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martes, abril 25, 2006

¿Para que la Republica?

¿Que República?
Raul.M.

Nunca le han servido a la mayoría de los ciudadanos las formas consensuadas y cortesanas con las que se ha desarrollado la lucha política desde que, con la aprobación de la Constitución monárquica de 1.978, se impuso el continuismo borbónico.

Pero esa institucionalización de la lucha que durante tantos años y por diversos factores (entre ellos la crisis de los comunistas) marcó la política en nuestro país, ha dado paso a un corto pero intenso periodo en el que esas corrientes de izquierda consecuente, aún desorganizadas, han sido capaces de llevar adelante, de una forma muchas veces espontánea, el enfrentamiento contra el poder, superando con creces a los dirigentes que teóricamente expresaban sus intereses políticos y adquiriendo conciencia de su fuerza y del carácter político de su enfrentamiento.Solo alguien completamente ciego en política, no vería el auge del movimiento republicano en los dos últimos años.

Y, desde luego, los dirigentes oportunistas y revisionistas, no lo son. Quienes hace unos años, decían que la lucha por la República era inútil, quienes llegaron a imponer a sus propios militantes y al movimiento popular en su conjunto, los principios de la transición monárquica a golpe de sanción; corren apresuradamente a desempolvar las esencias republicanas, de normal escondidas en el baúl de los trastos inútiles para la política diaria.

Pero, cualquiera que no sea un ciego en política se dará cuenta también de que esa izquierda institucional acostumbrada a dormitar en las poltronas, rumiando el día a día de la politiquería cortesana, ya no sirve. Izquierda Unida, creada en su momento como expresión de la unidad entre la dirección revisionista del PCE y ciertos sectores de la socialdemocracia críticos con el felipismo, es incapaz hoy de organizar la respuesta popular, en un periodo en el que el enfrentamiento es necesariamente político.

La vieja izquierda institucional, y no podía ser de otra forma, se ahoga en luchas intestinas entre sus diferentes camarillas, pero no puede ser referencia de las aspiraciones políticas de unos sectores que han probado y se han probado a sí mismos ser capaces de ir mucho más allá.Por eso, paralelamente a la contradicción entre los sectores más conscientes de las masas y el régimen, se ha ido desarrollando una contradicción entre la toma de conciencia de aquellos y la falta de organización de la izquierda transformadora.

Hemos llegado al momento en el que es necesario comenzar la tarea de articular esta izquierda independiente, enfrentada al régimen y republicana, de una forma orgánica. Y esto plantea dos tareas ligadas íntimamente entre sí: precisar las bases políticas de esta alternativa y librar una batalla contra las corrientes que pretenden dirigir estos intentos hacia el pantano del formalismo.

Las bases políticas de la unidad entre las fuerzas y gentes de la izquierda, con el objetivo de superar la monarquía fueron establecidas hace unos tres años en los encuentros republicanos y resumidas en los ocho puntos que desde entonces unifican las movilizaciones republicanas. Sabemos que no hemos hecho nada más que empezar, pero los cimientos políticos, se están consolidando rápidamente y con firmeza.

El régimen ha recibido el aviso y de ahí que, desde su llegada al Gobierno, Zapatero ha dirigido la tarea de reconducir la situación, de nuevo, al cauce institucional. Su campaña de gestos, va encaminada a este objetivo y su propuesta de reforma parcial del vetusto edificio constitucional monárquico, pretende recuperar el consenso y evitar que los ciudadanos continúen poniendo en cuestión los cimientos del continuismo borbónico.

Ahora bien, si las bases políticas son aceptadas al menos teóricamente por la mayoría de las fuerzas de izquierda, si la república es para la mayoría de ellas, la forma de estado más adecuada y adaptada a los tiempos modernos, la desarticulación actual de la izquierda y su dispersión política e ideológica se reflejan en el proceso unitario en marcha.

Las corrientes reformistas, herederas del viejo revisionismo, gritan: “Luchemos por la República, cambiemos al Borbón por un presidente elegido y no vayamos más allá: será el proceso mismo quien decida el contenido político de esa República; sin duda nosotros defendemos los ocho puntos, pero no podemos ser dogmáticos, debemos ser flexibles porque hay cuestiones que aún no comparten una mayoría de ciudadanos”.

Nosotros opinamos que la República no es suficiente si no va acompañada de un programa popular que cree las condiciones para que la democracia sea una realidad y no un formalismo grotesco. Las formas nunca van separadas del fondo: a lo largo de la historia, en el estado español, la clase obrera y las clases populares han defendido la república como marco de sus reivindicaciones políticas y sociales; lo mismo que, en sentido contrario, los explotadores han expresado en torno a la monarquía sus reivindicaciones de clase.

La República sin contenido no sirve a los sectores que acceden a la lucha política, pues no sería nada más que un adorno “estético” para la impotencia de la izquierda institucional. El programa de los ocho puntos es necesariamente republicano porque sólo la República, particularmente debido al desarrollo histórico que en el estado español han tenido las formas políticas, puede garantizar un marco en el que el pueblo pueda expresarse evitando el agobiante control de la oligarquía.

Los oportunistas izquierdistas insisten por su parte: “La República no es suficiente, es una más de las reivindicaciones populares; es necesario impulsar nuevas expresiones orgánicas menos definidas políticamente pero que den cauce a la movilización social permanente”. Nosotros consideramos, como venimos insistiendo en estas páginas, que el paso a la política es absolutamente necesario (y posible) para que la lucha inmediata no se pierda en la impotencia y genere aún más dispersión.

De poco sirve combatir las consecuencias si no somos capaces de enfrentar las causas: las opciones económicas, sociales, culturales, etc., que adoptan los Gobiernos borbónicos de turno, están marcadas por una única orientación política; variarán los ritmos y la intensidad de su aplicación, no el sentido, dirigido siempre contra los intereses de la mayoría de los ciudadanos y en beneficio de una ínfima minoría oligárquica.

El consenso en las cuestiones de estado es una norma del estado monárquico; un consenso coronado que, por acción u omisión, respetan todas las fuerzas institucionales, incluidas IU y ERC.Conforme avance el movimiento republicano, conforme nos enfrentemos a la tarea de organizarlo, crecen los ataques y presiones de reformistas y oportunistas que intentan arrastrarlo al pantano del formalismo, de modo que la definición política de la unidad va a ir pasando a primer plano.

Las manifestaciones y movilizaciones republicanas son una marea en crecimiento, pero más pronto que tarde, los sectores más conscientes de nuestra clase van a tener que optar y, frente a las viejas formas institucionales que agonizan, deberán dar consistencia a lo nuevo, pues únicamente logrará consolidarse si se impone, en lucha contra el oportunismo y el revisionismo

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