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lunes, junio 19, 2006

Cuba:siempre es 26(II)

Relato de Melba Hernandez
El 26 de Julio.¿Las 24 horas del 26 de Julio de 1953? No puedo concentrarme a pensar en un espacio de tiempo tan cerrado. Para mi, el 26 de julio empezó el 25. Desde esa día supimos que estabamos en las ultimas horas antes de una acción de importancia.


Nos sabíamos exactamente lo que iba a ocurrir y no lo preguntábamos. Nos limitamos a trabajar. Haydee Santamaria y yo sabíamos que vendrían muchos automóviles con otros compañeros, a reunirse en la casa de Siboney.
Nos dedicamos a limpiar el patio, que había quedado lleno de clavos y pedazos de madera: eran resto de la cerca que se había levantado para que no se viera lo que ocurría dentro. Temíamos que los automóviles se poncharan con algún clavo olvidado: limpiamos el patio pulgada por pulgada.
Después colocamos las colchonetas que nos habían mandado para que descansaran los muchachos. Y en esto estabamos cuando empezaron a llegar los primeros: Gómez García venia en un automóvil agitando en la mano unos papeles donde había escrito un poema revolucionario.


Ernesto Tizol me puso riendo un paquetito en la mano, como si fuera un regalo: era una bandera del 4 de septiembre que había traído como camuflaje.
En unos momentos la casa se lleno de esa actividad concentrada de muchas personas moviéndose en silencio.
Del fondo del pozo sacaron los uniformes que estaban allí guardados. Estaban húmedos y arrugados: Haydee y yo empezamos a plancharlos, mientras Guitart me suplicaba: "Oye el primero que planchen es para mi".


Lo complacimos y desde las diez de la noche ya el paseaba por toda la casa, de completo uniforme, con gorra y todo. Comimos mangos, leche y galleticas.
Como a las once de la noche, llego Fidel y se repartieron las armas: había una atmósfera de disciplina como nunca la he visto antes ni después: un momento como ese no se puede ni describir...Mientras nosotras terminábamos de planchar uniformes, los muchachos empezaron a moverse con las armas.


Hubo un momento de terror: alguien vio a un hombre uniformado moviéndose en la sombra del patio. ¿Seria un oficial de la dictadura? ¿Estaríamos descubiertos? Alguien se asomo sigilosamente a mirar, mientras los demás esperábamos. El vigía se echo a reír: era Guitart, el primer uniformado que tomaba el fresco de la noche.
Y ese no fue el único susto: cuando Fidel termino de repartir las armas, a uno de los muchachos se le escapo un tiro de aire. Después del disparo cayo un gran silencio sobre todo el mundo; era posible que el tiro hubiera atraído la atención de alguien, pasamos minutos y minutos nada mas que oyendo chillar a los grillos. Después volvimos a respirar: estabamos de suerte. Nadie había oído.


Haydee y yo nos acercamos a Fidel para pedirle ordenes, nos dijo que esperáramos por ellos en la casa de Sibney hasta que hubiera noticias del resultado de la acción. Nosotras nos miramos decepcionadas. Hasta entonces habíamos estado seguras de que iríamos con ellos y ahora nos sentimos echadas a un lado.


Yo le protesto a Fidel de que nosotras éramos tan revolucionarias como cualquiera de los de allí y que era injusto que nos discriminaran por ser mujeres.Fidel titubeo: le habíamos tocado un punto sensible.


Nos dijo que el dejaba la responsabilidad en manos de Abel: el decidiría si su hermana y yo debíamos ir con ellos. Esperamos a Abel con impaciencia. No podíamos creer que nos dejaran atrás después de que nos habíamos considerado parte esencial del grupo. Cuando llego Abel, lo flanquearemos enseguida para pedirle su opinión. Pero ya entonces tuvimos un buen defensor : el doctor Mario Muñoz dijo que podíamos ir en calidad de enfermeras. Nos reclamo como necesarias, Abel y Fidel nos dieron permiso y empezamos a prepararnos.


Como a las cinco de la madrugada, Haydee y yo salimos en el último automóvil. El trayecto fue sin incidentes, excepto porque vimos algo que nos asusto de pronto: la maquina de Boris Luis abonada y con las puertas abiertas en la cuneta.

Comprendimos que había ocurrido lo que temíamos: se habían ponchado a propósito para calmarnos, fue a Boris Luis el primero que vimos disparando junto a un muro del Moncada. Entre ráfaga y ráfaga, extendió la mano para saludarnos.


Cuando nos bajamos en el hospital, ya tuvimos que atravesar el espacio hacia la puerta bajo fuego graneado. La batalla estaba andando. Casi enseguida que llegamos tuvimos que atender heridos: los dos primeros fueron soldados de la dictadura que levantamos del suelo inultilmente: estaban muertos. Mas tardes llego uno de los nuestros heridos de bala a sedal en el vientre.Luego llegaron mas y mas. Pero el ruido de los balazos disminuía y eso era un signo malisimo.


Entro Abel y nos hizo que los disparos venían de un solo frente de los que se había señalado para el ataque al Moncada. Esto era señal de que habíamos fracasados: por momentos el fuego eran menos y menos y menos...Eran como las ocho de la mañana. Abel nunca perdió la serenidad. Nos llamo a las dos aparte y nos dijo: " Estamos perdidos. Ustedes saben igual que yo lo que me va a pasar a mi y posiblemente a todos.


Pero lo que mas me interesa es que ustedes, las mujeres, no se arriesguen. Escóndanse por el hospital.Ustedes son los mas oportunidad tienen que salvar la vida. Conserven la vida de cualquier manera. Tiene que quedar alguien para contar lo que paso aquí".


No supimos que contestarle, se nos fue entre las manos.Minutos después lo vimos en el patio, cuando lo detuvieron y se lo llevaron entre varios soldados, a golpes y culatazos. Corrimos por los pasillos del hospital y nos refugiamos en la sala de niños, que era un infierno de chillidos y terror, los niños no habían tomado alimentos y gritaban de hambre y miedo. Ayudamos a la enfermera a preparar agua de cebada y eso nos ayudo a pensar en lo que podía estar ocurriendo afuera.


A las diez de la mañana nos encontraron en la sala de niños. Nos subieron a un automóvil y nos llevaron al cuartel. Allí nos encerraron en una gran habitación que posiblemente pertenecía al club de oficiales, porque recuerdo que había mesas de billar. Y bajo las mesas de billar los muchachos ya torturados se quejaban sangrando sobre las baldosas. Se los llevaban de cuatro en cuatro, los arrastraban con ellos y un rato después los traían, desmadejados para llevarse cuatro mas. ¿Que les hacia mas allá de aquella puerta? Nunca lo supimos, porque a todos les habían arrancado los dientes a culatazos y cuando querían hablarnos solo abrían la boca enseñando las necias ensangrentadas y murmurando cosas que no entendían.


A mi lado dejaron caer al muchacho que habíamos atendido en el hospital. El de la bala a sedal en el vientre. No estoy segura, pero creo que ya estaba muerto. Había quedado a mitad de camino por donde pasaban los soldados y trate de levantarlo para que no le pasaron por encima. Con mucho trabajo lo senté y le apoye la cabeza en mi hombro, pero pesaba mucho y se volvió a resbalar una y otra vez. Por fin no tuve mas fuerzas para alzarlo y los soldados, sin preocuparse de apartarlo le pasaron varios veces por encima. La herida del vientre se abrió completamente y por ella empezaron a salirse los intestinos. Cuando nos sacaron de allí seguía tirado en el suelo: nunca supe como se llamaba.


Varios soldados nos llevaron a la oficina de la comandancia. Por el camino, uno de ellos nos dijo: "¿Ustedes no querían sangre? Pues vengan para que vean sangre.
Nos llevaron a la barbería del cuartel, donde por lo visto habían torturado a muchos. Estaba completamente cubierta de sangre: nos solo el piso sino hasta las pareces y el techo. Nos arrastraron hasta un balconcito estrecho: allí parecía haber un tragante tupido y la sangre se había estancado en un charco de un centímetro de profundidad. De afuera soplaba una brisita de mañana, que hacia pequeñas olas en el laguito de sangre, como un mar muy tranquilo rompiendo en la arena.


Encerradas en la oficia de Sarria pasamos un espacio de tiempo que no se cuanto duro. No se, me acuerdo que un soldado iba y venia, horrorizado, hablando solo y muy bajito como un loco, con un sonsonete que no paraba: "Esto si que a mi no me gusta. Esto no puede ser". Me acuerdo que Haydee y yo comenzamos a tener arqueadas secas, con dolorosas contracciones del estomago vacío. Pedí agua y me dijeron que: "Íbamos en coche de que no nos hubieran matado y de contra pedíamos hasta agua".


Luego debe hacer pasado un día, porque nos llamaron para que viéramos el entierro de los militares muertos.Nos asomaron por una ventana y vimos salir los carros fúnebres, con banda militar y banderas del cuatro de septiembre. Buscamos para ver si veíamos algún ataúd que pudiera ser de los nuestros. Pero de ellos si que no volvimos a saber jamas. De afuera nos llegaban noticias que eran mejor ni oír. A través de la puerta oímos gritar a una mujer en el pasillo: "Me mataron a mi marido". Luego nos dijeron.:"Al cabecilla de ustedes, a Fidel Castro, lo hicimos tiritas" y hasta nos ofrecieron enseñarnos el cadáver.


En la noche un soldado le dio a otro: "¿Que se habrá creído ese de los zapatitos de dos tonos?" Y comprendí que había atrapado y torturado a Boris Luis; el llevaba los únicos zapatos de dos tonos. En el fondo ,creo que los dos estabamos seguras de que Abel había muerto, pero creíamos que si no lo decíamos lo mantendríamos vivo. Ni una sola vez hablo Haydee de su hermano, como para no matarle con el pensamiento.Solo lo menciono cuando nos trasladaron, una eternidad después al vivac de Santiago de Cuba.


Bajamos las dos desde la claridad de afuera hasta un sótano donde estaban hacinado los prisioneros. Y por primera vez Haydee dijo en voz alta lo que siempre había temido: "Mira bien. Si Abel no esta aquí, es que lo mataron" Instintivamente nos apretamos las manos en la oscuridad mientras bajamos la escalera.
Uno a uno empezamos a mirar a los muchachos, buscando el rostro de Abel. Haydee llego primero con sus ojos al ultimo de la fila, porque sentí que la presiden de su mano iba disminuyendo hasta cesar: Abel Santamaria estaba muerto. Después no se como alguien me dijo que ya era el 28 de julio. Así, setenta y dos horas de mi vida desaparecieron. Era el 28 de julio: la larga noche sin días del 26 de julio había terminado

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