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sábado, octubre 07, 2006

Historia:Nuestra Guerra

Enrique Lister
Cuando, el 5 de marzo de 1939, el anarquista Ciprianio Mera, a la cabeza de sus fuerzas militares anarquistas bajaba de Guadalajara, caía sobre Madrid y atacaba por la espalda a las fuerzas que lo defendían, no hacia mas que cumplir al pie de la letra las instrucciones de los dirigentes anarquistas según los cuales había que conservar las fuerzas para, en la hora “H”, dar la batalla a los comunistas. Claro que la hora “H” de la “revolución proletaria” se había convertido en la hora negra de la traición y de la ayuda abierta al triunfo de la dictadura fascista(...)

Como se ha visto, el Ejercito Popular se fue formando a lo largo de toda la guerra en una lucha permanente entre los que queríamos un ejercito realmente popular de arriba abajo, popular por su organización, por sus métodos de mando, por su doctrina, y los que querían que de popular no tuviese mas que el nombre. Lucha diaria entre los que considerábamos que los mandos de ese ejercito, en todos sus escalones, debían surgir de una selección entre los mejores, hecha en el fuego de los combates, sobre el propio campo de batalla, independientemente de que procediesen del antiguo ejercito o de las milicias y los que estimaban que en los mandos profesionales y que el nombramiento del resto de los mandos debía ser objeto de un reparto entre los partidos y las organizaciones, hecho en las secretarias y por los comités de los mismos.
La divisoria entre ambas concepciones del nuevo ejercito no pasaba, pues, por los mandos procedentes del antiguo, de un lado, y los de milicias, de otro. En los dos campos había partidarios de una y otra concepción. La divisoria pasaba entre los que sabían hacer la guerra y los que no sabían; entre los que la hacíamos y los que vivían de ella. Hubo militares del antiguo ejercito que comprendían el carácter de la guerra que estabamos llevando a cabo y el tipo de ejercito que necesitábamos para ganarla, y que pusieron toda su capacidad al servicio de la creación de ese ejercito. Por el contrario, hubo jefes salidos de las milicias que se dedicaron a atiborrarse de reglamentos antiguos, queriendo aplicarlos mecánica y estúpidamente a nuestras condiciones.
Mientras, en el campo de batalla, los combatientes estaban escribiendo los nuevos reglamentos y creando la nueva doctrina por la que habrían de regirse nuestro ejercito, había “caballeros” que se esforzaban por poner en practica todo lo viejo. Tales gentes no querían o no podían comprender que el ejercito era popular no solo por la causa que defendían, sino, también, porque era un movimiento tan amplio que, en la primera parte de la guerra, abarco la totalidad de las tropas republicanas y, luego, la casi totalidad. Del pueblo salieron los combatientes y, de entre ellos, la inmensa mayoría de sus mandos. Y de ese ejercito contó, en todo momento, con el cariño y la solicitud del pueblo, porque el interpretaba su voluntad y defendía los intereses, la independencia y la vida de ese pueblo.

La historia tendrá que valorar el esfuerzo y la capacidad de un pueblo que, bloqueado por la reacción “no intervencionista”, desarmado, atacado por gran parte de las propias fuerzas armadas y por los ejércitos del hitlerismo y del fascismo italiano y portugués, en medio de la lucha contra el enemigo declarado y contra las incompresiones, las insuficiencias, los errores y las traiciones, logro crear un ejercito dotado de una extraordinaria fortaleza moral, capaz de sostener durante tres años una resistencia eficaz y aun de obtener en muchas ocasiones importantes victorias sobre sus poderosos enemigos.

El pueblo que había aplastado la sublevación en mas de la mitad del país, se hallaban ante el problema de crear y armar un ejercito de mas de un millón de hombres: de organizar una economía de guerra en un país donde la técnica estaba aun bastante atrasada y en medio de un bloqueo marítimo bastante serio, ejercido por barcos de superficie y submarinos de las flotas de Alemania e Italia. Los “técnicos” consideraban la empresa fantástica e irrealizable. Pero el pueblo español que luchaba por una causa justa, “de cara al progreso social”, realizo una serie de “milagros”. En poco tiempo se crearon en Madrid toda una serie de talleres que fabricaban municiones, bombas, piezas de recambio. En enero de 1937, Madrid entregaba ya diariamente al ejercito centenares de miles de cartuchos. Millares de obreros, y sobre todo de obreras, se convirtieron en plazos rapidisimos en maestros en este arte.

Las fuentes de ese heroísmo de masas en la guerra de España fueron económico-históricas y políticas. Un factor político esencial intervino en la guerra, factor que dio al heroísmo y al patriotismo españoles profundidad y elevación extraordinarias, que hizo que en esa guerra “el patriotismo adquiriese su verdadero sentido”; ese factor fue el proletariado industrial español. El proletariado represento en nuestra guerra un papel muy importante en la organización del ejercito, y aporto a la defensa nacional sus cualidades de iniciativa, de disciplina voluntaria, de consecuente espíritu revolucionario.

El heroísmo de masas en la guerra era el resultado lógico de las nuevas condiciones surgidas después de la sublevación. La abnegación y el espíritu combativo del nuevo ejercito, como los del pueblo español, su creador, era el reflejo ideológico de un nuevo régimen; de las nuevas relaciones económicos y sociales que nacían al aplastar a la reacción fascista. Eran la expresión del inquebrantable enlace entre el heroísmo guerrero y popular y el carácter político de la guerra.

La inmensa mayoría del pueblo de la zona republicana combatía y trabajaba animado por el entusiasmo revolucionario, consideraba que la guerra que sostenía era justa, que era una guerra en defensa de su libertad y de la independencia que, a la vez por medio de la guerra, se proponía acabar con las conquistas democráticas conseguidas y eliminar el ejemplo que la lucha española inspiraba a los pueblos de otros países.

Esta claro que, para aprovechar debidamente todo ese entusiasmo revolucionario del pueblo y para utilizar debidamente los valores y cualidades esenciales positivas de ese Ejercito, hubiese sido preciso que, en su mas alto Mando, existiera un espíritu menos anquilosado por los prejuicios profesionales, menos rutinarios, mas genuinamente popular que el que, por lo general, reino en él.

La doctrina militar de los que dirigían la guerra en sus más altos escalones era una doctrina tímida, defensiva, que reflejaba la absoluta falta de confianza en la capacidad creadora del pueblo; era la doctrina opuesta a la que, precisamente, exigía el carácter de nuestra guerra y que estaba sintetizada en estos postulados: audacia, espíritu ofensivo, confianza ilimitada en el pueblo.

Durante toda la guerra existió una profunda diferencia entre el espíritu que animaba al pueblo y el que tenían muchos de los que dirigían el Estado y la guerra y, según esta avanzaba, el espíritu de los últimos iban ganando terreno.
El aumento constante de las dificultades materiales, producto natural de la guerra, unas veces, y provocado por el sabotaje y la traición, otras, era aprovechada por esas gentes para desmoralizar a las masas y llevarlas a aceptar la capitulación.
Nuestra guerra, Editions de la Librairie du Globe, Paris, 1966, pp.290-292

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