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sábado, septiembre 02, 2006

Historia del PCE-VI



APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA

6. El golpe casadista y el derrumbe de la República

6.1 La defensa de Madrid

6.2 El golpe casadista

6.3 ¿Bajo qué condiciones se podía haber mantenido la resistencia?

6.4 Necesidad histórica de la estrategia de la guerra popular prolongada

6.5 Una recapitulación necesaria

6.1 La defensa de Madrid

Para hacer frente a la sublevación era preciso contar con el pueblo como un factor militar decisivo ya que sólo con un ejército regular, por muchos progresos que se hiciesen en su organización, no se iba a poder derrotar a las fuerzas militares fascistas. Esto enseguida se pondría de manifiesto tanto en la defensa de Madrid como en las primeras ofensivas o contraofensivas de envergadura realizadas por las fuerzas republicanas.

Madrid, como centro político de la República, era el objetivo estratégico de los sublevados y a su consecución subordinaron sus planes operativos desde el comienzo de la guerra. A primeros de noviembre de 1936, después de culminar el exitoso avance de sus tropas por Extremadura, Cuenca del Tajo y Guipúzcoa, el mando fascista daba por segura la conquista inmediata de la capital madrileña. Con ese fin concentró el grueso de sus mejores y más potentes efectivos: la Legión y el Tercio, las fuerzas del general Mola y el grueso de la artillería y aviación integrada fundamentalmente en ese momento por las escuadrillas alemanas, italianas y portuguesas.

Ante tan poderosas fuerzas, ni el Gobierno ni los militares profesionales ni ningún partido, salvo los comunistas, confiaban en que Madrid pudiese resistir. Y, sin embargo, resistió gracias a que el Partido Comunista, con la ayuda del V Regimiento, movilizó y organizó a todo el pueblo en su defensa. El "no pasarán", consigna enarbolada por el Partido, se convirtió en la bandera de lucha del movimiento popular. El general Rojo, entonces teniente coronel y jefe del Estado Mayor de la Defensa de Madrid (formado precipitadamente el día 6 de noviembre, la víspera del primer gran ataque), diría años más tarde: "Madrid quería batirse: carecía de armas, de organización, de fortificaciones, de jefes, de técnica; poseía, en cambio, una superabundancia de moral exaltada y de pequeños caudillos, de una masa ciudadana dispuesta a cumplir su deber histórico a costa de cualquier sacrificio [...].

La mutación era tremenda: parecía como si al marchar el Gobierno a Valencia, llevando consigo el manto de pesimismo y de desconfianza que todo lo cubría, hubiera salido a la luz una verdad dormida en el fondo popular, un espíritu de lucha hasta entonces ignorado, y esto era la fuerza mayor que teníamos en la mano, porque representaba la voluntad colectiva de defenderse sostenida por una fuerza moral que no se detenía ante el sacrificio"(133). En la defensa de Madrid participaron también, además de otras fuerzas anarquistas y socialistas, columnas milicianas llegadas de Cataluña, como la mandada por el dirigente anarquista Durruti y la organizada por el PSUC, así como las primeras unidades de las Brigadas Internacionales.

Para doblegar la resistencia de sus defensores, el ejército fascista, aconsejado por los expertos militares alemanes, sometió a la ciudad a intensos bombardeos indiscriminados que provocaron innumerables víctimas entre la población. Aunque los combates por Madrid continuaron, el fracaso de este primer intento supuso para las fuerzas reaccionarias su primera gran derrota militar después de la que le habían infligido las masas populares en las jornadas revolucionarias de julio y una gran victoria política y moral para la República. Por esa razón la defensa de Madrid se convirtió en símbolo de la resistencia popular contra el fascismo, incluso más allá de nuestras fronteras. Por lo demás, si alguna enseñanza se desprendía de esta heroica gesta, era la gran importancia, como factor determinante y decisivo, del apoyo activo y revolucionario de las amplias masas populares y su necesaria contribución a las tareas de la guerra. Esta gran victoria tuvo también sus consecuencias políticas.

Por un lado, demostró a los trabajadores y a todos los partidos que era posible resistir y vencer al ejército fascista y a las fuerzas internacionales que le apoyaban, fortaleció la unidad combativa de las fuerzas populares y aumentó el prestigio e influencia del Partido entre las masas; pero, por otro, desató la animadversión e inquina de los líderes de los partidos democrático-burgueses, socialdemócratas y faístas contra los comunistas, temerosos de su creciente influencia y de que impusiesen su hegemonía. A partir de febrero de 1937, ante los sucesivos fracasos por tomar Madrid, el mando fascista cambió de táctica: del ataque frontal pasó a llevar a cabo operaciones ofensivas de envolvimiento por el Jarama (a principios de ese mes) y por Guadalajara (en la segunda semana de marzo).

Ambas fueron desbaratadas por las contraofensivas republicanas, apoyadas por un importante despliegue de tanques y aviación, hecho posible por la llegada de material y técnicos militares soviéticos. La más decisiva fue la que dio lugar a la conocida como batalla de Guadalajara, donde, por primera vez, los republicanos derrotaron en campo abierto a una gran fuerza enemiga, muy superior en número de hombres y armamento, como la del Cuerpo Expedicionario enviado a España por Mussolini. Por ello esta victoria militar, política y moral republicana, a la que contribuyeron dos brigadas internacionales en las que estaban encuadrados varios centenares de antifascistas italianos, tuvo tanta repercusión y resonancia internacional.

Pero estas contraofensivas y victorias, en las que se hacían patentes los progresos hechos por las fuerzas populares en el dominio del arte y de la técnica militar, revelaron, al mismo tiempo, sus debilidades. Tanto en la batalla del Jarama como en la de Guadalajara, pese al heroísmo derrochado, el ejército republicano no pudo explotar a fondo sus maniobras ofensivas debido a la deficiente dirección de las mismas, a la subestimación de las fuerzas enemigas, a la falta de experiencia, a la ausencia de reservas y al tremendo desgaste sufrido. Pero, sobre todo, a causa de la superioridad militar del enemigo. Por estos motivos las fuerzas republicanas, después de su avance, se vieron obligadas a replegarse más tarde a sus posiciones de partida, al no ser capaces de contener los contraataques fascistas, y a adoptar la defensa de posiciones, cosa que durante toda la guerra será una constante.

Tras ambas batallas, que en su conjunto forman parte de la campaña por la defensa de Madrid, los fascistas abandonaron momentáneamente el plan de tomar directamente la capital y orientaron sus principales fuerzas hacia la conquista de la franja republicana del norte, culminándola el 20 de octubre de 1937. La pérdida del norte fue un duro golpe político, económico, militar y moral para la República que hizo creer a la reacción y al imperialismo en una victoria inmediata. Pronto se verían sorprendidos. A finales de año el ejército republicano emprendió una audaz ofensiva en el frente de Aragón con el objetivo de prevenir un posible ataque enemigo a Madrid y tomar Teruel.

El 8 de enero de 1938 las fuerzas populares, después de sitiar la capital turolense, conseguían la rendición de las tropas que la defendían. Militarmente, la operación fue un éxito. " Si Madrid fue, en el panorama de la guerra española la defensa de la República -afirma el general V. Rojo- Teruel constituye la primera gran proeza ofensiva de su ejército: allí se revela éste capaz de realizar una maniobra militar completa, bastándose siete días de ataque para reducir una bolsa de mil kilómetros cuadrados, dieciséis para hacer caer en el interior de la ciudad una resistencia que se lleva con tenacidad y heroísmo por sus defensores". Y añade: "en Teruel, no sólo se mostraba que la experiencia guerrera no había sido infecunda, sino que se acreditaba la sana moral que el factor humano había alcanzado en el curso de la guerra"(134).

En efecto, esos progresos eran evidentes. Desde la heroica defensa de Madrid, pasando por el Jarama y Guadalajara, cuando comenzó a organizarse el ejército regular, así como por las operaciones de Brunete y Belchite, hasta culminar en la gran ofensiva de Teruel, las fuerzas armadas populares mantenían una línea de avance y superación en todos los terrenos. Pero, como no tardará en demostrarse con el abandono posterior de la capital turolense y, más tarde, con la ruptura del frente aragonés por las divisiones fascistas, durante la batalla defensiva de Levante, con el fracaso de la tentativa ofensiva republicana del Ebro y el rápido avance fascista sobre Cataluña, esos progresos quedaban anulados por la aplastante superioridad militar enemiga.

6.2 El golpe casadista

Los reveses y derrotas militares de la República agravaban las contradicciones dentro del Frente Popular, convirtiéndolas en antagónicas. Y ello, principalmente, porque acentuaban la tendencia de la burguesía democrática al compromiso y a la claudicación ante la oligarquía financiero-terrateniente, con la que, pese a sus divergencias y rivalidades políticas y también económicas, compartía unos mismos intereses y objetivos de clase y el mismo temor al desarrollo de la revolución bajo la dirección del proletariado.

En cambio, dados los términos en los que se planteaba el enfrentamiento con la reacción, las masas obreras y populares -como ya hemos observado- sólo podían salvaguardar sus conquistas y satisfacer plenamente sus aspiraciones democráticas y de una vida mejor con la derrota completa del fascismo y la consolidación de un régimen de nueva democracia que sentase las bases para establecer el socialismo. Con estos objetivos, lógicamente, la burguesía republicana no podía estar de acuerdo. De esta forma, a partir de la división del territorio republicano en dos, como consecuencia de la llegada del ejército fascista a las costas levantinas, en el Frente Popular y en el Gobierno comenzaron a tomar fuerza las tendencias capitulacionistas.

Desde líderes democrático-burgueses, como Azaña, a destacados dirigentes socialdemócratas y jefes militares, sin olvidar a los faístas, todos presionaban para poner fin a la guerra mediante un "compromiso" con el llamado gobierno de Burgos y se afanaban en formar un bloque de oposición contra los comunistas, principal obstáculo para llevar adelante sus planes y maniobras capituladoras. Esas maniobras, a las que no era ajena la diplomacia inglesa y francesa, fueron desenmascaradas y combatidas por el Partido, apelando y recurriendo a las masas. Como señalaba José Díaz, cada vez más apartado de las tareas de dirección a causa de su enfermedad, un "compromiso" semejante "sería una capitulación [...] sería la pérdida de la guerra" (135).

"No puede haber paz -añadía- hasta que no sean definitivamente aplastados todos los enemigos y todos los que tratan de implantar en España un régimen fascista" (136). En Barcelona -sede del Gobierno en ese momento-, el PCE y el PSUC, contando con el apoyo de diferentes sectores políticos y sindicales no comunistas, convocaron una gran manifestación de masas en apoyo de la política de resistencia y para presionar al Gobierno, a la cual concurrieron masivamente los trabajadores sin distinción de tendencias. Así mismo apelaron al ejército, donde la gran mayoría de sus mandos y combatientes se pronunciaron en un plebiscito por continuar la lucha (137).

Manuel Azaña y Juan Negrin:Posturas Enfrentadas.


Ante este inequívoco clamor popular y la presión comunista los capitulacionistas plegaron velas, aunque sin abandonar su labor de zapa. Sin embargo, con el incontenible avance fascista sobre Cataluña y el endurecimiento de la posición inglesa y francesa contra la República tras el pacto de Munich, la desmoralización comenzó a hacer mella entre aquéllos que, como Negrín, habían apoyado siempre, aunque con vacilaciones, la política de resistencia preconizada por los comunistas. Este, en vez de combatir a los capitulacionistas y tomar medidas enérgicas contra ellos y, en especial, contra los mandos militares de más alto rango, mantenía una actitud conciliadora, hacía oídos a las propuestas mediadoras inglesas y francesas y se plegaba cada vez más a sus presiones.

Así se explica que presentase a las Cortes un programa como el de los "Tres puntos de Figueras" para poner fin a la guerra mediante "una paz sin represalias"(138), y que al mismo le diesen su apoyo los Azaña y compañía. Pero lo más grave del caso es que esa desmoralización y falta de perspectivas también se dejaban sentir en la Dirección del Partido, hasta el punto de dar ésta su aprobación a dicho programa, "sin reservas de ninguna especie" (139). Un programa que, por muchas proclamas que hiciese a la resistencia, no dejaba de ser una pantalla para la capitulación.

Traición:Besteiro se dirige al pueblo. Junta a él el coronel Casado.

A la vista de esta actitud derrotista y de clara supeditación de la dirección del Partido al Gobierno de Negrín se comprende que los Casado y compañía encontrasen un terreno propicio para intensificar sus maniobras destinadas a poner fin a la guerra por la vía rápida. Y para ello necesitaban acallar a los comunistas, tarea en la que se volcaron en plena ofensiva de las tropas fascistas sobre Cataluña, comenzando por prohibir la propaganda y los mítines del Partido bajo el pretexto de la censura militar y detener en varias provincias a los comunistas que llamaban al pueblo a proseguir el combate. Mientras tanto, los casadistas, que copaban los puestos de mando claves del ejército republicano, saboteaban las operaciones militares preparadas para hacer frente a la ofensiva enemiga.
Tropas gubernamentales luchando contra golpistas.


Sin embargo, esta vez, la dirección del Partido, en lugar de reaccionar, movilizar a los militantes y denunciar el golpe que se estaba fraguando por parte de los demás integrantes del Frente Popular, se sometió casi por completo al Gobierno. "La equivocación de la dirección del Partido -se reconoce en una resolución del B.P. posterior a la derrota- radicó en no comprender que siendo justo ayudar a Negrín a vencer sus vacilaciones, debió independizar más su acción, orientarse decididamente hacia las masas".

Esta actitud no fue modificada, como la misma resolución señala, "ni aun en los momentos tan graves como los que precedieron al golpe de Casado, cuando los factores de traición maduraban y eran casi de dominio público; cuando incluso la mayoría de los ministros se declaraba por la liquidación de la guerra y Negrín envuelto en un ambiente de falsedad y de traición no tomaba posición contra los traidores y capituladores. A pesar de todo, la dirección del Partido, sigue esperándolo todo de las medidas políticas y de organización para oponerse a la inminencia de la traición" (140). Por el contrario, toda su atención -como confirma Togliatti en sus informes a la IC, pretendiendo escurrir el bulto- "se centró, generalmente, en la lucha, absolutamente necesaria, por la conquista de los centros de dirección, sobre todo en el ejército, más que en el trabajo de fortalecimiento y organización sistemática de los vínculos del partido con las masas"(141).

De esta forma, al no actuar con decisión e independencia del Gobierno "por temor a romper el Frente Popular" (142), cuando los capitulacionistas ya lo habían roto, el Partido se aisló de las masas y dejó el campo libre a la burguesía y a sus aliados socialdemócratas y faístas para que pasaran a la acción. El 3 de marzo de 1939 la Flota republicana, con base en Cartagena, se declaró en rebeldía contra el Gobierno e intentó desertar, siendo impedido por los mandos y marineros comunistas. Esta situación fue aprovechada por elementos capituladores de las unidades de la base naval para sublevarse y hacerse con el control de la ciudad. A continuación, tras izar la bandera fascista y pedir refuerzos al mando enemigo, conminaron a la Flota a hacerse a la mar, lo que esta vez no pudo ser evitado al ser detenidos los militantes del Partido de todas las dotaciones por los partidarios de la deserción.

La insurrección de Cartagena fue aplastada por iniciativa de la dirección del Partido -único momento en que actuó con energía, de forma independiente-, utilizando una brigada formada por comunistas y movilizando a todos los cuadros y militantes de Murcia y pueblos limítrofes. Tanto la rebelión de la Flota como el levantamiento pro-fascista de Cartagena formaban parte del plan de Casado que, de acuerdo con el Estado Mayor del ejército enemigo, consistía en "abrir a los fascistas a un mismo tiempo las puertas de Cartagena y de Madrid" (143). Pero el aplastamiento de la insurrección cambió en parte el curso de los acontecimientos. La noche del 5 de marzo se sublevaba Casado en Madrid contra el Gobierno, constituyendo una Junta o Consejo de Defensa encabezado por el general Miaja, por él mismo y Julián Besteiro, destacado dirigente socialdemócrata.

De ella formaban parte también representantes de todos los partidos que integraban el Frente Popular con excepción de los comunistas. Inmediatamente los golpistas detuvieron en Madrid a diversos militares comunistas que ocupaban cargos de relevancia en el ejército para mantenerlos como rehenes, al mismo tiempo que por todas partes los representantes del Partido eran destituidos de los cargos que ocupaban en el aparato del Estado, expulsados de los organismos unitarios del Frente Popular, saqueadas sedes y locales y detenidos centenares de cuadros que después serían entregados a los fascistas. Para confundir a las masas y aislar de ellas al Partido, la Junta encubrió el golpe militar con la difusión de la noticia de que los comunistas se habían sublevado en Cartagena y pretendían dar un golpe de Estado, a la vez que lanzaban por radio constantes proclamas en las que aseguraban que no abandonarían las armas hasta no garantizar "una paz sin crímenes" (144).

Y esto lo decían mientras estaban ultimando la entrega del pueblo a los carniceros fascistas y silenciando con la censura militar la promulgación por el Gobierno de Burgos, el 13 de febrero de 1939, de la "Ley de responsabilidades políticas". Ley en la que se establecía el encausamiento de todos los que desde octubre de 1934 habían participado en la vida política republicana, o que, desde febrero de 1936, se habían opuesto al "Movimiento Nacional" por medio de "actos concretos o pasividad grave" (145). El Partido se vio sorprendido por el golpe casadista y, excepto en Madrid (donde se habían tomado algunas medidas para neutralizar rápidamente un posible golpe, que a la hora de la verdad no se pusieron en práctica), no reaccionó para aplastar a la Junta, "aunque -como afirma José Díaz- tenía a su disposición las fuerzas necesarias" (146), ni movilizó a las masas.

La dirección del Partido, al ver que el Gobierno hacía dejación de sus funciones y abandonaba el país, consideró, en consonancia con la política gubernamentalista que había seguido, que no había nada que hacer y abandonó su puesto en el momento en que más falta hacía, saliendo de España la mayor parte de sus miembros pocas horas después de partir Negrín. Por eso tampoco es extraño que algunos destacados dirigentes que tardaron más tiempo en salir del país -como Checa, Jesús Hernández y otros, como el "consejero" Togliatti- trataran de hacer las paces con los casadistas y ordenaran a las fuerzas militares del Partido, que estaban a punto de derrotarles, que aceptaran la tregua pedida por la Junta y cesaran las hostilidades, cosa que hicieron (147).

De esta manera, los Casado y compañía aprovecharon el cese de los combates para ganar tiempo, recibir refuerzos del frente mandados por oficiales y comisarios socialdemócratas y anarquistas y atacar después por sorpresa y neutralizar a las unidades comunistas que se les habían enfrentado, deteniendo y fusilando a algunos de sus mandos, mientras que a otros los reservaron para entregárselos como presente a Franco. Pocos días después, el 28 de marzo, entraban las tropas fascistas en Madrid sin disparar un solo tiro, al mismo tiempo que todos los demás frentes deponían las armas pensando que la Junta había logrado algún tipo de compromiso. La "paz honrosa" y "sin crímenes" de los Casado, Miaja, Besteiro, Wenceslao Carrillo y Cipriano Mera se convertía así en la mayor carnicería que haya sufrido el pueblo a manos de la reacción a lo largo de la historia de España.


Republicanos huyendo de la represión Franquistas

6.3 ¿Bajo qué condiciones se podía haber mantenido la resistencia?

De este final catastrófico de la guerra no se puede deducir que la política del Partido y, más concretamente, la táctica del Frente Popular fuesen incorrectas. Por el contrario, hay que destacar que sin ellas el pueblo no hubiera podido hacer frente a las fuerzas militares reaccionarias durante casi tres años en tan difíciles condiciones. Pero el que la línea del Partido fuese justa, en lo fundamental, no la inmunizaba contra los errores que se pudieran cometer en su aplicación, ni ésta podía ser ajena a la lucha entre dos líneas que se venía desarrollando en su seno. En todo caso lo que hay que valorar es si esos errores pesaron más en la balanza que los aciertos. Teniendo en cuenta lo que hemos expuesto, es evidente que desde el comienzo de la guerra el Partido fue cometiendo una serie de errores tanto en el plano político como militar que le llevaron a supeditarse cada vez más al Gobierno republicano y que esos errores llegaron al final a convertirse en lo principal.

De esta manera, lo que en un principio era una línea justa se transformó en su contrario, provocando la debacle del Partido e impidiendo toda resistencia armada organizada contra el fascismo. Si no se hubieran acumulado tantos errores, una derrota -muy probable desde el comienzo de la guerra a causa de la desfavorable correlación de fuerzas y de la situación internacional, que ya de por sí impedían al pueblo ganar la guerra en ese momento- no habría imposibilitado la prosecución de la lucha. Uno de esos errores sobre los que venimos advirtiendo, sin duda el más grave, puesto que fue el que realmente impidió al Partido prepararse para mantener la resistencia en las nuevas condiciones, consistió en "tender a supeditarse al Gobierno republicano en vez de apoyar la unidad desde una posición política y militar independiente. Esto le llevó a relajar la lucha ideológica en el seno del Frente Popular y en el propio Partido y a descuidar el trabajo político entre el campesinado".

"Esta política de supeditación y de concesiones -continúa- aunque apuntaba hacia la consolidación de una democracia parlamentaria burguesa más que a una república de nuevo tipo, en la práctica sólo podía contribuir en aquellas circunstancias a la victoria del fascismo" (148). No otra cosa fue lo que finalmente sucedió. Debido a esa tendencia a la supeditación el Partido acabó perdiendo su independencia política, permitió a la burguesía republicana recuperar su hegemonía en la revolución democrática y frenar su desarrollo y dejó en sus manos la dirección de la lucha contra la reacción ante la que tendía a capitular por su posición de clase. Por la misma razón, esa supeditación condujo también al Partido a aislarse progresivamente de las masas -en particular, del campesinado pobre- y a infravalorar el papel que éste último podía desempeñar en el desarrollo de la revolución democrática y en la lucha contra el fascismo y el imperialismo.

Igualmente, esa falta de independencia se reflejó también en otros problemas colaterales como el de la cuestión colonial y, más concretamente, en lo que se refiere a Marruecos. Así, aunque el Partido defendía en su programa el derecho a la autodeterminación e independencia del pueblo marroquí, desde el comienzo de la guerra la dirección lo olvidó por completo y se hizo cómplice del Gobierno, hasta el punto de llegar a adoptar en la cuestión colonial los planteamientos típicos de la socialdemocracia, como el de pretender "extender la democracia a las colonias" (149). Ahora bien, el hecho de que en el transcurso de la guerra se impusiese cada vez más en el Partido y, en primer lugar, en su dirección una política de supeditación al Gobierno republicano no significa que todos los cuadros y militantes la compartiesen.

Como se deduce de las concepciones que orientaban su actuación y de su aplicación muchas veces contradictoria, en el seno del Partido se venía desarrollando una lucha abierta entre dos líneas con respecto a todos los problemas de la revolución: una línea revolucionaria, de resistencia, y otra reformista, de capitulación. Pues si no hubiese sido así y la gran mayoría del Partido no hubiese seguido una línea revolucionaria, de resistencia, es indudable que las tendencias oportunistas que se estaban abriendo paso en él desde hace tiempo se habrían impuesto antes. Si al final esa línea de supeditación y claudicación se impuso en su dirección ello se debió a que los partidarios de la línea de resistencia no fueron capaces ni supieron impedirlo.

A esta incapacidad no fue ajena la influencia que cobraron en el Partido, como reacción a esa tendencia oportunista, las concepciones "izquierdistas". De ahí que, ante la acentuación de las maniobras capitulacionistas de los demás integrantes del Frente Popular y de sus posiciones anticomunistas, a las que estaba dando alas esa línea de supeditación y de concesiones por la que se deslizaba la Dirección, muchos militantes no viesen otra salida que la de que el Partido tomase el poder. "La tendencia contra la que en diversas ocasiones he tenido que tomar posición -escribe Togliatti en su informe a la dirección de la IC de fecha 21-22 de abril de 1938- ha sido la de creer que la solución de todos los problemas será posible si el Partido toma en sus manos todos los resortes del poder y en cuanto lo haga.

Alguna vacilación, rápidamente superada, incluso en Pepe, en forma de orientación hacia un gobierno puramente obrero" (150). Ciertamente plantearse que el Partido tomase el poder, por mucho que se hiciese bajo la fórmula de un gobierno obrero, no era una posición justa, pues no existían condiciones para ello ni mucho menos para que pudiese mantenerlo. Mas tampoco lo era la de seguir plegándose a la burguesía democrática, como proponía Togliatti, basándose en una concepción falsa del Frente Popular, es decir en la unidad sin lucha. En ese momento, efectivamente, había que ampliar el frente de lucha contra el fascismo y no restringirlo, o, como decía Mao por esa misma época, era necesario practicar una política de "puertas abiertas" y no de "puertas cerradas".

Pero, eso sí, nunca a costa de renunciar el Partido a su independencia política ni a la lucha ideológica pues, de actuar así, como la experiencia demostrará, no sólo no se debilitaba el Frente Popular sino que se facilitaba la labor de los capitulacionistas. Y eso es precisamente, aunque de una forma errónea, lo que trataban de evitar los partidarios de la idea de que el Partido debía tomar el poder.

En ese sentido resulta doblemente significativo que el Secretario general del Partido, José Díaz, se mostrase "vacilante", como dice Togliatti, y que de alguna forma compartiese la posición de estos últimos; señal de que estaba viendo el callejón sin salida al que conducía la política de supeditación y de concesiones, sin que, por otra parte, tuviese muy claro el camino que había que seguir. Más aún si ello llevaba aparejado oponerse a los "consejos" de los dirigentes de la IC, cuya autoridad política y moral pesaba lo suyo, y romper con la dependencia que existía a la hora de elaborar y aplicar la línea política. Dependencia que explica, en buena medida, esa incapacidad del PCE para adoptar una línea propia.

Palmiro Togliatti

De ahí que su "vacilación", unida al hecho de que la posición de que el Partido tomase el poder no era justa, fuese "rápidamente superada" por José Díaz. Tampoco era una casualidad que fuese en Madrid donde estuviese más arraigada esa posición "izquierdista", como se desprende de las referencias que hace Togliatti en sus informes a la existencia de "mucho sectarismo" y, más concretamente, en "las organizaciones de base" (151), pues era precisamente en la capital madrileña donde mejor se podía palpar la actividad capitulacionista y anticomunista.

Como tampoco lo era el que Mundo Obrero se hiciese portavoz de esta tendencia, que de "sectaria" tenía muy poco, en la que junto a ideas y consignas erróneas, como la de que el Partido debía tomar el poder, se sostenían otras muy justas. Tal era, por ejemplo, la que llamaba al pueblo a apoyarse en sus propias fuerzas y no esperar la ayuda de los países capitalistas "democráticos" en la que confiaban la gran mayoría de los dirigentes del Partido y de la IC, como lo demuestra el hecho de que trataran de propiciarla haciéndoles una concesión tras otra. Por ello cabe afirmar que, pese a sus errores, esa tendencia era la que verdaderamente representaba la línea de resistencia del Partido.

Pues esos errores "izquierdistas" siempre podían ser corregidos. Pero las que difícilmente podrían rectificarse -como demuestra la experiencia- eran las posiciones derechistas, por cuanto en ellas no alentaba ni por asomo un espíritu de lucha, sino de claudicación y entrega al fascismo. Y esta diferencia radical entre la línea de resistencia y la línea de claudicación se hizo claramente perceptible ante el golpe casadista: mientras la mayor parte de los dirigentes del Partido y otros cuadros abandonaban la lucha o, simplemente, como Carrillo y otros tras la caída de Cataluña, se escaqueaban quedándose en Francia, numerosos cuadros y militantes -encabezados por varios miembros del CC y de la dirección local madrileña- se enfrentaban a los casadistas con las armas en la mano. Incluso algunos de ellos se tiraron después al monte para iniciar la guerrilla y continuar la lucha.

6.4 Necesidad histórica de la estrategia de la guerra popular prolongada

La influencia de esas posiciones políticas e ideológicas oportunistas fue la que, sin lugar a dudas, llevó al PCE a renunciar a su independencia en el terreno propiamente militar y la que, en definitiva, le impidió ver la "necesidad de desarrollar una línea militar propia, marxista-leninista" y "comprender las leyes y características de una guerra popular" (152). Si a ello añadimos la subestimación, en un plano general, de las fuerzas del enemigo por parte de la Dirección, que le hizo concebir la idea de que la guerra podría ganarse en un período relativamente corto, se comprende que volcase todos los esfuerzos en la formación de un ejército regular y en la práctica de una guerra convencional. Imbuida por estas y otras concepciones erróneas no preparó al Partido ni a las masas para una guerra prolongada, basada en el principio del autosostenimiento, y subestimó la lucha guerrillera, que era precisamente una de las cosas que más preocupaba al enemigo.

El mismo Stalin insistió en su conveniencia y aconsejó "formar en la retaguardia de los ejércitos fascistas grupos de guerrilleros integrados por campesinos"(153). Incluso, siguiendo estos consejos, fue planteada su necesidad por José Díaz en el Pleno del CC de marzo de 1937 (154). Condiciones para llevarla a cabo existían. Por un lado, en la zona fascista había un numeroso campesinado pobre y una población proletaria cada vez más importante, sobre todo después de la caída del norte, sometidos a un régimen de opresión y terror. Por otro, en las montañas se habían refugiado numerosos antifascistas para huir de la represión que, en algunos lugares, comenzaron a organizarse en partidas guerrilleras que llevaban a cabo sabotajes y acciones de castigo contra falangistas y otros elementos de las fuerzas represivas.

Manuel Castro, Cristino García y Antonio Medina, tres guerrilleros

Republicanos fusilados por Franco.

Algunas de ellas, formadas por combatientes del ejército popular que se echaron al monte con sus armas y pertrechos después del hundimiento del frente asturiano, mantenían en jaque a los fascistas, sin que éstos lograran acabar con ellas por completo gracias al apoyo de la población. Lo que permitirá a no pocos de sus integrantes mantenerse en activo hasta bien entrados los años cuarenta. Y por ahí debía haberse orientado el Partido ante el curso desfavorable de la guerra, no sin antes basarse en una valoración objetiva de las condiciones en que se desarrollaba y de las fuerzas enfrentadas y tener en cuenta, como señalaba Mao, los aspectos tanto positivos como negativos de ambos bandos, así como sus acciones recíprocas (155).

Cuanto más después del golpe casadista y la derrota. Sobre todo, la superioridad militar de las fuerzas reaccionarias y la debilidad de las fuerzas populares podían modificarse, como afirma Mao, si se aplicaba "una táctica militar y política correcta durante la guerra, sin cometer errores de principio", y haciendo "todos los esfuerzos posibles". Sólo así -añade- "todos los factores favorables para nosotros y desfavorables para el enemigo se reforzarán a medida que la guerra se prolongue, modificarán más y más la correlación de fuerzas inicial y transformarán la superioridad del enemigo sobre nosotros en superioridad sobre él"(156). Esa táctica militar correcta en las condiciones de ese momento en España era la de la guerra de guerrillas, encuadrada en una estrategia de guerra popular prolongada. La guerra de guerrillas era la que mejor respondía al carácter popular de la revolución y tenía gran tradición en nuestro país, donde, durante la guerra de la Independencia contra la ocupación napoleónica, jugó por primera vez en la historia contemporánea mundial un papel estratégico. Y ese mismo papel hubiera podido desempeñar en la lucha contra el fascismo.

La acción guerrillera tras las líneas enemigas no sólo hubiese fortalecido considerablemente la potencia militar del ejército republicano y las posibilidades de resistencia, sino que, en la eventualidad de una capitulación de algunos sectores del Frente Popular o de una derrota, habría sentado las bases para proseguir la lucha y permitido salvar la vida y ganar las montañas para proseguir el combate a miles de cuadros y militantes comunistas y de otras organizaciones antifascistas que, al permanecer en las ciudades, fueron capturados y asesinados. Pero la adopción de dicha estrategia exigía al Partido, al mismo tiempo, hacer un balance crítico de la experiencia política y militar, de los errores cometidos y de los fracasos, teniendo especialmente en cuenta las consecuencias catastróficas a las que le había llevado la política de "unidad sin lucha" con la burguesía democrática y otras organizaciones obreras de signo socialdemócrata o anarquista y, sobre todo, la traición que éstas acababan de consumar contra el pueblo al desatar el golpe casadista y capitular ante el fascismo.

Por otra parte, para poner en práctica la guerra de guerrillas, se hacía necesario realizar una retirada a bases seguras y bien protegidas en las zonas montañosas que tuviesen condiciones apropiadas para reunir y acumular fuerzas, dispersarlas o concentrarlas para atacar o defenderse del enemigo y extender las bases de apoyo y zonas guerrilleras. Durante todo este período inicial el Partido debía hacer un planteamiento claro sobre el papel de la lucha armada en el desarrollo de la revolución, destacando que la principal forma de lucha era la guerra y la principal forma de organización pasaba a ser el ejército guerrillero. El centro de gravedad de la actuación del Partido y de las fuerzas armadas comandadas por él tenía que ser, por tanto, desplazado de la ciudad al campo y a las montañas, a fin de poder establecer desde allí el cerco de las ciudades antes de pasar a tomarlas.

Esto no quiere decir que se dejara de prestar atención a la organización clandestina del Partido en los centros urbanos y a otras formas de organización y de lucha de los obreros y otros trabajadores, o que no se requiriese prestar atención al desarrollo de la guerrilla urbana. Pero estas formas o métodos de lucha y organización, dado el cuadro general que se describe, no podían más que desempeñar un papel secundario. Al mismo tiempo, ante la previsible situación que se iba a crear en el plano internacional, de enfrentamiento interimperialista, las fuerzas populares no debían echar en saco roto las experiencias acumuladas sobre la actitud mostrada por las potencias "democráticas" hacia el fascismo, en general, y hacia la reacción española, en particular. En cualquier caso, independientemente de que pudiera utilizar a su favor las contradicciones entre los imperialistas, el Partido debía apoyarse en sus propias fuerzas y no depender para asegurar la victoria de la ayuda internacional.

En la fase final de la guerra popular o incluso antes, las pequeñas unidades guerrilleras podrían convertirse gradualmente en fuertes columnas y agrupaciones regulares, a fin de ir transformando la guerra de guerrillas en guerra de movimientos, obligar al enemigo a abandonar la defensa de posiciones, en la que la guerrilla encuentra siempre más dificultades para vencer a un enemigo bien pertrechado, y recurrir sobre todo a las maniobras. Como observa Mao, dicha transformación no tenía porqué suponer el abandono de la actividad guerrillera, sino "la formación gradual, en el curso del amplio desarrollo de la guerra de guerrillas, de una fuerza principal capaz de realizar la guerra de movimientos, fuerza en torno a la cual deberán existir, como antes, numerosas unidades guerrilleras que realicen amplias operaciones de guerrilla", que, como él decía, constituían "poderosas alas de la fuerza principal" y servían de "reserva inagotable para su continuo crecimiento" (157).

La transformación de la guerra de guerrillas en guerra de movimientos permitiría golpear con fuerza al enemigo y ultimar las condiciones para pasar a la ofensiva de las fuerzas regulares y guerrilleras, combinándola con la insurrección en las ciudades, a fin de dispersar al ejército enemigo y aniquilarlo en todas partes. Ese momento sólo podía tener lugar en el período final de la II Guerra Mundial o inmediatamente después de acabada ésta, cuando las fuerzas imperialistas no estaban en disposición de acudir en ayuda de la reacción o al menos no podían hacerlo con la prontitud y los medios que una situación semejante requería.

De esta forma, por no haber hecho un replanteamiento estratégico de la línea política y militar seguida durante la guerra y no corregir los errores ideológicos, políticos y militares a los que antes nos hemos referido, el PCE no sólo se vio lastrado para hacer frente al golpe casadista y para continuar la resistencia armada frente al fascismo, sino que también se incapacitó para dirigir más tarde a las masas a la toma del poder. Pero lo más grave fue que las consecuencias de estos errores se dejaron sentir después profundamente en el Partido, hasta el extremo de favorecer la labor de zapa de los carrillistas y su liquidación posterior a manos de éstos.

6.5 Una recapitulación necesaria

Muchos de los errores señalados fueron cometidos por el PCE bajo la influencia de los criterios erróneos sobre diversos problemas de la revolución imperantes en los órganos dirigentes de la Internacional. Estos criterios tenían mucho que ver con la búsqueda de esa vía nueva de la revolución a la que nos venimos refiriendo desde los primeros capítulos, cuyo primer "hallazgo" fue la táctica de Frente Popular. A partir de ese momento cabe afirmar que la IC comenzó a tener una línea clara y justa. Pero la táctica de Frente Popular no sólo era preciso desarrollarla y completarla en base a la experiencia revolucionaria, sino que también había que evitar que se hiciesen de ella interpretaciones que la desvirtuasen. Como ya hemos visto, la táctica de Frente Popular, a diferencia de la táctica del gobierno obrero y campesino, se adecuaba perfectamente tanto a situaciones de reflujo de la revolución como a situaciones de transición hacia etapas de ascenso revolucionario.

Es decir, que por medio de ella se podían acumular fuerzas y experiencias y preparar las condiciones para que el proletariado pudiese tomar el poder cuando se diese un cambio favorable en la correlación de fuerzas tanto a nivel de cada país como en el plano internacional. Sin embargo, como consecuencia de los vaivenes tácticos (a derecha e izquierda o viceversa) del período anterior, persistía en la IC la confusión sobre diferentes problemas que impedía aplicar consecuentemente la nueva táctica. En unos casos, su obstáculo se encontraba en las concepciones "izquierdistas" y en otros en las derechistas o reformistas, siendo estas últimas cada vez más influyentes desde el momento en que comenzó el reflujo de la revolución mundial y la búsqueda de nuevas formulaciones.

De esta manera, a medida que la táctica insurreccional o del gobierno obrero y campesino, propia de una situación de ascenso, chocaba con la realidad, se fue produciendo paulatinamente, a falta de algo nuevo, el regreso a las viejas tácticas socialdemócratas de participación en el Parlamento que habían dejado hace tiempo de ser justas, acompañadas del relajamiento o abandono de la clandestinidad y del sistema de organización por células y de una progresiva influencia de las concepciones reformistas. Así, a caballo de la confusión sobre las fórmulas de transición al socialismo volvieron a colarse de rondón la concepción socialdemócrata sobre la revolución democrático-burguesa y otras tendencias oportunistas sobre las que alertó Dimitrov durante el VII Congreso de la IC. Nada tenía de extraño, pues, que en el PCE se abriese paso, en el momento de aplicar la táctica de Frente Popular, la tendencia al abandono de la alianza con el campesinado y a la supeditación del proletariado a la burguesía, a la relajación de la lucha ideológica y a la conciliación con la socialdemocracia, que apuntaba a la consolidación de un proceso democrático-burgués en la revolución española.

Por esa razón una afirmación tan desacertada y descabellada como la hecha por Stalin, en el sentido de que era "muy posible de que la vía parlamentaria" resultase "un procedimiento de desarrollo revolucionario más eficaz en España de lo que fue en Rusia" (158), no podía más que dar alas a la corriente reformista, aunque ésa no fuese su intención y sus declaraciones se hubiesen efectuado en una situación compleja y de lucha encarnizada contra el imperialismo italo-alemán. Basta separar esa afirmación de su contexto para que nos lleve directamente de la mano de los revisionistas a traducirse en su conocida tesis de la "transición pacífica, parlamentaria, al socialismo". Y por ahí iban encaminadas las "orientaciones" dadas a los dirigentes comunistas españoles por Togliatti, principal delegado de la IC en España desde 1937 hasta el final de la guerra, como lo confirma, además, su actuación posterior en Italia, al final de la II Guerra Mundial, al frente del PCI.

Tampoco resulta extraño que el PCE concibiese la unidad sin lucha en sus relaciones con la socialdemocracia y la burguesía democrática y que relajase la lucha ideológica dentro del Frente Popular y en el propio Partido si la dirección de la IC había aconsejado a las secciones nacionales renunciar a criticar a los líderes socialdemócratas con tal de poner en práctica la táctica de frente único y si hasta al mismo Stalin -como manifestaba Mao- se le escapaba "la conexión existente entre la lucha y la unidad de los contrarios" (159). En el caso de los errores militares, si bien la cuestión era más compleja, dada su relación con el atraso de la teoría militar del proletariado, sucedió algo parecido. Tanto la formación de un ejército regular (integrado por militares profesionales y milicianos, comisarios políticos, etc.) como la estrategia de la guerra convencional se aplicaron en buena medida bajo los consejos de los asesores militares soviéticos que traían las experiencias de la guerra civil revolucionaria en Rusia.

O sea, lo mismo que hicieron en China hasta que Mao impuso sus tesis sobre la Nueva Democracia y la estrategia de la guerra popular prolongada. Y es que la estrategia defensiva, ineludible en los comienzos de una guerra popular, estaba proscrita por los estrategas militares soviéticos, ya que la concebían como sinónimo de derrota. Con tales planteamientos se comprende que no pudieran reconocer el papel estratégico de la guerra de guerrillas. Otra cosa es el porqué no se puso en práctica la guerrilla, al menos como elemento auxiliar de la guerra convencional. Pero en este caso habría que buscar su explicación más en razones políticas que militares, debido al rechazo mostrado hacia la misma por los líderes republicanos y socialdemócratas. Aparte, claro está, de en las presiones ejercidas en el mismo sentido por las cancillerías imperialistas; presiones que también explican otras concesiones, como la de la retirada de las Brigadas Internacionales o la de no tocar cuestiones como la de Marruecos.

Así que, si a todos estos y otros "consejos" erróneos añadimos la falta de independencia del PCE para desarrollar y aplicar la línea política desde el comienzo de la guerra, no cabe duda de que la dirección de la IC tuvo una gran influencia en los errores cometidos. No obstante, por cuanto esos errores fueron aceptados y puestos en práctica por comunistas españoles, es a ellos a quienes corresponde atribuirles la principal y última responsabilidad. Otra cosa muy distinta es el que durante la guerra se llegase hasta el extremo de que el Partido no pudiese tomar ninguna decisión sin que antes fuese supervisada y aprobada por los delegados de la dirección de la IC.

¿No era esto la demostración más palpable de que el centralismo de la Internacional estaba obstaculizando el desarrollo de las secciones nacionales y llevándolas muchas veces por un camino equivocado? ¿Dónde residía entonces el verdadero fondo del problema? Hoy, a la luz de la experiencia histórica, podemos ver que desde el momento en que no se produjo la revolución en Europa, como esperaban los bolcheviques y Lenin en particular, la IC comenzó a dejar de tener sentido y que, al igual que les había sucedido a sus predecesoras en situaciones de reflujo de la revolución, esa pretensión de mantener un centro dirigente de la revolución mundial acabaría por entorpecer su desarrollo. Por otra parte, la aparición de otros frentes de lucha, como el del movimiento de liberación nacional de las colonias y semicolonias, hacía cada vez más difícil, por no decir imposible, el encuadramiento orgánico y la uniformidad ideológica del movimiento revolucionario mundial.

En esas condiciones, teniendo en cuenta los intereses políticos vitales del movimiento obrero en su conjunto, lo más aconsejable hubiera sido disolverla. Así lo indicaba también la experiencia de anteriores organizaciones internacionales del proletariado. La Liga de los Comunistas, por ejemplo, fue disuelta en 1852 a instancias de Marx tras la derrota de la revolución de 1848 y en medio del reflujo de la ola revolucionaria en Europa, al haberse convertido, según Engels, "en un semillero de escándalos y bajezas" (160). Y otro tanto ocurrió en 1876, a petición de Marx y Engels, con la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional, después de haber cumplido plenamente su objetivo de mancomunar y llevar a un mismo cauce los esfuerzos de la clase obrera de distintos países de Europa y América en la lucha por su emancipación.

En este caso también en un contexto semejante al de la disolución de la Liga de los Comunistas, después de la derrota de la Comuna de París en 1871, y utilizando parecidos argumentos: evitar que grupos oportunistas, como los bakuninistas, medraran en ella y que la reacción mundial descargara su odio contra sus miembros. Pero, ¿sólo por eso? A esta interrogante responde F. Mehring saliendo al paso de los que esgrimían la idea de que Marx no hubiese tenido en cuenta entre las causas que aconsejaban la disolución de la AIT las contradicciones surgidas entre el Consejo General, su máxima instancia, y los partidos nacionales. "Se ha aventurado la hipótesis -escribe Mehring- de que Marx hubiera seguido observando durante mucho tiempo este mismo retraimiento (Ndr, es decir, que se habría abstenido durante más tiempo aún de plantear la cuestión de la disolución) si la caída de la Comuna de París, por una parte, y por otra la campaña de agitación de Bakunin no le hubieran obligado a adoptar una posición política. Es posible y hasta muy verosímil que fuese así [...].

Mas sin ignorar que el problema que se le planteaba no tenía solución dentro de la Internacional tal y como ésta se hallaba organizada, y que en la misma medida en que se concentrase e hiciese fuerte contra sus enemigos exteriores, se desarticularía interiormente. Ya el hecho de que la cabeza directora del Consejo general acusase al Partido obrero más desarrollado dentro de sus propias orientaciones [...] de ser una tropa policíaca, indicaba bien a las claras que la hora histórica de la Internacional había sonado" (161). De hecho, ese mismo problema había sido otra de las razones que llevaron a la disolución de la Liga de los comunistas, apuntada indirectamente por Marx al acuñar en relación con ella dos conceptos que nos pueden ayudar a comprender la contradicción surgida dentro de la misma Internacional Comunista: el "partido, en el sentido efímero", como organización concreta, y el "partido [...] en su sentido amplio, histórico" (162).

Una idea que posteriormente será retomada por Engels en 1882 para referirse a la disolución de la I Internacional: la oposición entre la "Internacional como realidad social o histórica", que sigue subsistiendo pese a estar formalmente disuelta por la misma necesidad de vinculación entre los obreros revolucionarios de todos los países, y la "Internacional oficial" como organización concreta, en la que se da tanto la identidad como la contradicción (163). Se podrá argumentar en contra que la II Internacional, que no fue disuelta, es la excepción que confirma la regla. Pero, aún así, también lo confirma al mostrar la otra cara de la moneda, pues ya vemos cómo acabó: en manos de los oportunistas, al servicio de la burguesía imperialista alemana, antes de entrar en bancarrota y romperse en mil pedazos con el estallido de la I Guerra Mundial.

En cuanto a la IC, es evidente que sus dirigentes eran conscientes del problema, como se desprende de la Resolución del Presidium del Comité Ejecutivo de la Internacional que dio a conocer públicamente las razones de su disolución en mayo de 1943. "Toda la marcha de los acontecimientos durante el último cuarto de siglo, así como la experiencia acumulada por la Internacional Comunista -se declara en dicha Resolución-, demostraron de manera convincente que la forma de organización para agrupar a los obreros elegida por el primer congreso de la IC era una forma que se correspondía a las necesidades del período inicial del renacimiento del movimiento obrero, la cual iba caducando a medida que se desarrollaba este movimiento y la complejidad de sus tareas en los diferentes países, llegando incluso a ser un obstáculo para el fortalecimiento ulterior de los partidos obreros nacionales"(164).

Si eso era lo que estaba sucediendo y "ya mucho antes de la guerra era cada vez más patente que, a medida que se complicaba la situación de cada país, tanto interior como internacionalmente, la solución de los problemas del movimiento obrero de cada país encontraría dificultades insuperables" (165), ¿por qué no se disolvió antes? Por ejemplo, en 1934-35, coincidiendo con la convocatoria o celebración del VII Congreso de la IC, como en ese momento parece que se pensó. O incluso mucho antes. Sin embargo, de todo esto nada nos dicen los comunicados oficiales de la disolución de la Internacional. ¿Por qué tanto silencio? A nuestro entender, la razón no es otra que el uso y abuso que el Estado soviético estaba haciendo de la Internacional Comunista. Al no ser disuelta a su debido tiempo, en el momento en que se hizo evidente el reflujo de la revolución en Europa y la IC comenzó a convertirse en un "obstáculo", es explicable que se impusiese de una manera "natural" la tendencia a utilizarla como instrumento de la política exterior soviética con el fin de romper el aislamiento de la URSS.

Así se entiende que para romper dicho aislamiento y no "provocar" demasiado al imperialismo se hiciese aconsejable, por "razones de Estado", una política de contención de las contradicciones, de participación electoral, de hablar de insurrección para no prepararla, de coqueteos con la socialdemocracia, de estrecho control de las secciones nacionales para que su línea de actuación no se "interfiriese" en esos intentos de la diplomacia soviética de deshelar las relaciones con las "democracias" capitalistas, como sucedió en el caso del PCCh o del PCE antes, durante y después de la guerra. O como sucederá más tarde con el Partido Comunista de Grecia durante la lucha contra la ocupación nazi, primero, y, después, contra los monarco-fascistas griegos y sus protectores anglo-norteamericanos.


Guerrilleros griegos tras la liberación de Atenas

Todo, claro está, menos abrir una vía revolucionaria nueva tal y como había sugerido Lenin y alentar experiencias "comprometedoras" como la de China, que ponían de manifiesto la existencia de la lucha entre dos líneas en el seno de la Internacional. Bien es verdad que esto no lo explica todo. El mismo mantenimiento de la IC era cada vez más un "dogal" para el gobierno soviético, por cuanto difícilmente podría quitarse de encima el sambenito, esgrimido por los gobiernos occidentales, de que se estaba inmiscuyendo en sus asuntos internos. Por eso cabe pensar que en los dirigentes soviéticos y de la IC pesaba ante todo la responsabilidad de disolverla.

No obstante, el momento finalmente elegido para la disolución de la IC fue oportuno, ya que facilitó la formación de un frente único internacional contra el fascismo cuando no sólo estaba en juego la supervivencia de la URSS sino también la libertad e independencia de numerosos países. Por ello se puede decir que ésta fue la última e importante contribución de la IC a la causa del socialismo y a la lucha liberadora de los pueblos. Pero, al igual que debemos criticar los errores de la IC y profundizar en sus causas para aprender de ellos y no volverlos a cometer, es justo reconocer el papel histórico de la Internacional Comunista y lo que tuvo de positiva su labor. Una labor que ha consistido fundamentalmente en defender la doctrina del marxismo contra su vulneración y falsificación por el oportunismo; en haber contribuido a agrupar en una serie de países a la vanguardia de los obreros avanzados en partidos comunistas; en ayudar a éstos a movilizar a las masas de trabajadores en la defensa de sus intereses, a luchar contra el fascismo y, muy especialmente, en defender a la URSS. Sin olvidar su iniciativa de organizar las Brigadas Internacionales para combatir al fascismo en nuestro país y sus campañas de ayuda y solidaridad con la lucha del proletariado y de los pueblos de España.

Y ése es el recuerdo que pervive por encima de todo de la IC entre millones de obreros del mundo y el que lleva a algunos revolucionarios a pensar en reconstruirla. Sin embargo, ese sentimiento internacionalista del proletariado no puede hacernos olvidar que todo intento de tratar de dirigir la revolución desde un centro o partido efímero, como decía Marx, se ha demostrado inviable. Sobre todo porque la revolución mundial, contrariamente a lo que pensaban Marx, Engels o Lenin, y la experiencia histórica demuestra, no es resultado de un acto o salto cualitativo único, sino de una serie de actos, de crisis y revoluciones, de numerosos cambios cuantitativos y de saltos cualitativos parciales que son los que habrán de conducir, a través de un largo y complejo proceso, al salto o cambio cualitativo final; es decir, a la revolución mundial. Sólo entonces se podrá poner fin a la contradicción entre la Internacional como realidad social e histórica y la Internacional oficial como organización concreta.

(133) Vicente Rojo Lluch: "España heroica". Buenos Aires (Argentina). 1942.
(134) Vicente Rojo Lluch: "España heroica". Buenos Aires (Argentina). 1942.
(135) José Díaz: "Tres años de lucha". Bucarest. 1974.
(136) José Díaz: "Tres años de lucha". Bucarest. 1974.
(137) Palmiro Togliatti: "Escritos sobre la guerra de España". Editorial Crítica. Barcelona. 1980. Dolores Ibarruri y otros: "Guerra y revolución en España 1936-1939". Editorial Progreso. Moscú. 1967.
(138) Fernando Díaz Plaja: "La guerra de España en sus documentos". Biblioteca de la Historia de España. Madrid. 1986.
(139) "Para terminar la guerra salvando la independencia de España y la libertad del pueblo, y excluyendo toda represalia, la resistencia y la lucha del Ejército y del pueblo pueden continuar, y continuarán" ("Resolución del Buró Político del Partido Comunista de España", 23-II-1939). AHPCE.
(140) "Resolución sobre las debilidades y errores del Partido en el último período de la guerra". AHPCE. (141) Palmiro Togliatti, op. cit.
(142) Idem. (143) Idem.
(144) Fernando Díaz Plaja, op. cit.
(145) Idem.
(146) José Díaz: "Las lecciones de la guerra del pueblo español (1936-1939)". AHPCE. Ver también José Díaz: "Las enseñanzas de Stalin, guía luminoso para los comunistas españoles". Editorial Popular. México, D.F. 1940. AHPCE.
(147) "Informe del Comité Provincial de Valencia. Conocimiento y posición del Partido ante la Junta"; "Informe de la actuación del Partido en Madrid frente a la constitución de la Junta (Pertegaz)"; "Informe sobre la actividad del Partido en Madrid"; "Informe sobre el desarrollo de los acontecimientos en Madrid (Puente)". AHPCE. Ver también Palmiro Togliatti, op. cit. y Dolores Ibarruri y otros, op. cit.
(148) "Programa, línea política y estatutos" del Partido Comunista de España (reconstituido). Octubre, 1993. (149) José Díaz, op. cit.
(150) Palmiro Togliatti, op. cit.
(151) Idem.
(152) "Programa, línea política y estatutos", doc. cit.
(153) "Carta de Stalin, Molotov y Vorochilov a Largo Caballero" (21-XII-1936) transcrita íntegramente en la obra ya citada de "Guerra y revolución en España" de Dolores Ibarruri y otros.
(154) José Díaz, op. cit.
(155) Mao Zedong: "Sobre la guerra prolongada". Obras escogidas. Tomo II. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Pekín. 1976.
(156) Idem.
(157) Mao Zedong: "Problemas estratégicos de la guerra de guerrillas contra el Japón". Obras escogidas. Tomo II. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Pekín. 1976.
(158) "Carta de Stalin...", doc. cit.
(159) Mao Zedong: "Discursos en una Conferencia de secretarios de Comités provinciales, municipales y de región autónoma del Partido". Obras escogidas. Tomo V. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Pekín. 1977.
(160) C. Marx y F. Engels: Obras escogidas. Ed. Progreso. Moscú.
(161) Franz Mehring: "Carlos Marx". Ediciones Grijalbo. Barcelona. 1967.
(162) "Carta de Marx a Freiligrath" (1859).
(163) "Carta de Engels a Ph. Becker" (10-II-1882).
(164) "Resolución del Presidium del C.E. de la Internacional Comunista" (15-II-1943).

(165) Idem.
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