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miércoles, mayo 31, 2006

Historia del PCE(III)


APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA
3. El 14 de Abril

3.1 No por tirar de la planta crece más deprisa

3.2 Agravación del conflicto con la dirección de la IC

3.3 Algo más que intromisiones

3.4 Expulsión del "grupo de Bullejos"

3.1 El 14 de abril, al atardecer, mientras las masas celebraban en Madrid y otras ciudades en un ambiente festivo la proclamación de la II República, medio centenar de militantes del Partido, con su secretario general al frente, se dirigen al Palacio Real apiñados en un camión, gritando "¡Viva los sóviets!" y otras consignas revolucionarias. Pero, al llegar a la Plaza de Oriente, un obstáculo imprevisto se interpone en su camino: la Guardia Civil. Los recién reconvertidos guardianes de la República, que protegían al monarca y a su familia hasta su partida al exilio, cortan el paso del vehículo y detienen a sus ocupantes. De esta forma quedó frustrado su propósito de arriar la enseña monárquica, que todavía ondeaba en su pabellón habitual, para sustituirla por la bandera roja que portaban. Así concluyó el simbólico intento de "toma del Palacio de Invierno" por un puñado de comunistas españoles (56).
Este hecho, no por anecdótico menos verídico y testimonial, es el que mejor ilustra la desorientación del Partido y sus dirigentes ante los acontecimientos del 14 de abril.

Multitud congregada en la plaza de la Cibeles de Madrid para celebrar la proclamación de la II República, 14 de abril de 1931.

Como consecuencia de ello, el PCE se aisló en ese momento de las masas. En algunos lugares, como Madrid, los comunistas que intentan repartir octavillas o dirigir la palabra a la multitud son abucheados y acogidos con manifiesta hostilidad. Salvo en Sevilla, Bilbao y Barcelona, en las que sus militantes consiguieron arrastrar a unos cuantos centenares de trabajadores al asalto de las cárceles y forzar la liberación de los presos políticos, la actividad del Partido apenas tuvo alguna incidencia. Fue en Sevilla, donde la organización local mantenía vínculos más estrechos con la clase obrera, en la que únicamente se dejó sentir su dirección efectiva, viéndose obligadas las autoridades militares, a causa de las manifestaciones violentas de las masas obreras, de los asaltos a centros monárquicos y armerías, a decretar durante varios días el estado de guerra (57).

El que el Partido se encontrase tan desorientado, lanzase consignas erróneas mezclándolas con otras justas y no comprendiese el profundo sentido de los acontecimientos desarrollados el 14 de abril y días sucesivos era, en gran parte, consecuencia de los planteamientos erróneos que sus dirigentes venían manteniendo en torno a la estructura económica y social de nuestro país y, por consiguiente, acerca del carácter de la revolución. Al considerar --como ya hemos visto-- que España era un país capitalista desarrollado, perdiendo de vista los rasgos semifeudales aún predominantes en la base económica, en el régimen político y en otras instancias de la superestructura, los dirigentes del Partido se habían fijado como objetivo inmediato el llevar a cabo la revolución socialista. De ahí que no viesen en la sustitución de la Monarquía por la República más que un simple cambio de fachada gubernamental y lanzasen la consigna de "¡Abajo la república burguesa! ¡Viva la revolución proletaria!".
¿Qué representaba la República en las condiciones políticas de entonces? ¿Cuál debía haber sido la actuación del Partido?

En España, país industrialmente atrasado, no podía pensarse aún en una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de eso, la revolución debía pasar por una etapa previa de desarrollo y eliminar toda una serie de obstáculos políticos, económicos y culturales propios del viejo régimen. La República, en la que se expresaba el carácter burgués de la revolución, suponía un avance histórico con respecto a la Monarquía, y brindaba la ocasión para quitar de en medio esos obstáculos y acortar ese proceso. Como decía Lenin, el régimen republicano era "la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo". "Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia, más libre, más abierta -insistía- facilita en proporciones gigantescas la misión del proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general" (58). Al mismo tiempo, como también advertía Lenin, no había que olvidar que el Estado de la república más democrática no dejaba de ser una máquina para la opresión de una clase por otra.

La misma instauración de la República era, principalmente, resultado de la lucha revolucionaria de masas encabezada por el proletariado que, a lo largo de 1930, debilitó al viejo régimen haciendo inevitable su caída.
Pero, en ese momento, la clase obrera no podía desempeñar el papel de guía de la revolución. La influencia política e ideológica que continuaban ejerciendo sobre ella la socialdemocracia y el anarcosindicalismo se lo impedían, pasando por este motivo la dirección del proceso revolucionario a manos de la burguesía que, de esta manera, con el apoyo de las fuerzas represivas, pudo conducirlo conforme a sus propios intereses y, finalmente, estancarlo.
Por medio del Gobierno provisional de la República, constituido en base al "Pacto de San Sebastián" -como en el caso de su sucesor, el formado por la coalición republicano-socialista-, la gran burguesía, la aristocracia terrateniente y el imperialismo se proponían llevar a cabo algunas reformas para contener la oleada revolucionaria en ascenso, utilizando para ello a los políticos pequeño-burgueses y a los jefes de la socialdemocracia.

Por todas esas y otras razones era evidente, pues, que no se podía meter en el mismo saco a la Monarquía y a la República. Las relaciones del gobierno republicano con las masas eran completamente diferentes a las mantenidas con anteriores gobiernos monárquicos, que eran odiados por el pueblo. El Gobierno provisional, aunque fundamentalmente contrarrevolucionario por toda su orientación política --ya que se proponía mantener y defender los intereses y privilegios de las fuerzas oligárquicas y castas reaccionarias--, había conseguido engañar a las masas, hasta el punto de ser aclamado por ellas como el gobierno de la revolución democrática. Esta diferencia importante entre la Monarquía y la República debía ser tenida muy en cuenta.

Además, existía otra mucho más esencial que el no comprenderla, como señalaba la IC, incapacitaba al Partido para encabezar a las masas en la lucha contra la burguesía: el hecho de que, a pesar de sus ilusiones en la república burguesa, los trabajadores perseguían objetivos revolucionarios y de que en la República encontraban mejores condiciones políticas para alcanzarlos. La abolición de los privilegios de la aristocracia, del clero y de la alta oficialidad, la reforma agraria, el mejoramiento de sus condiciones de vida y trabajo, la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas, etc., seguían estando a la orden del día. Era ahí donde el Partido tenía su principal campo de batalla para disputar a la burguesía su influencia entre las masas, pues era claro que esas aspiraciones populares no tardarían en entrar abiertamente en conflicto con la política contrarrevolucionaria del Gobierno provisional y de los gobiernos republicanos que tomasen su relevo. Como manifestaba la Dirección de la IC en sus críticas, toda la política del Partido "debía basarse sobre este divorcio y este conflicto ineluctable entre la voluntad revolucionaria de las masas y la política reaccionaria del gobierno republicano y tender a provocarlos. El Partido, no subrayando la política reaccionaria del gobierno republicano y negando el comienzo de la revolución democrática no ha comprendido el proceso dialéctico de su desarrollo, ya iniciado desde antes del 14 de abril, pero considerablemente favorecido por la proclamación de la república que, aun sembrando las ilusiones democráticas entre las masas prepara al mismo tiempo su desilusión y el despertar de su acción revolucionaria" (59).

Al no tener todo esto en cuenta se explica que los dirigentes del Partido subestimasen la necesidad de la revolución agraria como forma esencial de la revolución democrático-burguesa y que tampoco prestasen atención a un problema tan importante de la revolución en nuestro país, como el de las nacionalidades oprimidas por el imperialismo español, o lo enfocasen incorrectamente.


3.1 No por tirar de la planta crece más deprisa

La IC acusaría igualmente al Partido de "pasividad", de realizar una "actividad exclusivamente propagandística" y de "incapacidad para comprender su papel dirigente", atribuyéndolas "a su gran debilidad numérica, a la ausencia de ligazón con las masas, a su sectarismo y falta de organización anterior" (60). Incluso, llegará a criticarle más de una vez el no haberse convertido todavía en un partido bolchevique. Comparación que se va a hacer de una manera abusiva y constante. Efectivamente, las experiencias bolcheviques eran válidas y debían ser tenidas en consideración. Pero hasta que los partidos comunistas madurasen y estuviesen en condiciones de asimilarlas se requería tiempo. Además, el Partido bolchevique había tenido su propio proceso desde principios de siglo y no había comparación posible.

El hecho de que el PCE no hubiese superado todavía su estadio propagandista no se podía reducir a una cuestión numérica, ni era cierto que no estuviese ligado a las masas. Tampoco se podía atribuir el estancamiento en esa fase de desarrollo al "sectarismo y falta de organización anterior", de los que no eran solamente responsables los comunistas españoles. Dado su origen en dos grupos dispares, la gran influencia de las corrientes anarquista y socialdemócrata en la clase obrera y el poco tiempo transcurrido desde su constitución, respecto a lo cual no se puede decir que la Dirección de la IC no fuese consciente --ella misma señalaba que se trataba de un "joven Partido... salido de las capas anarcosindicalistas y anarquizantes" (61) (y también socialdemócratas, añadiríamos nosotros para corregir ese lapsus)--, dicho estadio no podía ser superado de la noche a la mañana ni mucho menos se podía forzar la salida del mismo.

Como venimos señalando, la construcción del Partido requería de un prolongado período de trabajo entre las masas, de acumulación de experiencias y, sobre todo, de elaboración teórica. Y esta última era decisiva, ya que la maduración de un partido comunista está esencialmente vinculada al desarrollo de la línea política. Por tanto, la "incapacidad" del Partido para comprender su papel dirigente no era una cuestión de "masas", sino de línea o, más exactamente, de tener una línea justa. Pero, a lo que se ve, los dirigentes de la Internacional pasaban por alto este "detalle" a la hora de buscar las causas de la inmadurez del Partido. Para ellos, todo se reducía a fin de cuentas a una cuestión de número, ¡hasta el punto de comparar su desarrollo con el crecimiento de la CNT y la UGT! (62). ¿Es que ya habían olvidado los dirigentes de la IC las ideas leninistas en las que precisamente se combatía esa confusión entre el carácter y las tareas de una organización sindical (anarquista, para más señas, la primera, es decir, ultraespontaneísta; y socialdemócrata, la segunda) y las de un partido obrero revolucionario?

En estos planteamientos, ciertamente, se manifestaba el temor a que el PCE se aislase de las masas, pero también la impaciencia porque se desarrollase rápidamente. Ese voluntarismo, no cabe duda, respondía en parte también a que la Dirección de la Internacional contemplaba la posibilidad de que en España se produjese una segunda reedición de la revolución de Octubre, cosa que hasta cierto punto no era descartable en ese momento. Pero esa impaciencia la estaba llevando a cometer serios errores, como el de alentar una concepción tradeunionista y socialdemócrata, muy acorde con otros planteamientos, como su reiterada insistencia en la participación electoral.

Idéntico voluntarismo se traslucía en sus reproches al Partido por el hecho de que se mantuviese al margen de la mayoría de las luchas reivindicativas de las masas, no dirigiese los combates políticos revolucionarios de la clase obrera y de los campesinos y no hubiese creado los sóviets (63). Sin embargo, resultaba evidente que, pese a los errores que venía cometiendo, el PCE estaba haciendo progresos, aunque, eso sí, siguiendo su propio "ritmo".

A los tres meses de la instauración de la República, era capaz de dirigir por primera vez una huelga general revolucionaria de gran importancia, como la de Sevilla, en la que se hizo realidad la unidad de acción por la base con los obreros socialistas y anarquistas, lo que fue considerado por la IC como un "éxito" (64). Pero no sería la única. A partir de ese momento, el Partido dirige importantes huelgas obreras, principalmente en Vizcaya y Asturia y comienza a tener una destacada participación en algunas luchas campesinas.


Represión de la huelga general revolucionaria de Sevilla en agosto de 1931


Todos estos progresos fueron resaltados en el IV Congreso (marzo 1932). En apenas un año el PCE había pasado de 1.500 a 11.756 militantes, salto notable si consideramos que, a mediados de 1935, cuenta con 19.200. Otro tanto sucedía con la Unión de Juventudes Comunistas (UJCE) durante el mismo período: de tener 400 militantes pasaría a alcanzar los 6.000. Igualmente aumentaba la influencia de los sindicatos afectos al Partido. La asistencia al Congreso de 101 delegados de fábricas y sindicatos, en representación de 100.000 obreros, era una prueba evidente de ello. Por otra parte, la composición social de las delegaciones asistentes al mismo era un claro exponente del carácter de clase del Partido y de su vinculación con las masas y, en particular, con la clase obrera: 75% de obreros industriales y agrícolas, 11,7% de empleados y 8,2% de intelectuales y profesionales (65).

En suma, un balance muy positivo, aunque no cuadrase con los cálculos de la IC.
Al mismo tiempo, el IV Congreso puso en evidencia las debilidades y carencias del Partido en todos los terrenos, especialmente en lo que respecta a la elaboración de la línea política. Como acertadamente hacía notar la Internacional, el PCE no tenía aún una línea política "suficientemente justa" (66). No obstante, si bien este Congreso no representó el "viraje" que esperaba la IC, supuso un avance en el esclarecimiento y comprensión de las tareas a acometer. De esta forma, cuando el 10 de agosto de 1932 se produzca el golpe de Estado monarco-fascista del general Sanjurjo, el Partido desempeñará en Sevilla, independientemente de los errores que se cometieran, un papel de primer orden en su abortamiento, poniéndose al frente de las masas y encabezando la resistencia armada (67).

Claro que los dirigentes de la IC no podían ser insensibles a estos progresos y en más de una ocasión tendrán que reconocer que el Partido había obtenido "indiscutiblemente éxitos políticos y de organización", que su influencia "se ha acrecentado y sigue creciendo". Pero, eso sí, subestimándolos al pasarlos por el tamiz de su impaciencia, ya que, por lo visto, tales progresos sólo representaban "una gota de agua en un mar enfurecido" (68). Y es que la Internacional no entendía que el desarrollo del Partido no se podía forzar. O, como decía Mao, refiriéndose al mismo problema en el PCCh, "no por tirar de la planta crece más deprisa", pues de esa manera se le dañan las raíces y se ve afectado su crecimiento. Por el contrario, necesitaba un desarrollo independiente. Sólo así, en base a su experiencia directa, que necesaria e inevitablemente conllevaba cometer errores y aprender de ellos, podía el PCE ampliar su influencia, elaborar una línea política justa y, en definitiva, desarrollarse. Este era precisamente el problema fondo que de una u otra forma subyacía en las divergencias y enfrentamientos de los dirigentes comunistas españoles con la Dirección de la IC.


IV Congreso del PCE, inaugurado en Sevilla el 17 de marzo de
1932. Izda.: Bullejos. Dcha.: Adame.


Algunas de las críticas hechas por la IC iban bien encaminadas, pero eran insuficientes y hasta unilaterales. Las debilidades, incomprensiones y errores del Partido no sólo era preciso encuadrarlos dentro de una etapa de desarrollo, sino que, además, no se podían separar de algunas apreciaciones erróneas anteriores de la IC sobre la realidad española, de la labor desorientadora de delegados como Humbert-Droz, ni, por supuesto, de la línea errónea que se estaba siguiendo en la construcción del Partido. En todo caso, la responsabilidad en todos esos errores debía ser compartida.

Esto, claro está, no eximía al Partido y a sus dirigentes, en particular, de su propia responsabilidad en tan serios y graves errores. Por ello la lucha entre dos líneas que se venía librando desde 1927, entre los dirigentes españoles y la dirección de la IC y dentro del propio Partido, va a desembocar, tras la proclamación de la República, en una segunda gran batalla ideológica y política.

3.2 Agravación del conflicto con la dirección de la IC Como ya hemos visto en el capítulo anterior, los dirigentes de la IC se venían planteando desde hacía tiempo la necesidad de renovar o cambiar la dirección de la sección española, sin que se deba ver en ello una intención de "purgar" o expulsar a nadie del Partido. A ese fin iban encaminados sus reiterados intentos de poner al frente de la misma a Maurín, que nunca llegaron a concretarse ante su progresivo decantamiento por el trotskismo. Pero, sobre todo, va a ser tras la proclamación de la República, como consecuencia de la incomprensión de Bullejos y compañía del carácter y desarrollo de la revolución, cuando se empeñen en esa renovación con más decisión.

Sin duda, en ese propósito, más que las suspicacias hacia las "veleidades de independencia" de los dirigentes españoles, influía sobre todo el temor a que el Partido se aislase de las masas. De ahí que antes del IV Congreso, en el que Bullejos fue reelegido secretario general, la IC fomentase e impulsase la promoción y cooptación al Comité Central de cuadros obreros de reconocido prestigio entre las masas, como José Díaz, Dolores Ibarruri, Mije, Hurtado, Uribe y otros, en los cuales se apoyará más tarde para llevar a cabo la lucha contra el "grupo bullejista".
A todo esto se añadía otra preocupación: el que la revolución española, sobre la que la IC no cesaba de subrayar su "gran importancia internacional"(69), se quedase en el intento por la falta de un partido maduro, pues su fracaso no podía dejar de repercutir en el movimiento comunista internacional.

Estos problemas y preocupaciones, unidos a su impaciencia, empujaban a la dirección de la IC a estar más encima de la actividad de los comunistas españoles y contribuían a acentuar la tendencia, que ya de por sí tenían sus delegados, a sustituir a los dirigentes de las secciones nacionales. Esta era una de las razones de que fuesen más frecuentes durante este período los roces y conflictos con los dirigentes del PCE, sobre todo a partir de la llegada de Vitorio Codovila.

La crisis estallará inmediatamente después de frustrarse el golpe de Estado del general Sanjurjo. El porqué en ese momento y no antes o después tiene mucho que ver con el contexto en el que se produce, caracterizado por el auge de la lucha revolucionaria y la agravación de la crisis politica y económica.

Imágenes de la sublevación monárquica de Sanjurjo en Sevilla, 10 de agosto de 1932

Ambos hechos --la crisis interna del Partido y el golpe-- coinciden con el inicio de una nueva oleada de luchas obreras y campesinas, mucho más fuerte que la anterior, que no pasaría desapercibida en Moscú: el XII Pleno del CE de la IC (septiembre 1932) tendrá muy en cuenta que "en España se estaba produciendo un impetuoso avance del movimiento de masas con tendencia a desarrollarse en insurrección popular" (70). Esta tendencia era más pronunciada en el campo, donde en las zonas latifundistas se estaban produciendo cada vez más frecuentes ocupaciones masivas de tierras e insurrecciones locales. Esto explica el apoyo dado al golpe por la aristocracia terrateniente y un sector minoritario de la oligarquía financiera más ligada a aquélla.

En efecto, la lucha revolucionaria de las masas, por un lado, y la crisis económica, por otro, estaban agudizando las contradicciones entre las clases dominantes. Por eso mismo la burguesía, bajo la presión del campesinado y a fin de contener en primer lugar la revolución en el campo, va a aprovechar el fracaso del golpe para "expropiar", mediante indemnización, a la "Grandeza de España" e iniciar una reforma agraria a la manera burguesa, tan necesaria para el desarrollo capitalista, "a expensas" de sus aliados; aunque, en realidad, quienes verdaderamente debían pagar su coste, endeudándose con los bancos, iban a ser los jornaleros y campesinos pobres que se beneficiasen de ella.
Este conjunto de circunstancias será el que provoque el golpe militar anti-republicano y el que, finalmente, precipite el enfrentamiento del "grupo de Bullejos" con la dirección de la IC.

Lo que el PCE debía hacer en una situación semejante ya había sido advertido por el CE de la IC, tras el 14 de abril, ante la posibilidad de alguna intentona monárquica. "Inspirándose en el ejemplo de los bolcheviques en la lucha contra Kornilof --señala la IC en su Carta abierta al CC del PCE de mayo de 1931--, el Partido comunista debe, sin sostener jamás al gobierno, luchar con toda la energía posible, como una fuerza independiente, pero también como la vanguardia revolucionaria y el guía de las masas, contra todo complot contrarrevolucionario, aprovechando tales ocasiones para armar a las masas trabajadoras y para conquistar nuevas posiciones para el proletariado y la masa campesina" (71).

¿Qué hicieron los dirigentes del Partido? En vez de impulsar la lucha independiente del proletariado, desenmascarar al Gobierno republicano-socialista como instrumento de la contrarrevolución burguesa-terrateniente y llamar al campesino a la toma de la tierra, lanzaron la consigna de "defensa de la república" sin más. Una consigna que en ese momento suponía tanto como llamar a las masas a apoyar al Gobierno de la contrarrevolución y supeditarse a la burguesía. A este resultado les llevaba su incomprensión del carácter y desarrollo de la revolución y, desde luego, su interpretación esquemática de la consigna del gobierno obrero y campesino. Es decir, que así como el 14 de abril esa incomprensión les condujo a saltarse la etapa democrático-burguesa y a plantear como objetivo la toma del poder por el proletariado, ahora, esa misma visión les llevaba a hacer de la revolución democrático-burguesa un fin en sí misma, separándola de la revolución socialista (72).

El peligro de que con estos planteamientos el Partido se aislase de las masas era más que evidente. De ahí la reacción inmediata y contundente de la Dirección de la IC y de su delegación en España.
En la primera reunión del Secretariado posterior al golpe, la delegación, apoyada por dos miembros del mismo, acusó a Bullejos y compañía de "caciquismo" y de seguir una línea política errónea, oportunista y contrarrevolucionaria, y les exigió una "autocrítica". Por su parte, Bullejos y otros dos integrantes del Secretariado acusaron a la delegación de "intromisión" (73). Como ejemplos más recientes citaban la destitución del responsable de la secretaría de agitación y propaganda sin contar con ellos y el que la delegación, deliberadamente, no diese a conocer a la Dirección del Partido las tesis sindical y de organización hasta el momento de ser presentadas al IV Congreso. Ante estas evidencias poca credibilidad podían merecer las acusaciones de "caciquismo" dirigidas contra Bullejos y compañía.

No obstante, la crítica a los métodos "dirigistas" de la delegación no podía ponerse al mismo nivel que la crítica a las concepciones erróneas y a las prácticas correspondientes, pues era al oportunismo al que principalmente había que combatir. Mucho menos podía servir para encubrir los errores, como pretendían Bullejos y sus seguidores. Los problemas planteados exigían una discusión a fondo, utilizando para ello un método correcto. Pero, lejos de eso, la delegación no sólo no hizo ninguna valoración autocrítica de su actuación, sino que, al no tener en cuenta la estrecha relación entre la unidad y la lucha ideológica, enconó el enfrentamiento con sus descalificaciones, imposiciones y nuevas intromisiones. Así, después de una reunión del Buró Político, en la que la mayoría de sus miembros, en ausencia de los encausados, habían aprobado mayoritariamente una resolución en la que se hacía a la delegación responsable "de la situación de desquiciamiento de la dirección del Partido"; y después también de que se tomase el acuerdo de reunir al CC, a fin de exponerle "todo el proceso de las luchas habidas y las medidas de la naturaleza que sean, para que no vuelvan a surgir, y que el trabajo de la dirección discurra en las mejores condiciones"(74), al día siguiente, ese mismo Buró Político -evidentemente, bajo la presión de la delegación, pues no otra cosa cabe deducir-, acordaba "separar de todos sus cargos en el Partido a Adame, Bullejos y Vega" (75).

Ese mismo día también la delegación daba a conocer al Partido una declaración con el fin de situar política e ideológicamente las divergencias. Según ella, todo su trabajo estaba dirigido a ayudar al PCE a transformarse en un Partido verdaderamente comunista, a asegurar la línea política trazada por la IC y a crear una dirección colectiva y unificada. Finalmente, la declaración llegaba a la conclusión de que los tres dirigentes mencionados estaban llevando a cabo una lucha "contra la política de la IC, una lucha que ataca los principios fundamentales de la IC" (76).

Y de hecho así era. Sin embargo, resulta dudoso que se tratase de una lucha "consciente" contra los principios de la IC. Ni siquiera de ese rechazo a las "intromisiones" de la delegación, aun llevado hasta sus últimas consecuencias, se puede deducir que cuestionasen el papel de la IC como centro dirigente de la revolución mundial. Esta idea posiblemente ni se les pasó por la cabeza a Bullejos y compañía, aunque bien es verdad que dadas las posiciones en pugna resultaba fácil pensar que ello podía ocurrir. De todas formas, el problema de fondo que entonces se planteaba no residía tanto en el oportunismo de las posiciones que venían sustentando Bullejos y otros dirigentes ni en esa especie de juicio de intenciones que aparece expuesto en la declaración citada, sino en ese tipo de "ayuda" que la delegación estaba prestando. Esta "ayuda", aunque no fuese ésa su intención, conducía a eliminar cualquier atisbo de dirección colectiva y realmente unificada, de iniciativa y de lucha ideológica, cercenando desde la raíz cualquier posibilidad de que los comunistas españoles pudieran pensar por sí mismos. De ahí que trataran de "someter" a quien disintiese de los criterios de la IC, llevase o no-razón. Al final, a eso se reducía el cometido que se habían asignado los delegados.

Por esa razón y dado el papel tan destacado que desempeñó la delegación en el conflicto y, muy en particular, el argentino Vitorio Codovila, vamos a detenernos un poco más en este problema y en lo que del mismo se derivaba, pues pensamos que puede contribuir a esclarecer un poco más algunos aspectos de la crisis.

3.3 Algo más que intromisiones
Esta no era la primera vez que Bullejos y compañía tenían un conflicto serio con los delegados de la IC. Uno de los últimos había sido con Humbertz-Droz, al que la IC retiró de España a finales de 1931, accediendo a las demandas de los dirigentes españoles. Este delegado -de quien Stalin había dicho que era un "oportunista hipócrita" (77)--, no sólo hizo y deshizo a su antojo en el Partido durante su estancia en nuestro país, aprovechando que Bullejos y otros cuadros estaban encarcelados, sino que trató de imponerle una línea oportunista, como llegó a reconocer posteriormente la misma dirección de la Internacional. ¡Y éste era precisamente el "consejero" del PCE durante los meses anteriores y posteriores al 14 de abril! Luego, ¿puede uno extrañarse de que los dirigentes del PCE estuviesen tan desorientados? Lo raro es que no lo estuvieran más.

Es indudable que, independientemente de que la mayor parte de los delegados no fuesen unos oportunistas, como Humbert-Droz, por mucha voluntad que pusieran difícilmente podían orientar al Partido cuando lo desconocían todo sobre nuestro país, la mayoría de las veces incluso el idioma. Si encima pretendían dirigirlo, sin tomar siquiera en consideración la opinión de la Dirección del Partido, el resultado no podía ser más dañino para su propio desarrollo.
A ese respecto viene bien al caso remitirnos ahora a las consideraciones hechas por Togliatti -en sus informes a Moscú- acerca de los delegados de la IC que se encontraban en España durante la Guerra Nacional Revolucionaria; y, más concretamente, a las que se refieren a Vitorio Codovila. "No quiero ocultaros mi impresión en torno al hecho --escribe Togliatti-- de que la responsabilidad del mal trabajo del centro corresponde a nuestros 'consejeros'. En
Particular, es preciso convencer a L. (Vitorio Codovila) de la oportunidad de cambiar radicalmente sus propios métodos de trabajo. Los camaradas españoles han crecido, es necesario entenderlo y dejar que anden por su propio pie, limitándonos nosotros al papel de 'consejeros'... Esto daría a los camaradas un mayor sentido de la responsabilidad y les ayudaría mucho a trabajar mejor..." (78).







Palmiro Togliatti

Por esa razón Togliatti pedirá al CE de la IC que les llame al orden para que "no desorienten a los camaradas impulsándoles por un camino equivocado" y dejen de "considerarse los 'amos' del partido, partiendo de la base de que los camaradas españoles no valen nada, que dejen de ocupar su lugar con el pretexto de hacer las cosas más 'rápido' y 'mejor' "(79).

Si esto sucedía en 1937, cuando los dirigentes españoles estaban --según Togliatti-- "en condiciones de dirigir al Partido, e incluso de dirigirlo bien", qué no sucedería en 1932 con unos dirigentes puestos en la picota y con Vitorio Codovila de por medio; o incluso, posteriormente, durante su permanencia en nuestro país hasta bien entrada la guerra.

Claro que tampoco Togliatti era ajeno a esos métodos ni, por supuesto, a los errores que el PCE, bajo su influencia, estaba cometiendo en el momento de escribir sus informes. Por eso no nos merecen ningún crédito sus consideraciones sobre lo que era justo o equivocado. Ahora bien, eso no invalida el valor testimonial de sus observaciones, por cuanto en ellas se ponen palmariamente de manifiesto ya no sólo las intromisiones a las que se oponían los dirigentes del PCE, sino las concepciones que las inspiraban y que llevaban a "cortar las raíces" del desarrollo del Partido.

Otro tanto venía sucediendo en aquella época en el PCCH, con la diferencia de que Mao y sus seguidores, contrariamente a los Bullejos y compañía mantenían una línea justa frente a las concepciones dogmáticas de la Dirección de la IC. Y lo estaban demostrando en la práctica, lo que les permitía oponerse con más autoridad y fuerza política a esas y otras "intromisiones" e ir al fondo del problema. Esto, claro está, no les librará de ser tachados por los dirigentes de la IC y sus delegados de "nacionalistas pequeño-burgueses", calificativo que, salvando las distancias, también será aplicado a Bullejos y sus seguidores (80).

Naturalmente, el origen del problema no estaba en los delegados y en sus métodos, sino en la línea de construcción del Partido aplicada por la Dirección de la IC con respecto a sus secciones nacionales. Que el problema era general y no se limitaba al PCE y al PCCH se demuestra en que el XII Pleno del CE de la IC, coincidiendo precisamente con la lucha contra el "grupo de Bullejos", aprobase una resolución en la que se expresaba la necesidad de acabar con el "centralismo excesivo" (81). Señal de que los dirigentes comunistas españoles puestos en la picota no andaban muy descaminados en su oposición a los métodos "dirigistas" de la delegación. Métodos que, a fin de cuentas, no eran más que una flagrante conculcación del centralismo democrático en el que debían basarse, según los estatutos, las relaciones de los órganos directivos de la Internacional con las secciones nacionales.

También se volvió a abordar esta cuestión en el VII Congreso (julio/agosto 1935), cuyas actas nunca se publicaron, a juzgar por la resolución en la que se pronunció por una "modificación de las funciones del Comité Ejecutivo", en el sentido de una mayor "descentralización" y "autonomía" de las secciones nacionales para resolver las tareas que se les planteaban. En ella se subraya, además, la necesidad de que el Comité Ejecutivo de la IC, al solucionar todos los problemas del movimiento obrero internacional, "se basase en las condiciones y particularidades concretas de cada país, evitando como regla general inmiscuirse directamente en los asuntos orgánicos internos de los partidos comunistas" (82). Esta medida estaba justificada, al parecer, por la adopción de la táctica de Frente Popular, aplicable no sólo a los países capitalistas o semifeudales, sino también a los países coloniales y semicoloniales. A ese respecto, la IC comenzaba a tener más en cuenta, a diferencia de lo que venía sucediendo con la vieja táctica del gobierno obrero y campesino, la diversidad de condiciones en cada país y todo aquello que hacía imposible la uniformización de tácticas y estrategias. Esto cada día era más necesario, además, en una situación internacional caracterizada por el ascenso del fascismo y el repliegue del movimiento revolucionario, lo que conllevaba un período más o menos prolongado de acumulación de fuerzas y el prestar mucha más atención a las condiciones nacionales. O sea, una realidad muy diferente a la que había hecho necesaria la constitución de la IC en pleno ascenso de la revolución.

Sin embargo, todas esas resoluciones nunca pasaron de los buenos deseos, imponiéndose la inercia centralista. Por este motivo, al no ser afrontado el problema desde la raíz y no prestar más atención al desarrollo independiente de las secciones nacionales y movimientos revolucionarios respectivos, la Dirección de la IC tendrá que recurrir cada vez más a medidas burocráticas e impositivas para no verse desbordada.

3.4 Expulsión del "grupo de Bullejos"

Eso es lo que va a suceder en el PCE. Desde el momento en que el Buró Político acordó separar de sus cargos en la Dirección del Partido a Bullejos, Adame y Vega, la delegación puso en marcha una dinámica encaminada a su expulsión y al "sometimiento" de los miembros del Comité Central que les venían apoyando, hasta el punto de que la gran mayoría de ellos tuvieron que hacerse la correspondiente "autocrítica" a través de los órganos del Partido. A ello se va a reducir, en realidad, la "campaña de bolchevización" emprendida posteriormente contra el "sectarismo bullejista", sin que en ningún momento se plantee una verdadera lucha ideológica (83). En concordancia con esos métodos, el conjunto del Partido permanecerá, a lo largo del conflicto, como convidado de piedra; aunque, eso sí, convencido de que la IC no se podía equivocar dadas sus poderosas razones y la unilateralidad con la que se presentaban. O sea que más que el propio convencimiento y comprensión de los errores que el Partido venía cometiendo se impuso el prestigio y el peso de la Internacional. Esa es la razón, junto al hecho de que los encausados -contrariamente a lo que se les acusaba- no se propusiesen llevar a cabo una labor fraccional, de que una dirección que llevaba siete años como tal no arrastrase ni a un solo militante.
Es muy sintomático que el Secretariado de la IC, muy al contrario que Codovila y otros delegados, no viese en el "grupo de Bullejos" un propósito deliberado de fraccionar el Partido ni de cuestionar a la Internacional y que incluso esperara a que rectificasen sus errores. No otra cosa es lo que estaba tratando de conseguir desde hacía tiempo mediante un trabajo paciente, pues, si bien en sus posiciones había serios y graves errores, también en su labor se podían apreciar aspectos positivos que la IC debería tener en cuenta. Por eso trataba de recuperarlos. De ahí también la disparidad de los métodos aplicados por la delegación y la Dirección de la IC a la hora de tratar las contradicciones surgidas y el intento de esta última de buscar un acuerdo o solución de compromiso. Además, el peligro de ruptura interna del Partido --cosa que no era descartable, dada la influencia de los planteamientos de los dirigentes encausados en la inmensa mayoría de los miembros del CC-- aconsejaba recurrir más al convencimiento que al "sometimiento".

Y ése fue el criterio que, en un principio, adoptó el Secretariado de la IC. Tras prolongadas discusiones en Moscú con Bullejos, Adame, Vega y Trilla -este último representante del PCE en las instancias dirigentes de la Internacional-, los cuatro aceptaron sus propuestas: Adame se incorporaría a la Internacional Sindical Roja (Profintern); Trilla seguiría ocupando su cargo de delegado; Vega ingresaría en la Academia Militar Superior de Moscú y Bullejos se reincorporaría a la Secretaría general, propuesta que, a petición suya, fue sustituida por la de organizar el Partido en Cataluña, formando parte del B.P. (84). Pero bastó que en "Frente Rojo", órgano del Partido, se publicase -después de estos acuerdos- la resolución del B.P. del 5 de octubre, en la que se tomaba la medida de separarles definitivamente de la dirección y de exigirles una autocrítica pública para permanecer en el Partido, para que todos los pacientes esfuerzos del Secretariado de la IC se fuesen al traste. Ante tales condiciones -consentidas o no por la IC para no desautorizar a la delegación, su verdadera inspiradora-, los cuatro rechazaron de plano cualquier acuerdo (85).

La expulsión, por tanto, se hizo inevitable. A los pocos días, el Presidium del Comité Ejecutivo de la IC y la Comisión Internacional de Control tomaban la decisión de excluir de la Internacional y del PCE a Bullejos, Trilla, Adame y Vega, medida que sería corroborada por la nueva dirección (86).

¿Podía haberse evitado una solución tan expeditiva de la crisis de haber ido al fondo de los problemas y de haber adoptado unos métodos más justos, poniendo más el acento de lo que se puso en la lucha ideológica y una verdadera crítica y autocrítica? Nosotros pensamos que sí. Pero, incluso, independientemente de que no hubiese podido ser así, el Partido habría salido mucho más fortalecido en su unidad y cohesión interna y, sobre todo, mucho más esclarecido. Prueba de que la expulsión se podía haber evitado, al menos en algún caso, es el reingreso posterior de Trilla y Vega.

Tras la expulsión de Bullejos y compañía fue elegido como secretario general José Díaz, obrero sevillano, que en ese momento se encontraba en prisión. Su elección no cabe duda que estuvo determinada por el destacado papel que venía desarrollando al frente de la organización del Partido en Sevilla y Andalucía. Junto a él, Hurtado, Mije, Jesús Hernández, Dolores Ibarruri, Vicente Uribe y Pedro Checa fueron, entre otros, los que se hicieron cargo de las principales responsabilidades.

Comienza así, bajo su dirección, una nueva etapa en la vida del PCE y su "verdadera actuación comunista" (87). Con ello se puede decir que culmina el período inicial de su construcción --once años en total--, durante el cual se echaron las bases ideológicas, políticas y orgánicas, se establecieron vínculos con las masas, se difundió el marxismo-leninismo y la idea de la necesidad de un partido obrero revolucionario entre el proletariado y se forjaron en las dificultades de la lucha los cuadros que ahora tomaban en sus manos las riendas del Partido. -------------------------------------------------
(56) José Rodríguez Vega: "Notas autobiográficas". Estudios de Historia Social, núm.30, Madrid.

(57) "J. Humbert-Droz à D.Z. Manuilski" (17-V-1931) en "Les Partis Communistes et l'Internationale Communiste dans les années 1928-1932" (III. Archives de Jules Humbert-Droz), bajo la dirección de Siegfried Bahne. Kluwer Academic Publishers. Dordrecht (Holanda). 1986. Fondation Jules Humbert-Droz (La Chaux-de-Fonds, Suiza). "Al Comité Central del Partido Comunista de España" (Carta abierta del CE de la IC, mayo 1931) en "La lucha por la bolchevización del PCE". AHPCE.


(58) Lenin: "El Estado y la revolución", Obras Escogidas, tomo II, Editorial Progreso, Moscú.

(59) "Al Comité Central del Partido Comunista de España...", doc. cit. (60) Idem.

(61) "Discurso de Manuilski" (noviembre 1931) en "La lucha por la bolchevización...".

(62) "Discurso de Manuilski" (noviembre 1931) en "La lucha por la bolchevización...".

(63) "Discurso de Manuilski" (noviembre 1931) en "La lucha por la bolchevización...".

(64) "Discurso de Manuilski" (noviembre 1931) en "La lucha por la bolchevización...".

(65) "Tesis de organización del IV Congreso" (Junio 1932). AHPCE. "Relación de delegados que asistirán al IV Congreso. Composición social". AHPCE. "Informe político presentado por José Bullejos". "El Noticiero Sevillano" (19 y 20-II-32). HMS.

(66) "Carta abierta de la IC a los miembros del PCE" (enero 1932) en "La lucha por la bolchevización...", doc. cit. (67) "La Palabra" (11-VIII-32) AHPCE. "Frente Rojo" (27-VIII-32). HMM.

(68) "Carta abierta de la IC a los miembros del PCE..." , doc. cit.

(69) "Carta abierta de la IC a los miembros del PCE..." , doc. cit.

(70) "La situación internacional y las tareas de las secciones de la IC". "La Correspondencia Internacional", núm. 42 (14-X-32). HMM.

(71) "Al Comité Central del Partido Comunista de España...", doc. cit.

(72) "Resolución del Buró Político del 5 de octubre de 1932" en "La lucha por la bolchevización...", doc. cit. AHPCE. (73) "Acta de la reunión del Secretariado del CC del PCE" (17-VIII-32). AHPCE.

(74) "Resolución del B.P. del PCE" (18-VIII-32). AHPCE. José Bullejos: "La Comintern en España". México. 1972.

(75) "Acta de la reunión del B.P" (19-VIII-32). AHPCE.

(76) "Declaración de la Delegación" (19-VIII-32) en "La lucha por la bolchevización...", doc. cit.

(77) Jules Humbert-Droz: "De Lenine à Staline...", op. cit.

(78) Palmiro Togliatti: "Escritos sobre la guerra de España", Editorial Crítica, Barcelona.

(79) Palmiro Togliatti: "Escritos sobre la guerra de España", Editorial Crítica, Barcelona.

(80) "Hacia la bolchevización del Partido (La liquidación del grupo traidor sectario oportunista)", AHPCE.

(81) "La situación internacional y las tareas de las secciones de la IC", doc. cit.

(82) "Fascismo, democracia y frente popular. VII Congreso de la Internacional Comunista". Cuadernos de pasado y presente. México. 1984. "Resolución del Presidium del CE de la IC" (15-V-1943). AHPCE.

(83) "Acta de la reunión del B.P." (5 y 6-X-32). AHPCE.

(84) José Bullejos, op. cit. (85) "Resolución del B.P....", doc. cit. José Bullejos, op. cit.

(86) "Frente Rojo", núm. 1 (diario), 31-XI-32. HMM.

(87) "Discurso del camarada Díaz sobre el informe del camarada Pieck en el VII Congreso de la IC" en "La lucha por la Victoria", s.f. Barcelona. BNM.

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