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viernes, agosto 28, 2009

vencedores de Negrin-XV

POSICIÓN DE LA U.G.T. SEMANA SANGRIENTE EN MADRID. LUCHA ENTRE LOS COMUNISTAS Y EL CONSEJO. COMPLACENCIAS Y COMPLICIDADES DE LOS FASCISTAS PARA LAS FUERZAS QUE APOYARON A CASADO.

El 6 de marzo, día siguiente al de la constitución del Consejo, Madrid mostraba su profunda indiferencia por los sucesos que estaban desarrollándose.

El barrio de Salamanca, el mas aristocrático de la capital, estaba invadido por gentes de otros barrios, castigados por los constantes bombardeos.

Los franquistas habían respetado esta parte de la ciudad y sus calles espaciosas se encontraban concurridas.
Desde las primeras horas de la mañana en este barrio tranquilo y único lugar seguro el abrigo de los obuses, se producían escenas violentas, pero el pueblo de Madrid, harto castigado, despreciaba este peligro, sin concederle importancia.

En las calles Goya y transversales hasta la calle de Alcalá, circulaban los tanques, se emplazaban piezas de artillería y se disparaban con ametralladoras.

Los madrileños corrían y se ocultaban en los portales, mientras la acción les cogia de improviso al cruzar una calle, pero pasado aquella en la que se combatían, circulaban despreocupados por las aceras, mirando sin temor los tanques y cañones, confiados en que estas armas no podían emplearse contra ellos.

Era muy difícil precisar por esta indiferencia, si se alegraban o sentía la sustitución del Gobierno Negrin, por un Consejo.
Aquella lucha entre antifascista, les dejaba confusos.
Nadie sabia de que parte estaba la razón, y quien era quien mejor interpretaba la defensa de sus intereses.

Cerca de tres años de asedio, siendo victima su población de los proyectiles enemigos, justificaba el deseo de Madrid de terminar con aquella situación.
El hambre y el cansancio fatigaba su espíritu y ni la muerte le hacia reaccionar.
La paz deseada, no porque su animo flaquease, ante el temor de perder la vida sino porque pondrían termino a su magnifico y sin igual sacrificio diario, cuyo termino desconocía.

Sentí una inmensa alegría al verme libre de la difícil situación a que me encontré sometido.
En el local de la calle de Fuencarral nos reunimos inmediatamente que llegamos Claudina, Perez, Vega y yo.
Rápidamente les informe de todo cuanto conocía y de las vacilaciones y propósitos por la designación de representación de la U.G.T.

Examinada la situación creada por la constitución del Consejo, coincidimos en que este hecho seria fatal para la Republica y tanto por los propósitos que animaban al Consejo como por la composición de este.
Nos parecía extraordinariamente grave que Besteiro y Carrillo, los dos elementos de más autoridad política, se prestasen a prestigiar al Consejo, compuesto fuera de ellos
Y Casado, de personas sin relieve y a quienes no reconocíamos capacidad para asumir la responsabilidad de una representación nacional.
Nos llenaba de pesar que la pasión y el rencor oscurecieran la razón de estos hombres para aceptar la sustitución de un Gobierno, en el que figuraban personas de relevante prestigio, por otras en que solo cegados por la ambición o el egoísmo habían podido atreverse a ser los directores de un pueblo, cuya tragedia aumentaban los dificultades de su gobernación.
Nada reserve al conocimiento de mis compañeros: Las adhesiones recibidas, y la conversación de Casado y Negrin.

El gobierno no combatía, decepcionado no quería emplear su poder para desatar una lucha furiosa entre los republicanos españoles.
La lucha contra el Consejo en aquellos momentos, podía ser un acto generoso, pero de resultados dudosos.
Negrin, que había anunciado hablaría a la Nación no lo había hecho.

El Consejo era dueño de un poder que no se le disputaba, y el silencio del Gobierno suplantado, se interpretaba como falta evidente de autoridad.
Dudábamos mucho para hacer una declaración cuya importancia no desconocíamos.
Vega propuso ponernos al habla con los comunistas, para conseguir una conformidad de no adhesión al Consejo, sino de inhibición mientras el Gobierno, si continuaba en España, no marcara una actitud.

Había evitar la lucha cuyas consecuencias serian fatales y empeoraría nuestra situación.
Malo era el Consejo, pero la oposición hacia el tenia que partir de los Poderes constituidos, de lo contrario era una disputa fraticida, sin orientación y sin salida airosa y conveniente.
No fue posible encontrar a los comunistas, los teléfonos de sus oficinas no contestaban.
El día avanzaba y había que decidir que partido habíamos de tomar.

Nuestro local se había llenado de compañeros, unos representantes de Federaciones Nacionales, otros cuya representación había sido improvisada y que nos requerían a que hiciéramos una declaración con la amenaza ante nuestra tardanza, de que, a falta de la nuestra, ellos por si y en nombre de la U.G.T. la harían.

Se redacto una declaración para presentarlo a la aprobación de los compañeros que impacientes esperaban nuestra resolución.
La declaración dejaba a salvo nuestra opinión sobre el Consejo.
Nos limitábamos a registrar este suceso como un hecho consumado en el que no habíamos tenido participación.
No fue del agrado de los compañeros esta posición de la Comisión Ejecutiva.
Tratamos de limitar las representaciones, puesto que algunos invocaban el derecho de representar nacionalmente a sus sindicatos, cuando que en su mayor parte solo eran representaciones que únicamente representaban a las organizaciones obreras de Madrid.

Este forcejeo no dio resultado, y los representantes reunidos acordaron su adhesión al Consejo y tener en él una representación.
Nos planteaba esta resolución un nuevo problema.
Advertí a Vega, como en el año 36, ante circunstancias parecidas, las organizaciones madrileñas culpando de falta de energía a la dirección de la Casa del Pueblo de Madrid, nombraron otra representación.
La situación era la misma; nuestra resistencia ofrecía esta posibilidad a los partidarios del Consejo.
Tenia el temor de que si el abandonamos la dirección de la U.G.T., corríamos el riesgo de ir a la deriva de los acontecimientos, sin intervención y sin garantías para salvar a muchos compañeros a quienes el Consejo y sus partidarios iban a perseguir.

Deliberamos sobre todas estas contingencias, y venciendo todos los escrúpulos, decidimos que esta representación en el Consejo de Defensa fuera ostentada por un miembro de la Comisión Ejecutiva.

El Consejo había prometido hacer la paz y no podíamos quedar al margen y dejar pasar sin nuestro conocimiento y nuestra intervención este hecho, con la esperanza de que nuestra presencia en el aminorase los efectos de la catástrofe que veíamos se cernía sobre los luchadores españoles, a los que esperaban las horas mas amargas y desesperaba.

Antonio Pérez fue el designado para representarnos en el Consejo. Ni Vega no yo quisimos aceptar semejante puesto. A Pérez hubo que convencerle para que aceptase un cargo al que iba contra su inclinación, disgustado y pesaroso.
Es esta reunión se manifestó la pasión mas desorbitada contra los comunistas y evitamos que se acordarse su expulsión de los sindicatos.
No podíamos avenirnos con este propósito, cuyas consecuencias serian las de aumentar la animosidad agresiva, que contra esta fracción política sentía el Consejo, que la señalaba como al causante de todas las decididas.

A medida que el día transcurría, la lucha adquirió mayor intensidad.
El barrio de Salamanca, desde la Castellana hasta la Ciudad Lineal, se había convertido en un verdadero campo de batalla.
No solo se disparaba con fusiles y ametralladoras, sino que ya se empleaba la artillería, los carros blindados y tanques.
La Republica Moria, estrangulada y vencida, entre las manos que la formaron y la defendieron, ante la presencia cercana de sus enemigos que, al otro lado de las trincheras, oían el ruido del canon y el tableteo de las ametralladoras, anunciando el trágico final de la guerra.

Había ofrecido el Consejo, al constituirse, hacer una paz honrosa “entre todos los españoles”, y mientras anunciaba estos propósitos, que podían halagar a Franco, hacia
Publica también la condenación hacia uno de los aliados con los que juntamente había luchado contra los enemigos de la republica, a quienes sacrificaba para alcanzar la condescendencia de aquellos.

Se hablaba de paz honrosa, con atisbos de entereza, para continuar la lucha, si no se aceptaba unas mínimas garantías.
Aun en el supuesto de que fueron sinceros, estos propósitos constituían un condenable y gravísima error.
Pero sobre todo no podían ser candidas y confiadas intenciones, no era posible desconocer el desenlace de las acciones.

La guerra había terminado desde el mismo instante en que al pueblo se le ofreció la paz, mintiéndole con unas ilusorias garantías y unos supuestos de resistencia desesperada, que ninguno de los que los anunciaban estaba dispuesto a sostener.
Pronostique días más aciagos.

La obra ingente del Comisariado de Guerra, sostén de la moral del combatiente, deshecha, borrada por una dirección contraria a su única misión de fortalecer el ánimo y disponerlo a soportar calamidades y riesgos.

Los soldados, al conocer esta noticia, se consideraban relevados y libres de su deber para seguir combatiendo.
La metralla ya no rasgaría sus carnes y la seguridad de volver a sus hogares, estaba próxima.

¿Cómo era posible que ante estas perspectivas que destruyan su moral combativa días después se les exigiera la continuidad de su esfuerzo, que se les anunciaba como terminado?
Se había sufrido mucho.

Las cartas familiares relataban las infinitas privaciones de la población civil.
Los nobles propósitos que encendieron las almas y animaban a los luchadores republicanos para defender sus derechos ciudadanos olvidados, y el recuerdo de los muertos en los campos de batalla, y de las ciudades en ruinas ya no serian el incentivo del animo, para honrarlos vengarles.

La realidad poderosa, incontrovertible, se mostraba aplastante en una oleada de desaliento.
¡Habíamos perdido la guerra! ¿Por qué, si no, se pedía la paz?
Y la conciencia de este hecho invadió el ambiente en el frente y la retaguardia.
Lo Desconocido, el trato y las represalias de Franco, no hacían mella.
La idea de paz lo llenaba todo.

El instinto de conservación, ahogaba los impulsos generosos de la continuidad de lucha.
Si se ofrecía una paz honrosa, con garantías para la vida de todos era en definitiva una paz tolerable. ¿Cómo no aceptarla, si los militares y hombres de prestigio declaraban la impotencia de nuestros esfuerzos y lo estéril de nuestra abnegación?

La republica, los derechos ciudadanos, la independencia de nuestro país, la independencia de nuestro país, perdidos, podían reconquistarse con el tiempo, restañadas las heridas, corregidos los defectos y aumentadas nuestras defensas.

Lo imprescindible ahora, era salvar lo más y lo mejor.
Y en esta seguridad, como si Franco, y no el Consejo, hubiera sido quien diera estas garantías y mereciera esta confianza, parte del pueblo, algunos partidos políticos y sindicatos, se engañaban a si mismos con esta ilusión, que ofrecían envuelta en un ropaje de conveniencias y de muestras humanitarias, a los que por descontado tenían su ruina y desesperación.
Los fascistas, desde la trincheras, gritaban por los megáfonos, azuzando a nuestros soldados.

-¡Marchad a exterminar a los comunistas! ¡No temáis que os ataquemos! ¡después nos reuniremos todos a vosotros!

La propaganda enemiga aprovechaba nuestra lucha interior para que en ella gastásemos nuestras energías y profundizaba el abismo donde conseguía enterrarnos.
La radio al servicio del consejo, aseguraba que a las siete de la tarde todo intento de resistencia quedaría vencido.
Pero llego la noche y las luchas continuaban más ávidas.

El texto de la nota del Consejo, notificada por radio, decía:
“contamos con fuerzas suficientes para aplastar a los comunistas en unas cuantas horas…”
Este día la prensa de Berlín decía:“Las declaraciones hechas por la radiodifusa nacionalista son que la fundación de la Junta de Defensa de Madrid puede atribuirse a maniobras anglofrancesas”.
El diario vespertino Berliner Nachtausgabe dice que Burgos no se dejara comprar.

El diario Berliner Lokal-Anzeiger subraya que Burgos no se dejara engañar por el gesto anticomunista de Madrid y ve en las maniobras inglesas y francesas un torpe desconocimiento de la actitud de Franco.

Los voceros de Franco confirmaban:A todas las preguntas que se le han dirigido, el general Franco contesta invariablemente que “si bien es verdad que Madrid es uno de sus principales objetivos, no es el único por cierto, y que probablemente tienen más prisa los republicanos en entregar la plaza que los nacionales en entrar en ella. Además, Franco considera como una injuria grave todo paso que se de cerca de él para llegar a una paz con condiciones, ya que, como lo han dicho en repetidas veces, solo aceptara una rendición absolutamente incondicional”.

Rompía silencio de la noche y alumbraban sus negruras los constantes bombardeos y el fuego de las ametralladoras.
No se veían los resplandores en el cerco de Madrid como cuando el enemigo disparaba sus cañones sobre la ciudad dormida; era en sus mismas entrañas y, mientras, los frentes permanencia en quietud interrumpida por la propaganda enemiga, que nos animaba a la lucha.

Soldados de la Republica, se buscaban entre las sombras o parapetándose en las esquinas de los edificios para atacarse y destruirse.
La posición “Jaca”, donde estaba instalado el estado mayor, con todo sus servicios, había sido asaltado por fuerzas del segundo cuerpo de ejército, al mando de las cuales iba el jefe de la 44 Brigadas cortando las comunicaciones al Consejo y reduciendo el área de su poder, puesto que evidenciaba la escasez de fuerzas que disponía para impedir este acto.

Han caído en la lucha, no solo soldados, sino jefes y oficiales, adictos al Consejo, que pagaron con su vida esta adhesión.

El martes, la situación se hizo mas critica. El Primer Cuerpo de Ejercito, que hasta este día se había mantenido en una actitud pasiva, se unió a las fuerzas que combatían al Consejo de Defensa .
Su primer acto de hostilidad hacia el, se llevo a cabo por la 200 Brigada.
El consejo cada vez mas apurado, ordeno que saliera esta Brigada hacia Madrid reduciendo la resistencia de las fuerzas situadas en Fuencarral y que llegase hasta la capital.
Barcelo, hasta aquel momento no había tomado partido por uno u otro de los contendientes.
Aquella orden le decidió, y mientras el Consejo esperaba estas fuerzas, para suplir las del Cuarto Cuerpo de Ejercito que no llegaban, la 200 Brigada se unía a las fuerzas que mandaba Ascanio y amenazaba gravemente al Consejo.

Quería conocer personalmente como se desarrollaba la lucha y recorrí algunas calles del Barrio de salamanca.
Ningún bando me detuvo.
Los tanques obstruían la calle de Goya y la gente a pesar del evidente riesgo, circulaban sin temor.

Los transeúntes eran detenidos e interrogados, exigiéndoseles se pronunciaran por el Gobierno Negrin.
Fuerzas de carabineros, eran las que dominaban esta parte de Madrid, hasta la calle de Alcala; pertenecían al Tercer Cuerpo de Ejercito, y se habían sumado a las que también combatían al Consejo.
Llegue al Comisariado con propósito de encerrarme en el y aguardar el termino de esta lucha, sin tomar parte en ella, mas obligado a mantener esta línea de conducta, después de los acuerdos de la UGT.

Por teléfono, desde el Cuartel General de Casado, se me pedía resolución para destituir comisarios y nombrar otros.
No di ninguna orden, ni destituí a nadie.
Me limitaba a observar y mandaba a los comisarios que se habían concentrado en el Comisariado, para que me informasen del curso de los acontecimientos.
Sobre un plano, iba señalando los puntos ocupados por las fuerzas que defendían al Gobierno Negrin y cada informe modificaba, ampliando el número de calles de edificios ocupaba por estas fuerza.

Sobre las 10 de la mañana, se produjo un hecho lamentable y que tuvo un alcance político de importancia.
Fuerzas de la Octava División, habían atacado el local de la Agrupación Socialista Madrileña, situado en la Castellana y en cuyo asalto había matado a dos compañeros socialistas, que se encontraban en el local.

El suceso sirvió para encender más las pasiones y cada bando contaba a su manera.
Mande un comisario para que se informase al mismo lugar del suceso.
Unos decían que el asalto se había realizado sin ninguna manifestación de hostilidad por parte de los que estaban en el local asaltado.

Que se habían utilizado bombas de mano y que el propio Conesa, comisario de la División asaltante, había matado al comisario socialista Cano, siendo detenidas todas las personas que se encontraban en el local, sacados los ficheros y destrozado el mobiliario.
Según otros, los hechos se produjeron de distinta manera.

Soldados de la Octava División, bajaban hacia la Cibeles para tomar posiciones en la estatua de Colon, y al llegar a la altura del edificio ocupado por la Agrupación Socialista Madrileña, fueron agredidos con fuego de fusil y pistola, y lo demás fue consecuencia de este ataque.

Que en efecto, en el asalto habían muerto dos hombres pero que no fue un asesinato, sino el fatal resultado de la lucha, puesto que en el local se encontraban mas de cuarenta personas, que fueron detenidas y llevada al Pardo sin que se les hiciera objeto de violencias.

No eran los momentos para averiguar cual podía tener razón, el hecho era cierto, y la noticia extendida por Madrid dio nuevo brios a los socialistas para combatir a los comunistas a quienes consideraron como enemigos irreconciliables.

La mañana fue prodiga en sucesos de esta naturaleza.Las fuerzas que combatían al Consejo aumentaban y se adueñaban de nuevos edificios oficiales, la radio, el Parque de Intendencia y otros.

Las fuerzas que habían salido de Guadalajara para defender al Consejo no llegaban, Alcalá de Henares se pronunciaba por el gobierno de Negrin y había impedido su paso.
En el Consejo se notaban vacilaciones y temores muy acusados, pues existía el peligro de ser cercados.

El coronel Ortega, jefe destituido del Tercer Cuerpo de Ejercito, comunico con Casado para plantearle en nombre del Comité Provincial del Partido Comunista, si estaba dispuesto a tratar sobre el cese de las hostilidades.
La invitación llegaba a tiempo y era un respiro, para el consejo, que accedió con precipitatacion y agrado.

Fui llamado al Cuartel General, al que no había vuelto después de mi salida en unión de Vega.
El coronel Ortega y Mendezona, miembro del Partido Comunista, discutían con Casado.
Ortega, conciliador y moderado pedía a todos olvido de los agravios y proponía terminar la lucha ofreciéndose a recorrer todos los lugares ocupados por las fuerzas que combatían al Consejo.

Mendezona daba la seguridad, en nombre del Comité Provincial del Partido Comunista, de que este exigiría a los jefes que mandaban estas fuerzas, que cesaran en la resistencia, pero pedía garantías.
-Bien-decía Casado- libertad de todos los detenidos de una u otra parte. No habrá represalias y los más destacados que se marche. Yo daré orden de que no se les detenga.
Mendezona pregunto:
-¿Quién empieza a poner en libertad a los detenidos?
-Se puede hacer simultáneamente-accedió Casado.
-Y Checa? Deseamos que este en Madrid, pues es el único miembro del Buró Nacional y precisamos que venga para que nos diga cual será nuestra línea de conducta en sucesivo.
-También se pondrá en libertad a Checa-Prometió Casado- ¿Qué mas?
-Nada mas-contesto Mendezona- sino que esperamos a que llegue Checa.
-¿Cómo?, esperar a que venga Checa para suspender la lucha, no. ¿Yo que se, además, donde esta Checa en este momento?-contesto enojado Casado.
-Esta en Levante, le tiene detenido según nuestros informes, el general Menendez.
-Acabemos-impulso Casado- yo doy garantías para poner en libertad a Checa y a todos los demás detenidos y nada mas. ¡Condiciones a mi, no!.
-Yo, mi coronel, no hago otra cosa mas que decirle lo que me han dicho que sostenga ante usted.
-Pero ¿esta usted conforme con que se suspendan las hostilidades?-interrogo impacientado Casado.
-Yo, si-contesto Mendezona.
-Entonces, lo primero que hay que hacer es ir a la posición “Jaca” y libertar a los detenidos.
Ortega se ofreció.
-Yo iré con López Otero y restableceremos las comunicaciones.
-Esta bien. Vayan ustedes. Además hay que ir también por esas calles para que retiren los tanques y no asusten a la gente.
-También de regreso lo haré-Prometió Ortega.
Me ofrecí a acompañarles, pero Casado me dijo que me quedase, y Ortega, Mendezona y López Otero salieron.
-Que den la noticia por la radio del cese de la lucha-ordeno Casado.

La mañana se paso en la espera del cumplimiento de lo convenido.
Los madrileños recibieron esta noticia con frialdad. Unas veces se atacaban a los comunistas, otras se pactaba con ellos. ¿Por consideración?, ¿por fuerza?
Esta conducta nadie se la explicaba. Para este resultado ¿Por qué haberle atacado y anunciado su destrucción? En el fondo, el pueblo sentía cierto alivio, pues el término de la lucha entre los republicanos presentía que le acercaba a la obra del Consejo que había ofrecido hacer la paz.

La lucha continuo a pesar de la noticia radiaba de haber terminado. En las calles se seguía combatiendo.
El receló de ambas partes era la causa de que no terminase.
Los detenidos no fueron puestos en libertad, ni los que comunistas tenían detenidos en el Pardo, ni los que el consejo había mandado detener.
Girón continuaba detenido habiendo sido trasladado a los sótanos de Hacienda.

El consejo anuncio por radio que daba un plazo para que la lucha cesase, pero sin añadir ninguna de las promesas que por la mañana a Mendezona y Ortega había hecho en mi presencia.
Este cambio obedecía a una mejor situación del Consejo.
Liberino González, al mando de una columna organizada en el Cuarto Cuerpo de Ejercito, había pasado ya de Alcalá de Henares y se aproximaba a la posición “Jaca” a la que estaba atada con artillería.
El consejo, fiado en esta fuerza, no cumplió sus compromisos y la lucha se generalizo, tomando más violencia.

Los días siguientes estaba más fortalecido el Consejo.
Las fuerzas del Cuarto Cuerpo de Ejercito habían logrado entrar en “Jaca” y batir en la Ciudad Lineal algunas unidades del Segundo Cuerpo de Ejercito, que se replegaba hacia a Fuencarral y hacia sus bases de la Casa de Campo Y el Pardo.
Mientras obtenía estos triunfos en la carretera de Aragón, en el centro de la capital, en cambio, perdía nuevas posiciones.

Las fuerza que le combatían, habían asaltado el Gobierno Civil, detenido al Gobernador Gómez Osorio, a Trifon Gómez y las personas que con ellos estaban. Habían respetado el Ayuntamiento, bajo promesas de que no se les atacaría desde él, y estas acciones neutralizaban los triunfos de Liberino y tenían inmovilizado al Consejo en el Ministerio de Hacienda.

Casado, fatiga por tantos días de lucha sin un vencimiento definitivo, ordeno al Jefe de la Séptima División que le enviase la Artillería Gruesa y un Batallón de Ametralladoras.
Esta unidad, mandaba por un jefe comunista, no había participado en la lucha, atento este a la defensa de las líneas de la Casa de Campo y Rosales, y esta circunstancia la considero Casado suficiente, para creerle disciplinado a su mando.

-González, mándame tu artillería y un batallón de ametralladoras-le ordeno por teléfono.
-Ven tu por ellas, traidor-fue la contestación.
Indignado y enfureció Casado, ordeno que las fuerzas que defendían al Consejo y que estaban situadas en la Puerta de Sol, avanzasen por la calle del Arenal y atacasen el puesto de mando de la División que estaba instalado en el Paseo de San Vicente, cerca de la Plaza de España.

Simultáneamente a este ataque, esta División se vio acometida en su línea mas avanzada, del estanque de la Casa de Campo, por las fuerzas de Franco.
Esta sospecha coincidencia, lleno de ira y de coraje a González y dispuso la defensa rápidamente.
Sin gran esfuerzo pusieron en fuga a las fuerzas de Casado hasta la misma Puerta del Sol, de donde habían salido, haciéndoles bastantes bajas y cogiéndoles armamento.
Pero esta acción había debilitado su línea de combate frente a los fascistas y se vieron obligados a replegarse hasta la puerta de la Casa de Campo, cerca de la Cuesta de San Vicente.

Vencidas las fuerzas de Casado, organizan un ataque y al día siguiente, recuperan las posiciones perdidas y hacen noventas prisioneros y mas de trescientas bajas a Franco.
Una vez mas se pone a prueba el ímpetu de los soldados de la Republica que defienden Madrid, y el gesto de este excelente y buen jefe, salido del pueblo antifascista sirve para que los cañones fascistas envíen a Madrid en la parte que el Consejo no dominaba, centenares de obuses, y un nuevo episodio engrandece las paginas de nuestra guerra, demostrando la valentía de nuestro Ejercito anulado y vendido por los que nunca sintieron el ardor de las ideas para pelear y morir por ellas.

No es único este hecho, por el que se descubre la inteligencia y complicidad de los fascistas con el Consejo.
Un ejemplo descarado de esta ayuda y colaboración para que Casado venciera a los que les combatían, nos ofrece el paso de una Brigada en el frente de Arganda a las doce del día.
Fuerzas del Cuarto Cuerpo de Ejército y del Diecisiete, que estaban de reserva en Cuenca, pasaron por este sitio, batido por las ametralladoras del enemigo y que constituían un obstáculo, para circular por la carretera de Valencia.

Estos hechos, despreciados por algunos, quebrantaban la moral de los soldados, que no se explicaba las complacencias de un enemigo que les combatía con tanta dureza unas pocas horas antes.
Los comunistas se daban cuenta de que la marcha del Gobierno fuera de España les privaba de las primeras razones que tuvieron para combatir al Consejo.

Quedaban muchas fuerzas por utilizar. En Requena el Veintidós Cuerpo de Ejercito había cortado las comunicaciones con Madrid y Levante, mostrado su odio al Consejo y contaba con fuerzas suficientes para imposibilitar la fuerza de este y hasta para permitir la creencia de cercarle y detenerle.
Pero este final planteaba más complicaciones.

Si desaparecía el Consejo, tenia que sustituirle otro Poder. Faltando el Gobierno de España, entre las fuerzas que se combatían no podía formarse otro con unanimidad
de asistencia y de aprobación.
En un estado de normalidad, o sin tener un enemigo enfrente que acechaba el momento de disfrutar las ventajas que nuestras divisiones le regalaban, quizás; pero no podía pensarse en establecer un Poder sostenido por las fuerzas triunfantes, pues estas tendrían que utilizarse, no contra los republicanos españoles, de una u otra tendencia, sino contra los otros españoles a las ordenes de Franco, que espiaban el final de nuestra contienda, para echarse sobre el vencedor.

La lucha de Madrid, desde el jueves, no se sostenía por defender al Gobierno que estaba en Francia, y cuya marcha se conocía sino por alcanzar las seguridades de libertar a los detenidos y garantías para los militantes del Partido Comunista.

El miércoles se me requirió por el Consejo, para que dirigiese unas palabras, a fin de convencer a los que lo combatían para que depusieran su actitud.
Lo hice. Me había hecho cargo de la situación, y aprovecha esta invitación para exhortarles a que no continuasen en una pugna, en la que los que sucumbían eran amigos.

Hice resaltar que el Gobierno no estaba en España y que era difícil encontrar fuentes legales para legitimar a otro poder, si el gobierno no reclamaba su derecho.
Mis palabras produjeron efecto, no tanto que determinaron el termino de esta lucha, pero si que contribuyeron a buscar las soluciones para acabar con ella.

El general Miaja quiso emplear en defensa del Consejo su perdido prestigio.
Confiado en él, se dirigió a las fuerzas que luchaban contra el Consejo.
Se había acercado a los soldados del Segundo Cuerpo de Ejercito que estaban luchando en la carretera de Aragón. Unas descargas le demostraron, que si gano una confianza y una estimación popular, defendiendo a la Republica, este galardón lo perdía poniéndose de parte de los que la traicionaban.
Se dio a conocer, e intento hablarles, pero los soldados, en vez de discutir le atacaron, y regreso al Cuartel General desilusionado.

El Consejo examinaba también las circunstancias favorables y adversas si continuaba la lucha. Podía vencer después de muchos días de zozobra, pero esta problemática contingencia demorada indefinidamente el desarrollo de su gestión.
Nuevas tentativas de arreglo dieron mejor resultado que la primera vez.
El viernes día 10, después de unas deliberaciones, en las que Casado se decidió por la transigencia, se estipularon unas condiciones que pusieron término a la resistencia que opusieron los comunistas.

Se pondrían en libertad a todos los detenidos de una y otra parte, y se daría una nota por el Consejo en la que este declararía que no perseguiría al Partido Comunista, como entidad política, y que solo castigaría a los militares que hubieran quebrantado la disciplina.
Esta vez las condiciones se cumplieron.

Los detenidos fueron puestos en libertad, pero después de cumplimentar esta condición y dominado el movimiento, se reprodujeron las detenciones de los comunistas más destacados que no pudieron huir.

El sábado todo estaba terminado.
Los soldados de las unidades que habían combatido, muy pocos regresaron a sus bases y los que lo hicieron, fue con marcada lentitud.
Muchos se recluyeron en sus domicilios, en donde les habrá llegado la hora del término de la guerra en España.
El Ejercito del Centro, cantera de donde habían salido tantas buenas unidades del Ejercito Republicano y donde tan buenos jefes se habían revelado, había quedado prácticamente desorganizado y desmoralizado.

El enemigo si hubiese querido, podía haber atacado con seguro éxito.
El menos experto podía apreciar fácilmente que un ataque formal no se hubiera resistido.
Pero Franco no atacaba.
Quería que le agradeciesen esta prueba de calculada humanidad.
Le bastaba con dejar pasar los días para que el desmoronamiento fuera total y no precisase arriesgar ni uno solo de sus hombres para obtener un triunfo esplendoroso y definitivo.

Se culpaba a los comunistas de este resultado aterrador, por haberse opuesto al Consejo, restándole la autoridad y poder, pero esta inculpación quedaba destruida, desde el momento en que Casado y miembros del Consejo, habían tratado con agentes franquistas antes de la constitución del Consejo, para ofrecerles la rendición del Ejercito de la Republica, a cambio de unas condiciones que únicamente conocieron los que las propusieron.

Con el domingo se cumplían los siete días de la vida precaria y azarosa del Consejo.
No había nada organizado, ni se tenían otras perspectivas que el ofrecimiento de paz al Gobierno de Burgos.
La radio nos dio esta noticia:
“…El general Segismundo Casado envío al Generalísimo Franco un mensaje por radio, ofreciendo la paz a base de conciliación independencia y libertad, invitando al Gobierno de Burgos a que a su vez les haga ofrecimientos honorables de paz, bajo promesas de librar a España de todas las influencias y alianzas extranjeras y extrañas”.

El balance que arrojaba esta jornada era francamente desolador. A 2,000 antifascistas había costado la vida, la lucha por el reconocimiento y poder del Consejo.
La lucha contra los que le combatieron había distraído su atención y su cuidado de otros problemas, pero al enfrentarse con la realidad que les ofrecía su triste destino y responsabilidad, sus miembros se mostraban perplejos y desorientados.

Levantar su pedestal de crédito y de confianza no era posible, por más esfuerzos que hicieran sus interesados y comprometidos partidarios.
El lenguaje del Conserje ante la opinión publica, fue muy distinto al empleado por el Gobierno, en su forma y en su contenido.

Ahora el país no se le dice que tiene que resistir, se le ofrece la paz con esperanzas de resistir, se le ofrece la paz con esperanzas de respetarle una vida humillada.
La figura de Negrin, por tanto tiempo exaltada en las filas del Ejercito Republicano, no era un valor que se desmoronase sin graves consecuencias.

Al soldado que una semana antes se le decía que tenia que seguir luchando hasta el triunfo de la Republica y que Negrin era el esforzado campeón de esta resistencia y combatividad, no se le podía decir después y por las mismas personas, que Negrin era “un cretino, un vicioso y un ladrón”.

La perspicacia de los soldados, era superior al ofensivo supuesto de que estos contrastes no los percibieran.
Quizá se alegrasen de que la guerra terminase, pero su vida solo le ofrecían por defender la Republica y su libertad, y si ahora se les decía que esto era una mentira, o una falsedad, o un imposible, ya no se les podía pedir que le siguiera arriesgando por un programa en el que se les declara vencidos.

La unidad antifascista quebrantada antes, quedaba ahora rota irremediablemente y todas estas desgracias y luchas levantaron una barrera entre las fuerzas del Frente Popular que anulaba su influencia en el Consejo.

Este error descubría la contradicción, de los que apoyaban al Consejo pretextando que Negrin era un dictador de acuerdo con los comunistas y aceptaban como buena la destrucción de sus poderes, pues en el Consejo había un solo poder: el de Casado y los militares profesionales. Las demás personas eran toleradas para dar al Consejo un carácter político y popular que no tenía.

Pero Miaja no se descuido. El día 10 se canjea a Pilar Primo de Rivera por su hijo que estaba con los facciosos.
¡Muy humanos!
¡Mas tantos y tantos quedaron allá!...

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