencia les muestra que las crisis económicas son pasajeras); la consiguiente actitud conservadora, nostálgica y, a veces, reaccionaria frente a las políticas gubernamentales; etc.

Sin embargo, la probabilidad de una evolución positiva en la actitud de esas masas hacia las Marchas será diferente según sea la clase social a la que pertenezcan. En contraste con la pequeña burguesía, la aristocracia obrera y otras capas intermedias, la mejor situación económica de las masas obreras organizadas en las grandes empresas y fábricas se debe a su resistencia colectiva. Por consiguiente, su tendencia natural en el proceso revolucionario no es la de sumarse al egoísmo de la pequeña burguesía, sino la de encabezar a los sectores más indefensos del proletariado en la lucha de clases, neutralizando las vacilaciones de las capas intermedias y atrayéndolas al lado de la clase obrera gracias a la fuerza y la autoridad que le dará su unidad combativa. Entretanto se abre camino esta tendencia, las masas más pobres no deben esperar que las convoque a luchar la mayoría del movimiento obrero organizado, hundiéndose mientras en la miseria, sino que les interesa sumarse a la iniciativa de las Marchas y, a partir de ahí, reclamar la solidaridad activa de los grandes sindicatos y de los obreros industriales. Debemos hacer todo lo posible por acercar ambos sectores de nuestra clase social. La sabia actitud de los promotores de las Marchas es de tender puentes hacia la mayoría del movimiento sindical.

De la pequeña burguesía situada en el estrato superior del pueblo, no sólo emana frialdad e indiferencia hacia las masas más pobres y hacia la movilización de las mismas. Al mismo tiempo, cierto sector de esa pequeña burguesía también tiene interés en participar en las Marchas de la Dignidad, pero no para contribuir a realizar las reivindicaciones de éstas. Al contrario, cuando lo hace, es para instrumentalizar la fuerza de las masas con el fin de obtener concesiones de la oligarquía que le permitan mantener su propia posición social privilegiada en el seno del pueblo, e incluso mejorarla, a costa de la clase obrera. Los actuales dirigentes de los grandes sindicatos, de Izquierda Unida, del PCE, etc., son el producto de las condiciones de existencia de las masas de la clase obrera en mejor situación. En la medida en que pretenden perpetuar esta situación privilegiada, se convierten a su vez en un impedimento activo para la unidad del proletariado y para la lucha revolucionaria de éste contra la burguesía. Algunos de ellos, incluso están más cerca de los intereses de la oligarquía financiera que de las necesidades del pueblo trabajador.
Su estrategia no va enfilada a desarrollar la lucha de masas hacia la revolución socialista, a pesar de que los problemas contra los que se dirigen las Marchas ya no tienen solución real bajo el capitalismo. Este régimen se ha desarrollado tanto que ha agotado su capacidad para contribuir al progreso social, siendo éste posible únicamente por medio de una revolución socialista. Por eso, las Marchas sólo podrán saldarse con un verdadero éxito si contribuyen a preparar dicha revolución, si se convierten en parte de ella. Para ello, debemos luchar por que los oportunistas pequeñoburgueses no las desvíen de este objetivo necesario, a la vez que realizamos los demás aspectos de esta preparación. En consecuencia, debemos criticar las falsas ilusiones sobre la posibilidad de conseguir una Unión Europea social y democrática, sobre la posibilidad de realizar una revolución democrática que no sea socialista y proletaria, sobre la posibilidad de liberarnos del yugo del capitalismo por una vía principalmente pacífica y parlamentaria, sobre sus promesas electorales de gestionar el Estado a favor de los trabajadores sin cambiar el carácter de clase del mismo, etc.

Hemos observado durante décadas cómo los reformistas pequeñoburgueses, en los momentos decisivos, han aprovechado el papel dirigente que las masas les habían confiado para desmovilizarlas y ceder a las pretensiones de la burguesía, a cambio de unas migajas sobre todo para ellos mismos, desmoralizando así a la clase obrera y corrompiendo su conciencia. Por este motivo, su presencia en los movimientos de masas significa que éstos llevan en su seno el germen de la traición.

En resumidas cuentas, desde un punto de vista estratégico, es imprescindible luchar contra el reformismo pequeñoburgués hasta vencerlo. Para ello, no podemos dejar de tener en cuenta tácticamente que este reformismo es todavía la ideología hegemónica en las masas combativas y que sólo a partir de esta falsa conciencia es posible ayudarlas a superarla a través de la combinación de la acción práctica y la propaganda socialista. Como explicara Marx, nuestra lucha no es por interpretar correctamente el mundo, sino por transformarlo. Por lo tanto, no sirve cualquier lucha contra el reformismo, sino sólo aquélla que se realice en refuerzo de la acción conjunta de las masas obreras y que, de ese modo, nos permita reducir efectivamente su influencia perniciosa sobre ellas. Como ha demostrado la experiencia histórica, el método más efectivo ha sido el del marxismo-leninismo: trabajar sin falta allí donde estén las masas, impulsando su lucha hacia delante, hacia la revolución.
Como explicaba Lenin, “la lucha contra la ‘aristocracia obrera’ la sostenemos en nombre de la masa obrera y para ponerla de nuestra parte… para conquistar a la clase obrera. (…) toda la tarea de los comunistas consiste en saber convencer a los elementos atrasados, en saber trabajar entre ellos y no en aislarse de ellos mediante fantásticas consignas infantilmente ‘izquierdistas’.” (“La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”) Las dificultades subjetivas: los peligros inmediatos
Ahí está el peligro opuesto que acecha a los movimientos de masas en general y a las Marchas de la Dignidad en particular. No sólo está el peligro de derecha que proviene de las capas más acomodadas del pueblo, sino también el peligro de “izquierda” que proviene de las capas no proletarias que también integran el estrato más oprimido del pueblo. El “izquierdismo” expresa la ideología individualista del pequeño propietario arruinado y del lumpen, los cuales desprecian profundamente a toda la masa social intermedia. En particular, manifiesta una actitud sectaria hacia las expresiones sindicales y políticas del movimiento obrero organizado: sobre todo y respectivamente, hacia CCOO y UGT y hacia IU y el PCE.

Sus adeptos incurren en el fatalismo con respecto a los movimientos y organizaciones de masas: no tienen paciencia para transformarlos, se dan por vencidos de antemano –a pesar de estar allí las masas a las que pretenden representar- y, a cambio, creen posible atraerlas a base de críticas desde fuera[2] para la construcción de otros movimientos y organizaciones más puros y encabezados por revolucionarios seguros. No comprenden por qué las masas siguen a los reformistas pequeñoburgueses. No comprenden esta contradicción, por lo que no pueden desarrollarla en provecho de la revolución No comprenden cabalmente que la ideología dominante no puede ser otra que la de la clase dominante. No comprenden que la clase dominada sólo podrá liberarse si los comunistas le damos la oportunidad de comprobar la veracidad de nuestras críticas a sus errores paso a paso, siempre que participemos con ellas y como los primeros en las acciones que hayan decidido emprender.

Cuando cuestionan las Marchas por limitarse a reivindicar reformas económicas y democráticas, los “izquierdistas” están contraponiendo metafísicamente esta lucha por reformas a la lucha por el socialismo. Es verdad que los revolucionarios consecuentes no deben adular el movimiento presente, “olvidando” realizar una propaganda socialista independiente. Pero tampoco deben reprocharle su falta de socialismo, porque, en las condiciones actuales, sólo así pueden ponerse las masas en movimiento y sólo en el curso de este movimiento las masas comprenderán la necesidad del socialismo. Lo que debemos hacer es apoyar sus actuales reivindicaciones como puntos de apoyo para avanzar hacia el socialismo y explicar el socialismo como la satisfacción completa de dichas reivindicaciones.
Los “izquierdistas” se equivocan cuando pretenden que las Marchas se convoquen sobre la base de rechazar cualquier gestión del capitalismo, porque esto equivale a rechazar toda acción común con las capas intermedias de la sociedad, todo frente obrero y popular que pueda abrir camino al socialismo. No han comprendido que no estamos en un capitalismo cualquiera, sino en un capitalismo monopolista, financiero. Por eso, el enemigo principal no es el capitalismo ni la burguesía EN SU CONJUNTO, sino la oligarquía, su fracción superior y dirigente. Ciertamente, se trata de la fase superior del capitalismo y es reaccionaria cualquier pretensión de regresar a la fase inferior porque exigiría una enorme destrucción de fuerzas productivas y un retroceso civilizatorio. Pero sí es perfectamente posible que el proletariado, al frente del pueblo, conquiste el poder, destruya a la oligarquía y tenga que “gestionar” una economía todavía capitalista en cuanto a la mayoría de los medios de producción (aunque los más grandes y decisivos estén en manos del pueblo).

Para alcanzar la unidad popular alrededor de la clase obrera, debemos situar la línea de demarcación en el rechazo, no a los partidarios de una “gestión diferente del capitalismo”, sino a los partidarios de continuar la gestión imperialista, monopolista, financiera del capitalismo. Y ésta no es otra, hoy por hoy que la gestión neoliberal promovida por la Troika, como bien apunta el Manifiesto de las Marchas. Al mismo tiempo, dentro del movimiento, debemos sostener una lucha contra posibles formas de gestión neokeynesiana del imperialismo. Sin embargo, al no constituir un peligro inmediato (tanto el PP como la dirección del PSOE son fundamentalmente neoliberales), la crítica contra ellas no debe impedir la acción conjunta de todos los que se opongan a las políticas de la Troika. Somos conscientes de que las medidas correspondientes que acuerde ese frente popular resultarán “insuficientes e insostenibles”[3], y es así como se pondrá al orden del día la necesidad de luchar por completar la revolución socialista expropiando a toda la burguesía capitalista. Pero, por ahora, no toca llevar esa lucha hasta el punto de obstaculizar la construcción de la unidad popular contra la oligarquía y su política.

Los “izquierdistas” aciertan en la necesidad de prepararse para verdaderos combates, pero se equivocan en relación con los medios de lucha y de organización necesarios ahora mismo. Entre una lucha incipiente y una insurrección media un complejo proceso en el que no basta con la determinación de un puñado de activistas: todavía no tenemos masas suficientes, todavía no hemos ganado los aliados indispensables y todavía carecemos de la organización, de la fuerza capaz de disputar el poder a la oligarquía.
Luchar sin cabeza, siguiendo la visceralidad de la pequeña burguesía radical y del lumpen, dando rienda suelta a la rabia y la violencia ciega, sin comprender que el movimiento obrero organizado y las grandes masas quieren agotar las posibilidades de acción pacífica, sólo puede conducir a entregar gran parte de esas masas en bandeja de plata a la reacción, a aislar al movimiento y, por consiguiente, a destruirlo. Únicamente la simpatía o, al menos, la neutralidad benévola de las amplias masas pueden evitar que el movimiento sea aplastado por un Estado mucho más fuerte. Y en las condiciones actuales, sólo podrán apoyar una violencia que sea defensiva y multitudinaria. Hay que evitar todo aventurerismo, toda expresión de violencia que debilite nuestra base de masas y que fortalezca la de la oligarquía. Únicamente así podremos ir desarrollando una fuerza antagónica suficiente para derrotarla. Tenemos que promover la paciencia revolucionaria, la línea de la lucha prolongada y crecientemente organizada, la línea de ampliar las masas participantes, la línea de buscar el apoyo de los sindicatos, la línea de promover alianzas con sectores intermedios (por supuesto, no desmovilizadoras), etc.
Por todas estas razones, en este momento, el peligro de “izquierda” para las Marchas de la Dignidad es aún mayor que el de derecha, al convertir el comunismo en un obstáculo inmediato contra el desarrollo de los movimientos de masas existentes y, por tanto, al dificultar el acercamiento de ambas condiciones indispensables para la revolución. ¡Por el éxito de las Marchas de la Dignidad!

¿Cómo evitar que las Marchas de la Dignidad sucumban ante el electoralismo ramplón y traicionero del reformismo pequeñoburgués, y ante el aventurerismo del “izquierdismo” pequeñoburgués? Orientándolas hacia el objetivo realista y ambicioso de constituirse en el punto de inflexión del movimiento obrero y popular, en el inicio de un largo proceso revolucionario que nos conduzca –por partes- hasta el derrocamiento de la oligarquía y la victoria de la revolución socialista.

En este proceso, debemos propiciar la sustitución en el gobierno, una tras otra, de fracciones burguesas y pequeñoburguesas cada vez más inclinadas a hacer concesiones a la clase obrera, sin hacerse ilusiones sobre ellas y mientras las masas aprenden a desarrollar las diversas formas de organización necesarias en cada momento para adquirir la capacidad de llevar la revolución socialista a la victoria. Entre éstas, es muy importante la incorporación de las masas obreras a los sindicatos y, sobre todo, la organización de lo más consciente, combativo y abnegado en un partido comunista unido y consecuente, porque la clase obrera sólo podrá liberarse si conquista el Poder político y, desde él, transforma la sociedad por completo.
Las Marchas pueden ensanchar la base de masas para la reconstitución del Partido Comunista, si sus mejores activistas asumen este objetivo y se suman a las filas de nuestra organización. Esto no es lo único necesario, pero sí lo principal en la acumulación de fuerzas que necesitamos para poder realizar los objetivos de nuestra clase, es decir, para poder realizar la revolución socialista.

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