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miércoles, octubre 08, 2025

Análisis preliminar de las elecciones en Bolivia

 


Por Camila Azeñas

Las elecciones generales en Bolivia, celebradas el 17 de agosto, han arrojado un resultado que la ciencia política tradicional y los análisis superficiales atribuyen exclusivamente a la fractura interna del Movimiento Al Socialismo (MAS-IPSP).


Según sus conclusiones, la pugna entre las facciones lideradas por Evo (sin candidatura presidencial, quien oficialmente hizo campaña por el voto nulo y obtuvo el 19,78%, al que debe restarse el 5% del voto nulo promedio de las elecciones recientes), Arce (el actual presidente, representado en las elecciones por Eduardo Del Castillo, su exministro de Gobierno, con el 3,17%) y Andrónico Rodríguez (actual presidente de la Cámara de Diputados), con el 8,51%, habría dividido el voto oficialista, permitiendo la victoria de un candidato externo. Sin embargo, esta explicación es insuficiente porque mitifica la realidad de clase subyacente.


El triunfo de Rodrigo Paz y Edman Lara con el Partido Demócrata Cristiano (PDC) no es un accidente coyuntural, sino el resultado de la convergencia estructural entre el agotamiento del reformismo socialdemócrata, que desarmó ideológicamente a la clase trabajadora, y el ascenso de un nuevo bloque de poder conservador, articulado en torno a un discurso nacional-religioso, antiestatista (pero no anticapitalista) y populista de derecha, que supo capitalizar el descontento y ofrecer una salvación ilusoria dentro de los marcos del capital.


Encuestas preelectorales de firmas como Ipsos CIESMORI y Captura Consulting expresaron la profunda crisis orgánica y la incapacidad de la burguesía para unificar un proyecto hegemónico. Un "empate técnico" entre Samuel Doria Medina (Unidad Nacional), con alrededor del 21%, y Jorge 'Tuto' Quiroga (Alianza Libre), con el 20%, ambos claros representantes de las facciones del capital financiero y del capital agroexportador tradicional, fue una muestra de esta fractura. Sus propuestas de austeridad fiscal, privatización, apertura al capital transnacional, integración a los circuitos económicos y políticos liderados por Estados Unidos y la UE, además de la profundización del modelo extractivista mediante alianzas público-privadas que benefician a las élites locales y al capital extranjero, no solo son incapaces de resolver la crisis económica —con una inflación galopante del 20% al 25%, escasez de dólares, escasez de combustible y un aumento crítico en el costo de la canasta básica—, sino que también buscan descargar su peso sobre la clase trabajadora. Mientras tanto, Rodrigo Paz (PDC) y Manfred Reyes Villa (APB Súmate) competían por el cuarto puesto (6-8%). Sin embargo, el dato más revelador fue el alto porcentaje de descontento aparente, que indicaba entre un 10% y un 14% de votos nulos, un 5% de votos en blanco y un 13% y un 14% de indecisos. Este sector no era solo una incógnita estadística; era la expresión de una población agotada y despolitizada, cuyo descontento, al no encontrar alternativas revolucionarias, se había convertido en el campo de batalla que el PDC supo capitalizar con un discurso anticorrupción demagógico, desde todo punto de vista.


El art. 166 de la Constitución Política del Estado y la Ley 026 establecen que solo los votos válidos determinan el resultado; los votos nulos y en blanco se excluyen del cálculo porcentual para definir a los ganadores o una segunda vuelta. Los porcentajes de Paz (32,06%) y Quiroga (26,70%) se calculan sobre esta base reducida, inflando artificialmente su peso relativo. Esta distorsión permitió que ambas figuras de la derecha accedieran a la segunda vuelta. La intención de voto para Andrónico Rodríguez (Alianza Popular) experimentó una caída significativa, de un pico inicial del 14,2% en junio a aproximadamente el 6% en las últimas encuestas antes de las elecciones, alcanzando finalmente el 8,51%. Mientras tanto, Eduardo Del Castillo alcanzó el 3,17%, como candidato del MAS-IPSP. La campaña por el voto nulo, lejos de ser un "acto de resistencia", terminó operando como un mecanismo de autodestrucción y fragmentación. Al canalizar el descontento popular hacia una opción electoralmente estéril, Morales diluyó el potencial de su base social, una táctica que permitió al PDC capitalizar el descontento de sectores populares despolitizados.


El problema trasciende el factor electoral-circunstancial. Durante sus dos décadas de gobierno, el MAS administró el capitalismo en el marco de lo que Álvaro García Linera denominó «capitalismo andoamazónico», un modelo que buscaba una articulación más favorable para una burguesía nacional emergente dentro del marco capitalista global y en alianza y dependencia del capital transnacional, con una redistribución clientelar de las rentas. De esta manera, no alteró las relaciones de explotación salarial, ni tuvo la intención de hacerlo. Simultáneamente, desmovilizó políticamente a la base social y al movimiento popular, vaciando de contenido ideológico a los sindicatos y organizaciones sociales y, sobre todo, quitándoles su independencia ideológica y orgánica. La dirección del Partido Comunista y gran parte de su militancia cayeron presa de desviaciones ideológicas arraigadas en décadas de gobernanza socialdemócrata. Es importante señalar que estas fueron propagadas por gobiernos sociales «progresistas» en toda América Latina y organismos supranacionales reformistas como el Foro de São Paulo.


Esta desmovilización inherente de todos los proyectos reformistas creó un vacío de sentido y organización en la clase trabajadora, que fue ocupado metódicamente por otros instrumentos ideológicos, en particular las iglesias evangélicas que ofrecían comunidad, certeza moral y un proyecto de progreso individual: la teología de la prosperidad en un mundo precario. La búsqueda de un capitalismo reformado con rostro humano es la esencia de todas las propuestas socialdemócratas, que buscan mitigar las contradicciones más brutales del capitalismo mediante políticas redistributivas (bonificaciones, subsidios) financiadas por la sobreexplotación de los recursos naturales, manteniendo intacta la explotación salarial y el dominio monopolista sobre sectores estratégicos.


El discurso del "Buen Vivir" y la llamada "Revolución Democrática y Cultural" operaron sin potencial anticapitalista, convirtiéndose en el marco de la gestión keynesiana-liberal de la economía de un Estado plurinacional, que sigue siendo burgués. El MAS redujo la lucha de clases al terreno electoral. Hizo de la "democracia intercultural" el objetivo final de la lucha, vaciando la democracia de su contenido de clase y ocultando que el Estado sigue siendo un instrumento de dominación de clase en manos burguesas. El gobierno fue el gran mediador entre el capital (nacional y extranjero) y la clase trabajadora, garantizando siempre el beneficio de la primera; desactivó el conflicto social mediante la cooptación de líderes, quienes actuaron como contención contra la ira y la insubordinación proletarias.


El mayor éxito y traición histórica del MAS fue la desmovilización objetiva y subjetiva de su base social, pues instauró la idea de que el capitalismo podía humanizarse a través del Estado; eliminó de la conciencia de amplios sectores populares la necesidad de organizarse y movilizarse autónomamente para reemplazar el poder de los monopolios y la burguesía nacional por el de la clase trabajadora. Esta despolitización de las organizaciones de base y la alienación de los trabajadores constituye el caldo de cultivo perfecto para que las clases trabajadoras adopten discursos libertarios e individualistas. Las luchas ya no eran lideradas por trabajadores en minas, fábricas y calles contra el capitalismo, sino por líderes sensacionalistas en los pasillos ministeriales que luchaban por beneficios individuales o colectivos, pasando de la lucha de clases callejera a las negociaciones en las oficinas gubernamentales, corrompiendo a las dirigencias sindicales. Además, se promovió el progreso individual a través del consumo junto con la teología evangélica de la prosperidad. Ambas lógicas refuerzan el individualismo y destruyen la conciencia de clase y la solidaridad; si el éxito es individual (por mérito o bendición divina), también lo es el fracaso, desmantelando cualquier análisis estructural de la explotación de clase.


Con el objetivo de mantener una amplia base electoral y neutralizar conflictos, el gobierno del MAS se valió de las iglesias evangélicas: negociaron con sus líderes, les dieron influencia y participación, incluso como miembros de su bancada parlamentaria. Esto legitimó y empoderó considerablemente a estos sectores. El propio Evo Morales reconoció recientemente que Chi Hyun Chung —pastor evangélico boliviano nacido en Corea del Sur, médico, empresario y candidato presidencial en 2019 por el PDC— y ahora Edman Lara, representan un porcentaje importante de su electorado. Si bien fue un cálculo a corto plazo para la gestión del poder, a largo plazo fortaleció a un rival ideológico dentro del campo popular.


La victoria del Partido Demócrata Cristiano es fruto de todo lo anterior. Su discurso, lejos de ser mera curiosidad, es la formulación política coherente de esta creciente contrahegemonía en términos gramscianos. Su propuesta económica de «capitalismo para todos, no para unos pocos» es la versión local de la vieja ilusión pequeñoburguesa de un capitalismo sin antagonismos, que busca suavizar las aristas de un sistema explotador manteniendo intacta su esencia. La clave de su penetración en el campo popular reside en su fórmula vicepresidencial: Edman Lara, el excapitán de policía que rápidamente saltó a la fama al denunciar la corrupción en la policía y ser suspendido de la institución. Para un electorado despolitizado, cansado de una élite política corrupta, Lara pretende representar a la ciudadanía que se alza contra el sistema corrupto. Su apoyo en zonas rurales y periurbanas muestra cómo el descontento de clase, carente de un rumbo revolucionario autónomo, es captado y redirigido hacia un proyecto político extranjero, diametralmente opuesto a los intereses de la clase trabajadora.


Las elecciones de agosto no solo representan un cambio de gobierno; manifiestan una profunda derrota política e ideológica de la socialdemocracia reformista y progresista frente al capital. La socialdemocracia es responsable de la actual subyugación ideológica de la clase obrera y el campesinado ante el conservadurismo reaccionario encarnado por Paz y Lara.

-Camila Azeñas es directora de Relaciones Internacionales del Comité Ejecutivo Nacional de la Juventud Comunista de Bolivia (JCB)

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