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martes, mayo 02, 2006

Historia del PCE(II)

APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA
THEORIA Proyecto Crítico de Ciencias Sociales ,grupo de investigacion Universidad Complutense de Madrid

2. Tiempos de crisis y confusión
2.1 Volver a empezar 2.2 Aciertos y errores del "grupo de Bullejos"

2.3 Una táctica nada bolchevique

2.4 A la búsqueda de una nueva vía revolucionaria
Cuando el 13 de septiembre de 1923 se produce el golpe de Estado del general Primo de Rivera, hacía más de dos años que la lucha revolucionaria del proletariado había entrado en España, como en toda Europa, en un período de reflujo. En esos dos años la ofensiva contrarrevolucionaria había alcanzado su máximo apogeo en Cataluña con el terrorismo parapolicial, las detenciones preventivas, la aplicación de la "ley de fugas" y la intervención del ejército en la represión del movimiento obrero, que desencadenarán la respuesta de los grupos armados anarquistas.

Al mismo tiempo, pese a la represión gubernamental y patronal, en esa época se desarrollaron huelgas de gran combatividad, las últimas en 1923. Este fue el caso de la huelga de los mineros vizcaínos, dirigida por el Partido, que culminaría en un enfrentamiento armado entre las fuerzas represivas y un centenar de sus militantes parapetados en la Casa del Pueblo de Bilbao. Pero ya estas luchas tenían un carácter defensivo; de ahí que la clase obrera adoptase una actitud de resistencia pasiva ante el golpe militar. Sólo en Vizcaya, siguiendo el llamamiento comunista a la huelga general, se produjeron paros parciales.


El General Primo de Rivera en su despacho (1925)

Por el contrario, los dirigentes del PSOE y la UGT, como un anticipo de su inmediata colaboración con la Dictadura, se apresuraron a llamar a la clase obrera a "abstenerse de tomar cualquier iniciativa" y a "actuar dentro de los cauces legales" (28). Más sorpresiva fue la actitud de los líderes anarcosindicalistas que optaron por suspender la actividad de la CNT en contra del criterio de numerosas federaciones. Recurriendo al ejército y a la implantación de una dictadura abierta, las clases dominantes trataban de buscar una salida a la crisis política del régimen y conjurar la amenaza de la revolución. Con ello España no hacía más que seguir el camino de otros países europeos.

En Lituania, Italia, Polonia, Grecia y Hungría se habían instaurado regímenes fascistas o profascistas que prefiguraban a los que más tarde se establecerán en los años treinta. Incluso en los países capitalistas más desarrollados, de mayor tradición parlamentaria, la tendencia a la reacción y al militarismo era la tónica dominante.

La represión de la Dictadura se abatió enseguida sobre el PCE, cuando todavía no había alcanzado una mínima consolidación, añadiendo mayores obstáculos a su desarrollo. Comienza así un período de confusión y crisis, en cierta medida continuación del anterior, en el que las divisiones y luchas internas consumirán la mayor parte de sus energías. Es también una etapa en la que no se conseguirá formar realmente un núcleo estable y cohesionado de dirección y en la que a duras penas se comienza a esbozar una línea política. Un período, en suma, que coincidirá con una situación de luchas internas y bandazos de la IC que, lógicamente, tendrán su incidencia en las secciones nacionales y contribuirán a aumentar la confusión.

2.1 Volver a empezar La instauración de la Dictadura, al plantear nuevos problemas, acentuó las debilidades y carencias de un partido recién constituido e integrado por militantes formados en la vieja escuela del Partido Socialista y por obreros procedentes de los medios anarcosindicalistas con lo que de nuevo se recrudecieron los conflictos internos. La Dirección del Partido, al no comprender el significado y alcance del cambio político que se acaba de operar ni tener una idea clara sobre las tareas que prioritariamente debía abordar, se encontró desorientada.

La mayor parte de sus miembros expresaba la opinión de que la Dictadura "duraría poco tiempo" (29). Y, aunque la represión diezmó y desarticuló a la organización, el CC no tomó en ningún momento las medidas que una situación semejante exigía: en vez de trabajar por la formación de un aparato clandestino, mantuvo al Partido en la legalidad como si nada hubiese cambiado. De esta forma se fue abriendo paso la tendencia a eludir toda actividad que pudiese atraer una mayor represión sobre el Partido y sus militantes; tendencia que se manifestará abiertamente cuando, por ejemplo, el PCE se niegue a participar, junto al PC francés, en una campaña de denuncia de la guerra contra Marruecos.

Esta actitud, unida a su desatención del trabajo sindical, en especial en el seno de la CNT, desató hacia el CC las críticas de varias federaciones, encabezadas por la Federación Catalano-balear, en la que acababa de ingresar un grupo de adeptos de la IC procedentes del anarcosindicalismo. Entre ellos figuran Joaquín Maurín, personaje que se había destacado en los círculos de la izquierda radical y que gozaba de gran predicamento entre los dirigentes de la IC, así como Andreu Nin, otro de los abanderados de la corriente tercerista de la CNT, miembro del Secretariado de La Internacional Sindical Roja (ISR).





Izda.: Joaquín Maurín. Dcha.: Andreu Nin.

En el conflicto que se originó a raíz de esas críticas, la IC se puso del lado de la oposición al CC --ahora reforzada por los maurinistas-- que ella misma había promovido en el II Congreso. A este cambio de posición no era ajena la lucha interna que se estaba librando en el seno de la IC (y del PCUS), que había tenido su reflejo en su V Congreso (julio 1924) en la consigna de bolchevización de los partidos comunistas (30). De esta forma se pretendía contrarrestar y combatir la influencia del oportunismo de derecha que, en el curso de la lucha contra las desviaciones "izquierdistas", se había incrementado en numerosos partidos comunistas. La Internacional tenía, además, otras razones para renovar o cambiar la Dirección de la sección española: su preocupación por la debilidad de la influencia comunista en Cataluña, donde existía un proletariado numeroso y combativo, y la escasa atención prestada por los dirigentes españoles al problema nacional catalán.

Esta es la razón de que insistiese en el traslado del CC a Barcelona y de su propósito de poner al frente del Partido a Maurín y a otros militantes catalanes que decían contar con numerosos seguidores. Como consecuencia de toda esta serie de problemas, en la Conferencia Nacional que tuvo lugar en Madrid en noviembre (1924), el CC presentó su dimisión y fue elegido un Comité Central Provisional, integrado por la oposición. Pero éste no tuvo ocasión de desarrollar su actividad, ya que la mayor parte de sus miembros fueron muy pronto detenidos por la policía política. La misma suerte corrieron muchos de los militantes de base. En poco tiempo el Partido quedó casi totalmente desmantelado. Sólo "La Antorcha", órgano central, que se publicaba legalmente Sometida a la censura militar, mantenía simbólicamente su existencia (31).



V Congreso de la Comintern (1924 ). De izda. a dcha. , de pie: O. Pérez Solís, J. Grau, J.Jové y J. Maurín.
De izda. a dcha., sentados: D. Trilles, A. Nin, Borjas, Losovski y Vall.

A comienzos de 1925 la situación es tan crítica que la IC acuerda constituir una comisión especial para resolver los problemas de la sección española. Esta designa a José Bullejos como secretario general, encargándole la misión de reorganizar el Partido en la clandestinidad. Un primer paso en este sentido es dado en la Conferencia de Ivry (mayo de 1925) con la formación de un Comité Ejecutivo al que se incorporan algunos militantes exiliados en Francia.

A instancias de la IC, que juiciosamente se opone a su traslado inmediato a España hasta en tanto se haya llevado a cabo un inicio de reorganización, la nueva dirección se mantiene por una temporada en París. (32) Hacia finales de año, se había logrado ya establecer contacto con diferentes localidades y hacer los preparativos para la celebración de una Conferencia Nacional. La reunión tendría lugar en Burdeos, en diciembre, con la asistencia de delegados de cinco federaciones, de las Juventudes Comunistas y de una delegación de la IC. Uno de los acuerdos más importantes que se toman en esta Conferencia es el traslado de la Ejecutiva al interior del país (33).

2.2 Aciertos y errores del "grupo de Bullejos" Bajo la dirección de Bullejos y otros dirigentes, el Partido comienza a hacer algunos progresos.

No sólo se producen avances en el terreno de la organización y aumenta su influencia entre los obreros avanzados, como lo demuestra el ingreso en sus filas del importante núcleo de la CNT sevillana, sino que también -y esto era lo más importante- los comunistas españoles comienzan a pensar por sí mismos y a dar algunos pasos en la elaboración de la línea política.

Este hecho llevaba aparejado de manera inmediata una importante consecuencia política: en base al análisis de las contradicciones de la sociedad española, del carácter pro-fascista de la Dictadura y de su aislamiento social y político, el CE acordó boicotear las anunciadas elecciones a la Asamblea Nacional Consultiva de Primo de Rivera en el caso de que se convocasen (34).

José Bullejos

La respuesta de la IC ante este acuerdo no se hace esperar. En una resolución emitida en enero de 1927 (**) lo descalifica como erróneo y aconseja al Partido participar en dichas elecciones. Además, en su resolución la IC defiende el punto de vista según el cual se estaba produciendo "un fortalecimiento" de la Dictadura. Por otro lado, aun reconociendo que el Partido había hecho "progresos en ciertos terrenos", la resolución hacía un balance general esencialmente negativo de la labor desarrollada, en particular, por el Comité Ejecutivo.

Más concretamente, la Dirección de la IC ponía el acento en que los dirigentes españoles no habían logrado alcanzar "el objetivo fundamental de llegar a una fusión de los diferentes grupos del Partido", lo cual era atribuido, según ella, a la falta de "una política prudente que lograse superar las causas de las divergencias en lugar de hacerlas más agudas al insistir sobre ellas" (35). Aparte de otras consideraciones, las apreciaciones de la Dirección de la IC sobre el presunto fortalecimiento de la Dictadura, en las que seguirá insistiendo un año más tarde en otra resolución del mismo corte (36), no podían estar más fuera de la realidad.

Como justamente sostenían los dirigentes del Partido, la evolución de los acontecimientos políticos, económicos y sociales había demostrado muchas veces, y seguirá demostrando en lo sucesivo, lo contrario. Y ya no sólo a causa del aislamiento de la Dictadura con respecto a la gran mayoría de la población, sino también debido a los antagonismos internos del capitalismo español, cada vez más agudizados, sobre los que la resolución pasaba muy de prisa. En efecto, la fortaleza de la Dictadura no era más que aparente.

Debido a las particularidades del desarrollo capitalista y de la lucha de clases en nuestro país, la implantación de un régimen fascista topaba con grandes obstáculos. De ahí las diferencias que separaban a la Dictadura de Primo de Rivera del modelo fascista italiano y que explican su fragilidad. El proyecto primorriverista no contaba, como el de Mussolini, con una base de masas; ni siquiera tenía ya el respaldo de importantes sectores de la burguesía de Euskadi y Cataluña, aunque, en un principio, se lo hubiesen dado por temor a la lucha revolucionaria del proletariado. Por eso no había sido casual que el golpe de Estado tuviese en Cataluña su principal punto de apoyo.

En esta nacionalidad, en la que junto con Vizcaya se concentraba la mayoría del proletariado industrial de España, la lucha de clases se había agudizado más que en ninguna otra zona del país. Precisamente la gran burguesía catalana, agrupada en torno al Fomento del Trabajo y a la Lliga Regionalista, había sido la primera en pedir la intervención del ejército contra las huelgas obreras y en estimular y respaldar el terrorismo de Estado.

Incluso la idea del golpe había partido de ella, no sólo para acabar con la agitación obrera y el activismo anarquista, sino también para hacer pesar su influencia política en Madrid y conseguir mayores cotas de autogobierno con las que defender mejor sus intereses. Pero, si bien el ejército y la oligarquía financiero-terrateniente coincidían con el capitalismo catalán en la necesidad de una dictadura contra los trabajadores --y en este sentido la burguesía catalana encarnaba los deseos de la de toda España--, divergían no sólo en cuanto a sus intereses económicos y políticos sino, sobre todo, en cuanto al hecho nacional catalán.

Así que, desde el momento en que Primo de Rivera rompió sus promesas y disolvió la Mancomunidad (en la que la burguesía catalana veía un primer paso para avanzar en sus aspiraciones de autogobierno), no tardó en producirse el divorcio entre ambos. Naturalmente, dichas pretensiones tenían que chocar con los planes de la oligarquía centralista encaminados a reforzar su poder e implantar un sistema de capitalismo monopolista de Estado. Por ello, más que crear un nuevo tipo de Estado que integrase a todos y apaciguase las querellas intestinas --lo que sólo se conseguirá durante un tiempo bajo el régimen franquista--, la Dictadura de Primo de Rivera se quedó en una caricatura de fascismo.

No otra cosa cabe decir de su pretensión de vestir con ropajes del siglo XX el poder político de la monarquía tradicional con sus "gremios", sus consejos consultivos y sus Cortes estructuradas en base a diferentes estamentos sociales. El Estado fascista italiano aparecía al fin y al cabo como una innovación; el de Primo de Rivera no era más que una antigualla.

En tales condiciones, difícilmente se podía sostener la tesis sobre el fortalecimiento de la Dictadura. Las divergencias de los dirigentes del PCE con la IC se extendían a otras cuestiones, como la caracterización de la base económica y social del régimen, pues consideraban que la resolución establecía una separación completamente artificiosa entre el capital financiero, los propietarios latifundistas y la burguesía industrial, situándolos al mismo nivel. En su opinión, el capital financiero era la "primera potencia económica", no sólo en el sentido de que cualitativamente representaba una suma de valores superior a la del capital industrial y agrario juntos, sino, principalmente, porque su poderío económico había convertido en feudatarios suyos a los otros dos sectores (37).

A la vista de estos planteamientos, era evidente que los dirigentes del Partido subestimaban la rémora que suponían las supervivencias feudales en el campo para el desarrollo capitalista. Pero, también, no era menos cierto que la Dirección de la IC tendía a acentuarlas más de la cuenta.

A diferencia de Bullejos y compañía, los dirigentes de la Internacional no tenían en cuenta el hecho de que, aunque bajo la Dictadura se mantenían casi intactas las antiguas estructuras agrarias, comenzaban a aparecer las primeras formas embrionarias del capitalismo monopolista de Estado. Así, a partir de 1924, se había creado el Consejo Nacional de Economía, como máximo organismo rector y promotor de la política económica, y diferentes organismos estatales o paraestatales encaminados a llevar a cabo la monopolización de importantes sectores productivos. Y es que la Dictadura no podía sustraerse a las necesidades e intereses políticos y económicos de la gran burguesía financiera y a su fuerza ascendente.

El intervencionismo económico del Estado se manifestaba también en la nacionalización de empresas ruinosas y en la subvención de otras, en la creación de monopolios estatales como el de la CAMPSA (Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos), en el control y regulación de precios, en la promulgación de numerosas leyes en favor de una mayor concentración económica y de protección a la producción y el mercado interno, así como en la promoción de la industrialización del país y la realización de obras públicas con las que modernizar su infraestructura. Para costear tan ambiciosos planes, el Estado recurrió al empréstito en los mercados financieros españoles y extranjeros y a la emisión de Deuda pública.

Así mismo, el Gobierno de Primo de Rivera había facilitado la inversión de capital extranjero en aquellas ramas de la producción que el capital español no podía cubrir directamente por falta de inversiones o tecnología, uniéndose a la ya existente en el sector financiero, minería, ferrocarriles e industria. De esta forma, España se caracterizaba por ser un país bastante dependiente del capital extranjero, aunque no hasta el punto de que la oligarquía financiero-terrateniente perdiese el control de los sectores básicos de la economía.

Incluso la intervención del Estado se extendía al ámbito sindical a través del Consejo de Trabajo y de los comités paritarios. Para ello contaba con el apoyo de los dirigentes socialistas y ugetistas, que ocupaban puestos destacados en dicho Consejo, en el de Estado y en otros muchos organismos y entidades creados por la Dictadura. El resultado de toda esta política fue el avance del desarrollo capitalista en España, que se vio favorecido por la recuperación temporal de la economía mundial.

Ciertamente, determinar con precisión, en ese momento, los rasgos estructurales básicos de la sociedad española no era nada fácil. Las características tan complejas del desarrollo capitalista español y el proceso tan particular, dinámico y contradictorio, a través del cual se estaba tejiendo desde el siglo XIX la alianza entre la vieja aristocracia terrateniente y la gran burguesía comercial, industrial y financiera, lo dificultaban. Precisamente, a este tipo de problemas se refería Marx en su época, al estudiar y profundizar en el conocimiento de la historia de España, cuando afirmaba que era "una historia bastante confusa" y que se hacía "verdaderamente difícil dar con las causas de los desarrollos"(38).

A ello contribuía, en su opinión, el hecho de que no había "país alguno salvo Turquía que fuese tan poco conocido y tan mal juzgado por Europa como España", lo cual lo atribuía a que los historiadores "en vez de ver la fuerza y los recursos de esos pueblos en su organización provincial y local, han bebido en la fuente de sus historias oficiales"(39).

Para arrojar algo de luz sobre tanta confusión y encontrar las causas de fondo de los acontecimientos políticos españoles del siglo XIX, Marx centró su atención en la búsqueda de las peculiaridades de la revolución en España, concediendo una gran importancia al análisis de las instancias superestructurales --tradiciones, instituciones, política, religión, cultura, sicología popular, etc.-- y a su relación dialéctica con los elementos estructurales económico-sociales.

Por ejemplo, un fenómeno político-militar, como la llamada Reconquista, es interpretado por él como la causa primera de un rasgo estructural de la sociedad española que le parecía decisivo: el aislamiento local, la autosuficiencia y la independencia de las fuerzas regionales. Con este rasgo se entretejía en el curso de la historia española, según Marx, otro factor político: la incapacidad de la dinastía austríaca para crear un estado moderno centralizado, que redundará, por un lado, en un manifiesto anquilosamiento del Estado, y, por otro, en el retraso del logro de las "condiciones naturales de la sociedad moderna"(40); es decir, en el retraso de la revolución burguesa y del desarrollo capitalista.

Por tanto, era de la mayor trascendencia definir los rasgos estructurales fundamentales de la sociedad española, por cuanto condicionaban la táctica y la estrategia de la lucha revolucionaria del proletariado en nuestro país. La importancia de las supervivencias feudales impedía que la revolución pudiese tener carácter socialista.

Pero, al mismo tiempo, el predominio del capital financiero y la subordinación al mismo de la gran propiedad terrateniente -ya perteneciese a la aristocracia o a latifundistas burgueses- y de la industria, junto a la entrada del capitalismo en su fase imperialista, imprimían a la revolución democrático-burguesa, todavía inconclusa, un nuevo carácter, marcadamente popular y antimonopolista. Este sólo podía ser asegurado bajo la dirección de la revolución por el proletariado.
2.3 Una táctica nada bolchevique

En 1927, con la agudización de las tensiones entre las clases dominantes y diferentes grupos de la burguesía, la Dictadura comenzaba a mostrar síntomas inequívocos de la crisis que la corroía. Los pronunciamientos y conspiraciones militares contra Primo de Rivera, en las que estaban implicados destacados elementos burgueses, eran una prueba de ello. Por otra parte, el aumento de las huelgas obreras anunciaba el comienzo de un período de ascenso del movimiento revolucionario de masas. Hasta en el Partido Socialista eran cada vez más numerosos los partidarios de poner fin a una colaboración con el Gobierno que, de hecho, estaba suponiendo un balón de oxígeno para el régimen.

Por ello, plantear la participación del Partido en las elecciones a dicha Asamblea, "como si se tratase de una asamblea representativa cualquiera"(41), cuando ni tan siquiera iba a contar con ninguna prerrogativa y la mayoría de sus miembros serían elegidos por el Gobierno; insistir en la participación cuando la mayoría de la población se hallaba abiertamente enfrentada al régimen y en una situación en la que ni el monarca, a la vista de la falta de unanimidad entre las fuerzas que le sostenían, se atrevía a refrendar su convocatoria, no era desde luego una forma bolchevique de interpretar la realidad por parte de la Dirección de la IC, ni de guiarse por el sentir de las masas.

Mucho menos aún podría servir, como pretendía la resolución a la que nos venimos refiriendo, para combatir el abstencionismo anarquista.

Pero lo que suponía una burda tergiversación de la experiencia bolchevique, en la que se traslucía una posición dogmática, era afirmar que la táctica de participación correspondía a "la práctica constante del partido comunista ruso", "la única que se adapta a la situación actual de España y del partido comunista español"(42); pues, al menos, los bolcheviques habían realizado en una ocasión una intensa campaña de boicot a la Duma zarista, sin que existiese en Rusia una situación inmediatamente revolucionaria.

Precisamente, en esa experiencia se basaban los dirigentes del PCE para fundamentar el boicot, si bien reconocían que en ese momento no se daba una situación semejante. No obstante, sostenían que existían todos los factores necesarios para el estallido de una revolución popular democrática (43), cosa que no tardaría en ponerse de manifiesto. Esta situación los dirigentes de la IC no la podían ver desde Moscú y menos aún cuando se mostraban incapaces de comprobar que la etapa de reflujo y estabilización relativa del capitalismo estaba llegando a su fin, como enseguida habría de quedar claro con el inicio de la crisis económica en 1929.

En todo caso, la táctica revolucionaria que cabía aplicar en ese momento en España sólo podía ser la que habían seguido los bolcheviques en la lucha contra el simulacro constitucionalista del zarismo, menos reaccionario, por cierto, que el engendro de Primo de Rivera. Y ésta fue la táctica por la que finalmente optó el PCE. La Conferencia de Durango (junio 1927), basándose en el análisis hecho por el CE, desaprobó los planteamientos de la IC y se pronunció por el boicot (44). Pero, dado que la convocatoria seguía estando en el aire, el Partido no haría referencia al boicot en sus campañas contra la Dictadura, y se limitaría a llamar a la resistencia.

En cuanto a los juicios de la resolución sobre la situación interna del PCE, no cabe duda que adolecían de subjetivismo, pues no tenían en cuenta ni las condiciones tan adversas en las que tenía que desenvolverse ni la propia responsabilidad en ella de la Dirección de la Internacional; con lo que una vez más volvía a cometer el mismo error de aconsejar al Partido que aplicase unos métodos erróneos, abiertamente conciliadores, en la resolución de los conflictos internos. Por otra parte, también era cierto que dichos conflictos no podían ser resueltos, como pretendían Bullejos y compañía, con medidas disciplinarias y expulsiones, guiándose por los métodos burocráticos y oficialistas que se estaban imponiendo en el PCUS y en la IC (45), ya que, de esa forma se impedía que se aclararan las ideas y se alejaba del Partido a aquellos militantes que podían ser ganados para la causa.

Por lo demás, era evidente que la IC aplicaba un rasero diferente con el CE del Partido y los que, según la resolución, "violaban las reglas elementales de vida de una organización comunista", "no poseían todavía una ideología comunista" y "carecían de una plataforma política que oponer a la de la CE"(46). Ante tal contrasentido, es fácil comprender que la Dirección del Partido no se mostrase predispuesta a aplicar con aquéllos, como se le pedía, una "política prudente".

En realidad, como se podrá comprobar más tarde, lo que preocupaba a los dirigentes de la IC de aquel momento no era la unidad del Partido, sino la forma de eliminar, de una manera nada bolchevique, al CE y, en especial, a su secretario general para poner en su lugar a otra dirección más dúctil y manejable. Esto y no otra cosa era lo que se ocultaba tras las críticas y consejos de la IC. Naturalmente, en esa nueva Dirección ocuparía un lugar destacado el "grupo de los militantes de Barcelona" al que se refiere la resolución, detrás del cual, moviendo los hilos desde la cárcel Modelo de Barcelona, se encontraba Joaquín Maurín, que no tardaría en salir en libertad.

En 1924, por las razones a las que antes hemos aludido, todavía la IC podía tener alguna justificación para confiar a los maurinistas la dirección del Partido. Pero, en 1927, toda vez que se había puesto en evidencia que éstos eran unos farsantes y trapaceros --las fuerzas con las que decían contar resultaron ser un bluff--; de comprobar que no habían hecho nunca nada que se pareciese a un trabajo de organización o propaganda comunista; y de que tan sólo se habían dedicado a hacer una labor de zapa, de intriga y escisión, aliarse a ellos, practicar con ellos una "política prudente", no podía sino aumentar aún más la confusión y obstaculizar la unidad que se proclamaba.

Concretamente Maurín nunca se había dignado a colaborar con "La Antorcha", a pesar de los reiterados requerimientos que se le hacían. Pero, eso sí, no faltaban sus colaboraciones en la prensa del PC francés o de la oposición trotskista francesa, cuyo órgano de expresión --el "Bulletin Communiste" de Souvarine-- era distribuido profusamente por el Comité Regional de Cataluña, mientras que se negaba a difundir el órgano del Partido (47). Más tarde, en 1928, Maurín iría más lejos al apoyar bajo cuerda la constitución del llamado Partido Comunista Catalán para presionar a la IC a favor de su pretensión de hacerse con la Dirección del PCE (48).

Pero, además, hay que hacer notar que no era cierto que la oposición careciese de una plataforma política que oponer al Comité Ejecutivo. Al menos, tanto Maurín como sus seguidores habían defendido, y seguirán defendiendo, la consigna de una "República Federativa Democrática", en la que, aunque no lo expresaran abiertamente, se ponía de manifiesto su concepción oportunista, socialdemócrata, de la revolución democrático-burguesa y su posición tendente a subordinar al proletariado catalán a la burguesía nacionalista (49).

Así que si tenemos en cuenta la trayectoria posterior de la mayoría de los componentes del "grupo de militantes de Barcelona" y su adhesión final al trotskismo y en dónde acabarán algunos de los miembros del CE de la IC de aquella hora --entre otros, Tasca, Togliatti y Humbert-Droz, que tan buenas migas hacía con Maurín (50)--, se comprenderá mejor el que algunas recomendaciones de la resolución fueran utilizadas por ellos con fines oportunistas, tales como el de tratar de poner a uno de su misma cuerda al frente del Partido.

En este punto el tiempo dará la razón a Bullejos y compañía. Además, las elecciones nunca se celebrarán y la Dictadura pronto entrará en plena crisis arrastrando a la Monarquía. Sin embargo, la Dirección de la IC en ningún momento reconsiderará su posición ni admitirá haber cometido el más mínimo error de apreciación. Siempre quedaba el recurso de atribuir toda la responsabilidad al grupo oportunista de turno. En consecuencia, las instancias dirigentes de la IC seguirán actuando de la misma forma: insistiendo sistemáticamente en la participación electoral --incluso en situación de aguda crisis revolucionaria (51)--, sin tener en cuenta las condiciones concretas, y obstaculizando con ello el proceso de desarrollo y maduración del PCE al impedir que los comunistas españoles elaborasen su propia línea política con independencia.

VI Congreso de la IC (1928). Bujarin, segundo por la izquierda.

2.4 A la búsqueda de una nueva vía revolucionaria Las mismas divergencias entre la Dirección del Partido y la IC, en torno a la caracterización del Estado y su base económica y, por consiguiente, acerca del carácter de la revolución y de la táctica, van a seguir estando presentes durante el III Congreso del PCE (agosto 1929) y en la llamada Conferencia de Pamplona (junio 1930), sin que en ningún momento lleguen a ponerse de acuerdo (52). ¿A qué se debía tal disparidad de posiciones? ¿Es que los dirigentes del PCE eran tan "sectarios" o tan izquierdistas --como insinuaban los dirigentes de la Internacional--, para no tener en cuenta sus argumentaciones? ¿Acaso la IC se estaba deslizando por la rampa del oportunismo de derecha, como daban a entender los dirigentes españoles, aunque no lo expresasen abiertamente? ¿Cuál era el fondo del problema? La Dirección de la IC tenía toda la razón del mundo cuando, como ya se había puesto de manifiesto durante la polémica entablada con anterioridad, insistía en el carácter democrático, no socialista, de la revolución.

Esta era, ciertamente, una cuestión fundamental o de principios, a partir de la cual habría de ser definida la táctica de lucha del Partido. En este punto, Bullejos y compañía desbarraban de la manera más lamentable al insistir, por su parte, en la consigna de "revolución socialista". Ahora bien, el hecho de que la IC subestimase el poder económico del capital financiero y pusiera todo el acento en la participación electoral daba pie a pensar que la revolución democrática que preconizaba podía correr el riesgo de quedar limitada a la de viejo tipo. Y ese riesgo era tanto mayor por cuanto había dos concepciones diferentes sobre la revolución democrática, no sólo en el PCE sino también en la misma Internacional.

En relación con este problema crucial existía otra cuestión de no menor importancia que contribuía a aumentar la confusión: la fórmula del gobierno obrero y campesino, utilizada por la IC para definir ese tipo de revolución democrática, aparecía muchas veces vinculada a la revolución socialista y a la insurrección, sin que se hubiera llegado a precisar que la misma se correspondía a un "gobierno de período de transición" (53). Obviamente, la lucha por el gobierno obrero y campesino, que constituía el verdadero caballo de batalla de los dirigentes del PCE, no podía encajar con una práctica de participación electoral a ultranza.

Esto explica que en vísperas de la caída de la Monarquía, con el movimiento revolucionario de masas en pleno desarrollo, Bullejos, apoyado por buena parte de la Dirección del PCE, preconizara el boicot electoral y la insurrección (54). Este mismo problema de la inadecuación de las consignas del gobierno obrero y campesino, soviets e insurrección en las ciudades, también se estaba planteando por la misma época en China, donde finalmente fueron rechazadas por el Partido Comunista.

De todo ello hoy se puede deducir que la táctica basada en la experiencia rusa no se correspondía con las condiciones existentes en ese momento para el desarrollo de la revolución democrática, ya no sólo en España y China (país semifeudal y semicolonial en el que estaba en el orden del día), sino a nivel general.

De hecho, esta táctica había quedado invalidada tras la derrota de la revolución en Europa y el consiguiente reflujo del movimiento revolucionario a nivel mundial, por lo que se imponía buscar otra nueva. Sin embargo, aunque la IC venía reconociendo de alguna manera esta necesidad, en un intento de amoldarse a la nueva situación, seguía manteniendo las viejas consignas combinadas con llamamientos a participar en las elecciones parlamentarias.

En todo ello había cierta lógica, particularmente aplicada a las condiciones de España; más aún si tenemos en cuenta que la IC consideraba que existía una situación de reflujo del movimiento revolucionario, que la Dictadura se estaba consolidando y que todo ello podía llevar a que el Partido se quedase aislado de las masas. Por su parte, los dirigentes del PCE perdían de vista, como el mismo Lenin había explicado, que los bolcheviques habían contado con unas condiciones extraordinariamente favorables para hacerse con el poder. No sólo la guerra imperialista había desarticulado el ya de por sí corrupto y maltrecho Estado ruso, sino que los obreros y campesinos, encuadrados en su mayoría en el ejército, se encontraban armados.

Además, resultaría imposible comprender la insurrección de Octubre sin la revolución democrático-burguesa de febrero, que destronó al zar, y ambas revoluciones sin la precedente de 1905. De modo que si a esto añadimos, como apuntaba Lenin, que bajo el imperialismo (y más después de producirse la primera revolución socialista), los procedimientos tácticos y estratégicos de la contrarrevolución habían avanzado mucho más que los del proletariado (55), se puede comprender mejor la complejidad del problema que tenían ante sí la IC y el PCE, así como la necesidad de buscar una vía nueva, que permitiese acumular fuerzas y experiencias, a la espera de que se diesen nuevamente condiciones favorables para pasar a la ofensiva.

En conclusión, durante este período y hasta que adopte la táctica de Frente Popular, la IC carecerá de una táctica clara y justa, lo que hacía, a su vez, que los dirigentes del PCE se moviesen en medio de una nebulosa y se aferrasen a las antiguas consignas. Para desarrollar y completar la táctica de Frente Popular todavía será necesaria la experiencia de la guerra en España y, sobre todo, la de la revolución china. En base a ella Mao elaborará sus tesis sobre la nueva democracia y la estrategia de la guerra popular prolongada, con las que se abrirá una nueva vía a la revolución.
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(**) Tanto la catalogación del documento, considerado como un "proyecto" por los autores de la recopilación documental, de donde lo hemos recogido, como la fecha que le atribuyen --13 de abril de 1928-- son, en nuestra opinión, erróneas.
La resolución se hizo efectiva en enero de 1927 como se pone de manifiesto en la "Carta al Comité Ejecutivo del Partido" de Oscar Pérez Solís.
(28) Amaro del Rosal: "Historia de la UGT (1901-1939)", Ed. Grijalbo, Barcelona. 1977.
(29) "Documentos incautados al PCE anexos a la causa número 1 de 1925" ("Proceso contra González Canet y otros"), caja 5, materia criminal, Audiencia Territorial, AHNM, "Conference du Parti Communiste Espagnol", Informe elaborado por los representantes del PCF asistentes a la misma, Dupuy y Rigault, AHPCE.
(30) "V Congreso de la IC", Ed. Pasado y Presente, Córdoba (Argentina), 1975.
(31) "Documentos incautados...", ya citados, Juan Andrade: "Apuntes para la historia del PCE", Ed. Fontamara, Barcelona, 1977.
(32) "Conference du Parti Communiste Espagnol", doc. cit. José Bullejos: "La Comintern en España", México, 1972. Fundación Pablo Iglesias.
(33) José Bullejos: "La Comintern en España", México, 1972. Fundación Pablo Iglesias.
(34) José Bullejos, op. cit. "A l'occasion de l'ouverture de l'Assemblée nationale consultative d'Espagne", "La Correspondance Internationale", núm.105 y otros (1927). Fondazione G. Feltrinelli. Milán (Italia).
(35) "Projet de Résolution du Comité exécutif de l'Internationale communiste sur la question espagnole" (13.IV.1928) en "Les Partis Communistes et l'Internationale Communiste dans les années 1928-1932" (III. Archives de Jules Humbert-Droz), bajo la dirección de Siegfried Bahne. Kluwer Academic Publishers. Dordrecht (Holanda). 1986. Fondation Jules Humbert-Droz (La Chaux-de-Fonds, Suiza).
(36) "Resolution du Secretariat politique du Comité exécutif de l'Internationale communiste sur la question espagnole" (18-V-1928) en "Les partis communistes...", op. cit.
(37) José Bullejos, op. cit. "La situation économique et politique en Espagne" y "La signification de classe du gouvernement Berenguer" (José Bullejos), "La Correspondance Internationale" números 46 y 50 (1930). Fondazione G. Feltrinelli. Prólogo de José Bullejos a la recopilación de textos de Lenin publicada bajo el título "De la revolución democrática y el proletariado". Traducción y selección de textos de José Bullejos. Madrid. 1931. BNM. "Carta al Comité Ejecutivo del Partido" (Oscar Pérez Solís, cárcel Modelo de Barcelona, marzo 1927). AHPCE.
(38) K. Marx-F. Engels: "Revolución en España". Ediciones Ariel. Barcelona. 1970.
(39) K. Marx-F. Engels: "Revolución en España". Ediciones Ariel. Barcelona. 1970.
(40) K. Marx-F. Engels: "Revolución en España". Ediciones Ariel. Barcelona. 1970.
(41) "Projet de Résolution...", doc. cit.
(42) "Projet de Résolution...", doc. cit.
(43) José Bullejos, op. cit. "Carta al Comité Ejecutivo...", doc. cit. (44) Idem. "Le plénum du Comité Central du P.C. d'Espagne", (Noel) "La Correspondance Internationale", núm.70. (1927). Fondazione G. Feltrinelli.
(45) "Resolución del CE contra la política de destrucción de la derecha y por el establecimiento de la disciplina en el Partido", "Las fracciones y el Partido", "Centralismo democrático y dictadura de fracción", "Resolución del CE del PCE (S.E.I.C.) contra el boicot a las prácticas comunistas y el sabotaje a la acción del Partido, por la liquidación de la Social democracia en el Partido; contra la resistencia y por la disciplina comunista", "La Antorcha" números 219 (12-II-26), 221 (26-II-1926), 229 (23-IV-1926) y 249 (10-IX-1926), respectivamente. HMM.
(46) "Projet de Résolution...", doc. cit.
(47) "La Antorcha" números 249 (10-IX-1926) y 251 (30-IX-1926). HMM. "Carta al Comité Ejecutivo...", doc. cit. "Acta de la reunión del CE del PCE" (mayo 1927). AHPCE.
(48) Francesc Bonamusa: "El Bloc Obrer i Camperol (1930-1932)". Ed. Curial. Barcelona. 1974. "J. Maurín ˆ J. Humbert-Droz" (6-VI-1928) en "Les Partis Communistes...", op. cit.
(49) "Un parti en retard (A propos du III Congrès)", "L'Internationale Communiste", núm.24 (1929). Fondazione G. Feltrinelli. "L' Espagne actuelle: du feudalisme au capitalisme" (Maurín, "Bulletin Communiste", núm.30 (26-VII-1923), CERMTRI (París). Joaquín Maurín: "La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución socialista". Ed. Anagrama. Barcelona. 1977. "A propósito de mi expulsión del Partido Comunista" (Joaquín Maurín), "La Batalla" 13-VIII-1931. HMB.
(50) "J. Maurín à Humbert-Droz", doc. cit. Jules Humbert-Droz: "De Lenine à Staline...", op. cit. "Les partis communistes...", op. cit.
(51) Idem.
(52) José Bullejos, op. cit. "Manifiesto del III Congreso del PCE a los obreros y campesinos de España" y "Resolución política de la Conferencia del PCE (Pamplona)". AHPCE. "Le III ème Congrès du P.C. d'Espagne", "La Correspondance Internationale", núm. 76, 1929; "Un parti en retard (A propos du III Congrès)", "La situation politique en Espagne et les tâches inmediates du Parti Communiste Espagnol" y "La Conference de Pampelune et les tâches inmediates du Parti Communiste Espagnol" (los tres últimos firmados por Garlandi), en "L'Internationale Communiste" números 24 (1929), 6 (20-II-1930) y 16-17 (1-VI-1930), respectivamente. Fondazione G. Feltrinelli. Ver también "Acta de la reunión del CE del PCE celebrada los días 12, 13 y 14 de enero de 1930". AHPCE.
(53) "Nouveaux problèmes" (D. Manouilsky), "Bulletin Communiste", núm.29 (19-VII-1923). CERMTRI (París). "V Congreso...", op. cit.
(54) "Renato, Pepe et Marcelino au Comité Exécutif du Parti Communiste Espagnol" (Cárcel de Madrid a 5 de febrero de 1931); "Le Comité Exécutif du Parti Communiste Espagnol et le Comité National des Jeunesses communistes d'Espagne". Pepe, Renato et Marcelino (8 de febrero de 1931); "Pepe au Comité Exécutif du Parti Communiste Espagnol (10-II-1931); "Al C.R. de la Federación (Por el C.E.)", (8 de febrero de 1931), en "Les partis communistes...", op. cit. J. Humbert-Droz, op. cit.
(55) Lenin: "Carta de Lenin a los comunistas alemanes" (14-VIII-1921).

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