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martes, abril 25, 2006

Historia del PCE(I)

La fundación del PCE
THEORIA/Proyecto Critico de Ciencias Sociales Universidad Complutense Madrid
1.1 La señal del "Aurora"

1.2 El impacto de la Revolución de Octubre en España

1.3Los jóvenes toman la iniciativa

1.4Una unificación más bien formal



1.1 La señal del "Aurora"

Aunque Rusia y España están separadas por miles de kilómetros, la señal del acorazado "Aurora", con la que se da inicio a la primera revolución socialista de la historia, no tardaría en ser percibida por las masas obreras y campesinas de nuestro país. Había sonado la hora de la "lucha final". En la madrugada del 25 de Octubre de 1917, los obreros, marineros y soldados de Petrogrado, dirigidos por el Partido bolchevique, toman al asalto el Palacio de Invierno, derrocan al gobierno provisional burgués e instauran el poder soviético.La Revolución rusa es la primera de una serie de revoluciones que estremecieron Europa.

Al finalizar la I guerra imperialista mundial, el movimiento revolucionario se hace más extenso y mejor organizado, especialmente en los países que han participado en la contienda. A lo largo de 1918 tienen lugar insurrecciones de obreros y soldados en Alemania, que culminan en 1919 con la implantación de la República Soviética de Baviera. Otro tanto ocurre en Finlandia, Hungría y Países Báltica.En estas condiciones, la creación de una nueva organización obrera internacional se convierte en una apremiante necesidad. Sobre la base de los grupos y organizaciones internacionalistas de izquierda (que con anterioridad se habían reunido en Zimmerwald y Kienthal) encabezados por Lenin y el Partido bolchevique, en marzo de 1919, se celebra en Moscú el I Congreso de la Internacional Comunista o III Internacional.








Primer Congreso de la Comintern en Moscú; segundo por la derecha, Lenin

En este Congreso, ante los intentos de la burguesía y sus agentes en el movimiento obrero por argumentar sus ataques contra la República de los Soviets, Lenin expone en su informe las tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado: "La historia enseña que ninguna clase oprimida ha llegado ni podía llegar a dominar sin un período de dictadura, es decir, sin conquistar el poder político y aplastar por la fuerza la resistencia más desesperada, más rabiosa, esa resistencia que no se detiene ante ningún crimen, que siempre han opuesto los explotadores" (1).

La burguesía conquistó el poder aplastando por la violencia a los reyes, a los señores feudales y a sus tentativas de restauración. Así pues, "la dictadura del proletariado no sólo es plenamente legítima [...], sino que es absolutamente necesaria" (2). La forma de la dictadura del proletariado, lograda ya en la práctica, era el Poder Soviético en Rusia. Había, pues, que defender y propagar el sistema de los Soviets. Esta será la tarea principal de los partidos comunistas en todos los países donde aún no existía el Poder Soviético.
Pero el imperialismo no permanece inactivo y muy pronto va a cerrar filas, disponiéndose a hacer frente al torrente revolucionario. Los imperialistas centran sus esfuerzos en acabar con la Rusia soviética, cercándola, ayudando a los ejércitos contrarrevolucionarios e interviniendo militarmente.Al mismo tiempo, los socialchovinistas redoblan sus ataques contra la Revolución de Octubre, contraponiéndole las "excelencias" de la democracia parlamentaria burguesa.

Atemorizados por la amplitud que el movimiento revolucionario toma en Occidente, se apresuran a recomponer en 1919 la fracasada II Internacional para intentar contrarrestar la gran influencia que la Internacional Comunista estaba teniendo entre los trabajadores de todos los países.Tras el primer Congreso, la atracción que comienza a ejercer la III Internacional sobre grupos y partidos obreros es enormes.

La bandera del comunismo atrae a cuantos estaban desengañados por la traición de la II Internacional, aunque no todos estos grupos eran revolucionarios. Entre ellos, los llamados centristas, con Kautsky a la cabeza, mantenían posiciones oportunistas y trataban de conciliar las nuevas concepciones del movimiento comunista con las podridas ideas de los socialtraidores. Una de las concepciones propugnadas por estos centristas era la de combinar el parlamento burgués con el Poder soviético, o lo que es lo mismo, unir la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado. Semejante teoría suponía abandonar íntegramente la doctrina de la lucha de clases y pasarse directamente al campo de la burguesía. A decir de Lenin, "éste fue el golpe de gracia asestado a la II Internacional".

Era, pues, necesario dejar sentados de una forma clara los principios comunistas, tanto para cortar el camino hacia la Internacional a estos grupos vacilantes, como para evitar que su falsa e inconsecuente aceptación trajeran consecuencias desastrosas, como había ocurrido con la República Soviética de Hungría. En este país, socialdemócratas y comunistas se habían unido en un partido que, tras tomar el poder del Estado, proclamó la dictadura del proletariado. Pero al no ser depurado este partido de los elementos reformistas, se dio lugar a que se cometieran una serie de errores que facilitaron el aplastamiento de la Revolución.

El eje central del II Congreso (1920) fue la aprobación de los Estatutos y las 21 condiciones a cumplir por los partidos y organizaciones que solicitasen su ingreso en ella: acatar los acuerdos de la Internacional, romper con el oportunismo, depurar a los elementos reformistas o centristas, crear un aparato clandestino del Partido y subordinar a él la actividad legal --la prensa, la actuación en el parlamento, etc.--, realizar propaganda en el ejército y el campo, luchar por la liberación de las colonias y contra el militarismo imperialista, etc.

En lo que respecta a los jóvenes Partidos Comunistas, recién creados por los líderes de izquierda escindidos de los partidos y sindicatos socialdemócratas, el Congreso consideró que eran sumamente débiles en el aspecto ideológico y organizativo. Sus dirigentes cometían a menudo graves errores, principalmente de carácter sectario, que los enemigos de la revolución aprovechaban en su contra.

Precisamente fue en el II Congreso de la IC donde Lenin presentó su libro "La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo", cuyas tesis y conclusiones fundamentales constituyeron la base de importantes acuerdos del mismo.

En este trabajo Lenin alertaba a los comunistas contra dichos errores --no sin destacar lo que tenían de "expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero"--; mostraba los métodos para una acertada dirección política e insistía en la necesidad de luchar con la suficiente flexibilidad para atraerse a las masas sin que ello supusiese una renuncia a los principios revolucionarios. Sus planteamientos constituían una importante aportación al desarrollo de la teoría marxista y a la táctica y estrategia de los partidos proletarios en la nueva etapa histórica de crisis general del capitalismo.

1.2 El impacto de la Revolución de Octubre en España

Todavía habría de transcurrir algún tiempo antes de que la prensa española diera a conocer las primeras y confusas noticias, casi perdidas entre las crónicas y partes de guerra de los frentes de batalla europeos, sobre la Revolución de Octubre.

La prensa obrera se hizo eco de los acontecimientos interpretándolos según sus respectivas tendencias y puntos de vista. "El Socialista", portavoz oficial del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), no podía ocultar su contrariedad: "las noticias que recibimos de Rusia nos producen amargura. Creemos sinceramente que la misión de aquel país era poner toda su fuerza en aplastar el imperialismo germánico..."(3). Por el contrario, anarquistas y anarcosindicalistas asumieron la Revolución de Octubre como propia; "las ideas anarquistas... --proclamaba 'Tierra y Libertad'-- habían triunfado"(4).

Así, poco a poco, se iría conociendo en nuestro país el desarrollo, alcance y significado de esos "diez días que estremecieron al mundo".Los obreros, las masas trabajadores en general, acogieron la victoria bolchevique con entusiasmo; los terratenientes, el clero y la burguesía, como un fantasma que amenazaba con turbar su plácida existencia.

Sus temores no carecían de fundamento. También en España existía una situación revolucionaria. La permanencia de las estructuras agrarias arcaicas venía entorpeciendo el desarrollo del capitalismo. Esta contradicción había ensanchado el foso que separaba a la burguesía industrial de las castas terratenientes reaccionarias. Pero, además existía otra particularidad: no obstante ser un país industrialmente atrasado, el capital financiero mantenía un alto nivel de control y dominio sobre importantes ramas de la producción.

Por todo esto, el agravamiento de las contradicciones generadas por la crisis del sistema capitalista, que había conducido a la primera guerra imperialista mundial, acentuaba mucho más la crisis del régimen político de la Restauración. Sin embargo, la burguesía no se atrevía a romper abiertamente con el viejo régimen por temor al proletariado, cuya fuerza e influencia política iban creciendo de día en día. La Revolución soviética vino a reforzarlas aún más, resaltando su papel como fuerza dirigente de la revolución.

Este conjunto de circunstancias explica que a España le afectara tan de lleno la crisis general del sistema capitalista en la nueva etapa imperialista y el que nuestro país se hubiera convertido en un área donde comienzan a confluir las contradicciones que enfrentan a las distintas potencias imperialistas. Aunque el gobierno español se declaró neutral debido a la rivalidad de intereses e inclinaciones de las clases y grupos dominantes, la guerra tuvo hondas repercusiones económicas y sociales en España. Gracias a la neutralidad los capitalistas multiplicaron sus beneficios con el abastecimiento de productos agrícolas e industriales a los países beligerantes, consiguiendo una enorme acumulación de capital.

Al mismo tiempo se producía un notable aumento del proletariado. Pero, al comenzar la recuperación económica de los Estados en conflicto, tras la firma del Armisticio en 1918, la situación cambió radicalmente: la conflictividad social va en ascenso con los despidos masivos, los bajos salarios y el encarecimiento de la vida; en las ciudades se hacen frecuentes los asaltos a almacenes y tahonas y se multiplican las huelgas y enfrentamientos con las fuerzas represivas, mientras que, en el campo, la lucha del campesinado --que en lugares como Andalucía se lanza a la revuelta al grito de "¡Viva Rusia!"--, toma todas las características de una revolución agraria (5).

Sin embargo, el proletariado no estaba en condiciones de encabezar consecuentemente el movimiento revolucionario. Tal como se puso de manifiesto durante la huelga general insurreccional de agosto de 1917, carecía de una vanguardia que lo dirigiese en la lucha, forjara su unidad y asegurase su alianza con el campesinado. Por esta razón la crisis del régimen no desembocó, como en Rusia, en una revolución pese a que existían condiciones favorables para ella. De ahí que la primera enseñanza que cabía extraer de esos acontecimientos a la luz de Octubre era la de ponerse a trabajar para construir un partido obrero revolucionario en España.


Huelgas generales de 1917

1.3 Los jóvenes toman la iniciativa

Pese a que la influencia reformista y anarquista era importante y se va a mantener hasta la Guerra Nacional Revolucionaria (1936-39), en el movimiento obrero español existía una situación relativamente favorable para la asimilación de las ideas y experiencias bolcheviques.Ya desde 1909, al igual que en otros partidos socialistas europeos desde algún tiempo antes, también en el PSOE se venía desarrollando un proceso de lucha interna estimulado por el auge del movimiento revolucionario de masas y el deslizamiento de su dirección hacia posiciones cada vez más derechistas. Hechos como el establecimiento de la Conjunción republicano-socialista, con la que el socialismo español abandonaba abiertamente su tradicional rechazo a una alianza formal con la burguesía y, más tarde, su posicionamiento a favor de los Estados imperialistas de la Entente, fueron engrosando las filas de la oposición a la línea oportunista.

De esta forma, cuando se produzca la Revolución de Octubre el proceso tomará un mayor impulso, pasando a ser la defensa o detracción de la misma la línea divisoria entre la izquierda socialista y el reformismo socialdemócrata.
También en el campo anarquista y anarcosindicalista se da un fenómeno semejante, sí bien en menor medida. La gran simpatía que la Revolución soviética despierta en las filas libertarias se pondrá de manifiesto en el acuerdo unánime del Congreso de la CNT del Teatro de la Comedia de Madrid (diciembre 1919) de adherirse a la IC. Pero va a ser en el seno del PSOE donde la corriente de adhesión a la III Internacional cree una clara polarización que desembocará en la ruptura.

A partir de la creación de la Internacional Comunista, la pugna por la adhesión a la misma se convierte en el caballo de batalla de la izquierda socialista. Ante la presión de las bases la dirección del PSOE se ve obligada a convocar un Congreso extraordinario a fin de tomar una resolución al respecto. En ese momento, los "terceristas" (como así se empezará a conocer a los partidarios de la IC) tienen la posibilidad de alcanzar el respaldo de la mayoría para el ingreso del PSOE en la III Internacional, pero se retraen ante el temor a provocar una escisión del partido, ya que su propósito era el de integrarlo en bloque. Por consiguiente, la cuestión de la adhesión queda momentáneamente aplazada. Todavía serán necesarios otros dos congresos extraordinarios para resolver definitivamente el asunto.

En cambio, la UGT se posiciona desde el principio, por una aplastante mayoría, en contra de la adhesión a la IC.

Muy diferente es la actitud de la Federación de Juventudes Socialistas. Esta decide en el V Congreso su apoyo a la IC, siguiendo el ejemplo de la Juventud Socialista de Madrid, que había respondido de inmediato al llamamiento dirigido al proletariado mundial por el I Congreso y enviado su adhesión.Tanto en uno como en otro caso, estas iniciativas contrarían a los "terceristas", que abogan por supeditar cualquier decisión de la organización juvenil, relativa a la IC, a la que adopte el PSOE.Haciendo caso omiso de estos propósitos, pronto un sector de los jóvenes socialistas da otro paso más.

Ante la actitud vacilante y contemporizadora y la falta de firmeza de los líderes "terceristas" a la hora de plantear la ruptura con los oportunistas y el ingreso inmediato en la IC (como proponía la Federación Socialista Asturiana), la mayoría del Comité Nacional de la Federación juvenil acuerda, en una reunión secreta, la transformación de la organización en Partido Comunista Español.

Esta decisión es comunicada a las Federaciones locales mediante una carta cerrada, enviada con instrucciones para que no fuera abierta antes de una fecha determinada. En ella se da cuenta de la escisión y de la constitución de un nuevo partido, al tiempo que se invita a todas las organizaciones juveniles a constituirse en agrupaciones del mismo (6). Nace así el 15 de abril de 1920, a los casi dos años y medio de la Revolución de Octubre, el primer partido comunista español.En esta decisión influyó en gran medida el Buró de Amsterdam de la IC, en el que predominaban las posiciones "izquierdistas".

"Renovación", órgano de las Juventudes Socialistas, sustituye su cabecera por la de "El Comunista", que a los pocos meses alcanza una tirada de 6.000 ejemplares (7).Entre sus promotores figuran Merino Gracia, Luis Portela, José Illescas, Eduardo Ugarte, Emeterio Chicharro, Ricardo Marín, Rito Esteban, Tiburcio Pico y Juan Andrade. Excepto algunos estudiantes e intelectuales, la mayoría son obreros, al igual que la casi totalidad de su militancia. Todos, además, son jóvenes, dándose la circunstancia de que a la hora de nombrar director legal de "El Comunista" ninguno de los miembros del Comité Nacional tiene la edad mínima de 25 años que la ley exigía.

Juan Andrade

Desde primera hora también se integran en el Partido un grupo de militantes socialistas y algunos jóvenes anarcosindicalistas.El núcleo más nutrido del P.C. Español se encuentra en Madrid, destacando por oficios los obreros gráficos, carpinteros y metalúrgico.El procedimiento seguido, sin que mediase ningún debate o congreso previo, y lo precipitado de la decisión, impidieron aclarar las ideas entre la mayoría de los jóvenes socialistas. Otro tanto sucedió en el movimiento obrero. Esto explica que el nuevo partido no contara con más apoyo entre las masas y que sólo una minoría de jóvenes socialistas (los "cien niños", como les denominaban despectivamente los "terceristas") se uniesen a la iniciativa.

Como otras formaciones comunistas europeas, el P.C. Español nacía fuertemente impactado por la idea de que la revolución socialista en Europa era inminente. Esta visión ya comenzaba a ser puesta en tela de juicio por Lenin a causa de la derrota de la revolución en Alemania y otros países europeos. De ahí que ante la perspectiva de un reflujo más o menos prolongado de la oleada revolucionaria y la inmadurez del movimiento le llevaran a empezar a vislumbrar la necesidad de un repliegue.

De estos hechos y apreciaciones cabía sacar, además, otra conclusión que no se supo extraer en ese momento: al retrasarse el estallido de la revolución mundial, la IC perdía, lógicamente, parte de la función que se le atribuía como centro dirigente de la misma, lo que debía conducir a prestar más atención al desarrollo independiente de los movimientos revolucionarios en cada país. Pero este problema habría de adquirir mayor relevancia a medida que fuese transcurriendo el tiempo.

Por aquel entonces, lo que más preocupaba a la IC era la tendencia a ciertas desviaciones "izquierdistas" que, so pretexto de combatir el reformismo socialdemócrata, se manifestaba en algunos partidos. Aunque habían roto con la socialdemocracia, la experiencia demostraba que seguían estando muy influenciados por ella. Ciertamente, el "radicalismo" izquierdista suponía una ruptura real con los partidos socialdemócratas, pero, en la práctica, tal como señalaba Lenin, entre una y otra corriente existían ciertas concepciones y prácticas concomitantes.

Es dentro de este contexto donde hay que situar la obra de Lenin, "La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo", que tanto disgustó a los jóvenes comunistas españoles, que llegaron a calificarla de "abominable" y "oportunista" (8). Todo esto les conducía a un radicalismo verbal e inoperante y, por consiguiente, a aislarse de las masas y, en particular, de los obreros más avanzados, muchos de los cuales aún seguían aferrados a los viejos partidos socialistas.
Por las mismas razones a las que acabamos de aludir, y sin que ello suponga una renuncia a las 21 condiciones, la IC adoptó desde el III Congreso, a instancias de Lenin, una actitud más flexible con la socialdemocracia, a cuyos sectores de izquierda pretendía atraer, con la vista puesta en la formación de verdaderos partidos revolucionarios de masas. El mismo Lenin, con el fin de arrancar a los obreros de la influencia de los líderes reformistas, fue más lejos al propugnar en determinadas condiciones pactos o alianzas con la socialdemocracia.

Todas estas concepciones se concretarán en el IV Congreso en la táctica de Frente único. "El fin y el sentido de la táctica de frente único --afirmaba Lenin-- consiste en atraer a la lucha contra el capital a una masa cada día mayor de obreros, sin vacilar en hacer llamamientos reiterados incluso a los líderes de la II Internacional y de la Internacional II y media con la propuesta de sostener conjuntamente esta lucha" (9).

Como acusaban los "izquierdistas", esa posición de flexibilidad hacia la socialdemocracia no dejaba de estar en contradicción con anteriores consignas que propugnaban la ruptura más radical con el reformismo y que llevaron a precipitar la formación de partidos comunistas, como el P.C. Español. Esto explica que algunos de ellos lo pusiesen de manifiesto y expresasen sus reticencias con respecto a la nueva táctica de la IC, interpretándola como una marcha atrás o una entrega a la socialdemocracia. "Nosotros --afirmaba Juan Andrade-- no podemos volver a entrar en el Partido Socialista, porque nunca lograríamos tener influencia. Llegar a un acuerdo con él, sería para la clase trabajadora española un reconocimiento de nuestro error.

Los centristas sabrían explotarlo... Yo creo que lo que verdaderamente debía hacer la Internacional es ayudarnos a nosotros y no transigir con ellos" (10). Por eso también denunciaban lo que consideraban "coqueteos" de la IC con los "centristas" y se oponían a un entendimiento con éstos.

No obstante estos planteamientos, hay que destacar que, a diferencia de otros grupos comunistas de "izquierda" europeos, no todos los puntos de vista del P.C. Español eran desacertados, por lo que sería una equivocación meterlos en el mismo saco. Si bien es cierto que, en lo que se refiere a la participación en la lucha electoral, compartían en el fondo las mismas ideas de sus correligionarios europeos, no se debe perder de vista una circunstancia especial; su rechazo se correspondía con las condiciones en que se venía desarrollando la lucha de clases en España.

De hecho, sus ideas contrarias a participar en el parlamento no obedecían a diferencias de principios con la posición que venía defendiendo la IC, como lo demuestra el que en sus "Bases y Tesis" recogieran la necesidad de participar en las elecciones al parlamento, municipios y diputaciones para despertar y afirmar la conciencia de clase del proletariado. Ahora bien, hacían una salvedad que ha de ser tenida muy en cuenta: la de que dicha participación debía ser considerada en "situaciones políticas especiales" (11).

Tal era el caso concreto de España. Su rechazo a participar en las elecciones lo fundamentaban en la tradición antiparlamentaria de los trabajadores españoles. Además argüían otra razón de peso: la utilización reformista, no revolucionaria, que estaban haciendo de la lucha electoral los dirigentes del PSOE. En esta práctica veían una de las causas que más habían contribuido al arraigo del anarquismo entre las masas. "El parlamentarismo -argumentaba Andrade- es cosa que no estamos dispuestos a aceptar... a consecuencia de la propaganda anarcosindicalista, los trabajadores españoles son esencialmente antiparlamentarios. Convencerles de que los representantes obreros pueden laborar en el Congreso por la revolución, es un imposible. El ejemplo diario de la adaptación de los diputados socialistas al ambiente de las Cámaras influye mucho en su intransigencia antiparlamentaria"(12).

Efectivamente, había que tener en cuenta que en España, a diferencia de otros países capitalistas, no existía una tradición parlamentaria burguesa ni instituciones democráticas. Por eso el cretinismo parlamentario del PSOE no hacía más que reforzar el rechazo de las masas a la participación en unas instituciones en las que veían encarnado el caciquismo de las clases dominantes.

En este sentido, ya a Marx en su época le llamaba la atención el distanciamiento del "pueblo español" respecto al Estado. "Los movimientos de aquello que solemos llamar Estado --observa-- han afectado tan escasamente al pueblo español que éste se ha desentendido muy gustosamente de este estanco dominio de alternas pasiones y mezquinas intrigas de los guapos de la corte, de los militares, aventureros y del puñado de sedicentes estadistas, y no ha tenido razones importantes para arrepentirse de su indiferencia" (13).

Incluso constataba que los partidos democráticos más serios se proclamaban abstencionistas, lo cual demuestra que ese abstencionismo o boicot al Estado y a sus instituciones tenía hondas raíces en la psicología y en la cultura política de las masas de nuestro país. En definitiva, el anarquismo no hacía otra cosa que recoger esa tradición, profundamente arraigada, que las Internacionales obreras al atribuirla a su influencia no comprendieron. Por esta razón, los comunistas españoles, pese a compartir esta misma visión, no andaban muy descaminados cuando propugnaban el boicot al parlamento y otras instituciones.

La utilización del parlamento podía ser justa hasta cierto punto en aquellos países en los que había tenido lugar la revolución burguesa y existía una tradición parlamentaria, pero no se ajustaba a las condiciones de España. Mucho menos aún si se tiene en cuenta que entonces no existía un partido comunista maduro, con una línea política y táctica definidas, que pudiese utilizar el parlamento a la manera revolucionaria, por muy reaccionario que fuese. Este no era un problema nuevo.

Engels, analizando las experiencias de lucha del proletariado alemán, sostenía a finales del siglo XIX que la táctica parlamentaria se correspondía con el período de expansión relativamente pacífica del capitalismo. Asimismo señalaba que, mientras se mantuviese esta situación, había que participar en las elecciones dado que ello permitía mantener tácticamente un "estado contractual" con la burguesía (14).

Pero, como el mismo Engels hacía notar, esa situación no podía durar mucho tiempo y, de hecho, ya por entonces, con la entrada en su fase imperialista y monopolista, el régimen capitalista comenzó a mostrar sus garras. El "contrato" quedó hecho trizas en 1914 con la guerra imperialista y la imposición de la reacción más desenfrenada en los Estados capitalistas, lo que obligaba a revisar la táctica de lucha del proletariado.

Desde entonces había que aprender a dominar todos los métodos de lucha y formas de organización: el trabajo legal y el clandestino, la lucha pacífica y la lucha armada, las huelgas políticas de masas y la insurrección. No obstante, Lenin llevaba razón cuando criticaba a los "izquierdistas" que confundiesen la caducidad histórica del parlamentarismo con su caducidad política en aquellos países donde aún conservaba una cierta influencia entre las masas.

Por eso insistía en que la táctica debía ser elaborada "teniendo en cuenta serenamente, con estricta objetividad, todas las fuerzas de clase del Estado de que se trate (y de los Estados que le rodean y de todos los Estados en escala mundial), así como la experiencia de los movimientos revolucionarios" (15). Al mismo tiempo declaraba: "Las antiguas formas (las correspondientes a la democracia burguesa) se han roto, pues resulta que su nuevo contenido --antiproletario, reaccionario-- ha adquirido un desarrollo desmesurado... (debemos transformar, vencer y someter todas las formas, no sólo las nuevas, sino también las viejas, en un arma completa, definitiva e invencible del comunismo" (16).

Pero todo esto será algo que la IC, al insistir unilateralmente en la participación electoral, tenderá cada vez menos a tenerlo en cuenta.Curiosamente, en lo que respecta al trabajo en los sindicatos, también los "izquierdistas" españoles divergían de los europeos, que lo rechazaban, y se mostraban de acuerdo con la IC.

"Sobre los sindicatos tenemos la misma posición que Moscú. Creemos errónea la de los comunistas obreros de Alemania. La práctica nos convence cada día más de esto. En los viejos sindicatos se puede hacer una gran labor... Nuestra actitud es pertenecer, indistintamente, a la UGT y la CNT, para dentro de ellas laborar por la unificación de las fuerzas obreras sindicales sobre el programa de la Tercera" (17).

Todos estos planteamientos entraban en contradicción con las concepciones y prácticas socialdemócratas de los "terceristas" del PSOE (dado que éstos incluso mostraban una actitud distante, cuando no hostil, hacia la CNT), lo cual hacía difícil un entendimiento. También en este punto la táctica de la IC difería de la que venían preconizando los comunistas españoles. Este venía siendo uno de los principales puntos de fricción, por lo que, en vista de las dificultades casi "insuperables" que se alzaban en el camino de la unificación, la IC tomó la decisión de "forzar" el proceso. Esta iniciativa fue calificada por los jóvenes comunistas poco menos que como una "traición".

De ahí que no desaprovecharan ninguna oportunidad para acusar a los "terceristas" por su "reformismo" y que, ante los apremiantes llamamientos e iniciativas de la IC en pro de la unidad, respondieran resaltando el carácter "centrista" de sus oponentes y su identidad con los seguidores de Pablo Iglesias y negaran que muchos de ellos pudieran ser ganados -como de hecho sucederá- para la causa. Por consiguiente, en lugar de laborar por la confluencia, como proponía la IC, había, según ellos, que "combatirlos sin concesiones". Esta postura cerrada e inflexible daría lugar a numerosos altercados.

A veces los militantes del P.C. Español, con sus dirigentes a la cabeza, llegaron al enfrentamiento físico con los del Partido Socialista. "El día que salió 'El Comunista' --recuerda Andrade-- hubo palos porque trataron de impedir su venta. Los comunistas se indignaron, protestaron y abofetearon a un conserje. Nos tienen un pánico enorme" (18). De este modo entendían los "izquierdistas" españoles la lucha contra la socialdemocracia.

Por lo demás, pese a sus insuficiencias y hábitos infantiles, el nacimiento del P.C. Español supuso un paso adelante en la conciencia y organización del movimiento obrero revolucionario y permitió dar un mayor impulso al proceso de decantación política e ideológica que se estaba operando en el PSOE, principalmente. Como señalara por entonces G. Zinoviev, máximo responsable de la IC, refiriéndose a los partidos comunistas surgidos por la misma época, el P.C. Español no era más que una organización que "quería ser comunista, pero no lo es todavía" (19).

El mismo reconocía que el alumbramiento de un partido comunista, incluso cuando se produce en las condiciones más favorables, resultaba ser siempre un proceso largo y muy penoso. Por eso, en su corta existencia, el P.C. Español no pasaría de ser un grupo de agitadores, en cuya labor destacaba la difusión de propaganda y literatura comunista, entre la que se incluyó la publicación de algunos textos, como "El Estado y la revolución", de Lenin, la primera obra bolchevique editada en España (20).

1.4. Una unificación más bien formalEn el último congreso extraordinario (abril 1921), celebrado por el PSOE para decidir su adhesión a una de las Internacionales, el escrutinio resultó favorable al ingreso en la Internacional de Viena, organizada por los centristas. En la práctica, esto supuso un paso previo para su reincorporación a la II Internacional.

A este resultado desfavorable contribuyeron las tácticas dilatorias de los líderes oportunistas y, en menor medida, las carencias ideológicas y teóricas de los más caracterizados exponentes del "tercerismo". Estos no fueron capaces, en ningún momento, de someter a una crítica profunda las concepciones y trayectoria del socialismo español, marcadas desde sus inicios por la tendencia al reformismo.

La confusión generalizada de ideas acerca del carácter de la revolución, de la táctica y del papel del proletariado en la misma -de la que también participaban los "izquierdistas"-, incapacitaba a los "terceristas" para combatir consecuentemente y desenmascarar el oportunismo ante los obreros socialistas. La declaración de Isidoro Acevedo, realizada durante el Congreso, de que el problema de la adhesión a la Internacional era "fundamentalmente táctico" (21), evidenciaba palpablemente que, en el fondo, no existían diferencias de principio con los "pablistas".

Por el momento, la adhesión de los "terceristas" a la IC y su adscripción al comunismo resultaba ser más bien "espontánea" y sentimental.No obstante, la ruptura entre los dos sectores del PSOE se hizo inevitable. Los "terceristas" se retiraron de la sala del Congreso en medio de un ambiente de gran crispación y enfrentamiento, trasladándose a la Escuela Nueva, donde ese mismo día, 9 de abril, decidieron constituirse en Partido Comunista Obrero español (PCOE).

Entre los integrantes del nuevo partido se encontraban destacados dirigentes históricos del PSOE y la UGT, como Antonio García Quejido, Virginia González, Isidoro Acevedo y Facundo Perezagua.

A diferencia del P.C. Español, el PCOE contaba con una notable implantación en la UGT y disponía de una militancia más numerosa, predominantemente obrera, entre la que destacaban las organizaciones de Vizcaya y Asturias. En estas dos zonas, casi la mitad de los militantes socialistas se integraron en el nuevo partido.

La ruptura habría de repercutir inmediatamente en la Federación de Juventudes Socialistas, que había sido reorganizada tras la formación del P.C. Español. Los jóvenes socialistas siguieron los pasos del PCOE y se adhirieron a él, con lo que por segunda vez, en poco tiempo, el PSOE se quedaba sin organización juvenil.

La existencia de dos organizaciones que se proclamaban comunistas creaba una situación de dispersión de fuerzas y daba pie a sembrar la confusión en el movimiento obrero revolucionario. Por este motivo, la IC venía planteando con tanta insistencia la necesidad de llegar cuanto antes a la fusión. Conseguirlo se presentaba como una tarea muy laboriosa: Con un P.C. Español, en el que la tendencia "izquierdista" era muy marcada, y con un PCOE, en el que existía una pronunciada proclividad a deslizarse hacia el reformismo, resultaba difícil acercar posiciones y establecer acuerdos. Los mayores obstáculos radicaban en la exigencia de depuración, por parte de los "izquierdistas", de la mayoría de los dirigentes del PCOE a los que acusaban de "centristas".

En el curso de las negociaciones que precedieron a la unificación la IC desempeñó un papel decisivo. En su etapa final participó en ellas solamente un representante por cada partido --Núñez de Arenas por el PCOE y Gonzalo Sanz por el P.C. Español--, además del delegado de la IC, el italiano Graziadei. Superado el escollo de las exclusiones, el 14 de noviembre de 1921, fue firmada el "Acta de fusión" (22) con la que quedaba constituido el Partido Comunista de España (PCE).

De este acuerdo no resultó una unificación real. Al igual que había sucedido en casos similares con otros partidos comunistas, fue simplemente la suma de dos grupos concertada sobre la única base de la aceptación formal de unos principios generales, sin que mediase un debate político e ideológico previo, ni una práctica común que permitiera avanzar en la elaboración del programa e ir configurando, al mismo tiempo, un núcleo dirigente cohesionado. Esta cuestión desde hacía tiempo se venía destacando como el problema principal.

Ante la trascendencia del paso a dar no podía invocarse ninguna razón de peso que pudiera justificar que la "fusión" se efectuase de la forma en que se hizo. Las concepciones y práctica que ambos grupos venían manteniendo lo desaconsejaban. No otra cosa es lo que se desprende de las conclusiones contradictorias del informe enviado por Graziadei al CE de la IC, al señalar que "en la cuestión de los principios y de la táctica no había grandes diferencias", mientras que, por otro lado, se veía obligado a tener que reconocer que "había entre muchos camaradas del P.C. Español algunas tendencias izquierdistas y entre muchos camaradas del PCOE tendencias centristas" (23).

Impelidos por la necesidad de forjar cuanto antes un acuerdo entre los dos grupos, que permitiera la formación del partido, los dirigentes de la IC ponían todo el acento en la unidad sin más, perdiendo de vista el principio de la lucha ideológica. Dada la existencia de posiciones tan dispares, resultaba inevitable y necesario que al menos, después de la unificación, se abriera un proceso de lucha ideológica. Esto permitiría ir avanzando en el camino de una mayor clarificación y cohesión interna. La IC con su autoridad tenía que haber favorecido la discusión y el debate. Ella misma suponía la mayor garantía para preservar la unidad sin menoscabo de los principios. Pero, ante el temor de que se produjera una ruptura, prevaleció el criterio de atenuar las contradicciones y se impuso una línea conciliadora.

Las consecuencias de esta falsa concepción en la línea de construcción del Partido van a repercutir muy negativamente en su evolución posterior. Así, ante el estallido de sucesivas crisis y luchas internas, a las que no eran ajenas las divergencias en torno a la táctica, como las referidas a la participación electoral, o a los continuos "virajes" que imponían los cambios en la situación internacional, la IC tratará de suprimirlas o "resolverlas" con medidas disciplinarias o conciliadoras, según los casos.

Es lo que ocurrió durante el I Congreso del PCE (marzo 1922) y el II Congreso (julio 1923). En este último, el representante de la IC, el suizo Humbert-Droz, no sólo no permitió que los delegados al mismo pudieran elegir democráticamente al Comité Central, sino que impuso una dirección formada mayoritariamente por los militantes más proclives a conciliar posiciones encontradas (24).

Con actuaciones semejantes, al impedir que el Partido pudiese resolver sus propias contradicciones (siguiendo el principio del centralismo democrático), se dificultaba su depuración y que se fueran creando lazos y hábitos de trabajo comunes entre militantes de diversa procedencia. De esa forma se dejaba la puerta abierta para que una y otra vez se reprodujeran más agudizados los mismos problemas y conflictos, sin que de ellos se pudiera extraer nada claro.

Jules Humbert-Droz
La lucha interna constituía de por sí un hecho positivo, un síntoma de vitalidad. Pero lo que resultaba especialmente pernicioso en grado extremo no era que en aquel momento se tratara de impedir la lucha y se conciliaran distintas posiciones, sino la tendencia, que ya por entonces se empezaba a abrir paso, a confundir el carácter de las contradicciones que inevitablemente surgían dentro del Partido, y, en correspondencia con ello, a adoptar métodos erróneos, burocráticos u oficialistas, para "resolverlas".

Pese a todo, hay que considerar que, en esta primera etapa, la labor de la IC fue fundamentalmente positiva y hasta decisiva, ya que aportó los elementos políticos e ideológicos y la ayuda material, sin los cuales el proceso de nacimiento o alumbramiento del Partido hubiera sido mucho más largo y doloroso. Incluso hasta es posible que no llegase ni a producirse.

Pero, por encima de todo, la conclusión más importante que cabe extraer de estos primeros pasos es que la maduración del PCE, como la de cualquier otro partido comunista, no se podía forzar.

Por la propia naturaleza de los problemas que se planteaban y las mismas condiciones en las que el PCE surgía se hacía necesario un largo período de trabajo entre las masas, de acumulación de experiencias, de lucha ideológica y de elaboración teórica. El proceso de formación de un partido comunista requería -como señalaba Lenin- de "una labor prolongada, de una dura experiencia".

"Su formación -añadía- se facilita con una acertada teoría revolucionaria que, a su vez, no es un dogma, sino que sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario" (25).

De la experiencia bolchevique los comunistas españoles podían extraer valiosas enseñanzas, pero no debían imitarlas, que es precisamente el error en el que se va a incurrir constantemente y contra el que Lenin no cesaba de advertir. "Investigar, estudiar, descubrir, adivinar, captar lo que hay de particular y de específico, desde el punto de vista nacional, en la manera en que cada país aborda concretamente la solución del problema internacional común, del problema del triunfo sobre el oportunismo y el doctrinarismo de izquierda en el seno del movimiento obrero, el derrocamiento de la burguesía, la instauración de la república soviética y la dictadura proletaria, es la principal tarea del período histórico que atraviesan todos los países adelantados (y no sólo los adelantados)" (26).

Esta labor, en el caso de España, sólo la podía realizar el PCE, teniendo en cuenta las peculiaridades de la lucha revolucionaria en nuestro país y a lo largo de mucho tiempo. No podía ser de otra forma.

Así lo corrobora la experiencia del Partido Comunista de China (PCCh). "De una manera general --manifiesta Mao, refiriéndose a este mismo problema-- el mundo objetivo de China ha sido la China misma quien ha adquirido ese conocimiento y no los camaradas del movimiento comunista internacional interesados en el problema chino. Estos camaradas del movimiento comunista internacional no comprenden, incluso se puede decir que ellos mismos son incapaces de comprender la sociedad china.

Nosotros mismos durante largo tiempo no hemos comprendido el mundo objetivo de China; entonces, ya no hablemos de esos camaradas extranjeros. Es en la época de la guerra de resistencia contra el Japón que nosotros hemos definido la línea general del Partido, que nosotros hemos tomado un conjunto de decisiones políticas adaptadas a la situación. Durante esta época, nosotros ya habíamos pasado por veinte años de revolución. Durante todos esos años de trabajo revolucionario nosotros habíamos trabajado a ciegas..." (27).

De estas experiencias y conclusiones se deduce que la elaboración de la línea política, el conocimiento del mundo objetivo de cada país, como en todo proceso de conocimiento, no podía ser más que resultado de la experiencia directa de los comunistas de esos mismos países, de su participación en la lucha revolucionaria, y, por consiguiente, no podía dejar de estar sujeta a las propias leyes del conocimiento, a un movimiento gradual de acumulación de experiencias, de conocimientos parciales, favorecidos por las derrotas y victorias, así como por las luchas internas, hasta llegar a un conocimiento superior que permita descubrir las leyes de cada revolución.

(1) Lenin: "Tesis e informe sobre la dictadura burguesa y la dictadura del proletariado (I Congreso de la IC)", Obras Escogidas, tomo 3, Editorial Progreso, Moscú.

(2) Lenin: "Tesis e informe sobre la dictadura burguesa y la dictadura del proletariado (I Congreso de la IC)", Obras Escogidas, tomo 3, Editorial Progreso, Moscú.

(3) Citado por Carlos Forcadell en "Parlamentarismo y bolchevización. El movimiento obrero español 1914-1918", Editorial Ariel.

(4) Citado por Antonio Elorza en "Contexto histórico de la formación del PCE", incluido en "Para una historia del PCE. Conferencias en la F.I.M.", Madrid, 1980.

(5) Juan Díaz del Moral: "Historia de las agitaciones campesinas andaluzas". Alianza Universitaria, Madrid, 1973.

(6) Luis Portela: "El nacimiento y los primeros pasos del movimiento comunista en España", Estudios de Historia Social, núm. 14, 7 de noviembre de 1980.

(7) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(8) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(9) Lenin: "Propuesta para el proyecto de resolución del XI Congreso del PC(b) de Rusia sobre el informe de la delegación del Partido en la Internacional Comunista", Obras Completas, tomo 45, Editorial Progreso, Moscú.

(10) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(11) Bases y Tesis del P.C. Español, en "El Comunista", núm. 1 (1-V-1920), AHPCE.(12) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(13) Marx-Engels: "Revolución en España", Editorial Ariel, Barcelona, 1970.

(14) F. Engels: "Introducción a las luchas de clases en Francia", Editorial Progreso.

(15) Lenin: "La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo", Obras Escogidas, tomo 3, Editorial Progreso.

(16) "La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo". Obras Escogidas, tomo 3, Editorial Progreso.

(17) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(18) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(19) G. Zinoviev: "La naissance du Parti Communiste" ("Bulletin Communiste", núm. 34, 17-VIII-1922), CERMTRI. París.

(20) Juan Andrade: "Recuerdos personales", Ediciones del Serbal.

(21) Actas del Congreso extraordinario del PSOE (1921), Fundación Pablo Iglesias, Madrid.

(22) "Acta de fusión de los dos partidos comunistas" (14-XI-1921) y "Apostillas a las bases" ("La Antorcha", núm. 4, 23-XII-1921). AHPCE.

(23) "Rapport de A. Graziadei au Comité exécutif de l'Internationale communiste sur la fusion des partis communistes d'Espagne (Roma, 18-I-1922)". "Archives de Jules Humbert-Droz, I: Origines et débuts des Partis Communistes des Pays Latins (1919-1923)", Dordrecht (Holanda).(24) Jules Humbert-Droz: "De Lenine à Staline. Dix ans au service de l'Internationale Communiste (1921-1931)". Editions de la Baconnière. Neuchâtel (Suiza), 1971.(25) Lenin: "La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo".(26) Lenin: "La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo".(27) Mao Zedong: "Centralismo democrático, crítica-autocrítica, dictadura del proletariado", Intervención de Mao en la Conferencia de trabajo del CC del 30 de enero de 1962, publicada en el "Renmin Ribao", 1 de julio de 1978.

1 comentario :

Anónimo dijo...

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