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jueves, febrero 02, 2012

15-M en la encrucijada-I

Patricia García Espín y Manuel Muñoz Navarrete
Son los mismos deseos de los hombres y sus pasiones menos nobles e inmediatas las causas del error, en cuanto se superponen al análisis objetivo e imparcial y esto ocurre no como un ‘medio’ consciente para estimular a la acción sino como un autoengaño. La serpiente, también en este caso, muerde al charlatán, o sea, el demagogo es la primera víctima de su demagogia.

Antonio Gramsci, «Análisis de situaciones, correlaciones de fuerzas», en La Política y el Estado Moderno.
Introducción.

El movimiento de «l@s indignad@s» irrumpió en escena sin que nadie lo hubiese pronosticado. La protesta ha desafiado los prejuicios de todo tipo de analistas, del lado de acá o del de allá; ha puesto en tela de juicio mitos fuertemente arraigados en la cultura política española: la Transición, el sistema representativo, la paz social o el feliz crecimiento de los noventa. Apenas dos meses después del estallido del 15M, resulta difícil realizar un balance concienzudo y desapasionado. No obstante, y con las limitaciones que reconocemos de antemano, entendemos que es hora de reflexionar; de lo contrario podríamos morir de éxito…

En este artículo pretendemos lanzar algunas hipótesis para el debate sobre el 15M. En primer lugar, ofrecemos algunos datos sobre la coyuntura de crisis económica que ha generado las condiciones para este proceso de acumulación de fuerzas. Después, pasamos a analizar el cómo se hizo, cómo se organizó la movilización en las semanas previas y qué papel han jugado los nuevos y viejos medios de comunicación. Por último, discutimos, largo y tendido, las relaciones entre el 15M y la izquierda anticapitalista, realizando una propuesta de interpretación inspirada en el análisis de situaciones de Gramsci.

Aún a riesgo de precipitarnos y de cometer flagrantes errores, reivindicamos –ya– la necesidad de una historia social del 15M; una historia rigurosa, anti-romántica si se quiere, que se inspire en precedentes históricos extraordinarios como el 18 de Brumario de Luis Bonaparte, de Marx. Entendemos que sólo un análisis reposado nos permitirá comprender y construir. No sólo de cara a nuestra táctica inmediata: el porvenir es largo.

I. El contexto del 15M: todo tiempo pasado fue mejor
Es casi una obviedad plantear que la crisis económica ha sido el escenario y el detonante del movimiento de «l@s indignad@s». Sin embargo, es preciso incidir en ello ya que los medios de comunicación masivos tratan de situar las causas de la protesta en la desafección política, la corrupción de las élites burocráticas o cierta predisposición hormonal de la juventud. Estos factores existían previamente, incluso en época de bonanza económica, pero no produjeron ninguna movilización de estas características.

En el otoño de 2007, estallaba la crisis financiera en EE.UU. y se trasladaba rápidamente a Europa. El estado español sufrirá su impacto con gran virulencia. La economía española presentaba pautas de acumulación basadas en el sobreendeudamiento, por un lado, y en la sobrecapacidad en ramas como la construcción, el turismo o los bienes perdurables (como los coches). Estos sectores han sido duramente golpeados por la congelación del crédito y la crisis financiera internacional1. La caída del turismo, el freno en la industria de bienes durables, el colapso de la burbuja inmobiliaria y la caída generalizada de la demanda provocaron que el desempleo aumentara en más de 1’5 millones de personas entre 2008 y 2010. Recientemente, el desempleo general alcanzaba el 20’8% de la población activa, con un 46’12% de paro juvenil (EPA, julio, 2011). El número de hogares con todos sus miembros activos en paro es de 1.367.000 (EPA, 2º trimestre, 2011) y se desahuciaron a 15.491 familias de sus casas sólo en el primer trimestre de 2011.

2Desde un punto de vista laboral, la crisis se ha traducido en un aumento espectacular del ejército de reserva de parados, la deriva del trabajo en coste variable (fácilmente desechable), la precarización generalizada3 y el workfare4. En suma, estamos ante un empeoramiento agudo en la condición de las clases populares y un rearme de la clase capitalista, con el apoyo de los principales partidos políticos y el consentimiento de los sindicatos mayoritarios. Se ha allanado el camino hacia el despotismo empresarial, como lo denomina el citado informe Taifa; un capítulo más de la revolución de los ricos contra los pobres que se viene dando desde los años ochenta.

Desde 2010, el peso de la deuda ha ejercido una fuerte presión sobre la economía española. Agencias como Moody’s o Fitch especulan diariamente sobre la deuda soberana española, obligando a profundizar los recortes del gasto público (que, a su vez, disminuyen la demanda agregada, elevan el desempleo y ralentizan el crecimiento). En esta línea, el gobierno de Rodríguez Zapatero ha liderado una serie de medidas amparadas en el Pacto de Estabilidad y el Pacto del Euro: la reforma laboral, aumento en la edad de jubilación, reforma de la negociación colectiva, limitación de la capacidad de endeudamiento de los entes locales, privatización de las cajas de ahorros, aumento del IVA, disminución de la oferta de empleo público, etc. De especial relevancia ha sido el pacto entre patronal, gobierno, CC.OO. y UGT sobre la reforma del sistema de pensiones (a pesar de que estos últimos habían amenazado con la huelga general si la reforma se llevaba a cabo). Ello ha supuesto un duro golpe a la credibilidad y legitimidad de los sindicatos.
Paralelamente, asistíamos a las revueltas en el mundo árabe.

En mayo de 2011, la relación de fuerzas daba muestras de continuidad: un empoderamiento in crescendo de la clase capitalista. Existían respuestas a la crisis pero eran fragmentarias, localizadas y poco eficaces; no había ninguna estrategia de acción a nivel estatal. El PSOE y el PP actúan al dictado de los poderes económicos. Los sindicatos mayoritarios se niegan a emprender una estrategia ofensiva, aceptan la reforma del sistema de pensiones y descartan la opción de la huelga general.

Izquierda Unida, (probablemente en su etapa histórica más marginal) no consigue articular grandes movilizaciones; tampoco la izquierda extraparlamentaria. Las elecciones municipales de 2011 tampoco representaban alternativa alguna (a excepción, quizás, de lo acaecido en el País Vasco). Por tanto, la dinámica era de continuidad, en favor de los poderes económicos. Y muchos mirábamos con incredulidad la inmensa capacidad de aguante y resignación entre los sectores más afectados por la crisis…

Resulta evidente que las reacciones ante la crisis, cuando han existido, se han concentrado más en generar dinámicas concretas de respuesta, con un marcado carácter local, que en intentar construir un sujeto político con capacidad de intervención social.

Se está dando un triunfo durísimo del capital sobre los trabajadores y la población en general.

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