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sábado, abril 26, 2008

La renuncia del almirante Fallon reactiva las hostilidadesd en Irak


George W. Bush se juega el todo por el todo
por Thierry Meyssan

Contrariamente a lo que nos dice la prensa dominante, el almirante William Fallon no ha sido destituido por oponerse al presidente Bush en cuanto a la posibilidad de un ataque contra Irán. Fallon renunció voluntariamente luego de que la Casa Blanca saboteara el acuerdo que él mismo había negociado y concluido con Teherán, Moscú y Pekín. El camino que ha escogido la administración Bush reactiva la guerra en Irak y expone a los soldados estadounidenses que ocupan ese país a arrastrar las consecuencias de una resistencia que contará en lo adelante con el más amplio apoyo externo.

Casi a las 22 horas GMT del martes 11 de marzo de 2008, el comandante en jefe del Central Command, almirante William Fallon, anunció desde Irak la presentación de su dimisión. Inmediatamente, en Washington, el secretario de Defensa, su amigo Robert Gates, indicaba en una conferencia de prensa improvisada que aceptaba la decisión con el mayor pesar. Durante los
siguientes minutos, el rumor de un posible ataque contra Irán se extendió por el mundo. En efecto, al parecer la Casa Blanca había exigido la renuncia del almirante luego de la publicación en la revista mensual Esquire de un reportaje [1] que recoge «francas» declaraciones de este alto oficial sobre el presidente Bush. Ese mismo artículo afirma que el despido del almirante sería el último indicio de la guerra.

Esta interpretación resulta errónea. Y es que ignora la evolución de la correlación de fuerzas en Washington. Para una mejor comprensión de lo que está en juego, se hace necesario volver atrás. Nuestros lectores, a quienes hemos informado periódicamente desde estas columnas sobre los debates que se producen en Washington, seguramente recordarán las amenazas de dimisión de Fallon [2], el amotinamiento de la los oficiales superiores [3], lo sucedido entre bastidores durante el encuentro de Annapolis [4] y de la infiltración de la OTAN en el Líbano [5], hechos todos que reportamos en estas columnas antes que nadie lo hiciera, revelaciones que ­aunque fueron puestas en duda en el momento de su publicación­ están hoy ampliamente demostradas. A todo lo anterior agregamos ahora informaciones inéditas sobre las negociaciones que dirigió el almirante Fallon.

El Plan Fallon

El establishment estadounidense aprobó el desencadenamiento de la guerra contra Irak con la esperanza de sacar de dicho conflicto sustanciales ganancias económicas, pero poco a poco se fue desilusionando. Esta operación genera costos directos e indirectos realmente desmesurados pero solamente beneficia a unos cuantos. Desde el año 2006 la clase dirigente se preocupa por poner fin a la aventura. Sus reservas tienen que ver con el excesivo despliegue de tropas, el creciente aislamiento diplomático y la hemorragia financiera. Su expresión fue el informe Baker-Hamilton que condenaba el proyecto de rediseño del Gran Medio Oriente y aconsejaba una retirada
militar de Irak coordinada con un acercamiento diplomático a Teherán y Damasco.

Bajo esta amistosa presión, el presidente Bush se vio obligado a despedir a Donald Rumsfeld y a reemplazarlo por Robert Gates (proveniente de la propia Comisión Baker-Hamilton). Se creo un grupo de trabajo bipartidista ­la Comisión Armitage-Nye­ encargada de definir una nueva política de forma consensuada. Pero resultó que el tándem Bush-Cheney no había renunciado a sus proyectos y estaba utilizando ese grupo de trabajo para apaciguar a sus rivales mientras que continuaba preparando sus armas contra Irán. Para contrarrestar esas maniobras, Gates dio carta blanca a un grupo de oficiales superiores con los que se había vinculado durante el reinado de Bush padre.



El 3 de diciembre de 2007, estos oficiales publicaron un informe de las
agencias de inteligencia que desacredita el discurso plagado de
mentiras de la Casa Blanca sobre la supuesta amenaza iraní. Además, trataron de
imponerle al presidente Bush un reequilibrio de su política para el
Medio Oriente a expensas de Israel.

El almirante William Fallon ejerce una autoridad moral sobre ese grupo
de oficiales ­que incluye al almirante Mike McConnell (director nacional
de inteligencia), al general Michael Hayden (director de la CIA), al
general George Casey (jefe del estado mayor de las fuerzas terrestres), y que
contó con la posterior incorporación del almirante Mike Mullen (jefe del
estado mayor conjunto). Hombre de sangre fría y de una brillante inteligencia,
Fallon es uno de los últimos grandes jefes de las fuerzas armadas
estadounidenses que estuvo destacado en Vietnam. Preocupado ante la
multiplicación de teatros de operaciones, la dispersión de las fuerzas
y el agotamiento de las tropas, puso abiertamente en tela de juicio un
liderazgo civil cuya política sólo puede conducir Estados Unidos a la derrota.

Al prologarse el amotinamiento, este grupo de oficiales superiores fue
autorizado a negociar una salida honorable a la crisis con Irán y a
preparar una retirada de Irak. Según nuestras fuentes, imaginaron entonces un
acuerdo que comprende tres aspectos:
1. Estados Unidos impondría en el Consejo de Seguridad la adopción de
una última resolución contra Irán, para no quedar en ridículo. Pero se
trataría de una resolución vacía de contenido real y Teherán se acomodaría a su
adopción.

2. Mahmud Ahmadinejad viajaría a Irak, donde proclamaría los
intereses regionales de Irán. Pero se trataría de un viaje puramente simbólico, al cual se acomodaría Washington.

3. Teherán ejercería toda su influencia para normalizar la situación en
Irak y lograr que los grupos que ha venido apoyando pasaran de la
resistencia armada a la integración política. Dicha estabilización
permitiría que el Pentágono retirase sus tropas sin derrota. A cambio,
Washington suspendería su propio apoyo a los grupos armados de la
oposición iraní, específicamente a los Muyaidines del Pueblo.

También según nuestras fuentes, Robert Gates y este grupo de oficiales,
bajo la dirección del general Brent Scowcroft (ex consejero de seguridad
nacional), pidieron ayuda a Rusia y China para que apoyaran dicho
proceso.


Después del primer momento de perplejidad, Moscú y Pekín se aseguraron de obtener la forzada confirmación de la Casa Blanca antes de responder de forma positiva, sintiendo el alivio de haber evitado así un conflicto
incontrolable.

Vladimir Putin se comprometió a no tratar de aprovecharse en el plano
militar de la retirada estadounidense, pero exigió consecuencias
políticas.
Se acordó así que la conferencia de Annapolis sólo tendría resultados
mínimos y que se organizaría en Moscú una conferencia global sobre el
Medio Oriente para destrabar los problemas que la administración Bush ha estado agravando constantemente.

Al mismo tiempo, Putin aceptó facilitar el compromiso entre Irán y
Estados Unidos pero expresó inquietud por la presencia de un Irán demasiado fuerte en la frontera sur de Rusia. A modo de garantía, se decidió que Irán aceptara lo que siempre había rechazado: no fabricar él solo su propio combustible nuclear.

Las negociaciones con Hu Jintao resultaron más complejas ya que los
dirigentes chinos estaban desagradablemente sorprendidos luego de
descubrir hasta qué punto la administración Bush les había mentido sobre la supuesta amenaza iraní. Había que restablecer, primeramente, la confianza bilateral.

Por suerte, el almirante Fallon, que había sido hasta hace poco el
comandante del PacCom (la zona del Pacífico), mantenía relaciones
corteses con los chinos.

Se decidió que Pekín permitiría la adopción de una resolución antiiraní
puramente formal en el Consejo de Seguridad, pero que la formulación de dicho texto no obstaculizaría en lo más mínimo el comercio entre China y Irán.

El sabotaje

A primera vista, parecía que todo estaba funcionando. Moscú y Pekín
aceptaron el papel de figurantes en Annapolis y votaron la resolución
1803 contra Irán. Mientras tanto, el presidente Ahmadinejad saboreó su
visita oficial a Bagdad, donde se reunió en secreto con el jefe del estado
mayor conjunto estadounidense, Mike Mullen, para planificar la reducción de la tensión en Irak. Pero el tándem Bush-Cheney, que no se daba por vencido, saboteó el bien engrasado mecanismo en cuanto se le presentó la ocasión de hacerlo.

Primeramente, la conferencia de Moscú desapareció en las arenas
movedizas de los espejismos orientales incluso antes de lograr concretarse. En segundo lugar, Israel se lanzó al asalto de Gaza y la OTAN desplegó su flota frente a las costas del Líbano reactivando así el incendio generalizado del Gran Medio Oriente, mientras que Fallon se esforzaba por apagar los focos de incendio uno a uno. En tercer lugar, la Casa Blanca, de costumbre tan dispuesta a sacrificar a sus peones, se negó a abandonar a los Muyaidines del Pueblo.

Exasperados, los rusos concentraron su propia flota al sur de Chipre
para vigilar los navíos de la OTAN y enviaron a Serguei Lavrov de gira por el Medio Oriente, dándole la misión de armar a Siria, al Hamas y al
Hezbollah para reequilibrar el Levante. Mientras tanto, los iraníes, furiosos ante el engaño, estimulaban a la resistencia iraquí a retomar los ataques contra los soldados estadounidenses.

Viendo sus esfuerzos reducidos a cero, el almirante Fallon dimitió, lo
cual era la única vía que le quedaba de conservar su propio honor y su
credibilidad ante sus interlocutores. La entrevista de Esquire, que se
publicó dos semanas antes [de su renuncia], no es otra cosa que un
pretexto.

El momento de la verdad

Durante las tres próximas semanas, el tándem Bush-Cheney se jugará el
todo por el todo en Irak recurriendo al lenguaje de las armas. El general
David Petraeus intensificará a fondo su programa de contrainsurgencia para presentarse victorioso ante el Congreso, a principios de abril.

Simultáneamente, la resistencia iraquí, ahora con el apoyo simultáneo
de Teherán, Moscú y Pekín, multiplicará las emboscadas y tratará de matar la mayor cantidad posible de soldados ocupantes.

Será entonces el establishment estadounidense quien tendrá que sacar
las conclusiones de lo que suceda en el campo de batalla. O estima que los resultados de Petraeus sobre el terreno son aceptables, y el tándem
Bush-Cheney termina entonces su mandato sin problemas, o tendrá que
castigar a la Casa Blanca para evitar el espectro de la derrota y se verá
obligado a retomar entonces, de una u otra manera, las negociaciones que Fallon estuvo llevando a cabo.

Simultáneamente, Ehud Olmert interrumpirá las negociaciones iniciadas con el Hamas a través de Egipto y calentará la región hasta la visita de Bush, prevista para mayo.

Esta fiebre regional debería redinamizar el dispositivo de Bush, tanto
en lo tocante a las inversiones en el sector militaro-industrial del fondo
Carlyle, al borde de la quiebra, como en lo que se refiere a la campaña
electoral de John McCain.

Visto desde Washington ¿resulta realmente necesario seguir sacrificando
las vidas de los soldados estadounidenses en una guerra que ya ha costado 3 billones de dólares y provocar el odio hacia Estados Unidos, incluso entre sus más fieles partidarios, cuando este conflicto sólo ha beneficiado a unas pocas sociedades pertenecientes al clan Bush y a sus amigos?

fuente: RED VOLTAIRE

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